«Cómo dos Spitfires inclinando sus alas en el cielo, Gran Bretaña y Polonia empiezan a volar en direcciones diferentes. El piloto polaco va hacia Berlín, pero no para bombardearla, sino para unirse. El piloto británico se dirige al Atlántico. Así Timothy Garton Ash, un historiador británico y conocedor de Polonia, describe las posturas de ambos […]
«Cómo dos Spitfires inclinando sus alas en el cielo, Gran Bretaña y Polonia empiezan a volar en direcciones diferentes. El piloto polaco va hacia Berlín, pero no para bombardearla, sino para unirse. El piloto británico se dirige al Atlántico.
Así Timothy Garton Ash, un historiador británico y conocedor de Polonia, describe las posturas de ambos países en la cada vez más desunida Europa: mientras Varsovia quiere tomar el lugar entre las naciones que «deciden sobre el futuro de la Unión Europea» (UE), Londres opta por dejarlo, aislándose del continente (The Guardian, 16/5/2013).
El paralelismo (la historia de los pilotos polacos y británicos que combatieron a los nazis en la batalla de Inglaterra, 1940-1941), es emocional y lleno de carga histórica. Pero los divergentes «planes de vuelo de dos miembros de la UE en los tiempos de la crisis se entienden solo si el pasado y las emociones se ponen al lado del frío cálculo de intereses.
La fría apuesta polaca por la estrecha colaboración con Alemania -por encima de la difícil y tormentosa historia- es una idée fix de la diplomacia y del gobierno polaco encabezado por Donald Tusk del partido liberal-conservador Plataforma Cívica (PO). En 2011 el ministro de Relaciones Exteriores Radek Sikorski expuso el marco de este insólito acercamiento en la misma Berlín subrayando, que -según los gobernantes polacos- hoy el mayor peligro para nuestro país y para la UE no son el terrorismo, talibanes, cohetes rusos ni tanques alemanes, sino el hundimiento de la Eurozona: «Soy quizás el primer canciller polaco para decir que temo menos al poder alemán que a la inactividad alemana» ( azeta Wyborcza, 28/11/2011).
Añadía que Polonia -que no ha adoptado el euro, por lo que quedaba al margen de las más importantes decisiones en la región- estaba dispuesta a «ponerse a resolver» los problemas de la UE e «involucrarse más en la construcción de un nuevo orden europeo» (The Economist, 29/11/2011).
Mientras hoy los británicos hacen todo para «despegarse del muerto», como dijo el premier David Cameron, mirando a los Estados Unidos y debatiendo sobre una posible salida de la UE, Polonia quiere ubicarse más en su corazón, subrayando a la vez que «el camino para salir de la crisis es a través de una mayor integración».
Gritamos «¡Europa, Europa!» tratando de exorcizar la eterna desventaja geopolítica (antemurale europeo), nos reinventamos como un «país del norte» (¡sic!) -ya no del este y ni siquiera del centro…-, intentamos a superar nuestros traumas (más de un siglo de no estar en el mapa, las guerras, Katyn, Yalta, el telón de acero, etcétera), pero al final acabamos cautivados por ellas: frente a una crisis no queremos quedarnos solos, como ya ocurrió varias veces en la historia.
Nos ayudamos con un poco de British-bashing: criticando a Londres su «euroescepticismo» y «falta de interés en el continente» (como durante la reciente mesa redonda polaca-británica en Cracovia, descrita por Garton Ash), resaltamos nuestro «compromiso». En realidad es un juego simbólico que tal vez se sirve de un nuevo lenguaje diplomático, pero no cambia las coordenadas básicas de la política polaca: las elites en Varsovia son tan «atlánticas y apegadas a Estados Unidos» como las élites en Londres (siendo Polonia incluso un aliado más incondicional, orientado a los republicanos) y nuestras «diferencias con Gran Bretaña» tampoco son tan profundas (Sikorski es un egresado de Oxford y parte del mismo círculo de alumnos que David Cameron o George Osborne).
Sin embargo, mirando al continente lo que más teme la diplomacia polaca es el «egoísmo» de Francia y su visión de «pequeña Europa»; en un ejercicio de realpolitik y apostando por el «más fuerte» nos adherimos a Alemania y a su visión de la UE «grande y diversa» (que permite a Berlín ejercer su hegemonía, avalada así por Polonia).
También es el dinero: Alemania es el mayor contribuyente al presupuesto común y Polonia el mayor beneficiario de los fondos para los nuevos miembros. Fue gracias a ellos -y a una afortunada confluencia de factores- que como los únicos evitamos una mayor recesión (algo que ya llega a su fin).
