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Historia de Ali, de «borrado» a paria de Europa

Fuentes: Lettera 22

Traducido para Rebelión por Lucía Alba Martínez

Ali Berisha todavía no puede creerse que su vida fuera trastocada hace 14 años por un golpe de pluma mediante el cual su país de residencia, Eslovenia, lo catapultó de golpe de la normalidad de ciudadano a la precariedad de los sin-patria. Ali es uno de los 18.305 «eliminados» (izbrisani), a los que desde 1992 Lubiana ha privado de ciudadanía y derechos, trasformándolos en «fantasmas». Una odisea europea contemporánea, símbolo de las contradicciones, las paradojas y los absurdos de las políticas de la Unión Europea en materia de inmigración, asilo, derechos humanos, ciudadanía y legalidad.

«Tener derecho a mis derechos: parece una paradoja, pero es todo lo que pido. Antes de ahora nunca lo había pensado, que hubiese que luchar por algo que tendría que estar garantizado a todos. Pero ahora…». Un susurro que parece venir de muy lejos, el timbre incierto de quien se siente acosado.

Ali Berisha todavía no puede creerse que su vida fuera trastocada hace 14 años por un golpe de pluma mediante el cual su país de residencia, Eslovenia, lo catapultó de golpe de la normalidad de ciudadano a la precariedad de los sin-patria. Ali es uno de los 18.305 «eliminados» (izbrisani), que desde 1992 Lubiana ha privado de ciudadanía y de derechos, trasformándolos en «fantasmas». Una odisea europea contemporánea, símbolo de las contradicciones, las paradojas y los absurdos de las políticas de la Unión Europea en materia de inmigración, asilo, derechos humanos, ciudadanía y legalidad.

Hemos conseguido localizarlo en el móvil en Alemania donde, en la pequeña ciudad de Aahlen, cerca de Stuttgart, vive desde hace algunos meses con su mujer Mahi y sus 5 hijos, de 4 a 6 años. Cuatro nacidos en Alemania después del 1997, uno en Eslovenia en 2006: todos apátridas. Pero vayamos por orden. Primero de febrero de 2007, 6:30 de la mañana: la policía eslovena llama sin preaviso a la puerta del centro de permanencia para inmigrantes ilegales de Postojna, donde Ali y su familia viven desde 2005: es la ultima etapa de un recorrido legal y existencial que roza el absurdo.

Los siete son cargados a la fuerza sobre una furgoneta sin ninguna identificación, que los transporta a través de la frontera austriaca hasta Alemania, donde los espera la policía alemana. Una extraña forma de «deportación invertida», de un país recientemente convertido en europeo, tras la ampliación del 2004, hacia otro en el corazón de la vieja Europa. ¿Cómo ha podido ocurrir?

Demos un paso hacia atrás. Berisha es un ex ciudadano yugoslavo, uno de los muchos cuyo destino cambiaron las guerras de los años noventa: nacido hace 38 años en Pec, en Kosovo (república de Serbia y Montenegro), en 1984 se traslada al interior de lo que entonces era un único estado, la Federación Socialista de Yugoslavia, para ir a trabajar a Eslovenia.

La movilidad interna en el espacio balcánico es todavía, en ese momento, un derecho incontestable: «Hacía poco que había muerto Tito, pero Yugoslavia aún estaba en pie». Las leyes de la federación preveían que cada ciudadano tuviese también una segunda ciudadanía, la de la república en la que había nacido, más un tercer documento que certificaba la residencia en una de las seis repúblicas. Quien vivía y trabajaba en Eslovenia gozaba de los mismos derechos que los ciudadanos eslovenos. «En 1985 empecé a trabajar en una empresa estatal en Maribor -cuenta Berisha- allí me quedé 7 años, con un permiso de residencia regular. También hice el servicio militar por Eslovenia: desde el 89 al 90. Después decidieron que yo ya no servía.» En efecto, en junio de 1991 Eslovenia proclama su independencia de Belgrado, mientras las otras repúblicas «hermanas» caen en el horror del conflicto. Y en 1992, con un procedimiento secreto, el nuevo Estado decide eliminar del registro de residentes, sin informar de ello a los ciudadanos, a todos aquellos que no han solicitado la ciudadanía en los seis meses después de la independencia.

