Con motivo de la Segunda Cumbre de Presidentes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en La Habana, Cuba, nos pareció oportuno a los autores de este documento: Marcelo Colussi (argentino radicado en Guatemala) y Guillermo Guzmán (desde Venezuela) hacer circularlo nuevamente. El texto fue escrito en el 2010, cuando la CELAC recién […]
Con motivo de la Segunda Cumbre de Presidentes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en La Habana, Cuba, nos pareció oportuno a los autores de este documento: Marcelo Colussi (argentino radicado en Guatemala) y Guillermo Guzmán (desde Venezuela) hacer circularlo nuevamente. El texto fue escrito en el 2010, cuando la CELAC recién estaba queriendo nacer y aún vivía Hugo Chávez, mentor en muy buena medida de la iniciativa. Entendemos que el material no está desactualizado en lo fundamental, por eso lo ponemos a consideración del público nuevamente, entendiendo que puede ser un aporte a este intento de construcción de la Patria Grande, teniendo siempre el socialismo como norte.
Introducción
Los países latinoamericanos están actualmente muy atentos a su destino independiente y a su futuro. Su conciencia se ha estremecido con los sucesos sangrientos de las dictaduras militares del denominado Cono Sur. Las masacres genocidas acaecidas en Centroamérica, la ingerencia del gobierno de los Estados Unidos en todos nuestros asuntos, el saqueo, la secesión y el latrocinio de Panamá, las bases militaristas, el llamado Comando Sur, amenazador, con sus garras criminales apuntando todas las fuentes energéticas, el petróleo, el gas, el cobre, el níquel, el oro, la madera, la Amazonia, el agua, el espacio aéreo ecuatorial, la biodiversidad, el hierro, el aluminio, el humus, todo eso es lo que determina asumir la defensa de nuestros pueblos frente al imperialismo del Norte que pretende estrangularnos.
La conciencia popular es una instancia de primerísimo orden en lo que respecta a nuestra defensa.
Si en el futuro inmediato la conciencia latinoamericana no rige las pautas que marquen nuestro propio desarrollo, estaríamos perdidos. Nosotros hemos estado bombardeados de valores falsos que extravían, particularmente, a nuestros niños y fomentan en ellos el individualismo. Debemos deshacernos de esa compleja y pesada carga si queremos hacer valer la integración latinoamericana.
Desde fuera siempre resulta temerario diagnosticar cualquier fenómeno, cualquier cosa, cualquier enfermedad, y particularmente esto es cierto cuando se trata de algo tan complejísimo y delicado como lo es la educación.
El estado ideal hacia el cual debe orientarse el proceso educativo de los pueblos de América Latina tiene que ser, en consecuencia, inventado por nosotros mismos, tenemos que buscarlo, y si felizmente lo encontramos, entonces ha de surgir la necesidad de defenderlo de las acechanzas y amenazas que el imperialismo vuelque contra ello.
Puede parecer utópico, pero al decir de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, «inventamos o erramos».
Latinoamérica esta signada por injustas relaciones de poder económico y político. La estructura de ese poder económico predominante es fundamentalmente cuantitativa, utilitaria, rentista y material; por otra parte, la del poder político es de subordinación, de orden, de amedrentar militaristamente a los pueblos esclavizados, lo que les permite la capacidad de imponer obediencia. El orden social en América Latina no es más que una relación de poder y de subordinación monopolizado por la oligarquía norteamericana, que es quien ejerce el monopolio del poder.
El siglo XXI: un nuevo tiempo
Luego de años de neoliberalismo feroz y retroceso de conquistas por parte del movimiento de los trabajadores en todo el mundo, caídos el muro de Berlín y el bloque socialista de Europa, el campo popular hoy comienza a retomar con fuerza luchas históricas. En este proceso de retorno de los ideales de justicia, de búsqueda de otro mundo posible, juega un papel clave la Revolución Bolivariana que está teniendo lugar en Venezuela.
Las líneas que marcan el mundo en los finales del siglo XX y en los inicios del presente están dadas, por un lado, por la precarización en las condiciones de vida de las grandes masas en todos los continentes producto de ese triunfo omnímodo del gran capital sobre el campo popular, y por un unilateralismo militar irreverente por parte de la potencia ganadora de la Guerra Fría: Estados Unidos de América. Pero por otro, dada una lentificación en el ritmo de crecimiento económico de la gran superpotencia y en el aparecimiento de grandes bloques que le comienzan a disputar protagonismo, una nueva tendencia que también marca estos años es la recomposición del capitalismo a escala planetaria.
