Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El primer artículo firmado que publiqué en un periódico tuvo que ver con el ascenso de partidos políticos en Italia que orgullosamente proclamaban su descendencia de los fascistas de Benito Mussolini. Fue hace casi 30 años, cuando los recuerdos de la era fascista en Italia y Alemania estaban todavía relativamente frescos: no había que ser muy viejo – apenas de mediana edad – para recordar haber crecido bajo esos regímenes o haber sido afectado por su sombra de una u otra manera. Y, desde luego, los regímenes en España y Portugal sólo habían terminado unos pocos años antes de que apareciera el artículo. De modo que el surgimiento de partidos importantes abiertamente neo-fascistas en Italia – la cuna del movimiento – fue un verdadero choque en esos días.
Ya no choca, claro está. Durante los últimos 14 años, la política italiana ha sido dominada por un bloque alineado con los fascistas, dirigido por un malafamado oligarca, Silvio Berlusconi. Una breve descripción del dudoso neo-Duce que escribí hace cinco años para Bergen Record – en ocasión de la visita de Berlusconi al rancho Crawford de su buen amigo, el malafamado oligarca George W. Bush – sigue valiendo hoy en día:
Berlusconi es el hombre más rico de Italia, un magnate de los medios que ahora controla un 90% de los medios audiovisuales de la nación y gran parte de los medios impresos – periódicos, revistas, y libros – así como al principal equipo deportivo de Italia, la mayor firma de servicios financieros y una vasta cartera de otros fondos financieros. Su primer período en el poder terminó en un revoltijo de procesos por corrupción; el segundo ha sido marcado por una torpe manipulación de los medios y un chocante uso de su mayoría parlamentaria para amañar leyes que lo eximen a él y a sus compinches de procesamientos actuales y de futuras investigaciones.
Gobierna Italia mediante una coalición derechista que incluye a un partido que se proclama «sucesor» de la siniestra facción del dictador fascista Benito Mussolini. Ha renegado rotundamente de sus anteriores promesas de desprenderse de sus propiedades en los medios, mientras conduce una implacable campaña orientada a debilitar la autoridad del sistema judicial de Italia, un baluarte del sistema democrático nacional en permanente turbulencia. Ha despedido a periodistas de la red estatal de televisión de Italia por criticar a su gobierno – un acto de libre expresión que Berlusconi calificó de «criminal.»
Berlusconi fue expulsado de su puesto en 2006, pero volvió al poder este año encabezando su coalición de línea más dura hasta la fecha. Y hogaño – en nuestro mundo post-11-S, cuando los gobiernos occidentales han adoptado como nunca antes la agresión, el autoritarismo y la adoración del poder brutal – no es necesario que los camisas negras de Berlusconi garrapiñen sus tendencias fascistas. Sin embargo, aunque hemos aprendido a esperar lo peor de nuestras democracias degeneradas (y pocas veces nos desilusionan), sigue siendo una especie de choque cuando se ve que Italia resucita una de las políticas más brutales del fascismo, la satanización oficial de todo un grupo étnico – de uno de los objetivos históricos más afectados: los gitanos. Seamus Milne informa en el Guardian:
En el corazón de Europa, la policía ha comenzado a tomar huellas digitales de niños por su raza – con apenas un murmullo de protesta de gobiernos europeos. La semana pasada, el nuevo gobierno derechista de Silvio Berlusconi anunció planes para realizar un registro nacional de todos los gitanos – gente roma y sinti – estimados en unos 150.000 – sean nacidos en Italia o inmigrantes. El ministro del Interior y luminaria central de la xenófoba Liga Norte, Roberto Maroni, insistió en que la toma de huellas digitales de todos los roma, incluyendo a niños, era necesaria para «impedir el pordioseo» y, si era necesaria, apartar a los niños de sus padres.
