Empezó como tantos otros golpes militares, con tropas en la calle, con violencia en los rostros de los insubordinados, con balazos a granel frente al objetivo acordado, con patadas en las puertas, gritos destemplados para infundir terror, vidrios y muebles rotos, y por último con un secuestro, como los tantos que hicieron los milicos latinoamericanos […]
Empezó como tantos otros golpes militares, con tropas en la calle, con violencia en los rostros de los insubordinados, con balazos a granel frente al objetivo acordado, con patadas en las puertas, gritos destemplados para infundir terror, vidrios y muebles rotos, y por último con un secuestro, como los tantos que hicieron los milicos latinoamericanos en los 60-70.
Sí, comenzó todo de forma muy parecida a los recuerdos que teníamos alojados en nuestra memoria. Lo que ocurre es que a diferencia de otras veces, no lo esperábamos, no estábamos alerta, habíamos bajado notoriamente la guardia. En fin, como suele ocurrir en estos casos, unos pocos reaccionaron enseguida, y el resto, la gran mayoría, lo hicieron cuando todo ya estaba concluido. De allí la ventaja de los golpistas hondureños y de sus arropadores oficiales -esos sí no sorprendieron a nadie- los gringos del Norte.
Sin embargo, porque siempre en estos casos hay un factor que ayuda a que la historia no se repita con puntos y señales, la gran novedad de esta particular y dolorosa incursión de los militares fascistas fue la extraordinaria reacción del pueblo todo de Honduras. Digámoslo sin titubeos: nadie, absolutamente nadie, fuera del territorio por el que alguna vez campó a sus anchas el general Francisco Morazán, se imaginaba lo que iba a suceder con esos campesinos, obreros, estudiantes, amas de casa, y hasta con los más viejos y los más jóvenes. Fuenteovejuna se quedó empequeñecida con lo que han significado estos largos seis meses de Resistencia, de cientos de miles marchando, poniendo el cuerpo, cayéndose para enseguida levantarse, gritando sus consignas de paz, pero también haciendo oír sus advertencias de guerra si no le devolvían lo quitado, defendiendo la democracia humillada con las armas de la imaginación y el coraje callejero.
Fueron días de epopeya en que las mujeres jugaron -como siempre ocurre, más allá de la lectura patriarcal que hagan algunos- un papel más que meritorio: organizando, creando, peleando e incluso aprovechando el levantamiento popular para dejar en claro que no quieren golpes de ningún tipo, ni militares, ni los del machismo infame que generalmente se cuela en nuestras filas.
La oleada de protesta fue de tal magnitud que con su día a día logró meterse a la fuerza en las primeras planas de los diarios cómplices del golpismo, a nivel internacional, y no hubo un rincón del planeta donde no se dejó de expresar que «Honduras somos todos y todas», que lo que allí se estaba, se está, jugando, nos afecta a la gran mayoría, como si fuera Palestina, Iraq o Afganistán. Honduras se convirtió, de golpe en golpe, en un símbolo de rebeldía como no ocurría desde que los gringos asaltaron, con igual violencia y terror, Santo Domingo, Panamá, Grenada. Porque esta vez, al igual que hicieron los dominicanos comandados por el heroico coronel Francisco Caamaño Deñó, el pueblo decidió que si no peleaba a brazo partido con los usurpadores del poder, con quienes les habían arrebatado a su líder y generado las condiciones para que la tan anhelada Asamblea Constituyente se produjera, el retroceso sería letal.
Esta resistencia que aún hoy tiene un poder incalculable -a pesar de que se intenta invisibilizarla para derrotarla- no nació de la nada, más allá de que haya sorprendido por su contundencia. Y en esto se parece mucho a lo de Evo en Bolivia. Ahora es fácil decir: qué importante es el proceso de que un indígena de a pie llegue a gobernar un país, pero se olvida que para que eso ocurriera hubo cientos de combates anteriores, levantamientos masivos, muertos por doquier, presos, desaparecidos. Hubo rebeldía estratégica en aras de buscar la circunstancia que muestre de cuerpo entero el poder de la Resistencia.
En Honduras pasó algo similar. Más allá del ninguneo informativo general, durante años se fue moldeando este vigor contestatario del presente. Movilizaciones importantísimas contra el TLC, en defensa de la tierra, o para detener las privatizaciones. Pelea de calle, cuerpo a cuerpo con los militares y policías que ahora están en el gobierno, pero desde mucho tiempo atrás, incluso, y esto nos lo contaban los dirigentes de la Resistencia, desde cuando los EEUU convirtieron a Honduras en un portaviones para desde allí atacar a la Revolución sandinista. En esos años en que genocidas como Billy Joya (actual asesor de Goriletti) dirigía los Escuadrones de la Muerte para aterrorizar al pueblo de Morazán. En esos momentos, fueron cientos, miles, los hondureños y hondureñas que se plantaron de mil formas para detener el avance imperial y a la vez en solidaridad activa con sus hermanos nicaragüenses. Todo esto está guardado en la memoria, como dice la canción.
Ya se ha dicho hasta el hartazgo, este golpe es experimental, ataca no sólo a Honduras sino es parte de la estrategia contra el ALBA y la política de rebeldía latinoamericana comandada por Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua…Este golpe, junto a la IV Flota y las bases desplegadas en Colombia y ahora en Panamá, tiene el claro objetivo de permitir que los EEUU se aseguren una buena vida en el futuro con el usufructo de nuestras riquezas naturales. Pero eso no es todo: también este golpe busca, con claro espíritu de clase, racista y prepotente, asestar una bofetada a la «insolencia plebeya» que desde Chiapas a El Alto, desde los confines de la Patagonia mapuche a las experiencias de tomas de tierras de los sin tierra, viene dando cuenta que los de abajo quieren y deben tener la sartén por el mango. Es un golpe contra el pobrerío insurrecto, como una forma de marcar territorio por parte de las oligarquías locales.
El golpe, además, y esto sí que no tiene vuelta atrás, sirvió para desenmascarar a ese embustero afrodescendiente (para vergüenza de sus antepasados), con aspecto simpático y que llegó al gobierno apoyado desde abajo por los que sufrieron racismo y terror en los EEUU, pero también, por el lobby sionista y la familia Clinton, lo que no es poco decir. Honduras y Afganistán son la tumba del falso Obama, de esa nueva aventura imperial lanzada al mercado por el aparato publicitario de las transnacionales que hacen y deshacen.
Es por todo esto, que en este balance obligado que se suele escribir cada vez que termina un año y empieza otro, elegimos Honduras como factor más que destacado de lo ocurrido en este período 2009. Pero también lo nombramos, porque estamos seguros, que el pueblo de Honduras no está derrotado, que la Resistencia sigue en pie, reacomodando su andar a los acontecimientos, generando desde la base la ingobernabilidad de los invasores de la soberanía popular, demostrando sin estridencias que aunque el golpismo ha logrado poner a sus pies a algunos gobiernos mercenarios, esta pelea es a muerte y que como dice ese himno pergeñado por Liliana Felipe y coreado por miles de voces en las calles de Tegucigalpa y San Pedro Sula, «nos tienen miedo porque no tenemos miedo». Para ellos y ellas, que en las calles siguen dando ejemplo de dignidad, no habrá líneas, ni imágenes, ni voces, que alcancen para agradecerles todos los granitos de arena que han aportado a la Revolución Latinoamericana que lenta e inexorablemente continúa su marcha triunfante.
Carlos Aznárez es Director de «Resumen Latinoamericano»
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.