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Entrevista con Jo Berry, hija de una víctima del IRA, y Pat Magee, militante del IRA

«He transformado mi dolor en pasión por la paz y así he ampliado mi humanidad»

Fuentes: Público

Jo Berry es hija de Sir Anthony Berry, miembro del Parlamento británico y del partido conservador inglés, asesinado por el IRA en el atentado del Grand Hotel de Brighton de 1984. Pat Magee fue el militante del IRA que puso la bomba. Tras pasar 13 años en la cárcel, salió amnistiado gracias al Acuerdo de […]

Jo Berry es hija de Sir Anthony Berry, miembro del Parlamento británico y del partido conservador inglés, asesinado por el IRA en el atentado del Grand Hotel de Brighton de 1984. Pat Magee fue el militante del IRA que puso la bomba. Tras pasar 13 años en la cárcel, salió amnistiado gracias al Acuerdo de de Paz de Viernes Santo en 1999. Ambos se encontraron en el año 2000 y exponen juntos desde entonces su apuesta por la paz, el diálogo y la reconciliación.

Han realizado un documental para la BBC sobre su experiencia (Facing the enemy) y ahora preparan un libro. Jo es presidenta de la organización Building Bridges for Peace (Construyendo puentes para la paz) y de la Red Internacional por la Paz. Pat es un defensor activo del proceso de paz en Irlanda del Norte. En el veinticinco aniversario del atentado de Brighton, ambos fueron invitados a hablar juntos en el Parlamento inglés.

No llevan nada apenas preparado cuando hablan en público. Parece como si en realidad prosiguieran una larga conversación íntima. Cada encuentro es en carne viva. No sólo se percibe el dolor, sino también una extraña alegría. Y sobre todo la grandísima fuerza de una vulnerabilidad compartida.

¿Qué les ocurrió?

Jo. Cuando hace veinticinco años murió mi padre, a quien yo adoraba, decidí emprender un viaje: renunciar a condenar a los demás, transformar mi dolor, poner fin al ciclo de violencia y venganza. Una parte de mí anhelaba la paz. Quería transformar mi trauma, pero ¿cómo? No lo sabía, me encontraba muy sola. Pero tenía confianza para emprender el viaje, una semilla a la vez frágil y fuerte.

Una noche, cuando volvía a casa en Londres, esperando el autobús me encontré con un joven que venía de Belfast. Charlamos y cogimos finalmente un taxi juntos. Me contó que su hermano había muerto a manos de soldados británicos. Entonces vi claro qué tenía que hacer para transformar mi trauma en algo positivo: convertirme en un puente. Construir un mundo en el que no estemos de pronto divididos como ese chico y yo, sino donde podamos ser amigos.

Pat. Nunca es fácil hablar al lado de Jo; yo he dejado un legado terrible y quiero reconocerlo. Crecí en una comunidad sin poder. Irlanda estaba dividida, una minoría no era escuchada, todas las herramientas políticas estaban proscritas. La violencia fue el resultado inevitable. No teníamos opciones y por eso decidí participar en la lucha armada. En realidad, nuestra violencia surgió de nuestra propia debilidad: no teníamos recursos políticos para cambiar la realidad, sólo los encontramos mucho más tarde. Por eso no podíamos cerrar el grifo del conflicto armado. Brighton fue un atentado importante dentro de una campaña por llevar la guerra fuera de Irlanda, directamente a nuestros enemigos, a las personas culpables del terrorismo de Estado. Entonces nos pareció la mejor manera de actuar.

¿Cómo fue su encuentro?

J. En los años 80 y 90, visité muchas veces Irlanda del Norte. Era una auténtica zona de guerra. Conocí a irlandeses que dormían totalmente vestidos porque esa misma noche sus casas podrían ser asaltadas y ellos detenidos. En esas condiciones era difícil dar con los espacios necesarios para elaborar mi trauma emocional. Encontré mucha humanidad, pero era realmente difícil escuchar y ser escuchada. Mi acento inglés sonaba como una amenaza para la gente. Tras el acuerdo de paz, las condiciones cambiaron: entonces podía ser escuchada y escuchar sin miedo.