Pero es justamente aquí dónde el curso a Berlín puede resultar mal calculado: las elites polacas alabando al modelo económico alemán, coinciden que la única receta para la eurozona es la «disciplina fiscal. En su visión ésta ya tiene «buenos resultados y la «recuperación está por llegar; estando más cerca de Alemania nos montaremos mejor en la nueva ola del crecimiento (¡sic!). Tal vez será también el momento para entrar al Euro, el tema principal en la agenda con Berlín (aunque en privado los políticos polacos son más reservados: la posibilidad de ir devaluando al zloty fue otro factor que nos salvó en estos años).
Sin embargo según el reciente y sombrío pronóstico de la misma Comisión Europea la recesión en la UE se prolongará «más de lo previsto» (AP, 3/5/13). En vez de «recuperación y crecimiento» habrá más «sadismo económico« dictado desde Berlín y más vacilación e inacción, alemana algo que parecía temer más el canciller polaco (una nueva táctica disciplinaria, que Ulrich Beck, un sociólogo alemán ha denominado «merkiavelismo«), una mezcla que aunque hasta ahora salvó la Eurozona, lo hizo solo a costa de un enorme sufrimiento impuesto a sus habitantes, sobre todo los de los países del sur como Grecia, España o Portugal.
La integración europea en su origen se pensó como una herramienta para superar los traumas de la Segunda Guerra Mundial que llevó al continente al borde de la destrucción.
Una huella profunda reflejada por ejemplo en la obra de W. G. Sebald (1944-2001), un escritor alemán afincado en Inglaterra (Austerlitz, Los emigrados ), transmitida por su padre, soldado de Wehrmacht que participó en la invasión de Polonia en 1939. Tratando con los viejos demonios Sebald tocó incluso -en Guerra aérea y literatura ( uftkrieg und Literatur, en español: Sobre la historia natural de la destrucción)- un tema tan polémico como los bombardeos de las ciudades alemanas por parte de los aliados.
La UE cómo un adhesivo mantenía los viejos enemigos juntos (contribuyó por ejemplo a la reconciliación de Francia y Alemania y a la reconciliación polaca-alemana), pero con la crisis algo empezó a soltar: a causa de la política económica y las condiciones de los «rescates draconianos» volvieron las rivalidades del pasado y se encendieron de nuevo los estereotipos nacionales, cosas que los «padres fundadores» de la Unión querían neutralizar.
Aunque el tema de una posible guerra en el continente ya apareció en el foro europeo -en 2011 Jacek Rostowski, el ministro de Finanzas polaco alertaba en el Parlamento Europeo de que la crisis podría acabar en una -hoy el mayor peligro no es otro 1939, sino las mismas políticas y «soluciones que pretenden combatir la crisis», pero que en realidad combaten a la gente y arrasan el continente-. En este sentido ya estamos en una guerra y es una guerra de clases de la que hablaba no sólo Marx, sino también por ejemplo -analizando las crisis capitalistas y sus posibles salidas en el contexto de la Gran Depresión- el gran economista polaco Michal Kalecki, investigador de London School of Economics, Oxford y Cambridge, para quién la «austeridad era simplemente una herramienta de transferir la riqueza de muchos a manos de pocos».
El actual curso de la diplomacia polaca a Berlín más que un plan de «salvar la UE» es un intento de mantenerse a flote, rezando para que no se cumpla el escenario de la implosión de la Eurozona; más que un resultado de un compromiso y «amor a Europa», es un efecto de una urgencia financiera. Lo más preocupante sin embargo es que Varsovia no tiene ninguna intención de corregir o revertir las nefastas políticas que destruyen Europa, haciendo parecer que «no hay alternativoa». Su postura es un respaldo incondicional al diktat alemán («la vuelta a la competitividad tiene que doler») y al proceso de reorganización germana de la UE que pretende entre otras cosas eliminar finalmente los vestigios del Estado de bienestar, uno de los fundamentos de la cohesión y la estabilidad europea post-1945.
Si más bien la guerra aérea ya dejó de ser una historia de pilotos y batallas (y se volvió una cosa de drones ), en Europa la amenaza sigue viniendo del cielo: Spitfires polacos y Messerschmitts alemanes volando juntos en una formación cerrada son un aviso de más destrucción.
Maciek Wisniewski es un periodista polaco. Este texto es una version amplia de un comentario publicado en La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2013/05/24/opinion/017a2pol
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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