Traducción de Correspondencia de Prensa
Los trabajadores italianos resisten contra las políticas del gobierno durante esta crisis del coronavirus. Luca De Crescenzo y Yaak Pabst hablaron con Eliana Como, de Bérgamo, sobre la doble vida de la clase obrera, los engaños mortales de la cámara de industrias y sobre cómo se organiza una huelga a pesar de la prohibición de reunirse.
-Cuéntanos cómo es la situación que enfrentan los trabajadores italianos en este momento.
Miramos el futuro con preocupación. Las medidas tomadas por el gobierno italiano han sido muy contradictorias desde el principio y han hecho recaer la enorme carga de la crisis sobre los trabajadores. Los trabajadores y los empleados están pagando un precio muy alto por esto, tanto en términos de salud como financieros.
-¿Un precio elevado?
Millones de personas en Italia llevan una doble vida: Los fines de semana, como «ciudadanos» no pueden ni siquiera ir a pasear al parque. Pero los lunes tienen que volver al trabajo y al hacinamiento como trabajadores, van en autobuses y tranvías y están todo el día en contacto con cientos de compañeros de trabajo. Es un riesgo para ellos mismos y limita el alcance de las medidas de contención.
-¿A quién te refieres exactamente?
Sobre todo a los que tienen que trabajar duro y a los que ni siquiera se les garantizan las medidas de seguridad mínimas. Las personas más afectadas son, por supuesto, las que trabajan en los llamados sectores esenciales, es decir, los servicios públicos, empezando por la salud, pero también en la distribución de alimentos, el transporte, la limpieza y los servicios públicos. También se ven afectados los trabajadores de sectores que no son esenciales para la vida, especialmente la producción industrial, que hasta hace poco estaban (y siguen estando) en pleno funcionamiento. Además, el peso de esta crisis ha tenido un impacto drástico en los salarios de los trabajadores.
-¿En qué sentido?
Algunas empresas han cerrado, los ingresos de los trabajadores fueron liquidados tarde y parcialmente.
-Pero el gobierno ha ratificado el decreto «Cura Italia». ¿Junto con la «cassa integrazione» se supone que protege a los trabajadores de los recortes salariales?
El gobierno promete mucho, pero la llamada «cassa integrazione» [seguro de desempleo parcial] sólo cubre una parte del salario. Un trabajador ordinario recibe poco más de la mitad de un salario medio. Mucha gente ni siquiera tiene derecho a la «cassa integrazione». Los trabajadores precarios sólo tienen derecho a una prima única de 600 euros por todo el período en el que no trabajen. Los que trabajan en pequeñas empresas están cubiertos sólo por una forma específica de «cassa integrazione», financiada por las Regiones, y van a tener que esperar 5 o 6 meses para cobrar.
-¿Cuántas personas siguen trabajando? Según algunas estimaciones razonables, 12 millones de personas siguen trabajando, es decir, el 60% del total de trabajadores y empleados.
No puedo decírtelo exactamente. La única respuesta que puedo darte es: ¡todavía son demasiados!
-Pero el gobierno había decidido suspender la producción en las industrias no esenciales. ¿En qué ha quedado eso?
Fueron sólo anuncios. Anuncios tardíos, hechos en Facebook por el primer ministro Conte cuando ya había cuatro mil muertes sólo en Lombardía, la región más afectada y a la vez más industrializada de Italia.
-¿Entonces no pasó nada?
Sí, pero con un retraso dramático. Y hubo una batalla abierta muy importante con los empresarios.
-¿Con qué resultado?
Al día siguiente del anuncio del Primer Ministro Conte, la Confindustria – la federación de empresarios italianos – intervino en la elaboración del decreto, sobre la definición de las actividades consideradas esenciales.
-¿Cómo es eso?
