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Cronopiando

Francia y Europa consternadas

Fuentes: Rebelión

No es para menos, afirmaba un contertulio de los medios, «es intolerable ver a un terrorista talibán vistiendo el uniforme del ejército francés, arrebatado a un soldado asesinado». La conmoción que han generado en Francia y en Europa las fotografías publicadas por el semanario Paris Match, luego de que insurgentes afganos emboscaran a soldados franceses […]


No es para menos, afirmaba un contertulio de los medios, «es intolerable ver a un terrorista talibán vistiendo el uniforme del ejército francés, arrebatado a un soldado asesinado».

La conmoción que han generado en Francia y en Europa las fotografías publicadas por el semanario Paris Match, luego de que insurgentes afganos emboscaran a soldados franceses matando a diez de ellos, ha puesto de relieve la curiosa epidermis europea tan dada al sonrojo como a la flema, esa extraña fineza de espíritu capaz de transitar entre el estupor y la indiferencia sin que medie un asombro o un respingo.

Se suceden los bombardeos humanitarios del ejército imperial sobre Afganistán y sus correspondientes matanzas de civiles, mujeres y niños incluidos, y ni Europa ni Francia pierden la compostura. Todavía dura la olímpica resaca como para reparar en tan corrientes nimiedades.

Continúan sus sangrientas operaciones de paz, ahora también en Pakistán, reduciendo a escombros esos países y sus gentes, y ni Europa ni Francia pierden el apetito por unos cuantos errores más que agregar al inventario genocida. Más preocupa en la civilizada Europa quien pueda ser el padre del bebé que engendra la ministra francesa de justicia.

Persisten las denuncias de los vuelos de la CIA, sus campos de exterminio, la tortura, el saqueo, el crimen en cualquiera de sus formas, y ni Europa ni Francia pierden el sueño por tanta impune desvergüenza, por tanto canalla beneficio. Importa, sobre todo, que la Bolsa retome su tradicional vitalidad y los inversionistas recuperen la confianza.

Los talibanes usan las armas del imperio, las que compran en los libres mercados, las que les venden los Estados que hoy lloran el «ultraje» al uniforme, las que recuperan en el campo de batalla que, no por casualidad, siempre queda en su país. Y han venido aprendiendo de los mejores maestros las artes del negocio. Todas las artes excepto dos: su ineptitud para desarrollar, como los occidentales, el mercado del opio y la heroína, y su incapacidad para competir con franceses y europeos en el vedado espacio de la más repulsiva hipocresía.

Pero tampoco ninguna de estas circunstancias conturba la plácida existencia de franceses y europeos. Lo que les resulta inadmisible, lo que indigna y asquea en esas fariseas catedrales de occidente, es que los talibanes usen los uniformes de sus enemigos.

¿Será porque no los pagan?