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Uruguay, ¿borrón y cuenta nueva?

Idealizando el FA en retrospectiva

Fuentes: Rebelión

La derrota electoral del FAEPNM en noviembre 2019, y sobre todo el triunfo de una coalición de franca derecha que viene a implementar una vez más las conocidas políticas <para los ricos, riqueza; para los pobres, pobreza>, está generando una actitud de revalorización de la política progresista, la del rechazo al conservadurismo tradicional.

Una valoración acrítica de la etapa fundacional del  entonces FA. Uno ve esta impronta hasta en activistas críticos radicales, comprometidos con luchas de nuestro tiempo, que están afuera, y por izquierda, de los marcos políticos del FA; ¿qué podemos esperar entonces de quienes se sienten identificados y además aferrados a la tradición frenteamplista?

Pero contra una cierta idealización del pasado, conviene echar mano a la historia y procurar entender qué fue y en cierto sentido ha seguido siendo el FA (incluyendo los ciclos de ensanche, EP y NM). Sobre todo en este momento en que una derechización abierta puede hacernos creer que la opción existente, electoralmente casi a la par, constituye la más franca y saludable alternativa.

En los ’60, la crisis del paisito, de “la cola de paja” benedittiana, era inocultable. Las vacas gordas de la guerra de Corea, que habían prolongado aquellas otras de la guerra mundial, ya estaban agotadas. Y así como en el fútbol, era penoso y contraproducente dormirse sobre los laureles, con la carne, la lana y los colachatas, también resultaba engañoso “hacer la plancha”. Que se hizo… hasta el amargo despertar.

En 1957, se cierra bruscamente el mercado de importaciones. ¿La razón? Uruguay se había quedado sin dólares.

El país había nadado en dólares al fin de la IIGM, pero en lugar de hacer lo que décadas después supo hacer Noruega cuando “tropieza” con petróleo en su mar –50% de los impensados ingresos al consumo, pero el otro 50% a desarrollar una actividad que permita no depender de lo primario, de ese petróleo recién hallado–[1] Uruguay desarrolló ciertos aspectos de estado de bienestar, más bien circunscrito a la capital y pocos puntos más de la república (sobre todo, el territorio bajo control político colorado) y bastante despilfarro, como el vergonzante flujo de autos baratos (sin ni siquiera tener la infraestructura vial acorde…).

En los ’60, el país era económicamente ganadero. Vacunos, ovinos. Con un llamativo y marcado desarrollo cultural a lo largo de la primera mitad del siglo XX: el batllismo y sus “leyes de avanzada” identificado con “la gran democracia del norte”, el arielismo, en guardia contra ese mismo poder, y una serie de constelaciones intelectuales diversas y enriquecedoras, como las que encarnan Carlos Vaz Ferreira, filósofo y pedagogo, o Carlos Quijano y el inolvidable semanario Marcha.

La estructura educacional del Uruguay se correspondía, entonces en los ’60, con ese doble caudal: el secundario era “el aprendizaje” por  el saber nomás, con un resultado tal vez no buscado: de los 16 mil estudiantes universitarios,[2] la mitad o más eran de abogacía (más notariado y anexos). Y lo más significativo: las facultades o carreras menos pobladas en el país ganadero por excelencia eran agronomía, veterinaria y agrimensura.

País entones de estancieros e hijos abogados.

La intelectualidad ajena a esta estructura; la volcada a las ciencias (a la medicina, por ejemplo catalogada, simplificadamente, como ciencia médica), y sobre todo la llamada ciencia económica, todavía más a la moda como ciencia, empezó a reclamar un lugar en el panorama político.[3]

Esa nueva intelectualidad que se presenta y se autoconsidera científica, a menudo socialista científica, es la que va generando núcleos militantes con un nuevo estilo, menos apoyado en los sentimientos y más en conocimientos verdaderos o dados por tales. Esas transformaciones se percibirán, por ejemplo en la FEUU, la gremial de estudiantes universitarios, “semillero” (entre otros destinos) de la dirección política frenteamplista: Entre economistas (Samuel Lichtensztejn, Alberto Couriel, Danilo Astori), por ejemplo.

