Traducido por Gorka Larrabeiti
Un ruido me persigue desde hace tres días. Ruedan ruedas, chocan, vibran y chirrían hierros. De fondo se oyen lamentos de personas. Lo soñé también anoche. Es el ruido de las deportaciones.
El ejército libio irrumpió en la cárcel de Misratah el 30 de junio al alba, al día siguiente de la revuelta de los eritreos. Muchos estaban durmiendo todavía. Se llevaron así a unas 300 personas, algunos todavía desnudos, otros heridos de las palizas de la víspera. Los encerraron en dos camiones dentro de un contenedor de hierro de esos que se usan en los trenes mercancías y en los cargueros. Cuando conseguí ponerme en contacto con ellos el 30 de junio por la tarde estaban aún dentro de los contenedores. El camión iba rápido por la carretera y en cada bache la chapa del contenedor chocaba contra el remolque. A. no hablaba inglés, pero cuando oyó la palabra «Italy» pasó el móvil a otras personas balbuceando algo en lengua tigriña. En la oscuridad del contenedor, en ese horno que debe ser ese cajón de hierro bajo el sol del Sáhara, repleto con 150 personas una encima de otra, de mano en mano, el teléfono llegó a manos de D. Era el único teléfono que habían conseguido salvar de los registros. El último hilo con el mundo exterior. D. hablaba en inglés. «Hay mujeres y niños desmayados aquí en medio. No hay aire».
Vi esos contenedores en 2008 en Sebha. Los fotografié a escondidas. Los vio igual que yo el gobernador Mario Morcone, del Ministerio italiano del Interior en sus misiones en Libia. Los vieron también Marcella Lucidi y Giuliano Amato cuando en 2007 volaron a Trípoli para firmar el acuerdo sobre devoluciones impulsado por el gobierno Prodi -cosa que se olvida a menudo-, antes que llegaran Maroni y Berlusconi.
En esos contenedores les metería a todos estos señores. Es más: metería a sus hijos. Luego les sentaría a la vera de los padres y madres que en estos momentos están llorando por el destino de sus seres queridos en Libia. Porque -este es un aspecto que suele olvidarse- todos los eritreos que atraviesan el mar tienen en Italia un familiar que los espera, un familiar que les mandó con Western Union dinero para dejar atrás la dictadura. Y frentea esos nombres, la razón política vacila. ¿Conforme a qué interés de Estado consolará el ministro Maroni a una madre que tiene a su hijo dentro de ese contenedor con destino a una de las prisiones del Sáhara? O peor a su hija, que acaso será violada o apaleada por sus carceleros libios.
¿Pero por qué tomársela con los políticos? Después de todo son la expresión de la voluntad popular. Es Italia entera la que ha olvidado los nombres de la diáspora eritrea y los de todas las diásporas que cruzan la frontera desde hace años por mar. La política y la prensa nos han enseñado a borrar sus nombres, a llamarlos «clandestinos», no hombres. Esta prensa perezosa, atentísima a sacar brillo a los mocasines de los políticos de turno, deshabituada a mancharse los zapatos en el campo. Quién dijo ley mordaza. El silencio de los medios de comunicación sobre el destino de los migrantes devueltos se llama autocensura. Y es un silencio culpable. Porque cuando dejemos de contar estas historias será como si nada hubiera ocurrido jamás. Se nos seguirá llenando la boca de retórica, acaso condenando las deportaciones de los judíos mientras alrededor de la «civilizada» Europa los muertos de la diáspora eritrea se cuentan por miles. Nos obstinamos en no entender que son nuestros muertos: son familiares de nuestros nuevos conciudadanos. Si no se lo creen, vayan a Alemania.
Hoy en Frankfurt se celebra una misa en memoria de los 77 eritreos que fueron abandonados frente a las costas de Malta en agosto de 2009 tras 23 días a la deriva. La organizaron los eritreos alemanes. La señora Gergishu Yohanes, de Colonia, tenía a su hermano pequeño, un chico de 16 años en esa barca. Fue ella quien se puso en contacto con los familiares del resto de víctimas. Llegarán a Frankfurt de toda Alemania, de Inglaterra, Suecia, Noruega, Suiza, Estados Unidos e Italia, donde hoy viven como refugiados. También los eritreos de Libia hubieran querido celebrar una misa por esos muertos. Pero los hechos de Misratah han sembrado el pánico. Mis amigos e informadores eritreos en Trípoli ya no salen de casa ni siquiera para actualizar sus blogs en los internet cafés de la capital. Tienen un miedo atroz. Miedo de que los 300 eritreos deportados desde la cárcel de Misratah sean repatriados y acaben en las cárceles del régimen eritreo. Y de que los próximos sean ellos.
http://fortresseurope.blogspot.com/2010/07/ho-sentito-quelle-voci-nel-container.html
rJV