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Italia: «¡a las urnas, ciudadanos!»

Fuentes: La Jornada

El primer domingo de abril Italia decidirá en las urnas si permanece en el gobierno la actual alianza empresarial-clerical-fascista o si la misma es remplazada por la heterogénea alianza «progresista» o «democrática», que incluye neoliberales, centristas y grupos de la izquierda, como los Comunistas Italianos o Refundación Comunista, y que está dirigida por un político […]

El primer domingo de abril Italia decidirá en las urnas si permanece en el gobierno la actual alianza empresarial-clerical-fascista o si la misma es remplazada por la heterogénea alianza «progresista» o «democrática», que incluye neoliberales, centristas y grupos de la izquierda, como los Comunistas Italianos o Refundación Comunista, y que está dirigida por un político que se desplaza en bicicleta, moderado y ligado al capital pero honesto, que ostenta el simbólico apellido de Prodi (plural de valiente, valeroso, lo cual es poco veraz si uno analiza el carácter y la trayectoria de los dirigentes de cada uno de los componentes de este frente).

Pero, aunque el ejército Brancaleone de Prodi ya haya estado en el gobierno y haya aplicado en éste una política favorable al gran capital y a los planes de Washington, no hay duda alguna de que se diferencia de la alianza entre los fascistas directos y nostálgicos de la nieta de Mussolini, de los neofascistas de Alianza Nacional, de los racistas y separatistas de la Liga, de Forza Italia, el partido-empresa del hombre más rico de Italia, ligado a la mafia, aliado de Bush, condenado varias veces por la justicia por corrupto y, además, del puñado de democristianos de ultraderecha que representa el lazo directo con el pastor alemán que gobierna el Vaticano.

La Unión y la Casa de la Libertad constituyen dos opciones, ambas defensoras del capitalismo, pero la segunda es delincuencial, dictatorial, fascistizante, belicista, imperialista, mientras que la otra está compuesta por temerosos defensores del orden imperante, pero en el marco de la Constitución, y por eso no tienen más remedio que abrir su flanco izquierdo a la presión de los sindicatos, de los movimientos sociales y de la izquierda tradicional que se proclama socialista, todos los cuales, antes de acudir a las urnas, han hecho grandes huelgas y gigantescas manifestaciones. Una es antisindical, antinmigrantes, racista, agente de Estados Unidos y quiere imponer la enseñanza religiosa en las escuelas estatales, y la otra es sindicalista (aunque moderada), antirracista, europeísta. Una busca reformar las leyes para favorecer los robos, expropiaciones y fraudes del gran capital y la otra busca impedir todo eso mediante la justicia. Son iguales en su sumisión al sistema capitalista, pero no lo son en cuanto al sistema político que desean imponer respectivamente. Por eso la mayoría de los italianos votará contra Berlusconi y sus secuaces aunque no espere demasiado de los que formarían el gobierno de Prodi. Votarán más por repudio a la derecha que por esperanzas de cambio, contra la reacción pero no por un programa alternativo. Votarán, en muchos casos, tapándose la nariz y tomando la boleta centrista con pinzas, pero votarán.

¿Cuáles son las perspectivas? Una cosa es segura: el voto de los emigrados será mayoritariamente conservador y de derecha, un voto nacionalista y fundamentalista. Pero los emigrados, aunque pueden pesar en un resultado final más o menos parejo, no podrán compensar el desgaste político de Berlusconi y de su banda. Probablemente entonces, a pesar de la modificación de la legislación electoral hecha a la medida para favorecer a la derecha, ésta perderá la mayoría en la Cámara de Diputados, como ha perdido ya la mayoría de las regiones (estados) y en las grandes ciudades. Pero probablemente conservará la mayoría en la Cámara de Senadores, útil sólo para bloquear las decisiones de un gobierno centrista respaldado por los diputados. En tal caso de parálisis prolongada aparecería la tentación clásica en la Italia democristiana de los años 60: la del gobierno «técnico» (formado por supuestos especialistas) o, peor aún, la de un gobierno «de unidad nacional». Pero éste sólo podría estar compuesto por los centristas que miran tímidamente hacia la izquierda y los centristas miembros de la derecha que quieren diferenciarse algo de ésta.

O sea, por el núcleo democristiano de la alianza que dirige Prodi (este mismo tiene ese origen) y los democristianos de derecha que tienen hoy roces en el gabinete ministerial con los fascistas y separatistas y con el mismo Berlusconi (el cual no olvida repetir que tiene siete tías monjas). No está excluida la posibilidad de que Berlusconi pueda optar por cortar con la Mussolini y con la Liga lombarda mientras Prodi, a su vez, dejaría colgados a Rifondazione Comunista y a los Comunistas Italianos (separados de ésta) para poder formar un gobierno con todos los pedazos de la ex Democracia Cristiana, incluyendo entre éstos a la Margarita, el grupo conservador del ex alcalde de Roma, Francesco Rutelli, que hoy es la derecha del conjunto dirigido por Prodi.

Este salto atrás de 40 años sin duda provocaría como reacción la unidad de la izquierda con las luchas sindicales y levantaría una gran protesta democrática, al mismo tiempo que empujaría la extrema derecha a posiciones más radicales, incluso en lo social y no sólo en lo político. O sea, polarizaría a Italia, con fuertes implicaciones en el panorama de la Unión Europea. Salvo si los italianos derrotasen a Berlusconi por un margen tal que le impidiera mantener un peso chantajista en el Parlamento. Para ello debería ser derrotado el primitivismo de quienes, siendo de izquierda, están asqueados por los partidos que se presentan como tales y dicen que todos «son iguales» y podrían abstenerse. Veremos si la razón y la cordura se imponen.