«Quien dice unión económica dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para equilibrar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio […]
El pueblo que compra, manda.
El pueblo que vende, sirve.
Hay que equilibrar el comercio, para equilibrar la libertad.
El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que
quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de
un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político.»
José Martí, 1891.
Este 28 de enero se conmemora el aniversario 167 del natalicio de José Martí, héroe nacional de Cuba, artífice de la guerra de 1895 y pensador fundamental de la «república nueva» que se instauraría en Cuba tras la independencia, una república, según definió, «con todos y para el bien de todos», la cual sería fundamental para frenar el expansionismo del vecino del norte.
Podemos afirmar, a más de un siglo y medio de su nacimiento, que estudiar a José Martí se torna indispensable si se quiere conocer sobre el proceso y la importancia de la unidad de América Latina, sus orígenes, su historia, sus actores, sus antecedentes más concretos y las formas y vías por las cuáles se ha buscado dicha unión.
José Julián Martí Pérez, nació en La Habana un 28 de enero de 1853 y tuvo una infancia marcada no sólo por las necesidades de su familia sino por la realidad de Cuba como colonia de España. Desde temprano fue políticamente activo y se involucró junto con sus amigos y su profesor Rafael María de Mendive, en conspiraciones para libertar a Cuba.
A los 15 años, por su activismo político, lo condenaron al presidio en las canteras de San Lázaro, en La Habana, desde donde lo destierran y luego deportan a España en 1871. De esta experiencia saldría su primer escrito importante «El presidio político en Cuba». En los años subsiguientes viajó por varios países de América, incluyendo un regreso a Cuba al finalizar la guerra de los Diez Años, de donde fue nuevamente deportado. En 1881 se instala de forma más estable en Nueva York, donde desplegó con mayor intensidad su labor independentista.
José Martí y la unidad latinoamericana
¿Por qué estudiar hoy a Martí? Ciertamente no fue el único que en su tiempo, o incluso antes que él (siendo Bolívar el más importante), vislumbró como necesaria la unidad latinoamericana, pero sí se puede afirmar que es uno de sus más influyentes pensadores, quien le dedicó por un lado, esfuerzos políticos -ya que, en su cosmovisión nuestroamericana, era un proceso vinculado a la independencia de Cuba- y también literario-periodísticos -ya que su pensamiento al respecto lo podemos encontrar en sus crónicas para varios diarios de habla hispana en la América del Sur, especialmente en La Nación, de Buenos Aires.
Varios aspectos influyeron sin dudas en la concepción latinoamericanista de José Martí, pero sin dudas estuvo fuertemente influenciada por su estancia en varios países del continente -crucialmente dos: México y Guatemala, como señalara el maestro e historiador cubano, Pedro Pablo Rodríguez- y el estudio de sus culturas e historias, así como por sus aproximadamente 15 años en Estados Unidos, entre 1881 y 1895. Esto último es central para entender la obra martiana, por los acontecimientos que pudo transitar y reseñar, y que hacen a su obra una indiscutida parada para la reflexión sobre la historia y los desafíos de la unidad en la América Latina.
La época dorada de los Estados Unidos, «the gilded age» (aprox. 1865-1901) es un período de muchos cambios, en el cual EEUU emerge como ingente potencia industrial; nacen nuevos partidos; con la industrialización surgen la organización de un movimiento obrero y también campesino; se completan obras de ferrocarril y el país empieza a expandirse hacia adentro, sumando nuevos Estados a la Unión y eliminando, con llamadas guerras indias, a las poblaciones autóctonas que vivían hacia el oeste del territorio.
Se perfilaba así una sociedad pujante y moderna, pero también convulsionada. Y no tardó Martí en ver que habría una necesidad cada vez más apremiante de este país de expandir sus mercados, expansión que sería, casi de forma natural hacia sus vecinos de la América del Sur. Los antecedentes más claros se pueden encontrar en las ideas de Henry Clay, presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, quien en 1820 había expresado su entusiasmo por una «liga americana para la libertad humana» con el propósito de unir «a todas las naciones desde la Bahía de Hudson hasta el Cabo de los Hornos»; y unos años después, en 1823, la famosa Doctrina Monroe, «América para los americanos», con la que EEUU buscaba afirmar su predominio sobre esta parte de la geografía mundial frente a Europa.
Es necesario señalar que esta idea del «panamericanismo», no era una visión unánimemente apoyada dentro de la política estadounidense. Mientras unos abogaban por una unión comercial del estilo de una unión aduanera, otros, acérrimos proteccionistas de las industrias, buscaban mantener altas tasas a las importaciones. Sin embargo, Estados Unidos necesitaba asegurar su comercio y veía no con muy buenos ojos las incursiones comerciales de potencias europeas, como Gran Bretaña, que había mantenido una actitud amistosa con varias de las ex colonias españolas en América, con las que tenía estrechos vínculos.
Los esfuerzos para realizar lo que sería la primera Conferencia Internacional Americana de Washington se venían gestando ya desde 1881 de la mano de del entonces secretario de Estado, James G. Blaine, quien será, ocupando ese mismo cargo, quien la impulse a fines de esa misma década.
Es así que a través de una ley en 1888, el Congreso de los Estados Unidos autorizó al presidente de esa nación a convocar a la celebración «de una Conferencia entre los Estados Unidos de América y las Repúblicas de México, Centro y Sudamérica, Haití, Santo Domingo, y el Imperio del Brasil» cuyos objetivos eran, entre otros, tomar «medidas encaminadas á la formación de una unión aduanera americana, que fomente en cuanto sea posible y provechoso, el comercio recíproco entre naciones americanas» y «la adopción por cada uno de los gobiernos de una moneda común de plata, que sea de uso forzoso en las transacciones comerciales recíprocas de los ciudadanos de todos los Estados de América», según rezaba la convocatoria.