Estados Unidos sigue siendo en la actualidad la primera potencia económica mundial con un producto bruto interno 16 veces más grande que quien le sigue: el Japón. De todos modos la pujanza de décadas atrás ha comenzado a detenerse. Junto a ello vemos que han aparecido en escena una Unión Europea con un euro fortalecido y un bloque asiático (con Japón y China a la cabeza), que se muestran como polos de mayor dinamismo, de mayor vitalidad que los Estados Unidos, y que sin dudas comienzan a hacerle sombra.
La competencia capitalista, al menos en principio, no parece llevar la opción bélica entre estos gigantes. De todos modos la guerra interimperialista continúa, y la modalidad que va tomando es la del desarrollo de grandes bloques de poder continental basadas, fundamentalmente, en la competitividad económica y científico-técnica con países centrales dirigiendo el proceso y otros satélites que lo secundan. La creación de grandes bloques comerciales (Unión Europea, Cuenca del Pacífico) parece marcar el rumbo de las próximas décadas.
En ese contexto surge en el gobierno de Estados Unidos la idea del ALCA -Area de Libre Comercio para las Américas- como presunta «integración» continental, pero siendo en realidad un mecanismo de control hemisférico para afianzar su posición de potencia hegemónica para competir contra esos nuevos bloques emergentes.
ALCA: hacia la recolonización continental
El ALCA representa un proyecto geopolítico de Washington que, aunque comience con la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente americano, busca en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitirá al mercado y las transnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano). Los países que lo suscriban tendrán que transformar en constitucionales los arreglos surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo.
Según expresara con total naturalidad Colin Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush: «Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio.» Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último término, en las armas (léase: sus bases militares que hoy atenazan todo el subcontinente, desde Centroamérica a la Patagonia).
Considerando que todo esto es la esencia verdadera del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no puede traer en modo alguno bonanza para Latinoamérica y el Caribe. La preservación de todas estas asimetrías es vital para la estrategia hegemónica imperial, tanto como la multiplicidad de monedas regidas por el dólar y el mantenimiento de enormes brechas salariales. El ALCA es, en definitiva, un mecanismo recolonizador. De hecho ya se han dado importantes pasos en la concreción del proyecto hegemónico de Washington: desde 1994 funciona el NAFTA (sigla inglesa de «Tratado de Libre Comercio para América del Norte»), acuerdo suscrito entre Estados Unidos, Canadá y México -que en realidad sólo ha beneficiado al primero de los tres-.
Debido a trabas interminables que se han dado en las negociaciones a partir de los intereses de los grupos de poder latinoamericanos que chocaban con los grandes intereses estadounidenses, pero más aún -y fundamentalmente- por la tenaz oposición del campo popular a través de los distintos movimientos sociales de protesta a lo largo de todo el continente- el ALCA no pudo entrar en funcionamiento para el 1º de enero del año 2005 tal como estaba previsto. Ante ello la estrategia imperial ha sido comenzar a buscar la firma de tratados regionales o bilaterales, siempre con la misma inspiración del tratado original, que a la postre le brinden similares resultados.
Así lograron establecer, a principios del 2005, el RD-CAFTA («Tratado de Libre Comercio para América Central y República Dominicana»); y posteriormente Colombia y Perú, en el año 2006, terminaron firmando sendos tratados bilaterales, mientras Chile busca desesperadamente ser incluido como socio especial en el NAFTA.
Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las empresas, ningún beneficio para las grandes masas será tenido en cuenta, por lo que la integración no servirá a un genuino proceso de desarrollo social. Es necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios. Pero el proceso de integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.
¿Es posible la integración en América Latina?
Proyectos de integración dentro de América Latina ha habido muchos, desde los primeros de los líderes independentistas a principios del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio -ALALC-, la Comunidad Andina de Naciones, el Mercado Común Centroamericano, la Comunidad del Caribe -CARICOM-. Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur -MERCOSUR-, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996, al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y últimamente Venezuela. Sin contar, obviamente, con el mecanismo de recolonización del ALCA, que en realidad es más un sumatoria de países bajo la égida de Washington que una genuina integración.
