Experto en temas europeos y del capitalismo global, ex profesor de la Universidad Carlos III y miembro de Ecologistas en Acción, Ramón Fernández Durán lleva 30 años vinculado al activismo social. Esta experiencia junto a una percepción aguda y reflexiva de la realidad le permiten ofrecer un certero diagnóstico de las dinámicas económicas y políticas que acontecen en la actualidad
¿Cómo te inicias en el activismo social y político?
Me inicio en los años 70, en el movimiento ciudadano vecinal. En esa época dentro del movimiento había preocupación por la ciudad y el impacto del transporte, temas en los que trabajé bastante y que estaban relacionados con la ecología. Así, comencé a colaborar con Aedenat (Asociación Ecologista para la Defensa de la Naturaleza). Posteriormente el movimiento vecinal se fue agotando y dedique más esfuerzos al Comité Anti-OTAN. Cuando este movimiento entra en crisis tras la pérdida del referéndum, concentro mi actividad totalmente en Aedenat.
¿Y el paso a Ecologistas en Acción?
Dentro de Aedenat latían dos almas, la de un ecologismo más político social y la de uno más ambientalista. Aedenat se implicó a fondo en el movimiento Anti-OTAN y eso le dio un carácter más político que enlazó con la Coordinadora Estatal Antinuclear. A partir de la coordinadora, Aedenat empieza a tomar peso específico, se crean grupos territoriales y nace la Federación de Organizaciones Ecologistas. A mediados de los años 90, se plantea una convergencia de grupos más extensa que en 1998 se materializa en Ecologistas en Acción, con un discurso más amplio y posicionamientos políticos muy diversos.
Aparte de tus vínculos con el movimiento ecologista, eres un experto en temas europeos. ¿De dónde nace ese interés?
En España, Europa ha sido un mito y eso ha afectado mucho al posicionamiento crítico sobre el proyecto europeo. Un ejemplo: cuando España ingresa en la CEE no hay ningún voto en contra en el Parlamento.
Se trata del proyecto de las elites financieras, económicas y políticas para seguir desarrollando un capitalismo crecientemente globalizado, pero curiosamente ha sido aceptado por las distintas organizaciones políticas, sindicales y sociales españolas sin que los intereses contradictorios que podían existir lograran expresarse. Esto no se ha dado en ningún país comunitario, cuyos procesos de integración han resultando bastante más complejos y han contado con oposición. Es tremendo el peso que tiene el mito de Europa y para poder entenderlo habría que remontarse a las guerras de religión y a cómo los sectores progresistas se han vinculado con dinámicas europeas: de Europa venía la modernidad, los movimientos obreros partían de Europa y, durante el franquismo, Europa representaba la referencia democrática.
Sin embargo, ese mito parece haberse roto de alguna manera.
Creo que ahora entramos en una situación distinta. Por ejemplo, respecto a la Constitución europea, los grupos políticos que la propugnan no crecen y el espectro que la apoya se empieza a resquebrajar. Se resquebraja a la vez el mito histórico que intenta emparentarse con un proyecto europeo que claramente responde a otros intereses y todo ello se afianza después del no francés en el referéndum.
Por otra parte, ha cambiado la posición de los movimientos sociales y las organizaciones políticas que están en contra de la globalización y que hasta el momento no habían dedicado demasiado espacio a la crítica del proyecto europeo y sí a cuestiones como el FMI, el Banco Mundial o la OMC. Ahora el proyecto europeo va a estar muy presente en el Foro Social Europeo.
Algo de lo que no cabe duda es que la Constitución intenta legitimar una Europa neoliberal
Simplificando mucho, la Constitución tienen tres objetivos. Las críticas se han centrado precisamente en que se trata de la expresión de la Europa neoliberal y que además no es un proceso democrático, dos aspectos que están claros. Pero han quedado más desdibujadas dos aportaciones nuevas y que suponen un salto importante respecto a lo anterior: por una parte, la construcción de la Europa político militar y por otra, la de una Europa a distintas velocidades comandada por un centro.
