La huelga general desarrollada ayer en Grecia constituyó una demostración del absoluto rechazo de los trabajadores hacia los recortes y las políticas neoliberales en las que insiste y persiste el ejecutivo de coalición encabezado por Lucas Papademos. Decenas de miles salieron a manifestarse por las calles de Atenas, y también en otras ciudades del país, […]
La huelga general desarrollada ayer en Grecia constituyó una demostración del absoluto rechazo de los trabajadores hacia los recortes y las políticas neoliberales en las que insiste y persiste el ejecutivo de coalición encabezado por Lucas Papademos.
Decenas de miles salieron a manifestarse por las calles de Atenas, y también en otras ciudades del país, en menor número que en otras ocasiones pero con la misma determinación que desde hace meses. La de ayer fue la séptima huelga general en lo que va de año contra la política de recortes neoliberal y la primera contra el nuevo gobierno integrado por social-liberales, conservadores y ultraderechistas.
El movimiento popular comienza a acusar el desgaste de unas convocatorias que parecen no producir ningún rédito. Los recortes continúan, se multiplican, se agravan y los sindicatos no parecen tener ninguna propuesta ante la situación. Hay quien pide que se negocie para, al menos, salvar algo; que se fijen las líneas irrenunciables y sobre el resto -y con ayuda de paros como el de ayer- se alcancen acuerdos con el gobierno. La otra posición es la de no renunciar a nada y luchar para seguir manteniendo las conquistas y derechos sociales (más o menos la propuesta actual del movimiento sindical), pero para ello las huelgas de 24 horas resultan insuficientes y han llegado a ser asumidas por el sistema. Es por ello que un número creciente de manifestantes portan durante las marchas pancartas en las que se pide una «huelga general hasta la victoria». Una huelga indefinida podría ser una herramienta decisiva para poner fin a las brutales políticas neoliberales, pero por el momento los sindicatos mayoritarios no se muestran dispuestos a dar ese paso.
En cualquier caso la protesta de ayer fue tan clara como el cinismo demostrado por ese primer ministro, sacado de la chistera de algún banquero, que aprovechó la jornada de huelga para hacer llegar una carta a los prestamistas extranjeros en la que expresaba el deseo del país de permanecer en el euro y su compromiso con cuantas reformas sean necesarias para conseguirlo.
Servicios públicos, ministerios, administraciones locales y escuelas amanecieron cerradas junto a los hospitales, donde sólo trabajaron con el personal mínimo para servicios de urgencias. Tampoco funcionaron ni el transporte público, ni los ferrocarriles y ni el crucial transporte marítimo para mantener la conexión entre todas las islas y, a última hora, también se unió a la huelga la Federación de Sindicatos de Aviación Civil, provocando la cancelación vuelos nacionales e internacionales.
En declaraciones a los medios, el presidente de la Confederación de Empleados Públicos (ADEDY), Kostas Tsikrikas, lamentó el creciente número de jóvenes que tienen que salir del país al no encontrar trabajo aquí y calificó las medidas del nuevo gobierno de «salvajes y antisociales» pues provocarán miles de desempleados.
«La huelga es contra este presupuesto de austeridad y los recortes en el gasto social», aseguró Stathis Anestis, portavoz del mayor sindicato griego, la Confederación General de Trabajadores de Grecia (GSEE), que representa alrededor de 2,5 millones de afiliados.
Entre los manifestantes era general el rechazo tanto al nuevo gobierno como a la política neoliberal de continuar y profundizar los recortes en las partidas sociales, aumentar los impuestos e incrementar los despidos en la administración pública.
«Nos engañan -me contó Vasilis Kritsas, joven licenciado en paro-, la crisis la han provocado los bancos, pero ellos son los que se están llevando todo el dinero del Estado y la única solución empezaría por negarse a pagar la deuda».
Para Kritsas, como para un número creciente de griegos, el nuevo gobierno no es más que una continuación del anterior, con la misma política que «únicamente conduce al empobrecimiento rápido y violento de las clases populares. Y ahora nos dicen que no hay dinero para pagar sueldos y pensiones, pero en el nuevo presupuesto sí que hay dinero para los bancos».
Lógicamente nadie piensa que el actual gobierno vaya a negarse a pagar una deuda que es ilegítima, «eso sólo lo puede hacer un gobierno popular -apostilla el joven manifestante-, pero ese gobierno no llegará en las próximas elecciones. Hace falta cambiar todo radicalmente y ese cambio radical sólo puede venir de la calle, no del Parlamento».
Otros manifestantes incidieron también en el rechazo popular al gobierno de Papademos. Para Stamatys Nikopulos, trabajador de un periódico en quiebra que lleva 4 meses sin cobrar su sueldo, el gobierno de Papademos es ilegítimo pues no ha sido elegido por el pueblo y su único objetivo es aprobar todas las medidas impuestas por la unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
«A este gobierno no lo ha votado nadie», así de rotunda se expresó Olympia, una jubilada que ha visto cómo su pensión se reducía en un 25 por ciento en los últimos tres meses, y no quiso perderse la movilización en la calle. Su sensación personal es que el poder ha decidido el gobierno del mismo modo que durante la dictadura se designaba a la Junta Militar. Un poder superior a la soberanía popular.
Pero esto era sólo la percepción en la calle. Y mientras aumenta el clima de desconfianza hacia el ejecutivo de coalición, en el Parlamento los debates continúan, como si nada ocurriese en el exterior, intentando allanar el camino para la aprobación del presupuesto para 2012, que incluirá mayores recortes, empeorará las condiciones sociales y menguará, todavía más, los ingresos de los ciudadanos.
Antonio Cuesta es corresponsal de la agencia Prensa Latina en Grecia
Blog del autor: Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.