Grecia cierra un mal año desde el punto de vista económico, social y político, en el cual empeoró de manera alarmante el nivel de vida de sus ciudadanos, pero sin visos de que en 2013 esta situación vaya a mejorar. Pese a los mensajes de euforia del primer ministro griego, Antonis Samarás, después de que […]
Grecia cierra un mal año desde el punto de vista económico, social y político, en el cual empeoró de manera alarmante el nivel de vida de sus ciudadanos, pero sin visos de que en 2013 esta situación vaya a mejorar.
Pese a los mensajes de euforia del primer ministro griego, Antonis Samarás, después de que el Eurogrupo autorizara el desembolso de 34 mil 400 millones de euros, correspondientes al siguiente tramo del préstamo financiero, la situación real de la economía no invita a tal optimismo.
Desde el propio gobierno, el ministro de Finanzas, Yanis Sturnaras, se mostró mucho más cauto al asegurar que el fantasma de la bancarrota no había desaparecido añadiendo que el próximo «va a ser un año muy difícil».
Lo cierto es que 2012 comenzó y finaliza con drásticos recortes en los presupuestos públicos, en los sueldos y las pensiones, con el endurecimiento de las condiciones laborales, el aumento de la presión fiscal sobre las clases populares y con planes de despido a miles de empleados públicos.
Las medidas de austeridad únicamente sirvieron para asfixiar aún más a los ciudadanos griegos y desmantelar servicios públicos como la sanidad o la educación, pues no llegaron a alcanzar los objetivos declarados por las autoridades y la troika, integrada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
Desde un punto de vista económico, el año se inició con una deuda externa de 340 mil millones de euros, equivalente al 165 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), y a punto de cerrar el ejercicio esa cifra aumentó en 12 mil millones, rozando el 176 por ciento del PIB.
Pese a los anuncios y medidas para hacer más sostenible la deuda griega, de poco valió la quita llevada a cabo en marzo por valor de 107 mil millones de euros y la recompra de bonos a los bancos griegos, realizada en diciembre, que la redujo en otros 20 mil millones.
La contracción de la economía redujo el PIB, por quinto año consecutivo, en cerca de siete puntos porcentuales, empujó al cierre de miles de pequeñas empresas, rebajó la producción industrial y disparó las cifras del desempleo, que aumentó un 38 por ciento en los últimos 12 meses.
Todas las proyecciones oficiales tuvieron que revisarse, pues el agravamiento de la recesión empeoró hasta los supuestos más negativos.
Sirva como ejemplo el plan de privatizaciones en cuyo anuncio se habló de ingresos superiores a 47 mil millones de euros, posteriormente reducidos a 17 mil 900 millones y en la actualidad tasados en siete mil millones.
Las políticas neoliberales no consiguieron corregir ninguno de los registros macroeconómicos y ello tuvo consecuencias directas sobre el día a día de los ciudadanos griegos, las familias perdieron una cuarta parte de sus ingresos, mientras los precios y sobre todo los impuestos aumentaron de forma descontrolada.
El abandono de las políticas sociales y el deterioro de la sanidad pública agravó la situación en todos los hogares del país y también en las calles.
Las noticias sobre niños desnutridos en las escuelas y personas sin hogar en las grandes ciudades ocuparon un espacio creciente en los medios de prensa, así como el aumento de los conflictos socio-laborales generados por los continuos recortes llevados a cabo en todos los ámbitos imaginables.
El país vivió durante el año seis huelgas generales, algunas de 48 horas de duración, y en todas ellas la determinación de los griegos contrarios a las lesivas políticas impuestas por la troika chocó con la obstinación gubernamental y la violencia del aparato policial.
Desde el punto de vista político, el país pasó de estar dirigido por el tecnócrata Lukas Papademos al actual ejecutivo encabezado por el conservador Samarás, después de un doble y convulso proceso electoral.
Tras no conseguir una mayoría suficiente para gobernar en solitario, Samarás tuvo que buscar como su antecesor el apoyo de tres partidos para poder seguir llevando a cabo unas medidas ampliamente rechazadas por la población.
Pese a que las elecciones no sirvieron para poner fin a unas políticas dirigidas contra la estructura del estado social, al menos facilitaron el fin de cuatro décadas de bipartidismo, pues tanto conservadores como socialdemócratas perdieron más de la mitad de su electorado.
El resultado más inmediato fue la fuerte subida electoral de la Coalición de Izquierda Radical (Syriza), actualmente primera en intención de voto, el aumento de los partidos contrarios a las políticas de austeridad y la aparición de una fuerza neofascista, Amanecer Dorado, en la Asamblea Nacional.
Las recientes declaraciones de Samarás augurando una nueva etapa para Grecia y un futuro de esperanza y desarrollo no se sustentan ni en los resultados obtenidos a lo largo del presente año ni en las previsiones para el siguiente.
En 2013, continuará aún el descenso al abismo de la economía griega, que ya cayó desde el inicio de la crisis un 20 por ciento, y también se espera que crezca el desempleo pudiendo llegar a afectar al 30 por ciento de la población activa.
Pero también cabe esperar un resurgimiento, y alguna victoria, del movimiento popular, pues como dejó escrito el universal poeta Bertolt Brecht, «los vencidos de hoy son los vencedores de mañana».
Antonio Cuesta es corresponsal de Prensa Latina en Grecia.