Es necesaria una Europa más amplia porque el tamaño importa en un nuevo mundo global en el que hay que competir con grandes bloques como China o Estados Unidos. A la vez, se quiere construir una Europa político militar y para ello los grandes, Francia, Alemania y Gran Bretaña, lograron llegar a un consenso que se manifestó en la Constitución. Sin embargo, tras el no francés y holandés en el referéndum, resulta complicado legitimarlo.
¿En qué situación nos encontramos ahora?
Pienso que en un impasse. Hay que ver cómo se desarrolla esa Europa político militar y si es más o menos atlantista, cuestión que se debe volver a articular y pactar. Francia era la más interesada en una política militar autónoma de EE UU, pero su postura se halla muy debilitada tras la pérdida del referéndum. El segundo punto a consensuar es hasta dónde tiene que llegar a la ampliación de la Unión Europea. Los sectores del capital pugnan porque sea cada vez más extensa porque así las normas del mercado único se aplicarán en más territorios. Otros elementos a discutir son de qué manera se van a tomar las decisiones en esa Europa de varias velocidades y por qué vía se va legitimar todo lo anterior. Yo creo que a referéndum ya no se va a someter nada; se intentará imponer de forma autoritaria o someterse sólo a aprobación parlamentaria.
¿Crees que es posible implantar un modelo de gobierno autoritario en Europa? Ese proyecto ha sido difícil de impulsar hasta en Estados Unidos. Ha bastado con que la situación en Irak se recrudeciese o que apareciese el Katrina para que entrara en crisis antes de lo que se pensaba. En el caso europeo resulta incluso más complicado implantar, porque aquí no hay un gran partido demócrata y otro republicano, sino una gran diversidad de fuerzas políticas que dificultan el acuerdo. Pero por otro lado, eso es lo que demandan las actuales dinámicas económicas y financieras que precisan un desmantelamiento del modelo social para seguir acumulando y creciendo. Lo demandan porque hay mucho dinero creado en base al proyecto europeo y ese dinero necesita aposentarse en espacios para que no se generen burbujas especulativas que puedan estallar. Así, resulta necesaria la privatización de los recursos básicos y sectores controlados por el Estado, como las pensiones, la sanidad o la educación. Y crear nuevos espacios supone ejercer una gran presión sobre la fuerza asalariada que ya vive una fuerte competitividad y un abaratamiento del mercado laboral. Continuar con esa presión, la cual no se puede lograr por vías democráticas y requiere de una gobernabilidad «dura», no es fácil, sobre todo si hay una degradación progresiva de las condiciones de vida de la población.
Respecto a las condiciones de vida, muchos también se quejan de que la llegada del euro ha disparado los precios.
Yo creo que ese debate ha estado menos presente en España que en otros países europeos. En el caso de Holanda, donde también se dio un alza de precios de productos de primera necesidad, fue mucho más importante y sus consecuencias se mostraron en el no al referéndum. Y es que la evolución económica de los países europeos es distinta. España crece tres veces por encima de la media comunitaria y hay mucho dinero fácil, lo que lleva a una imagen de falsa prosperidad impulsada sobre todo por el sector inmobiliario. Es verdad que muchos no pueden adquirir una vivienda por su elevado precio, pero otros, como los tipos están bajos, se embarcan en la compra. Sin embargo, no hay que olvidar que España tiene un déficit de la balanza por cuenta corriente del siete por ciento, el mayor del mundo, y existen fortísimos desequilibrios que por ahora no se manifiestan, pero que lo harán en el futuro. Pienso que los sectores más débiles de la sociedad han sido los más afectados por la introducción del euro, pero las fuerzas políticas y sindicales no han recogido sus quejas, quizá también influidas por ese clima de aparente bonanza económica.
Hablando de fuerzas políticas y sindicales, ¿de qué manera se estructuran las resistencias contra la Europa neoliberal?