La campaña étnica de toma de huellas digitales forma parte de una medida de fuerza contra los tres millones y medio de inmigrantes de Italia, en su mayoría legales, realizada en una atmósfera de retórica cada vez más histérica sobre crimen y seguridad. Pero los vituperados roma, cuyas familias han estado, en algunos casos, en Italia desde la Edad Media, sufren la peor parte. El objetivo es clausurar 700 campos de okupas roma y obligar a sus habitantes a abandonar las ciudades o el país. Durante la misma semana en la que Maroni defendió sus planes de registro racial en el parlamento, la máxima corte de apelaciones de Italia dictaminó que era aceptable que se discriminara a los roma sobre la base de que «todos los gitanos son ladrones,» no debido a su «naturaleza gitana.»
Redadas oficiales y cierres forzados de campamentos de los roma han sido salpicados de ataques por grupos de energúmenos vigilantes. En mayo, rumores del secuestro de una bebé por una mujer gitana en Nápoles provocó una orgía de violencia racista contra campamentos de los roma por matones que enarbolaban barras de hierro, incendiaron caravanas y expulsaron a gitanos de sus chabolas en docenas de ataques, orquestados por la mafia local, la Camorra. ¿La reacción del gobierno de Berlusconi a los ataques incendiarios y la limpieza étnica? «Es lo que pasa cuando los gitanos roban bebés,» se desentendió Maroni; mientras su colega en el gabinete y líder de la Liga Norte, Umberto Bossi, declaraba: «La gente hace lo que la clase política no puede hacer.»
Hay que recordar que esto sucede en un Estado que bajo la dictadura fascista de Benito Mussolini jugó un rol obsecuente en el Holocausto, en el que se calcula que murió un millón de gitanos como seres «subhumanos» junto al genocidio nazi cometido contra los judíos. Las primeras expulsiones de gitanos por Mussolini ya tuvieron lugar en 1926. Ahora los herederos políticos del dictador, la pos-fascista Alianza Nacional, son miembros de la coalición de gobierno de Berlusconi. En caso de que alguien no se haya dado cuenta, cuando Gianni Alemanno, de la Alianza, fue elegido alcalde de Roma en abril, sus partidarios hicieron el saludo fascista gritando «Duce» (equivalente al «Führer» alemán) y Berlusconi se entusiasmó: «Somos la nueva Falange» (El partido fascista español del general Franco).
Como señala Milne, esta revancha fascista no ha provocado la menor protesta de los dirigentes del «mundo libre.» Por cierto, la semana pasada saludaron con los brazos abiertos el retorno de Berlusconi al círculo dorado de los supremos del G-8. Bush fue el más entusiasta de todos, saludando a su viejo amigo y socio en crímenes de guerra con gritos exaltados de «¡Amigo!» (Bueno, en todo caso es una palabra extranjera, no del todo italiana), para luego compadecerse por sus continuos procesamientos penales (de los que, una vez más, trata de librarse utilizando poderes estatales). «Leí que los tribunales lo están persiguiendo de nuevo,» dijo el violador de leyes estadounidense al sórdido mercader italiano. «Es increíble. Nunca he visto nada parecido. Lo persiguen constantemente.» (Sólo se puede esperar que implacables fiscales también «persigan constantemente» a Bush en los años por venir.)
II.
Pero Milne hace otra observación. El ascenso del neofascismo en Italia, y en otros sitios, tiene que ver con el colapso – o más bien la capitulación – de los partidos de centroizquierda ante las perniciosas doctrinas de la derecha. Por doquier, esos partidos – los demócratas en EE.UU., los laboristas en el Reino Unido, diversos socialdemócratas en toda Europa – se han convertido en deslucidas copias de partidos conservadores, adoptando políticas que han degradado la sociedad, destruido comunidades, reforzado la injusticia, recompensado la codicia, envenenado la tierra, apoyado el militarismo y la agresión, infligido vastos sufrimientos a naciones en desarrollo (a través de la camisa de fuerza de las «reformas de mercado,» es decir el bienestar de cómplices de las corporaciones), subvertido la democracia, disminuido la libertad y aniquilado la noción misma del bien común.