Sin embargo, el joven periodista y revolucionario cubano, quien también se desempeñó en ocasiones como Cónsul de la Argentina, Uruguay y Paraguay, marcaba en sus crónicas que la necesidad de frenar este expansionismo era urgente, ya que al ser las repúblicas latinoamericanas muy recientes, no les daría tiempo a ponerse de pie, para que la relación fuera entonces, entre iguales.
Así lo decía en 1884, en «La América», periódico mensual: «Hay provecho como hay peligro en la intimidad inevitable de las dos secciones del Continente Americano. La intimidad se anuncia tan cercana, y acaso por algunos puntos tan arrolladora, que apenas hay tiempo necesario para ponerse de pie, ver y decir».
La Conferencia duró desde octubre de 1889 hasta abril de 1890, teniendo sucesivas reuniones y descansos. En una crónica del 2 de noviembre para el diario argentino La Nación, escribiría Martí:
«Jamas hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles: y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia».
Dicha Conferencia no logró su propósito fundamental, la unión aduanera, pero sirvió como terreno para la manifestación, de las cosmovisiones de los países del sur, especialmente de la Argentina, y la respuesta que se dio a varios de los planteamientos que allí se hicieron y a la «América para los americanos» se sobrepuso más bien sobre el final el canto de la «América para la humanidad».
«Pero cuando el delegado argentino Sáenz Peña dijo, como quien reta, la última frase de su discurso sobre el Zollverein, la frase que es un estandarte, y allí fue una barrera: «Sea la América para la humanidad»,- todos, como agradecidos, se pusieron en pie, comprendieron lo que no se decía, y le tendieron las manos.» José Martí en La Nación (31 de marzo de 1890).
En su libro «Al Sol Voy. Atisbos a la política martiana», Pedro Pablo Rodríguez señala que «la unidad latinoamericana es pues, lógica consecuencia del antimperialismo martiano, o mejor, es la otra cara de esa moneda, debido a la estrecha interdependencia de ambos aspectos de su pensamiento.»
En 1891 Martí replicaría su postura en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América y ese mismo año vería la luz su trascendental ensayo sobre la unidad latinoamericana: «Nuestra América», producto de una profunda madurez de su pensamiento, donde se reivindica no sólo la figura de lo autóctono en el centro de la conformación de las repúblicas de América, sino también la necesidad de un enfoque propio a la hora también de tomar parte en el comercio internacional: «injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».
Reeditando la Doctrina Monroe
En Septiembre de 2019, en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el presidente norteamericano, Donald Trump, aludió directamente a la Doctrina Monroe, y dijo: «Aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras expansionistas. Ha sido la política formal de nuestro país desde el presidente (James) Monroe que rechacemos la interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos».
Sin mencionar a qué naciones extranjeras estaba haciendo referencia, se puede intuir que la alusión iba dirigida especialmente a China y a Rusia. Quizás más a China, que tiene negocios y relaciones comerciales importantes en la región y con economías fuertes como la de Brasil (que forma parte del grupo BRICS) y apuestas importantes en materia de tecnología.
Según un artículo de mediados de 2019 de la cadena alemana Deustche Welle «las inversiones chinas en la región han aumentado considerablemente, de 17 mil millones de dólares en el año 2002, a casi 306 mil millones en el año 2018. Al mismo tiempo, el país se ha convertido en el socio comercial más importante para Brasil, Chile, Perú y Uruguay.» El propio artículo señala que la estrategia de China cambió, pasó de perseguir el reconocimiento diplomático (frente al reconocimiento de Taiwán) para concentrarse en sus relaciones comerciales, aunque según aclara el funcionario chino consultado, la región no constituye una prioridad para el gigante asiático.
Sin embargo, sí la es para EEUU, quien no ve con buenos ojos este acercamiento, tal como lo dejó claro hace unos días el Secretario de Estado, Mike Pompeo, en su paso por Costa Rica, quien criticó las «promesas rimbombantes» de China, resaltando por otra parte las inversiones estadounidenses en el país centroamericano, lo cual desató un cruce diplomático con la embajada china en San José.
Todo esto configura un panorama que vuelve a poner a América Latina en el centro de las disputas geopolíticas mundiales y existen en la obra martiana elementos relevantes para iluminar el entendimiento de los acontecimientos que se están produciendo en él. A 167 años de su nacimiento, podemos afirmar no sólo que Martí fue un pensador excepcional, sino que también fue preciso en el momento clave del surgimiento de los estilos y organizaciones que darían forma en gran medida a la vida moderna a lo largo del siglo XX (sociedad de masas, partidos, movimientos de masas) y que hoy están en una multicrisis sistémica frente al capitalismo tardío y a la revolución científico-tecnológica que desafía a la humanidad en múltiples dimensiones.
El legado martiano puede así contribuir a la entender la complejidad de la historia de la unidad latinoamericana, en una coyuntura que ha visto en los últimos tiempos el derrumbe de la UNASUR y el resurgir de la CELAC y el CARICOM como espacios fundamentales de la cooperación entre los países del sur de América, permitiendo a quien la estudia tener mejor perspectiva y comprensión, así como dimensionar de forma más proporcionada los acontecimientos. José Martí es en este sentido, una voz infaltable y es, sin lugar a dudas, uno de los indispensables de Nuestra América.
Yolanda Machado. Periodista y comunicadora. Estudiosa del pensamiento martiano. Autora de varias ponencias sobre José Martí para encuentros internacionales, docente en la Argentina de cursos sobre el pensamiento político de José Martí.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.