Hoy día, en un mundo globalizado con desafíos cada vez más grandes en lo económico, en lo científico y en lo tecnológico, en una sociedad mundial regida cada vez más por la información y el conocimiento de vanguardia, y en el marco del aún dominante sistema capitalista, las posibilidades de crecimiento y desarrollo como país independiente parecen ya imposibles. Ante ello se torna imprescindible entonces el impulso de bloques de naciones. Estamos quizá ante el comienzo del fin de la idea de Estado-nación moderno, surgida en los albores del mundo post renacentista con un capitalismo naciente. Hoy la historia se juega en términos de bloques, de grandes bloques de poder económico-científico-político. Es por ello imperioso reconocernos en Latinoamérica como un gran bloque con historia común, y sin dudas también con un destino común.
Las burguesías nacionales que se desarrollaron a partir de la independencia formal a principios del siglo XIX han estado siempre en una relación de dependencia/complicidad con las potencias extranjeras. Son socios menores de los capitales transnacionales, o comercian con ellos los productos primarios que produce la región, pero la idea de unidad hemisférica independentista no pasa por su proyecto.
El punto máximo en el planteo de integración de esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias sustanciales entre el MERCOSUR y el ALCA. Como correctamente analiza Claudio Katz: «Las clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente».
Dicho en otros términos: con el MERCOSUR no se pasa de «más de lo mismo».
Hoy día por todo el continente comienzan a soplar nuevos vientos surgiendo prometedores -unos más, otros menos- gobiernos de centroizquierda. Pero es innegable que luego de años de «fin de la historia» y forzado neoliberalismo «más allá de las ideologías», renacen esperanzas adormecidas por años. Vuelve a hablarse de socialismo, de antiimperialismo, de Patria Grande. Aunque, para ser estrictos, todo este movimiento lejos está aún de posibilitar cambios estructurales profundos. La integración es aún un proceso muy frágil, y de momento sólo manejada por las derechas.
Entendido la integración como una nueva puerta que trascienda el MERCOSUR, comienza a tomar cuerpo la idea de una integración como proceso que conduzca a alternativas al modelo capitalista. Para las burguesías locales la integración no pasa de ser un campo de negocios que refuerce su poder. Contrariamente, para el campo popular la unidad regional puede ser un paso para la construcción de otra sociedad más justa.
ALBA: hacia una integración popular y solidaria. ¿Un camino al socialismo?
Contrariamente a lo dicho hasta el hartazgo por la prédica neoliberal, la liberación del comercio no basta para lograr automáticamente el desarrollo humano. La expansión comercial no garantiza un crecimiento económico inmediato ni un desarrollo humano o económico a largo plazo. Es más: la liberación no es un mecanismo fiable para generar un crecimiento sostenible por sí mismo ni para emprender una real reducción de la pobreza.
Es por eso que, pensando no tanto en el dios mercado y en el beneficio empresarial sino en los seres humanos de carne y hueso, en las poblaciones sufridas, marginadas, históricamente postergadas, y retomando el proyecto de patria común latinoamericana efímeramente levantado en el momento de las independencias contra la corona española así como contra la nueva iniciativa de dominación del ALCA, surge ahora la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para América Latina y El Caribe-.
Esta nueva propuesta de integración fue presentada públicamente por el presidente venezolano Hugo Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita en diciembre del 2001; se trazan ahí los principios rectores de una integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.
El ALBA se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.
La noción neoliberal de acceso a los mercados se limita a proponer medidas para reducir el arancel y eliminar las trabas al comercio y la inversión. Así entendido, el libre comercio sólo beneficia a los países de mayor grado de industrialización y desarrollo, y no a todos sino a sus grandes empresarios. En Latinoamérica p odrán crecer las inversiones y las exportaciones, pero si éstas se basan en la industria maquiladora y en las explotación extensiva de la fuerza de trabajo, sin lugar a dudas que no podrán generar el efecto multiplicador sobre todos los grupos sociales, no habrá un efecto multiplicador en los sectores agrícola e industrial, ni mucho menos se podrán generar los empleos de calidad que se necesitan para derrotar la pobreza y la exclusión social. Por eso la propuesta alternativa del ALBA, basada en la solidaridad, trata de ayudar a los países más débiles y superar las desventajas que los separa de los países más poderosos del hemisferio buscando corregir esas asimetrías. Con estas características, un proceso de integración hemisférica realmente sirve a las grandes mayorías por siempre excluidas.
