Solo un genio del mal podría haber aconsejado al Presidente Ollanta Humala dictar un Decreto de Indulto en beneficio de Alberto Fujimori. Y sólo alguien empeñado en destruir su imagen, podría sugerirle la idea que esa acción «le hará bien», porque podrá mostrarlo «más humano» y «menos rencoroso». El concepto se sustenta en un criterio […]
Solo un genio del mal podría haber aconsejado al Presidente Ollanta Humala dictar un Decreto de Indulto en beneficio de Alberto Fujimori. Y sólo alguien empeñado en destruir su imagen, podría sugerirle la idea que esa acción «le hará bien», porque podrá mostrarlo «más humano» y «menos rencoroso».
El concepto se sustenta en un criterio falso. El considerar que es más humano y menos rencoroso quien tolera las malas acciones; y menos rencoroso el que pasa por paños fríos las truhanerías que detecta cuando es gobernante. En verdad, es al revés. Lo legítimamente humano es sentir compasión por el débil cuando está abandonado por la justicia no obstante ser honrado. Y lo incompatible con el rencor, es la bondad para quien necesita un apoyo a fin de cumplir certeramente un acto bien, una acción loable. Lo otro, es más bien diabólico.
El «Indulto» que ha anunciado solicitar la familia del connotado reo en cárcel Alberto Fujimori, carece de todo sustento, por diversas razones, todas ellas legítimas y atendibles.
No se puede argüir a favor de la clemencia que se demanda, el hecho que el afectado, sufra de una enfermedad «terminal». Los médicos han descartado ya la probabilidad de un cáncer a la lengua, imagen que se quiso vender desde un inicio para despertar la compasión ciudadana. Y han asegurado, además, que el mal que lo acosa es reversible. El propio interesado, por su parte, se ha encargado de asegurar que ya se encuentra «recuperado» gracias a la atención de «sus» médicos, aquellos que han atendido su dolencia en la Clínica San Felipe de manera reciente. Es de advertir que en dicho centro privado ha gozado de una atención calificada, como la que venía recibiendo antes en el Instituto Nacional de Oncologìa. La diferencia alude al hecho que de en ese centro estaba siendo tratado de una dolencia que no padecía: el cáncer, razón por la que fue derivado finalmente al otro, de Gregorio Escobedo.
Hay quienes, conscientes de estos hechos, han pretendido establecer una diferencia. Uno es -han dicho- el «indulto simple» y otro el «humanitario». Si es verdad que, para el primero, el chinito de la yuca no califica, sí se puede considerar en su beneficio el segundo porque este es «discrecional» y no está afecto a condicionamiento alguno.
El autor de esta «teoría» es nada menos que el «reconocido jurista» Javier Valle Riestra, cuya «neutralidad» en la materia es apenas una fantasía. Los que publican sus reflexiones a toda página en la «prensa grande» omiten púdicamente recordar que el citado «jurisconsulto» fue Presidente del Consejo de Ministros de Fujimori y que, además, defendió la «inocencia» del reo cuando éste estuvo sometido a un juicio ordinario. ¿A quien podría sorprender, ahora, que opine a favor de su indulto?
Pero hay otras razones de fondo que descalifican «el favor» presidencial que hoy se mendiga. El propio Fujimori dictó en 1995 una ley a través de la cual establecía que no tendría derecho a indulto, en ningún caso, el condenado por delitos como el secuestro agravado y los actos de lesa humanidad que, luego, él mismo cometería. Nadie ha rebatido este categórico argumento.
Algunos de los patrocinadores del «indulto» han tenido el descaro de asegurar que Fujimori no cometió esos delitos. Esa es una discusión absolutamente ociosa. El tema ya fue ventilado en un juicio ordinario que nadie ha objetado. Y en ese juicio -en el que no hubo tribunales secretos, ni jueces sin rostro, ni sentencias anónimas, ni abogados de oficio- el reo se declaró culpable de cinco de los siete delitos que se le imputaron. ¿Cómo decir ahora que es «inocente». Ese es un tema que ya está fuera de toda duda. Su culpabilidad, es «Cosa Juzgada». El lo reconoció. Y su sentencia, ahora, es inapelable.
