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Francia: Rebelión de jóvenes airados

Fuentes: Cartelera Turia

Perdonen mi toniquete en que reincido tantas veces: ya no va a haber seguridad sin justicia. Ni en Irak ni en Palestina ni en el Sahara ni en Francia. No se puede globalizar sólo el dinero, amancebado con el poder, y no globalizar los derechos del hombre. No es agible liquidar las fronteras para el […]

Perdonen mi toniquete en que reincido tantas veces: ya no va a haber seguridad sin justicia. Ni en Irak ni en Palestina ni en el Sahara ni en Francia. No se puede globalizar sólo el dinero, amancebado con el poder, y no globalizar los derechos del hombre. No es agible liquidar las fronteras para el dinero, y para importar mano de obra barata que llene los más penosos empleos, manteniendo a la vez la marginación social, económica, psicológica, profesional, cultural. Así llega la revuelta de los pobres, como dice Sami Naïr. Ya no va a haber seguridad sin igualdad de oportunidades. Por más que insistan todos los Sarkozy, Le Pen, Bush, Aznar, Tertsch, el discurso básico no es de seguridad, mas de reparto del poder y la riqueza. De posibilidades reales, no sólo teóricas, de promoción para los desheredados, y para sus hijos.

Francia es tierra de revoluciones (busquen otras parecidas, en Europa, en 1.830 ó 1.870, sin hablar de los diez años de la de 1.789). De rebeliones y motines que abren caminos, ponen sobre el tapete hondas cuestiones europeas, mundiales. Históricamente, ha sido gran laboratorio donde ensayar ideas de otros lugares y otras personas no gabachas. No es extraño, pues, este levantamiento de jóvenes airados, marginados urbanos, en la edad de la contestación, y viviendo en guetos sociales y económicos. Que se ven sin futuro, y lo sustituyen por la cólera, la negación. Que buscan llamar la atención por medio del fuego, de ancestral tradición, valor simbólico y purificatorio (lean a Vidal-Beneyto, de los pocos que nos quedan, idos Haro y Montalbán). La cuestión, sustancialmente, no es ideológica, ni religiosa, ni de «terrorismo», gran cajón de sastre estigmatizante que manejan a su interés reputados terroristas y torturadores por delegación, como la banda de Washington, o sus socios tipo Aznar o Acebes. Hay, sí, un segmento de delincuentes y bandas de barrio entre los pirómanos, pero minoritario y detectable, controlable por una policía eficaz. Claro que Monsieur Sarkozy prefiere policía represiva, le gusta insultar, y hace sin cesar cuentas de qué le conviene más, personalmente, para sustituir a Chirac. En todo caso, no olvidemos (lo señala incluso A. Touraine) la tradición colonial francesa. Es una de las claves.

Resulta doloroso leer artículos como el del neofascista sui generis Tertsch, el martes 8 (¡ay las «compensaciones» de ese gran periódico que es El País!), tildando de iracundos gratuitos, de nuevos vándalos y obedientes a consignas, sin más, a los jóvenes en revuelta. Postulando, parece, somatenes y piras contra ellos. Este hombre adora al Estado cuanto se diría que odia a la poesía, y muestra tanta rabia como los de la «ira gratuita», por no decir racismo. Quizá no sabe que en sus barrios hay un paro del 30%, que entre los no cualificados y pobres llega al 50%. Todos ellos no tienen coche, ni casa, ni pueden fundar una familia. Ha fallado la integración cultural y social (problemas de clase más problemas de origen: Ramoneda). Pero no hay más salida que hermanar integración y diferencias.

José Luis Pitarch