Como dijo el presidente Chávez sintetizando el corazón de la propuesta: «Es hora de repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica, tecnológica y física».
Según publicación del diario La Nación, Buenos Aires, Argentina, del 13-9-05: «Las materias primas y las manufacturas de origen agropecuario acaparan actualmente las ventas de Latinoamérica. Conforman el 72% de las exportaciones argentinas, el 83 % de las bolivianas, el 83% de las chilenas, el 64% de las colombianas y el 78% de las venezolanas. La especificidad mexicana (81% de exportaciones manufactureras) es engañosa, porque el país se ha especializado en el ensamble de partes sin valor agregado, que las maquiladoras intercambian con las casas matrices estadounidense. Unicamente Brasil constituye una relativa excepción, ya que en su canasta de exportaciones las materias primas constituyen el 52% del total». Para muchos países de América Latina y El Caribe la actividad agrícola es, por tanto, fundamental para la supervivencia de la propia nación. Las condiciones de vida de millones de campesinos e indígenas se verían muy afectadas si ocurre una inundación de bienes agrícolas importados, aún en los casos en los cuales no exista subsidio por parte del gobierno federal de Estados Unidos. Hay que dejar claro que la producción agrícola es mucho más que la producción de una mercancía. Es, en todo caso, un modo de vida. Por lo tanto no puede ser vista ni tratada como cualquier otra actividad económica o cualquier producto sin su correspondiente cosmovisión cultural. El ALBA, justamente, intenta rescatar ese punto de vista.
El ALBA es, de momento, una buena intención pero aún no está afirmado en su posición. De todos modos en esa línea pueden inscribirse ya importantes pasos: los convenios de cooperación suscritos entre Cuba y Venezuela son un ejemplo. Pero hay más aún en esta intención integracionista: la incipiente comunidad energética con Petrocaribe y Petrosur, la integración en la comunicación con el canal televisivo teleSur, las surgentes ideas de un Banco del Sur, de una Universidad del Sur, de unas Fuerzas Armadas del Sur. Es decir: movimientos concretos que nos acercan y nos unen como pueblos contra la estrategia hemisférica de recolonización por parte del imperio y contra los mecanismos de unión aduanera capitalista del MERCOSUR.
La propuesta de integración, de todos modos, es mucho más ambiciosa: entre otras cosas apunta a crear un gigante petrolero latinoamericano -Petroamérica-, que bien podría convertirse en punta de lanza de un amplio proceso de integración económica de la región cuestionando seriamente el monopolio energético que manejan las grandes compañías petroleras, estadounidenses en su gran mayoría.
El campo popular pasó años atrás por un momento de reflujo, a partir de las dictaduras que ensangrentaron el continente y los posteriores planes de ajuste neoliberal que se aplicaron. Pero hoy se están retomando tradicionales banderas de lucha por la justicia, en buena medida inspiradas por la Revolución Bolivariana de Venezuela. En este renacer asistimos a lo que se está formulando como «socialismo del siglo XXI». Aunque eso, al igual que el ALBA, está en pleno proceso de formulación, marca ya un camino: no debemos repetir similares errores del pasado.
La construcción del socialismo en un solo país se ha demostrado sumamente dificultosa. Hoy día, ante el surgimiento de grandes bloques de poder, pensar en desarrollos nacionales autónomos parece casi imposible, de donde surge la casi obligada necesidad de impulsar procesos regionales como opción con posibilidades reales de concreción. Una integración desde el capitalismo, dirigida tanto por las clases dirigentes latinoamericanas vernáculas como por Washington, no sirve para el mejoramiento real de las mayorías explotadas. De ahí que las renovadas ideas de integración -en buena medida aportadas por el actual proceso bolivariano de Venezuela- marcan un importante camino alternativo. Una integración basada en principios de solidaridad y desarrollo genuino para los pueblos es, en estos momentos, un enorme paso hacia delante en términos políticos. El nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI, sin renunciar a sus postulados históricos, debe buscar nuevos perfiles. Y ahí entra en escena esta nueva idea de la integración.