Pese a eso, sin embargo, el propio reo, en su más reciente carta, afirma que espera recobrar su libertad» para «demostrar su inocencia» ¿A qué se refiere? ¿Espera, acaso, salir ahora para lograr después llegar al gobierno por interpósita persona – quizá su hija- y lograr desde allí ser declarado «inocente»? ¿Para ese juego es que busca nada menos que la complicidad del Presidente Humala? ¿Podría éste caer en esa celada?
Hay que subrayar, adicionalmente, que Alberto Fujimori no ha cumplido ni un día de cárcel. En verdad, nunca estuvo en prisión. Desde un inicio le fue habilitado para él un «ambiente especial» en el centro de recreación de la Policía Nacional -la DIROES- donde pudo hacer desde conciliábulos hasta fiestas con familia y amigos, recibiendo centenares de visitas, sin restricción alguna. ¿Es eso lo que le llaman «carcelería»?
Tampoco ha pagado un centavo de la «reparación civil» a la que está obligado. Y ese hecho es doblemente grave porque dicha reparación debió beneficiar, por una parte, al Estados contra el que delinquió, y por otra a las familias de los afectados por los crímenes que cometió en numerosos casos a lo largo de sus diez años de gestión. ¿Querrá, ahora, que le condonen esa deuda? ¿Podrá el gobierno decir entonces que ya no deberá pagar nada por casos horrendos como La Cantuta, Barrios Altos, Chimbote, El Santa, y otros?
El pedido formulado por la familia del acusado debiera ser estudiado, primero, por una Junta de Médicos probos que analicen los alcances de su dolencia. Pero, además, por verdaderos expertos en el Derecho, y no por politiqueros de la jurisprudencia, amancebados a la sombra de su régimen. Y es que, en el fondo, plantea un tema decisivo en una coyuntura dramática: justicia o impunidad, es la alternativa. Si se opta por lo primero, el planteamiento será denegado. Y si asume la segunda ruta, se abre una Caja de Pandora de la que saldrán todo tipo de alacranes y serpientes.
Hay que admitir que la confusión reina en distintos niveles. El Presidente del Poder Judicial -que debía velar por el estricto y más justo sentido de la ley- ha pedido al cielo que «Dios ilumine» al mandatario peruano. Y el Cardenal -que pudo haber hecho piadosamente ese pedido- ha demandado más bien al Presidente Humala que libere a Fujimori. Papeles socarronamente trastocados, sin duda.
Juan Luis Cipriani ha tenido el desparpajo de lamentar «el odio que no para», y lo ha atribuido a quienes se oponen al indulto a partir de razones legales, éticas y morales. Hay que decirle que el odio que «no para» es el suyo. Odia por igual a los defensores de los Derechos Humanos, a la administración de justicia, a las víctimas del terrorismo de Estado, a las organizaciones no gubernamentales que no controla, a la Pontificia Universidad Católica, a Monseñor Garatea, a los homosexuales a los que considera «al margen del plan de Dios», y a los que demandan justicia. A todos, los considera «terroristas» y espera -para decirlo en palabras santas, que «se pudran en el infierno». ¿No es así?
Lo que está claro es que quien aconsejó al Presidente Humala optar por el «indulto» que hoy se plantea, quiso colocarlo en un callejón sin salida. Pero en política, no existe una situación sin salida. Siempre hay una opción que es justa, y otra que resulta «conveniente». El arte de un líder que aspira a representar legítimamente la voluntad -y los intereses- de su pueblo, es unir la conveniencia con la justicia. Porque la única justicia verdadera, es aquella que se inspira no en los intereses de un hombre, sino en las angustias agobiantes de un pueblo. Y el Perú no merece una afrenta como la que reclama con descaro y cinismo la comparsa fujimorista.
El pueblo es ciertamente generoso. Busca justicia, y no venganza. Y en procura de esa justicia, habrá de demandar respeto a la Verdad y a la Memoria. El crimen, no paga. Pretenderlo ahora, constituiría más que un indulto, un insulto a la conciencia de los peruanos.
Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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