La lista de empresas esenciales se fue haciendo cada vez más larga. Por ejemplo, entre las actividades consideradas esenciales está la del caucho sintético. Si se tratara de los guantes de látex indispensables, sería correcto. Pero estamos hablando de la producción de neumáticos. Otro ejemplo escandaloso: la industria de armamentos. El Ministerio de Defensa hizo una declaración en la que pide cortésmente a las fábricas que reduzcan la producción. Pero es un pedido, no una obligación, por lo que a las empresas les importa un bledo.
-Pero entonces el gobierno promulgó un nuevo decreto, ¿es así?
Digamos que si el primero ya llegaba tarde, hacer otro era una pérdida de tiempo criminal. Los días perdidos no son sólo los que hay entre un decreto y otro, sino también los que hay entre el cierre necesario de algunas empresas y la posibilidad de que éstas cumplan mientras tanto con sus pedidos. Algunas empresas pudieron evitar el cierre. Por lo tanto, aunque el nuevo decreto es mejor que el anterior, deja muchos problemas pendientes, tal vez debido también a la falta de convicción de los propios actores principales.
-¿Y el gobierno no está convencido de que el virus debe ser combatido por todos los medios?
Sin las «huelgas salvajes» que hubo, sin una amenaza de una huelga general por parte del movimiento sindical y sin las pequeñas acciones de protesta en las fábricas, no habría habido acuerdos. El gobierno fue presionado por los trabajadores. Pero aún quedan muchas carencias, en muchos sectores no está claro lo que debe ser considerado como esencial.
-¿Por ejemplo?
Pienso en los bancos y en las compañías de seguros. Pienso, por otra parte, en los carteros que no sólo realizan actividades esenciales sino que al mismo tiempo corren un gran riesgo y pueden transmitir o ser contagiados con el virus. Dos carteros ya han muerto aquí en Bérgamo.
-¿Cómo se aplican las medidas gubernamentales?
Muchas empresas han cambiado la definición de su actividad de la noche a la mañana para que su actividad aparezca como esencial. Además, las empresas que no pertenecen a sectores esenciales pueden seguir abiertas si están insertas en la cadena de producción de un producto esencial.
-Entonces, ¿cómo se define el carácter de esencial?
A través de una certificación establecida por la propia empresa.
-¿En serio?
La empresa se comunica con el prefecto (es decir, con el representante del gobierno en la provincia), que luego consulta a los sindicatos, pero al final, es él quien toma la decisión. Todos los prefectos no se preocupan por eso y entonces, en las empresas en las que no hay sindicato no podemos hacer nada o muy poca cosa. En cambio, donde los trabajadores son fuertes y están afiliados a un sindicato, las empresas han tenido que cerrar.
-Explica un poco más este aspecto.
Desde que se declaró la emergencia sanitaria, empezó la preocupación de los trabajadores. En las fábricas donde había una fuerte organización, el cierre fue implementado inmediatamente desde abajo. Por ejemplo, la empresa «Same» de Bérgamo, que es uno de los bastiones de Riconquistiamo Tutto!, fue cerrada a finales de febrero gracias a un acuerdo sindical.
-Pero esto es realmente una excepción.
Por supuesto. Pero algo empezó a moverse rápidamente también en otros centros de trabajo. Los trabajadores empezaron a cuestionar las políticas esquizofrénicas del gobierno: por un lado, un gobierno que los inundaba de consejos y de obligaciones a quedarse en casa. Por otro lado, vas a trabajar todos los días como si no pasara nada. Pero, sin embargo, los sindicatos cometieron un error.
-¿Qué quieres decir?
A medida que la bronca y el miedo crecían, los sindicatos se focalizaron en una afirmación ilusoria, la del trabajo en condiciones de seguridad.
-¿Y por qué ilusoria?
En muchos lugares de trabajo, en particular en las fábricas, eso es imposible, no hay forma de respetar la distancia de seguridad. Y tampoco era realista pensar que llegarían equipamientos de protección, siendo que no había ni siquiera para los trabajadores de la salud.