[Sin embargo, somos demasiado benévolos al calificar este proceso de «capitulación.» Como ha señalado muchas veces Arthur Silber, los demócratas – y el nuevo laborismo y otros cobardes partidos de centroizquierda – han apoyado la agenda derechista de la dominación elitista, del militarismo y del desdén por el bien común porque están de acuerdo con ella. Toda personalidad con puntos de vista auténticamente «progresistas» ha sido segregada y discriminada por la maquinaria del gran dinero que dirige a los partidos. Gente semejante constituye siempre una minoría entre las facciones egoístas que compiten por dominar los asuntos de una nación. Pero solía haber una minoría más sustancial de personas semejantes en la política de EE.UU., con suficiente influencia como para afectar a veces la política nacional e incluso lograr algunos éxitos. Pero esa variedad ha sido casi totalmente expurgada, como lo hemos visto en el último Congreso demócrata – el Congreso más criticado e impopular de la historia de EE.UU.]
Volviendo a Milne:
… el mismo fenómeno puede ser visto en diversos grados por toda Europa, donde están en marcha partidos racistas e islamófobos: por ejemplo el Partido del Pueblo Suizo de extrema derecha, que logró el martes recolectar suficientes firmas para imponer un referendo sobre la prohibición de minaretes en todo el país. En Gran Bretaña, como subrayó la cinta sobre la islamofobia de Peter Oborne en Channel 4, una mendaz campaña mediática y política ha alimentado la hostilidad y la violencia antimusulmana desde los atentados de 2005 en Londres – igual como la hostilidad contra los solicitantes de asilo fue provocada en los años noventa. La degeneración social y democrática a la que ha llegado Italia puede ocurrir en cualquier sitio en el clima existente.
Italia suministra otra lección para Gran Bretaña y el resto de Europa. La victoria electoral de Berlusconi en abril se basó en el colapso de la confianza en el gobierno de centroizquierda de Romano Prodi, que se aferró a un limitado programa neoliberal y fracasó miserablemente en el cumplimiento de sus promesas a sus propios electores. Mientras tanto, políticos de centroizquierda como Walter Veltroni, el ex alcalde de Roma, hicieron el juego a la agenda xenófoba de los partidos derechistas en lugar de enfrentarla – destruyendo campamentos gitanos y afirmando de modo absurdo el año pasado que un 75% de todos los crímenes eran cometidos por rumanos (confundidos a menudo con los roma en Italia).
Lo que realmente se requería, como en el caso de otros países que tienen inmigración en gran escala, era acción pública para suministrar viviendas y puestos de trabajo decentes, medidas enérgicas contra la explotación de trabajadores inmigrantes y apoyo al desarrollo de los vecinos de Europa. Ahora se ha perdido esa oportunidad, ya que Italia sufre un espasmo aciago y retrógrado. La persecución de los gitanos es una vergüenza para Italia – y una advertencia para todos nosotros.
En la actual campaña presidencial de EE.UU., podemos ver que esta dinámica de colaboración de centroizquierda con la derecha – que ha estado teniendo lugar durante casi un cuarto de siglo en ese país – se desarrolla de nuevo. La «oleada» de Barack Obama hacia la derecha – como lo muestra su voto a favor de la tiránica medida de la FISA [Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera] – es sólo otra repetición de este proceso. De la misma manera, su apoyo a la Guerra contra el Terror; es verdad, quiere hacerla de un modo «mas eficiente,» y tal vez agregar unos pocos objetivos más – en Pakistán, digamos – pero quiere realizarla. No oculta que quiere continuar ese proyecto militarista, que ya ha matado a cientos de miles de personas inocentes, llevado a la bancarrota el tesoro nacional, y ahora – con el aumento del precio del petróleo debido a la Guerra contra el Terror – estrangulado toda la economía nacional. Todo esto – especialmente el continuo embrutecimiento y vulgarización de la idiosincrasia nacional – es precisamente lo que se requiere para alimentar el neofascismo.
Y ya se está atiborrando en su patria ancestral. Haciendo redadas de niños gitanos, tomando sus huellas digitales, expulsándolos de sus casas, aplaudiendo pogromos – como dijera Faulkner: el pasado nunca se muere; ni siquiera es pasado.
http://www.chris-floyd.com/content/view/1563