Entre los miles de «excluidos», que a menudo descubrirán por casualidad que han sido borrados, hay sobre todo serbios, croatas, bosnios, gitanos, macedonios, pero también eslovenios nacidos en el extranjero o en Eslovenia con nacionalidad yugoslava y documentos no regularizados. Como ellos, Ali pierde de golpe todos sus derechos: asistencia sanitaria, trabajo, educación, e incluso los beneficios previstos para los inmigrantes: «así me convertí en extranjero en mi país». En 1993, a la vuelta de las vacaciones, Ali es arrestado por la policía eslovena, que le sustrae todos los documentos y lo encierra en un centro para ilegales, para después expulsarlo a Albania, un país con el que Berisha nunca había tenido ningún contacto: «Ya que me llamo Berisha, un nombre típico albanés, creían que había nacido en Tirana. Así supe repentinamente que un año antes había sido borrado del registro de ciudadanos». Son los años que siguen a la caída del regimen de Enver Hoxa, cuando el país de las Aguilas cae en el caos económico y social. «En Eslovenia tenía un trabajo, una casa, amigos. En Albania no había nada para nadie, millares se embarcaban en pateras para Italia».

Tirana no sabe que hacer con Ali: lo vuelve a mandar a Eslovenia, donde viven sus parientes cercanos, incluido su hermano Rahman, que hoy es un ciudadano eslovenio. Esta es otra de las paradojas del asunto de Ali: Rahman también ha nacido en Kosovo, vive en Eslovenia desde 1978, es policía, sus hijas estudian en Oxfors para un doctorado. Otros miembros de la familia de Ali viven en países europeos. ¿Pura suerte?

A la vuelta Berisha termina de nuevo en la cárcel. La policía le hace notar que «el estado esloveno está concebido sólo para los eslovenos», y por eso será de nuevo expulsado hacia otro destino. Ali no quiere conocerlo: salta por la ventana, pero cae y se hace daño. Algunos amigos lo ayudan a refugiarse en el extranjero: en Alemania, donde por entonces (estamos entre 1993 y 1994) cientos de borrados obligados a dejar Eslovenia piden ser acogidos: en vano. Para permanecer en Alemania, el unico camino es fingirse profugos de paises ex yugoslavos, donde la guerra en esos años se exacerba. Berisha reasume sus propios origenes kosovares y obtiene una «Duldung», forma de protección temporal. ¿Finalmente a salvo? Durantes más de diez años parece de verdad así: Ali encuentra una trabajo y una esposa, Mahi, también ella originaria de Kosovo y en posesión de una Duldung, dan a luz 4 hijos. Pero en 2005 el sueño de tranquilidad se desvanece: las autoridades alemanas revocan la protección temporal. Ali intenta obtener una demanda de asilo: rechazada. Berlín ordena a los Berisha, niños incluidos, volver… ¿a dónde? A su «país de origen»: Kosovo. Un país que Ali casi no conoce, al que no vuelve desde hace años y donde ya no tiene ni parientes ni propiedades, el padre ya muerto. Un lugar donde un año antes, en marzo del 2004, nuevas violencias interétnicas han llevado a la fuga a otros miles de miembros de las minorías locales: serbios en primer lugar, pero también gitanos, ashkali, egipcios. Tambien Berisha es gitano. La orden de «repatriación» llega del estado aleman no obstante claras indicaciones de la comunidad internacional desaconsejen fuertemente la vuelta forzada de las minorías en peligro en la pequeña región, cada vez más dirigida hacia la independecia monoétnica. Alemania, que en 1999 había acogido muchos kosovares huyendo de las bombas OTAN, ahora los devuelve. Allí donde la «contralimpieza» que sigue al conflicto golpea duramente precisamente a las comunidades gitanas, acusadas por Pristina de «filoserbismo», también porque a menudo hablan la lengua de Belgrado.

Los Berisha son acompañados por la policía a la frontera alemana. Pero en camino hacia Pristina saltan del tren, quedándose en Eslovenia. Es septiembre de 2005: Ali está desesperado, al borde del suicidio.