-Pero los trabajadores saben protegerse…
Por supuesto. Pero en las actuales circunstancias, cuando faltan equipos de protección, es por lo menos ingenuo exigir un «trabajo seguro» en lugar de plantear que se cierren las fábricas. Y contar con protecciones, habría sido igual de criminal: habría significado que faltarían en los hospitales y para las actividades realmente esenciales.
-¿Cuáles fueron las consecuencias de centrarse en el reclamo de «trabajo seguro»?
Se perdió un tiempo precioso. Aunque fue firmado un protocolo de seguridad con las empresas. Pero eso fue prácticamente inútil. Mientras que se introdujeron nuevas obligaciones para los empleados, como tomarles la temperatura, por ejemplo, sólo había recomendaciones no obligatorias para las empresas. El resultado fue que millones de personas siguieron viéndose obligadas a trabajar, y un factor importante para romper las cadenas de infección fue ignorado, a saber, el cierre de empresas no esenciales.
-¿Cómo se llegó al acuerdo?
No se habría producido sin las acciones de protesta de los trabajadores de las fábricas, que presionaron no sólo a los patrones, sino también a las tres principales federaciones sindicales.
-¿En qué sentido?
Puedo citar las fábricas donde somos fuertes como Riprendiamoci tutto!: GKN, Piaggio, Electrolux, Fincantieri, en las que los trabajadores ya habían hecho oír su voz. Pero también otros grupos industriales, como Fiat-Chrysler. Luego viene el sector de la logística, donde el SI Cobas (https://sicobas.org/) organiza las luchas de los trabajadores desde hace muchos años. Y finalmente hubo formas de lucha más espontáneas e individuales, como llamar al médico, tomarse licencia o simplemente no presentarse a trabajar. Puede parecer extraño, pero el miedo y la bronca estallaron después de la firma del protocolo. Una ola de huelgas en todo país. No sólo donde los trabajadores eran fuertes y estaban organizados, sino también en fábricas menos combativas, los trabajadores pararon la producción. Eso también se debió al hecho de que al cerrar algunas grandes fábricas, otras industrias comenzaron a perder pedidos y contratos. Entonces, los trabajadores vieron que la situación estaba cambiando y actuaron en consecuencia.
-¿Pero cómo se organiza una huelga en tiempos del Coronavirus?
Era demasiado tarde cuando los sindicatos confederados llamaron a una movilización nacional para cerrar fábricas, así que al principio, muchos trabajadores tuvieron que proponer sus propias iniciativas. La preocupación era tan grande que todos los procedimientos habituales fueron dejados de lado. Para organizarse, los trabajadores utilizaron las redes sociales. Por ejemplo en Electrolux o en Forli, la huelga, que tuvo mucho éxito, se organizó enteramente a través de Whatsapp.
-Pero las asambleas están prohibidas y las fábricas no pueden estar bloqueadas por piquetes de huelga…
La gente no es estúpida. Los trabajadores mantuvieron la distancia necesaria entre sí durante los piquetes frente a las fábricas.
-¿Y cómo reaccionaron los dirigentes sindicales ante estos movimientos desde abajo?
En mi opinión, se perdió una oportunidad histórica. La dirección nacional tardó dos semanas en pedir el cierre de la producción no esencial, y las movilizaciones fueron convocadas sólo para ciertas categorías de trabajadores y en ciertas regiones, o por delegados, fábrica por fábrica. Ni siquiera las convocaron en los días en que se multiplicaron las huelgas espontáneas.
-¿En qué medida fue negativo?
Era el momento en que había que declarar la huelga general. Los trabajadores estaban movilizados y el gobierno habría tenido que escucharlos. La dirección sindical se centró en la consigna sobre el cumplimiento de las condiciones de seguridad, pero todos sabíamos que éstas no se respetaban en casi ningún sitio. Se perdió tiempo, lo que en una situación como la actual significa vidas humanas, y dejó espacio para que Confindustria dictara sus condiciones. Y ahora estamos aquí, con estos decretos tardíos e insuficientes.
-¿Y qué deberían haber hecho?