Yo quería encontrarme con Pat para oír qué le llevó a asesinar a mi padre. Pat salió de la cárcel gracias a los acuerdos de paz de Viernes Santo. Cuando escuché la noticia por televisión, sentí dolor e ira. Pero yo quería escucharle. Algunos amigos intentaron organizarme una reunión con él. Un día, estando yo en Irlanda del Norte en el año 2000, me llamaron y me dijeron: «¿quieres conocer a Pat esta noche?» Yo me dije: «no estoy preparada, no tengo ganas en este momento», pero al final acudí. La reunión fue de una intensidad extraordinaria, duró tres horas. Durante la primera hora y media, Pat se puso un sombrero político: me daba razones y argumentos que justificaban el atentado que acabó con mi padre. Yo no quería culparle, sino oír su historia, comprenderla. Pero entonces algo sucedió y Pat me dijo: «me gustaría escuchar su dolor y su ira, ¿qué puedo hacer para ayudarla?» Ahí empezó nuestro viaje.

P. Cuando salí de la cárcel, la situación era nueva. Yo me preguntaba qué nuevo papel podía jugar. Un tiempo después, supe que Jo quería encontrarse conmigo. Cuando me reuní con ella, yo llevaba puesto un sombrero político. Le explique porqué había hecho lo que había hecho. Pero estar junto a alguien que escuchaba me cambió profundamente. Entonces reconocí lo asombroso de aquel momento. Lo que me dejó sin habla fue que Jo no expresaba ira. Todo habría sido más fácil para mí si Jo se hubiese encolerizado o enfrentado conmigo. Pero su disponibilidad a escuchar y conocer mi historia me desarmó. Y esa apertura ha motivado 10 años de exploración conjunta.

¿Podría haberse usted acercado a Jo como ella lo hizo? 

P. Habría sido un error que yo tomase la iniciativa de contactar con ella. Se hubiese malinterpretado, habría sonado a autojustificación o a instrumentalización. La iniciativa debe partir de la víctima, cuando ella siente que el siguiente paso en su proceso es ir al encuentro del asesino.

¿Ha habido arrepentimiento o perdón?

J. Todo el mundo opina: «está bien que perdones», «¿por qué no perdonas?» Perdón es una palabra difícil. Hay un contexto cristiano de la palabra. ¿Y si perdono pero más tarde siento de nuevo ira hacia Pat? En todo caso el perdón es un viaje. Pero yo no tengo nada que perdonar. Yo no entré en este proceso para cambiar a Pat. Para mí no se trata de perdón, sino de conocimiento. A veces, después de escuchar la historia de Pat, creo que he comprendido con tanta claridad su vida que no queda nada por perdonar y que de haberla vivido yo habría hecho las mismas elecciones que él. Todos somos seres humanos involucrados. Yo también estoy involucrada en el conflicto al formar parte de un país que no escuchaba y satanizaba al otro. Se trata de abrir otras opciones. Ahora veo a Pat como a un ser humano, no como a un enemigo sin rostro.

P. Yo tomé mis decisiones conscientemente. No digo con ello que todas fueran correctas. Pero mi exploración con Jo no tiene que ver con el arrepentimiento o con la búsqueda del perdón. En todo caso trata de que haya menos conflicto interior, menos dolor. Para mí esto no pasa por el perdón, sino por comprender. Yo era responsable de tener una visión ciega del otro. No reconoces la integridad de su posición, la legitimidad de sus argumentos. Hay que hacerlo. Tener una imagen más completa, ese es mi aprendizaje. Conocer a Jo y a otras víctimas ha ampliado mi visión.

¿Han sido criticados?

J. Sí, hay quien percibe este proceso de hacerse amigo del enemigo como una amenaza. Los políticos lo temen. Pero recibo mucho apoyo, me siento cada vez más fuerte en este camino y eso supera todas las críticas. Lo importante es convertir el dolor en algo positivo, pero para las víctimas no hay dos caminos idénticos, todos son distintos e íntimos. Mi transformación habría seguido sin el encuentro con Pat, se pueden construir otros puentes. Cada cual debe hacer su proceso y muchos no pasan por conocer directamente al asesino. Conozco a madres que perdieron a sus hijos en el atentado del 7 de julio en el metro de Londres y emprenden otros caminos.

P. Yo siempre traté de proteger a mis familiares de las consecuencias de mis decisiones. Me alejé deliberadamente de ellos. Sólo en los años recientes he podido comprender cómo les afectaron mis decisiones. Mi familia no apoya las decisiones que tomé, tengo un hijo comprometido con la no violencia. Pero apoyan lo que hago ahora y eso ayuda. Creo que el documental que he hecho con Jo ha ayudado a mi familia a entenderme. Cuanto lo estábamos rodando, algunas personas de mi entorno se sintieron amenazadas. Me decían: «te han engañado», «¿de veras que creías que podría salir en la BBC y justificar la lucha armada?» Pero en la calle recibí muchas palabras de enhorabuena. Creo que ese documental sido muy útil y ha contribuido al cambio de otras personas.