El comienzo de la crisis de posguerra coincide con una crisis generalizada en el continente; y en nuestro país se verá como una forma de latinoamericanización; tan “europeo” se sentía. El triunfo castrista en Cuba, al fin de la década de los ’50, integrará una opción nueva para nuestro país. La del socialismo más urgente, que brindará otra vertiente militante. Que resultará en una fiebre  guerrillera, que con distintas configuraciones recorrerá buena parte del continente, sin lograr sus metas  –alcanzar  “una segunda Cuba”– pese a tanta entrega y sangre derramada, salvo en un país de la región, y veinte años después; Nicaragua.

1968 fue año de luchas cada vez más intensas. Y entrando en los ’70 Quijano desde Marcha resumía las opciones: el encierro, el destierro, el entierro.

El país perdió ingenieros, tapiceros, carpinteros, investigadores, deportistas, profesionales de todo tipo y, sobre todo niños.[4]  El país lo iba a ir sufriendo (y los emigrantes y exiliados, a su modo también).

La consiguiente emigración de población en medio de una caída generalizada de medios de vida, la violencia política en ascenso (con dos vertientes distintas, pero entrelazadas sobre todo por el gobierno; la represión cada vez más generalizada a los huelguistas y descontentos y la decisión de quienes tenían los resortes políticos e institucionales del país, de hacerle pagar la crisis a “los de siempre” por un lado y  el empuje guerrillero por el otro). Como resultado, el país sufrió no sólo una profundización de la emigración sino también un exilio cada vez más caudaloso que dejó al país postrado en el miedo, la cárcel, la autorrepresión y el vaciamiento humano.[5] 

Estas nuevas capas intelectuales, la tecnocientífica y la guerrilleril, van configurando un nuevo desarrollo de la izquierda, con variantes. Así se constituye a comienzos de la que resultará dramática década de los ’70, el Frente Amplio. Una alianza del Partido Socialista (que pasa cada vez más de una socialdemocracia a una incorporación o satelización creciente al mundo llamado del socialismo real),[6] el Partido Comunista, en permanente búsqueda del militar peruanista en Uruguay,[7] el Partido Demócrata-cristiano cuya nutriente católica, se había separado del viejo y rancio catolicismo de la Unión Cívica (que pervivirá cada vez más como momia política hasta acompañar a la dictadura militar de 1973), más una serie de desprendimientos, de muy diverso carácter, de agrupaciones o tendencias de los partidos llamados tradicionales; el colorado y el nacional.

Dirigentes de alcance nacional como Alba Roballo o Zelmar Michelini, colorados, con sus agrupaciones, y otras menores (como una identificada con Julio C. Grauert, víctima del terrismo);  blancos con diversas agrupaciones como el Movimiento Revolucionario Oriental dirigido por Ariel Collazo, el Movimiento Popular con Francisco Rodríguez Camusso.

Otros cofundadores fueron los integrantes del equipo editor del semanario Marcha; su director había constituido en otros tiempos la Agrupación Nacionalista Demócrata Social y lo que quedaba de ella, participaba ahora en esta creación. También algunas pequeñas agrupaciones hasta de tipo trosquista.

El FA constituye entonces una coalición, propiamente multicolor. A la que se sumará, al menos colateralmente el MLN – tupamaros.[8]

Será la opción crecientemente decisiva, hasta alcanzar el gobierno de Montevideo, a fines del s XX. Con semejante triunfo, irá ensanchando su influencia hasta alcanzar –como si se tratara de una maduración que se producía pese a los esfuerzos de los partidos tradicionales–, el gobierno nacional a principios del s XXI (tras la crisis de 2002).

Podemos entender que se trata de treinta años de predominio político relativo del FA (dada la influencia de la capital en nuestro macrocefálico país) y/o de quince como gobierno nacional. Hasta ahora.

La dirección frenteamplista se propuso desde siempre administrar ”mejor” y con carácter social, “objetivo” la cosa pública; en ningún momento amagó con un cambio de régimen.

Concedamos que el FA debió enfrentar  el amargo fruto de la crisis financiera de 2002 que pulverizó la actividad bancaria nacional, pública y privada.[9] Pero además, pese a la fraseología “socialista”, el FA había perdido los anclajes ideológicos fundacionales.

Por eso, vemos que ni siquiera plantea una vieja bandera de la izquierda uruguaya; una reforma agraria que rompiera la estructura latifundista del país.

Para el paisito esta crisis sobrevino a la serie de acontecimientos terribles como la crisis económica y consiguientemente social que se fuera acumulando a lo largo de los ’60 y ’70, que ya vimos.