Imponer el cierre de toda la producción no esencial. Esa era la condición para salvar incluso a aquellos que trabajan en las empresas en las que no hay sindicato, que son muchas: las pequeñas y medianas empresas, a menudo de subcontratación, que continúan como si nada hubiera pasado, donde los trabajadores son extremadamente vulnerables al chantaje, muy a menudo hay extranjeros que, si pierden su trabajo, también pierden el derecho a seguir viviendo en Italia. Muchos de los que lucharon en aquellos días, y yo misma, lamentamos que pese a haberlo dicho desde el principio no fuimos escuchados y no tuvimos peso sobre nuestros dirigentes. Pero esta situación no puede seguir así.
-¿Qué quieres decir?
En primer lugar, en mi opinión la situación es mucho más trágica de lo que se dice. Aquí, en la provincia de Bérgamo, muchas muertes no se cuentan porque mueren solos en sus casas o en residencias de ancianos, donde la situación es trágica (incluso para los que trabajan allí), sin tener acceso a los centros hospitalarios sobrecargados y, por lo tanto, sin tener siquiera un diagnóstico oficial post mortem.
-¿Cuáles son tus principales preocupaciones?
Para mí, la situación es explosiva en muchas áreas, incluyendo las esenciales. En el transporte, por ejemplo. Pero la situación también se está volviendo cada vez más precaria en los supermercados, que están abiertos los fines de semana y por lo tanto los trabajadores no tienen siquiera tiempo para desinfectar a fondo los locales.
-¿Cuál es la situación de los que trabajan en los hospitales?
En los hospitales y asilos del norte, todos los empleados soportan una presión enorme y han estado literalmente en la línea del frente durante todas estas semanas. Con esto me refiero al personal de investigación, médico, de enfermería y de limpieza. El principal problema es que el sistema de salud italiano ha sido destrozado en las últimas décadas – hay una falta enorme de recursos financieros, materiales y de personal. Esto afecta a los trabajadores médicos y de enfermería, que han tenido que asumir una carga increíble estas semanas. Por ejemplo, turnos extremos que van mucho más allá de las horas normales de trabajo, sabiendo que los salarios se han mantenido prácticamente invariables durante casi 10 años debido a la política de austeridad. Incluso los investigadores que fueron los primeros en aislar la cepa del virus italiano en el hospital de Milán tienen trabajos inseguros. ¡Es un desastre!
-¿Cuáles son sus reivindicaciones?
Necesitamos urgentemente muchos más recursos para la salud pública y más personal. Hay suficiente dinero. Para eso, el gobierno podría recortar el gasto militar, que en Italia es uno de los más altos de Europa.
-¿Qué lecciones se pueden sacar de las últimas semanas?
Para mí, está claro que no se debe gastar ni un solo euro en atención médica privada. Hemos visto que el sector privado no está invirtiendo en lo que es realmente necesario en estas situaciones. Y tendremos que preguntarnos también cuál es el verdadero impacto de la contaminación ambiental, porque la llanura del Po, que es el lugar más contaminado e industrializado de Europa, no sólo de Italia, es donde el virus más se ha arraigado. Espero que, de todo esto, también hayamos aprendido que Confindustria es una organización criminal que pone sus beneficios por encima de la vida de las mismas personas que trabajan para ella y que la rabia de los trabajadores muy a menudo va más allá de las orientaciones de las direcciones sindicales.
-¿Qué papel pueden jugar los sindicatos en Italia para garantizar la contención de la pandemia?
Tenemos que impulsar los intereses de la clase obrera en la crisis. En Italia, por ejemplo, estamos luchando actualmente por el cierre real e inmediato de los sectores no esenciales de la economía. Es de esperar que las huelgas y protestas en las fábricas continúen. Sobre todo, para evitar la propagación del coronavirus en el sur de Italia. Otra lección importante es que no todos estamos en el mismo barco. Si el movimiento sindical actúa según el principio: «la gente antes que los beneficios», eso significa resistir y combatir las soluciones a la crisis que presentan los que están en el poder.