El capitalismo de ninguna manera está derrotado; pero se abre hoy un nuevo escenario que permite profundizar su crítica. Aunque sólo Cuba y Venezuela transitan el socialismo, esos nuevos aires que soplan ahora por América Latina pueden marcar una tendencia que debe potenciarse: los pueblos ansían otra cosa.
Unidos, buscando la integración solidaria para todos y no sólo aquella que beneficie a los tradicionales grupos de poder, podremos construir un mundo más justo. En ese sentido la nueva idea de integración latinoamericana puede ser un importante camino socialista.
Algunas consideraciones sobre el socialismo
I
Hemos asumido como axiomas que la humanidad todavía no ha alcanzado un estado final de evolución cultural y que la nueva visión que tenemos de socialismo es unívoca de integración de nuestros pueblos; luego, estamos en pleno decurso de un proceso que ya ha dejado algunas cosas en claro pero, otras esperan por ser esclarecidas.
Está claro que el imperialismo norteamericano en sus dos pervertidas versiones, demócrata y republicana, no tiene otra finalidad que saquear la riqueza de los pueblos del Sur y esclavizarnos, a la vez que imponernos su criterio de quietud.
En efecto, hay mucha quietud en amplios sectores de nuestros sufridos pueblos. Se trata de una quietud que no es casual. Esa quietud a la que hacemos referencia, digámoslo en sentido amplio, es una funesta consecuencia de estrategias estructuradas y puntualmente definidas por el imperialismo norteamericano para manipular la conciencia del Sur y, en consecuencia, generar hombres, mujeres y niños manipulados mediante patrones cuyas pautas establecen: periodistas «descerebrados» que piensan con la cabeza de sus editores, es decir, periodistas amaestrados y dispuestos a salirse de sí mismos para subastar su dignidad, exhibiendo valores falsos. O «sesudos analistas» despotricando del «eje del mal», a contrapelo del «eje del bien», y niños comiendo en un Mc Donald’s tomando Coca-Cola.
La inteligencia, el sentimiento, las costumbres, la cultura de quienes estamos fuera de esa cadena de patrones, nada valemos para las necesidades de los medios de difusión de las «bondades del capitalismo» que se apropian de la verdad de los hechos para llevarla a laboratorios donde esa verdad es maquillada y manipulada, ulteriormente soltada a los cuatro vientos, con la intención expresa de generar hombres y mujeres manipulados, quienes después elegirán a gobernantes inescrupulosos.
La sangrienta invasión y ocupación militar norteamericana en Panamá puso en evidencia que la quietud de otros pueblos latinoamericanos ante la criminal agresión de Washington no es casual.
Tanto en las cárceles como en las escuelas de América Latina, se ha venido practicando un absurdo autoritarismo como forma de castigo, y eso forma parte de la misma estrategia psicológica de la mal llamada «Escuela de las Américas» donde nuestros militares son entrenados para torturar a sus propios hermanos.
La suerte de esos hombres, mujeres y niños que son maltratados y castigados es obviamente previsible, a tal punto que cuando pudiese dárseles toda la libertad, ellos no podrían usarla por no estar preparados para ejercerla puesto que han sido llevados a un estado extremo de indefensión. Ese individuo indigente, aislado y sin posibilidades de tener a mano una vía de escape hacia su autodeterminación y su libertad, entonces se enclaustra en las drogas para, en su orfandad, formar una pieza importante del sistema explotador.
A tal punto están algunos indefensos que por sí mismos nunca podrían salir de su infierno; están como en un pozo profundísimo del cual no podrán salir sin que le tiremos una cuerda larga, muy larga y con un buen soporte, aparte de una buena razón para que inclusive quieran salvarse.
El ser humano es parte del Universo, pero la sociedad capitalista no hace más que tratar de regularlo para ponerlo entre límites y clasificarlo según su cultura y lugar de nacimiento. A manera de ejemplo, es del conocimiento general que a Estados Unidos no puede entrar un iraquí o alguien que se le parezca, a menos que sea para cumplir un papel del Departamento de Estado. Por el contrario, para una sociedad socialista -a propósito de las propuestas de integración latinoamericanista- la nacionalidad debería ser considerada como un valor externo a la calidad humana; cuando mucho, la nacionalidad debería ser no más que un valor agregado y sólo eso.