El FA procuró desarrollar una política dentro de los marcos institucionales del país aunque el apoyo recibido desde el principio por el MLN tupamaro fue aprovechado por los grupos más conservadores para ejercer su condena (al menos durante el tiempo en que el FA fue oposición). La presencia comunista, fundacional, también generó en la más franca derecha similar rechazo y las mismas ansias represivas.

El FA procuró revalorizar lo mejor del batllismo, y en verdad su anclaje territorial fue lo más parecido, históricamente, al del Partido Colorado batllista; el partido de la Defensa, el de la capital.

José Batlle y Ordóñez y el batllismo resultaron una cuestión compleja, al despertar la resistencia de la derecha más tradicional, reconociendo, y hasta promoviendo sindicatos, por ejemplo, o la separación de la iglesia y el estado,[10] y al  mismo tiempo configurando un anticolonialismo muy peculiar, antibritánico pero pronorteamericano.

La “prueba del nueve” de la calidad política del FA sobrevino en febrero de 1973, con los tupamaros totalmente derrotados por los militares (con una coda inesperada; la coincidencia “programática” de un buen sector de la guerrilla tupamara con militares para encarar, se supuso, una lucha “antioligárquica”).

En febrero de 1973 se inicia el rompimiento de la civilidad uruguaya, de la democracia con derechos civiles, cuando los militares deciden a quien aceptar como su comandante; una decisión política que justamente la Constitución asigna al orden político, no militar.

Lo grave de la delicadísima situación, sin precedentes, es que el Ejército, la Fuerza Aérea y la Policía llevan adelante la insubordinación, en tanto la Marina se mantiene bajo los mandos institucionales. El país queda así por unos días territorialmente dividido; la Ciudad Vieja, Trouville, la base naval del Cerro, y algunos otros puntos, islas y enclaves costeros en manos de la Marina, y el resto de la capital y virtualmente todo el país bajo control militar y policial.

Ante semejante crisis, prácticamente todo el FA se desligó de cualquier apoyo a “las instituciones”, cuyo titular era el repudiado (y con razón) J. M.  Bordaberry. Una vez más, hubo quienes tiraron el bebito con el agua sucia. Los golpistas, agradecidos.

Dentro del FA, únicamente al equipo del semanario Marcha, al que ya aludimos, repudia los hechos del 9 de febrero de 1973 (tal vez alguno más guardó expectante silencio…)

Hubo sí, fuera del FA, otros agrupamientos que también rechazaron ese golpe, lo calificaron como tal. Como el sector (mayoritario dentro del Partido Nacional) de Wilson Ferreira Aldunate, quien consideraba que por fraude le habían arrebatado las elecciones de noviembre de 1971; también un exiguo sector del Partido Colorado liderado por Amílcar Vasconcellos y agrupaciones de izquierda que habían quedado fuera del FA, como la ROE o los PCR.

Pero la dirección del FA estuvo dispuesta a hacer la vista gorda a ciertas violaciones a los derechos humanos que regularmente practicaban militares y policías. Esos polvos traerían sus lodos.[11]

La historia oficial nos habla de la resistencia al golpe. Porque en junio, casi medio año después, cuando los militares deciden prescindir de todo el andamiaje político uruguayo, el movimiento sindical, muy orquestado, desata una formidable huelga. Huelga como herramienta de canje, porque la dirección sindical mayoritaria, dirigida por comunistas, procurará encontrar una coincidencia programática con los militares golpistas. Pero los militares rechazan semejante “casamiento”; “nuestros caminos son irreconciliables”, dirán públicamente, y por el 30 de junio o 1º. de julio la dirección sindical, o al menos su tendencia mayoritaria, debe entrar a la clandestinidad como cualquier perseguido, definitivamente arrojados a la oposición.

Si a este desolador panorama político por parte de buena parte de las agrupaciones constituyentes del FA le agregamos la defección de lo que podríamos calificar ‘la dirección oficial del MLN’ que a su vez buscaba (desde 1972) una salida con militares “peruanistas” (que concedieron, en señal de coincidencia, la liberación de algunas decenas de militantes de bajo nivel a partir de las “conversaciones”), el panorama de la conciencia crítica del país se hace mucho más problemático: no somos ni tan revolucionarios, ni siquiera tan democráticos como al menos la prensa adocenada cotidianamente nos atribuye.

Y aunque el FA ha llevado adelante muchas políticas de mejoramiento del consumo general del país, no podemos ni debemos obviar que en buena medida esos fueron logros vinculados con el “veranillo de las materias primas a buen precio” que el país gozó, como otros países productores de materias primas apetecidas, entre 2004 y 2009, aproximadamente.[12]

 Pero nunca el país fue más funcional al capital globalizado y transnacional que con los gobiernos del FA.