Encontramos tres grandes espacios. Primero están las fuerzas de la izquierda institucional que se oponen a ese proyecto, plantean su reforma y un cambio en su orientación neoliberal. Otro sector lo forman los que proponen la refundación del proyecto europeo y que se apoyan en la izquierda radical procedente de los distintos movimientos marxistas. Finalmente, el tercer sector engloba a quienes quieren la reconstrucción de Europa y la construcción del Estado nación para llegar a nuevas estructuras; aquí se encuentran grupos del campo libertario. La virtualidad que ha tenido la Constitución europea es que esos espacios han empezado a confluir, a debatir y a reunirse en lugares como el Foro Social Europeo. Sin todos estos sectores resulta imposible frenar el proyecto neoliberal. Es imprescindible su confluencia y la reflexión para avanzar conjuntamente.
De todas formas, una parte de la izquierda argumenta que frente a Estados Unidos, hay que reforzar Europa como un polo menos agresivo y más democrático.
Es cierto que dentro de la izquierda antiglobalización ha calado el discurso de que Europa es el «bueno» y los EE UU, el «malo». Yo soy muy crítico con esta postura porque supone impulsar la Europa superpotencia. Recordemos que a la vez que se aprueba la Convención de Salónica en 2003, se aprueba el documento Solana con una nueva estrategia de defensa que contempla el desarrollo militar autónomo de Europa, una Europa crecientemente agresiva e intervencionista. De hecho, el documento amplía las posibilidades de intervención militar a tres supuestos, los mismos que forman parte de la estrategia de defensa estadounidense: el desmantelamiento de armas de destrucción masiva; la lucha contra el terrorismo internacional; y la intervención en Estados fallidos.
El afán intervencionista del proyecto europeo vuelve a radicar en las dinámicas de acumulación de capital que implican el consumo creciente de recursos no renovables. Estos recursos están en el exterior del espacio europeo y se hace imprescindible acceder a ellos. Por otro lado, hasta ahora las formas de dominio «dulce» de Europa se debían, entre otras cosas, a su debilidad en el plano político militar.
Frente a todo ello ¿cómo ves la situación de los movimientos sociales? ¿Se ha producido un repliegue en la movilización?
Desde mi punto de vista, los movimientos sociales han pasado por distintas etapas dentro de la dinámica del capitalismo global. Una primera etapa, que va de los años 80 hasta los 90, supone la adaptación a la crisis del modelo anterior y la gestación de nuevas formas de movilización que irrumpen en Seattle. Otro ciclo va del año 1999 a 2001, de Seattle a Génova, momento en que nace el movimiento de movimientos y la movilización en torno a las cumbres para deteriorar la imagen de los organismos como el FMI. Después, aparecen las nuevas formas de gobernabilidad tras el 11 S y la lucha contra el terrorismo, una situación que coincide con un repliegue del movimiento global, que se vuelca más sobre lo local. Tras el repunte en torno a la guerra en Irak, se vuelve a producir otro repliegue.
Opino que quizá ahora haya menos visibilidad de las resistencias, pero existen importantes protagonismos sociales que están bajo la superficie; los movimientos espontáneos no pueden existir sin redes.
¿Y el trabajo de estas organizaciones y grupos de cara al futuro?
Quizá entremos en etapas distintas. Creo que los movimientos sociales deberían tener en cuenta tres tipos de conflictos que muestran cierto paralelismo con la situación que se dio a principios del siglo XX y que se materializó en la I Guerra Mundial. La izquierda no supo ver entonces lo que se avecinaba. Estos conflictos son el creciente enfrentamiento de Europa y Estados Unidos; la rivalidad progresiva entre los espacios centrales y los periféricos, sobre todo para acceder a los recursos; y el más importante, el choque de civilizaciones. Es básico cómo nos situemos frente a ellos para intentar prever otros conflictos en el futuro, muchos de los cuales ya están estallando.
Esta entrevista ha sido publicada en el nº 19 de la edición impresa de Pueblos, pp. 24-26.