Un boxeador mexicano se caracteriza por ser guapo, valiente y entrador incansable, es decir: un «Ratón Macías». Las mujeres de Venezuela se dice -machismo de por medio- que son lo más bonito del globo, y los «sureños» del sur profundo parecen ser pedantes a medida que el criterio de «Sureñidad» es emitido cerca del paralelo cero, pero es que en cada quien hay un conjunto de razones, una manera de ser que obviamente es catalogada diferentemente desde distintos puntos de vistas, y lo que aquí es un parecer, allá es otro. Cada quien es una realidad intraespecífica. Todo ser humano se mueve en por lo menos una dimensión histórico-cultural, además de la dimensión biológica, por lo que las propuestas de integración latinoamericana y de socialismo tienen que ahondar en todas las otras facetas posibles.
La naciente propuesta socialista tiene que estructurar leyes social y jurídicamente avanzadas para evitar hacer falsas e injustas caracterizaciones del «extranjero» y, para mejor, incorporarlo al verdadero desarrollo doquiera se encuentre, encima o debajo de la madre tierra, porque los pueblos son los que han sido, los que ahora estamos y los que en siglos han de venir. La voluntad infinita de los pueblos para empinarse sobre las dificultades y avanzar debe ser la bitácora del nuevo socialismo.
La ideología socialista que nazca del debate abierto será a la integración latinoamericana lo que las cabillas son a las paredes, siempre y cuando el debate no se quede en la superficie de la realidad del hombre sino que se de en todos los estamentos de manera profunda.
Sin una educación descolonizadora cualquier avance en lo económico será inversamente proporcional al bienestar de los pueblos.
Queda por esclarecer el estado social de justicia y de derecho, lo que nos obliga a buscar e inventar caminos en los que la ética del Sur prevalezca en el Sur, que el amor prevalezca sobre el encono, la solidaridad sobre el egoísmo y la paz sobre la diatriba estéril.
La nacionalidad de alguna manera separa a los seres humanos; los ideales internacionalistas, por el contrario, fortalecen vitalmente la interrelación. La universalización de las artes y de la ciencia constituye importantes factores de integración más allá de las fronteras del racismo que hace ver que una persona es inferior a otra cuando precisamente son las presiones sociales y culturales las que conllevan tales diferencias.
Como humanos somos una realidad, y ya el mero hecho de coexistir implica la posibilidad de tropezar, así que si tratamos de corregir un poco la percepción de algo que merece ser revisado, vamos a hacerlo. La manera en que América Latina ha coexistido tiene que revisarse; de hecho, hay una propuesta de integración sobre el tapete. El patrimonio histórico de nuestros pueblos, que no es sólo el presente, sino el pasado y además el futuro, tiene que planificarse para el bienestar y la felicidad de todos. El socialismo tiene que ver con esa planificación.
La vía más segura para impulsar la integración y profundizar en la visión política del socialismo nuevo es oyendo lo que puedan decir todos los pueblos en un debate crucial, sin el cual se niega expresamente la posibilidad de rectificar. El hábito constante de corregir y completar ideas comparándolas con otras, imparcialmente, con toda la honestidad posible, es una vía segura para desechar la duda y alcanzar el fundamento estable y de confianza en lo que deseamos conocer a fondo y, lejos de evitar las objeciones y las dificultades, debemos buscarlas para el análisis y para la síntesis, para la confrontación.
A diferencia de la globalización informativa como arma usada por los grandes centros de poder internacional, y también del viejo internacionalismo proletario pro-soviético, el socialismo latinoamericano no debe estructurarse bajo un solo patrón. Es necesario que afloren las modalidades de cada país, pero el carácter esencial de la solidaridad y la cooperación no deben ser soslayados bajo ningún respecto.