Para esta situación hay dos explicaciones que no se contradicen entre sí: desde principios de siglo el mundo entero está viviendo un proceso  de globalización, como nunca antes. Globocolonización, como bien la acuñó Frei Betto. Ese empuje lo sufre entonces Uruguay con el FA, recién llegado al gobierno.

La segunda explicación es menos técnico-económica y más tecnofilosófica. Vimos al comienzo como las nuevas dirigencias frenteamplistas fueron sustituyendo las direcciones intelectuales vinculadas al derecho y la literatura por nuevas capas que se pretendían más objetivas y científicas, en donde la ciencia económica cumplía un papel protagónico. Y aunque el FA jamás se declaró “socialista” gran parte de su caudal militante se sentía así, como perteneciendo o por pertenecer al futuro… socialista.

El desarrollo económico ha sido demasiado a menudo confundido con el desarrollo técnico. Y el desarrollo técnico como el mejor aliado de lo porvenir; es decir, siguiendo el pensamiento dominante del s XX, del socialismo. Que prácticamente hasta el mismísimo derrumbe soviético seguía siendo para casi toda “la izquierda” “el” futuro, ya no posible sino inevitable.

Con estas patéticas, falsas equivalencias, todos los “grandes adelantos tecnológicos”, como la Revolución Verde, la aplicación generalizada de agroquímicos, las plantaciones transgénicas, –para referirnos sólo a la tierra y sus productos vegetales–, han sido interpretados como pasos acercándonos al socialismo o al menos como pasos afirmativos en el desarrollo humano.

Por eso, “la pata ecológica” del FA es tan débil por no decir raquítica. Hay una ortodoxia radical que va a decir que las cuestiones ambientales son secundarias respecto de las contradicciones principales, que pasan por… el desarrollo de los medios de producción, el desarrollo económico, etcétera.

Y con tales presupuestos y una tendencia economicista a corto plazo, el FA ha ido aceptando los “negocios” más nefastos para nuestro territorio, como la megaminería y su desquiciante escala para nuestro territorio.[13] O la pérdida de calidad del agua, habiendo estado nuestro país hasta ahora entre los mejor irrigados del mundo. Ha ido hipotecando las aguas en beneficio del capital financiero global mediante la agroindustria, tanto agrícola (soja) como forestal (eucaliptos) o mediante la Ley de Riego que permite el manejo y consiguiente aprovechamiento de nuestras aguas por el capital transnacional, que no lo hará para nuestro beneficio, obviamente.

La trayectoria del FA no permite abrigar esperanzas de que repitiendo sus presupuestos, su perspectiva, el país podrá salir del despoblamiento rural,  que con el FA ha seguido aumentado, ni del endeudamiento permanente y creciente por más calidad “de grado inversor” que sus economistas nos muestren.

Los grandes fracasos estratégicos e ideológicos del FA, el no consumado con Aratirí por causas exógenas, y el que está llevándose a cabo con UPM, pese a una creciente resistencia local nos muestra que en nuestro país, al margen de los partidos políticos existentes, se ha ido generando una resistencia, el surgimiento de nuevos “actores” sociales y políticos.

En 1962 Rachel Carson escribió Primavera silenciosa, para acusar a los plaguicidas de la muerte masiva de pájaros.

Como vemos, se trata de un problema no nuevo, de más de medio siglo. Tal vez en 1971 era ya inaceptable “no enterarse”, pero puede comprenderse cierto rezago en la reacción.

Pero con este último medio siglo, viendo el estado de situación planetario, con migraciones forzosas y refugiados ambientales por millones; con los miles de muertos en los sucesivos naufragios que el tráfico de personas de países periféricos, “exprimidos” hasta lo indecible, va acumulando; el que “los pobres” de ahora tengan peor acceso a los alimentos que antes (alimentos cada vez de peor calidad); con el agua del mar océano planetario contaminada de modo inextirpable con microplásticos; con una obesidad que afecta al 10-20% en los países enriquecidos y a más del 30% en los países empobrecidos; con un avance arrollador de enfermedades generadas por sustancias químicas y radiactivas; con un cuadro internacional de inestabilidad climática; con una crisis generalizada de la biosfera que habitamos (extinción masiva y creciente de ejemplares y especies); con una financierización de la economía… amén de lo cual debemos consignar que EE.UU. ha iniciado una guerra “rotativa” desde el derrumbe de las Torres en 2001… guerra que “mandos globales” hacen circular por el Cercano Oriente, el África, el Caribe, el Lejano Oriente…  

