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Golpe en Honduras

Fuentes: Público

El Golpe de Estado que se ha verificado en Honduras merece, como poco, tres consideraciones sumarias. La primera se refiere a algo que, no por conocido, debemos tener bien presente a la hora de sopesar lo que ocurre en estos tiempos en toda América Latina: las oligarquías de siempre se niegan, como gato panza arriba, […]

El Golpe de Estado que se ha verificado en Honduras merece, como poco, tres consideraciones sumarias. La primera se refiere a algo que, no por conocido, debemos tener bien presente a la hora de sopesar lo que ocurre en estos tiempos en toda América Latina: las oligarquías de siempre se niegan, como gato panza arriba, a abandonar el escenario y aprovechan la menor oportunidad para sacar sus garras en defensa de negocios e intereses que explican, desde mucho tiempo atrás, la miseria de pueblos enteros.

El hecho de que el presidente hondureño depuesto, Zelaya, fuese en origen un miembro significado de esa oligarquía de la que hablamos probablemente ha estimulado la respuesta de los poderes tradicionales, con las fuerzas armadas, una vez más, a su servicio. Nunca se subrayará lo suficiente, en cualquier caso, que los gobiernos de izquierda que han germinado en una decena de países de América Latina -a buen seguro que llenos de defectos- disfrutan, sin embargo, de un plus de legitimidad nada despreciable: el que les proporciona el recordatorio de la ignominia que protagonizaron, durante decenios, sus antecesores en el ejercicio del poder y el que les otorga la condición, comúnmente impresentable, de unas oposiciones, las de hoy, marcadas por una obscena combinación de ultramontanismo e intereses privados.

Demos, con todo, un segundo paso y planteemos una pregunta delicada: ¿es razonable concluir que el Golpe hondureño se ha gestado sin más en el interior del país -que es, en otras palabras, el resultado de los avatares de la vida local- o hay motivos, antes al contrario, para afirmar que por detrás se encuentran, como ha sucedido tan a menudo en el pasado, potencias y servicios de inteligencia foráneos? Aunque a ciencia cierta, y en estas horas, nada se puede afirmar al respecto, sería un tanto ingenuo que nos agarrásemos a la condena que el Gobierno norteamericano ha realizado del derrocamiento de Zelaya. Si es evidente que al presidente Obama no le agrada lo que ocurre en estas horas en Honduras -trastabilla proyectos que aspiran a remodelar, conforme a patrones más suaves pero acaso más eficientes, la férula de Estados Unidos en su patio trasero-, no lo es menos que la maquinaria militar y de inteligencia en cuya cabeza se halla el máximo dignatario norteamericano mantiene activas sus redes y conserva vínculos poderosos con las elites locales.

Agreguemos, en fin, que, como en tantas otras ocasiones, el Golpe hondureño se presenta como una oportunidad gloriosa para muchas gentes cuyo compromiso con las causas justas en América Latina ha faltado siempre. Pueden ahora sacar la cabeza y realizar excelsas declaraciones de apoyo a la legalidad quienes no aprecian problema alguno en las políticas que Uribe abraza en Colombia desde años atrás, a menudo los mismos que han promovido los más impresentables negocios con los más impresentables miembros de las oligarquías locales. Ya lo dijo La Rochefoucauld varios siglos atrás: «A menudo sentiríamos vergüenza de nuestras más excelsas acciones si el mundo pudiese conocer cuáles son los verdaderos motivos que las guían».

Profesor de Ciencia Política