II
A veces afirmamos que algo es verdadero demostrando que se cumple, es decir, acumulando pruebas a favor; sin embargo, la investigación de lo que niega un hecho también es un camino válido para comprobar la realidad «aproximadamente» objetiva. La iglesia católica, que ha sido tradicionalmente intolerante, conservadora y rígida, no obstante para canonizar a un beato escudriña todo lo que en contra del posible santo pueda sustanciarse. Con todo lo que el diablo pueda esgrimir contra el santo, rigurosamente analizado, medido, entonces es cuando se concede la canonización, si procede, pero un importante sector de esa iglesia, especialmente de la más alta jerarquía, arremete contra el socialismo, soslayando el juicio de los pueblos. Es por lo que en la discusión y el debate para construir el socialismo y la integración no debe quedar una sola rendija por donde los detractores puedan meterse, no debe quedar un solo cabo suelto.
El socialismo que planteamos como propuesta hemisférica para coadyuvar la integración de nuestros pueblos no pretende ser un socialismo ecuménico; por lo contrario y a diferencia de la globalización, que como arma es manejada desde los centros de poder internacional, tiene que alejarse de un solo patrón. Ni el caduco enfoque del internacionalismo proletario soviético ni el consenso de Washington, ni la injerencia del Vaticano deben impedir que los pueblos asuman su propio destino. Los pueblos tienen que pensar y expresar lo pensado además de confrontar, como una manera de acercarse a la esencia de su propia realidad para desde allí edificar su propio socialismo; pero, en cada caso, la solidaridad y la cooperación deben ser su fundamental rasgo distintivo.
Las opiniones a veces son verdaderas y a veces son falsas, pero puede suceder que todas sean verdaderas. La discusión de opiniones disidentes es necesaria para completar el resto de la verdad que siempre anda por ahí cojeando. Si no se discute, se olvidan o simplemente se soslayan los fundamentos de las opiniones, y ya sabemos que quien no conoce más que su propia opinión no conoce gran cosa. Puede ser que una opinión sea tan acertada que nadie pueda refutarla pero si se es incapaz de refutar las ideas del interlocutor porque ni siquiera se conocen, no hay motivos para afirmar que se prefiere la opinión propia respecto a la otra y lo único que podría hacerse es abstenerse de juzgar, a menos que se deje ganar por el autoritarismo.
Dar por cierta una opinión mientras exista alguien dispuesto a negarla, y no permitírselo, es un absurdo. Si el Socialismo nuevo, el socialismo del porvenir, pretendiese tener seguidores en lugar de personas que quieren descubrir, explorar, inventar posibilidades, entonces podría fracasar, de ahí que sea imprescindible abrir un gran debate en el seno de los pueblos.
El socialismo soviético, la iglesia católica y el imperialismo norteamericano han tenido en común cúpulas que niegan toda apelación, por lo que en algún momento se han desviado hacia el despotismo y hasta han convertido los anhelos populares en un obituario de esperanzas. Así mismo, se han convertido en bloques a la manera en que, en lugar de alianzas tales que cada nación tenga libertad y autodeterminación, prefieren ejercer hegemonías unilaterales.
En la política de bloques hay una «obligación», a diferencia de la política de alianzas en las que se refleja el carácter voluntario de las naciones participantes, y eso en el nuevo socialismo tiene que ser considerado prioritariamente.
Desde luego que los enfrentamientos se dan de acuerdo a los intereses de los países líderes de cada bloque -léase Vaticano, Washington, Moscú- obligando a los subordinados a seguir atados, inclusive en detrimento de sus propios desarrollos políticos, económicos y sociales. Cuando alguno de los países subordinados de cada bloque trata de escapar de esa situación, es brutalmente retenido y confiscados sus anhelos de progreso; así vemos cómo los países líderes pujan por ampliar su radio de acción hacia otros países del continente que les son tenazmente adversos (casos de Cuba y Venezuela en la actual coyuntura latinoamericana). En nuestro continente, con anterioridad Nicaragua fue sometida al amedrentamiento y manipulación por parte de la opinión internacional así como la ocupación de su territorio en flagrante violación de los Acuerdos de Ginebra y el soborno de una vendida clase dirigente de las mafias somocistas. Puesto que la fuerza de ese pequeño país es en lo cuantitativo infinitamente inferior respecto a ese gran bloque militar y político que se le enfrenta, es predecible la secuela de fracasos; sin embargo, mirando desde otro punto de vista, el ético, uno se da cuenta del esfuerzo supremo de Nicaragua, El Salvador, de la Cuba Revolucionaria, de Haití y tantos países hermanos, para avanzar y tener conciencia frente al estado de guerra que trata de imponernos el Norte imperialista.