Volviendo a nuestro país, creemos ver que se está forjando una nueva constelación de gente volcada a la lucha y a la resistencia, que defienda la tierra como expresión y asiento, que defienda nuestra menguante naturaleza como fuente de salud, que defienda el agua que está en peligro planetario… que rechacemos el avance totalitario del capital financiero y que nosotros, como país, nos sintamos identificados con el poeta italiano, contento consigo mismo “haciendo cuentas” en su madurez, por no haber sido nunca león, nunca cordero.


[1]  Desde 1973, Noruega hace punta en la construcción de plataformas submarinas para extracción de petróleo (al menos en aguas de menos de 200 metros de profundidad).

[2]  Primer censo universitario, 1968.

[3]  La labor médica se basa en desarrollos tecnocientíficos reales y progresivos aunque todo esté mediado por grandes capitales, laboratoriles, por ejemplo, y la ciencia económica, la economía, la economía política –usando las diversas denominaciones que se han empleado en la UDELAR– es política. Y el apoyo de lo científico en economía; la estadística, por ejemplo, es más débil que el apoyo científico al arte de vencer o superar enfermedades.

[4]  Porque el principal caudal emigratorio estuvo constituido por la franja etaria 20-40 (se estima 90%). A menudo parejas y al menos entonces eso significó emigración infantil.

[5]  Un mojón de ese deterioro mezclado de lo institucional, lo político y la violencia política fue el cierre, a fines de 1967, del diario Época y la puesta fuera de la ley de las organizaciones o partidos que lo constituían: Partido Socialista,  Federación Anarquista Uruguaya,  Movimiento Revolucionario Oriental, Movimiento de Acción Popular Uruguayo, Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el “Grupo de Independientes nucleado en torno al diario” (que era todo menos independientes).

[6]  Con un penoso remate: la conversión del principal teórico y líder del PS, Vivian Trías, en espía de los servicios secretos checoeslovacos (y por ende rusos), con una trayectoria más que equívoca, acompañando a los militares rioplatenses, tanto a los uruguayos con el “febrero amargo” de 1973 como a la llamada ala videlista en Argentina, con el golpe antiperonista de 1976.

[7] Comparable en su celo, e inutilidad, a la añeja y muy uruguaya “búsqueda de petróleo”.

[8]  Con lo cual se podría decir que prácticamente toda la izquierda renovada, tras la Cuba ahora socialista, integrará el FA. Al margen quedarán organizaciones políticas muy pequeñas, como la Resistencia Obrero-Estudiantil, de origen anarquista, pero completamente marxistizada y “cubanizada”, los partidos comunistas prochinos que pese a su escaso caudal no podrán constituir un solo agrupamiento, y algún núcleo anarquista.

[9]  En buena medida, como arrastre del terrible cimbronazo de Argentina 2001, generado como resultado  a su vez de una crisis financiera, deuda excedida y malgastada por los titulares argentinos que depositaron en Uruguay, “recargando” las cuentas uruguayas, que con la crisis desatada devinieron insolventes.

[10]  Perfiles logrados muy a comienzos del s XX, en tanto muchos otros países accederán a tales planteos décadas después; Argentina, por ejemplo, a mediados del s XX.

[11]  Con miopía política y oportunismo el Partido Comunista salió por ejemplo a burlarse del aislamiento del presidente Bordaberry, una suerte de falangista uruguayo que procurará tiempo después abolir el régimen democrático aún más que los mismos militares. Pero lo que se jugaba en febrero de 1973 no era el falangismo de Bordaberry sino la militarización del país.

Hay que consignar que en otra oportunidad, anterior, también el Partido Nacional sacrificó la defensa de valores institucionales en aras del pragmatismo político.

[12]   Caso Argentina, que le dio una impronta tan grata al kirchnerismo.

[13]  Baste reparar que tales emprendimientos se han desarrollado, devastando regiones, en estados con 9 millones de km2, como Canadá, de 7 mill. km2 como Australia, o Argentina con casi 3 mill. de km2, sin postrar totalmente al país. Cuando la megaminería se descarga sobre países menores, como Surinam o Filipinas, el destrozo de la sociedad es generalizado.

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