Es mal aconsejado por un abogado, que le sugiere tramitar una petición de asilo: un grosero error judicial que da inicio a infinitas complicaciones legales para la familia. Mientras tanto, el 27 de julio del 2005, Ali también había cursado demanda para un permiso de residencia en Eslovenia como «borrado». A partir del 1999, en efecto, la Corte Constitucional eslovena ha condenado más de una vez la ilegalidad y la anticonstitucionalidad de la cancelación, y en el 2003 mediante una sentencia ha impuesto al gobierno la restauración de la ciudadanía y los derechos de los interesados, también en terminos retroactivos, y otorgarles eventuales compensaciones. Pero Lubiana hace oídos sordos: una cuestión en la que se mezcla la batalla política del país entre derecha e izquierda.

En ese periodo empieza la movilización internacional en favor de los borrados, y el caso de Ali acaba en la Comisión Europea. En 2005 el tribunal de Lubiana, cofirmado después por la Corte Suprema eslovena, decreta que la expulsión de los Berisha va contra la ley. Pero el 30 de octubre del 2006 el Ministerio del Interior intenta de nuevo expulsar a la familia hacia Alemania, donde se arriesgan a la expulsión a Kosovo. A la espera, los traslada a la Casa de Asilo donde se encuentran, en el centro de acogida de Postojna, junto con chinos, maghrebies, mediorientales que intentan el asalto a la fortaleza UE a centenares todos los días.

Con Ali y Mahi tambien esta el último hijo, Valon, nacido prematuramente tres meses antes y por lo tanto con una salud precaria. Nuevo interrogatorio de europarlamentarios en la comisión UE, nuevo pronunciamiento del tribunal de Lubiana contra la deportación. Pero esta vez la Corte suprema eslovena contradice a todos y confirma la orden de expulsión: es 30 de febrero de 2007. Estamos de vuelta al principio de la historia, a la furgoneta que en la noche de febrero rompe por enésima vez las esperanzas de una vida normal para Ali.

La voz al móvil se hace más decidida: «Y aquí estamos de nuevo en Alemania, sin conocer nuestro destino. Tenemos una nueva Duldung, pero pronto caducará, y tengo miedo de que nos vuelvan a mandar a Kosovo». Las autoridades alemanas estan considerando la posibilidad de concederle a la familia Berisha el asilo político, pero para Ali «es difícil tener confianza en un país que muchas veces me ha negado protección». ¿Cómo se explica una persecución tal?, preguntamos. «Con la cancelación – responde – Eslovenia ha golpeado especialmente a los ex ciudadanos yugoslavos: lo demuestra el hecho de que italianos y húngaros en la misma situación consiguen que les sean devueltos sus derechos». ¿Voluntad de deshacerse del pasado yugoslavo y post-yugoslavo? «Creo que llegados a este punto es más justo hablar de racismo. La discriminación contra los gitanos, en particular, esta extendidísima en Eslovenia, que acoje a muchos pero no les concede representación política. Ser gitano significa ya de por sí ser un invisible, aquí como en otros paises europeos».
En los años noventa, mientra la familia Berisha vagabundeaba desesperada por Europa, Eslovenia daba pasos de gigante hacia Bruselas. El PIB crecía, los gobiernos garantizaban a la UE su capacidad de vigilar las fronteras orientales, hasta su incorporación con excelentes notas a la Unión en marzo del 2004. Pero en el plano de los derechos humanos el nuevo estado no hace progresos, y no obstante los reclamos de la ONU y de Amnistía Internacional, los gobiernos que se suceden rechazan resolver el drama de los borrados. «Siento Eslovenia como mi patria» precisa Berisha «alli he vivido toda mi vida adulta, antes de perderlo todo. Y siempre he trabajado duramente: en Maribor hacia turnos de 16 horas al día…tanto que cuando mi madre se puso enferma tenía dificultades para volver a casa a ocuparme de ella. Ninguno de los vecinos nos ayudo», recuerda con amargura.

«Ahora me he convertido en un clandestino. Preocupado sobre todo por el futuro de mis hijos: están aquí a mi lado, casi siempre encerrados en una habitación, no pueden ir al colegio ni ser curados si se ponen enfermos. Necesitarían un clima tranquilo a su edad». ¿Qué significa Europa para Ali? «He crecido en un clima europeo, los llamados Balcanes de los que vengo son para mí sólo un recuerdo de infancia. Pero Europa me ha transformado en un nómada, que cada día tiene que buscar un sitio para dormir. No pido asistencialismo: sólo poder trabajar y vivir allí donde he vivido mi vida, me he enamorado, he formado una familia».

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