Las sangrientas dictaduras de Paraguay, Chile, Argentina y tantos otros países del área, no le preocuparon a la clase dirigente de Washington. Frente a ese panorama brutal, pasado y presente, no queda opción más importante que estimular la conciencia de América Latina y que esa reflexión se convierta en mensaje para que su eco llegue a los oídos de todos nuestros hermanos como estímulo para luchar por nuestros genuinos intereses.
III
Valga la paradoja, pero en América Latina, pese a tanta quietud suena un ruido silente, que en Venezuela proviene fundamentalmente de los cerros de Caracas, donde están las barriadas pobres; en México, de las zonas «zapatistas» de las selvas lacandoncas; en Bolivia, en Ecuador y en Perú de las zonas indígenas y en Centroamérica sale de debajo de las piedras. Panamá es un caso especialísimo: del subsuelo de Chorrillos sale un gemido, más que un ruido, porque murió el General Torrijos. Y también en Argentina, donde los piqueteros y las Madres de Plaza de Mayo continúan la resistencia, así como en Brasil, donde los movimientos populares se han puesto de pie llevando a Lula a la presidencia. Y lo mismo en Haití, donde la población históricamente postergada, los descendientes de esclavos africanos, dijeron «basta».
Ahora bien: ¿son todos estos movimientos una clara señal que el socialismo está ganando espacios? ¿Retornan los ideales de justicia sepultados décadas atrás por dictaduras sangrientas y por posteriores planes de ajuste neoliberal? ¿Son los actuales gobiernos de centro izquierda una genuina opción para sacar de la pobreza y la marginación a las grandes mayorías de Latinoamérica?
Una cosa son los movimientos populares, otra distinta las administraciones socialdemócratas que comienzan a extenderse por la región. La era de ultraliberalismo de fines del siglo XX parece haber entrado en una fase de confrontación fuerte, y no está dicha la última palabra en esta batalla entre imperio y pueblos que se rebelan. La nueva centroizquierda que administra hoy muchos países del área está entre ambos fuegos, jugando muchas veces al doble discurso, pero muchas veces pactando a la postre con el gran capital -nacional y extranjero-. Pero como decía el Manifiesto de 1848, los pueblos «no tienen nada que perder, más que sus cadenas». Eso es lo que hoy, ya pasados los peores años de la represión sanguinaria de la Guerra Fría, comienza a vislumbrarse. No hay dudas que la Revolución Bolivariana de Venezuela es un punto de principal referencia en este despertar. Los pueblos del continente están despertando luego de años de quietud. La historia no había terminado.
¿Cómo construir entonces el socialismo hoy día? Por lo pronto, no repitiendo viejos errores. La historia demostró los peligros de la centralización. » Una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?» , se preguntaba Albert Einstein, que además de físico genial era un agudo pensador social de izquierda -faceta que le es bastante desconocida por cierto-. El socialismo del siglo XXI, proyecto en gestación del que no sabemos con exactitud hacia dónde puede derivar, abre luminosas expectativas.
Viendo que la coyuntura actual no es en absoluto la de décadas atrás, sin un bloque soviético que permita, por ejemplo, una revolución cubana que hasta llegó a desafiar al gigante estadounidense con misiles nucleares en su territorio, el realismo político nos impone ver cómo construimos una opción socialista adecuada a las actuales circunstancias. Ello no va en desmedro del ideario socialista histórico; el socialismo del siglo XXI no quiere decir que desconoce al del siglo XIX, el que pensaron los clásicos, y que deja de nutrirse con los aciertos y desaciertos del construido durante el XX. Significa, en todo caso, plantearse utopías con los pies sobre la tierra. La utopía, en tanto construcción de un ideal aspirado, sigue siendo el norte del socialismo. Y ese ideal sigue siendo la igualdad, la justicia social, la lucha contra toda forma de explotación.
Hoy, viendo las dificultades de edificar una experiencia socialista en solitario, se levanta la idea de unidad continental. Pero no la unidad de los capitales, sino la de la Patria Grande, popular y en beneficio del ciudadano común. Es en ese sentido la utopía sigue siendo posible, necesariamente posible. Para el nuevo socialismo que quiere comenzar a abrirse campo en América Latina, el norte debe ser el Sur.
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