¿Se puede generalizar un caso tan excepcional?

P. Nuestra experiencia no es excepcional, odiaría pensar eso. De hecho, siempre ha habido un proceso de diálogo por abajo en la sociedad que contribuyó a que las comunidades estuvieran preparadas en su momento para la paz. Es más fácil la reconciliación si hay proceso de paz, pero se puede dar antes.

Creo que en nuestra experiencia hay una lección aplicable a otros contextos y situaciones: cualquier acuerdo debe ser incluyente, nadie debe quedar marginado, todo el mundo debe ser escuchado. Cuando la gente se siente impotente recurre a la violencia.

Yo no soy pacifista, pienso que en la situación en la que estábamos no teníamos otra opción que la que elegimos, pero hoy es distinto, ahora podemos construir. Dediqué casi treinta años de mi vida a esa lucha, diecisiete de ellos en la cárcel, que para nosotros era otro frente de lucha. Estoy encantado de haber salido de este conflicto, de tener otras opciones ahora. Y sí, creo que el conflicto armado abrió esas posibilidades, lo defiendo. Es muy duro decir esto al lado de Jo. En el otro extremo está el lado humano del conflicto. Ahora estoy en eso. Conocer a Jo ha amplíado mi visión. Y me hace estar menos en conflicto conmigo mismo. Eso es lo mejor que puedo ofrecer ahora.

¿Cómo valoran los diez años de relación?

J. No se trata de valentía, sino de asumir un riesgo. Este proceso es como un viaje en busca de respuestas. Es muy importante poder contar la propia historia. Escuchar, ser escuchada, sin juicios. Que broten el odio y la ira, pero también trabajar mucho internamente para canalizarlos de modo seguro. Sin embargo, en este viaje hay que pagar un precio: no se puede olvidar. Cada vez que aparecemos juntos, recuerdo muy vivamente la muerte de mi padre. Pero creo que el coste personal es menor que la importancia de mi trabajo. Yo no puedo volver a ser una persona normal. Para mí los encuentros merecen la pena, ensanchan mi humanidad. Ahora hay más alegría en mi vida, más conexión profunda con el mundo.

Nuestra reconcilliación no es sólo emocional, tiene algo de política. Lo que hay es una profunda transformación. Lo importante es que seguimos aprendiendo. Pat y yo nos retamos cada vez que hablamos, tenemos opiniones muy diferentes, pero seguimos comunicándonos. Es un desafío y a la vez un regalo. No es una comunicación como la de los políticos: no se trata de juzgar qué posición es correcta y cuál no. A mí me hace feliz por dentro hacer algo positivo con lo que ocurrió. He transformado el dolor en pasión por la paz y así he ampliado mi humanidad. Le agradezco a Pat haberme ayudado a hacer eso. No hay muchos hombres del IRA capaces de escuchar a víctimas como Pat. Pat encontró la fuerza para hacerse vulnerable. Y yo mantuve siempre la confianza en que él iba a hablar de las emociones personales, también en público. Esa confianza nos hizo continuar en esto. Ahora nos llamamos amigos.

P. Yo ya sabía en la cárcel que en el futuro tendría que sentarme con mis enemigos de entonces: soldados británicos, lealistas, etc. Sabía que ellos formarían parte conmigo del proceso de paz para Irlanda del Norte. Pero nunca imaginé que pasaría diez años en este proceso con Jo. Desde la primera reunión me impactó su disponibilidad. Me emocionó. La sensibilidad, la capacidad de escuchar, la inteligencia… Veo todos esos dones en Jo y ahora pienso que provienen de su padre, eso lo hace todo más duro. Encuentro muy difícil estar junto a Jo, pero sé que he de hacerlo. Poco a poco las fronteras entre nosotros se desdibujan, nos redescubrimos, pensamos juntos sobre el pasado y aprendemos de él, entendemos mejor la medida de la pérdida, tenemos una mayor comprensión del otro. Me siento muy honrado por la confianza de Jo durante todos estos años, teniendo en cuenta que yo maté a su padre.

Fuente: http://blogs.publico.es/fueradelugar/143/hacerse-amigo-del-enemigo

rCR