«Llego a la oficina a las 7 de la mañana y no salgo hasta las 9 de la noche. No hago otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar. Los ciudadanos saben que me ocupo de ellos». Así explica el secreto de su éxito Boyko Borísov, guardaespaldas del último líder comunista búlgaro, Todor Zhívkov, y del […]
«Llego a la oficina a las 7 de la mañana y no salgo hasta las 9 de la noche. No hago otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar. Los ciudadanos saben que me ocupo de ellos». Así explica el secreto de su éxito Boyko Borísov, guardaespaldas del último líder comunista búlgaro, Todor Zhívkov, y del ex primer ministro Simeón de Bulgaria, y actualmente alcalde de Sofía. En el despacho de este campeón de kárate lucen fotos suyas con el papa Juan Pablo II y con Sylvester Stallone.
Borísov, de 49 años, se perfila como rival del primer ministro, el socialista Serguei Staníshev, y tiene buenas cartas para arrebatarle el puesto este verano. Sería un jefe de Gobierno extraño en las cumbres de Bruselas, junto a los demás líderes europeos. «¿Pero por qué soy diferente como karateka y guardaespaldas? ¿Es que en su país no se tolera a los deportistas?», se defiende.
El alcalde vive instalado a la defensiva. ¿Es cierto que elogió a Hitler en una entrevista? ¿Qué quiere? ¿Bulgarizar a la minoría turca del país? «Todo son manipulaciones de los comunistas», asegura quien se declara «el fan número uno de Angela Merkel». Dos fundaciones cercanas al partido de la canciller alemana apoyan al de Borísov, una típica formación de ley y orden llamada Ciudadanos para el Desarrollo Europeo de Bulgaria. El alcalde cree que hay que meter en la cárcel a medio Gobierno.
En 2001, Simeón de Bulgaria abandonó su exilio en España con la promesa de convertir su país en «la Suiza de los Balcanes» en 800 días. El antiguo zar fracasó estrepitosamente con un Gobierno en el que puso a personajes como Borísov en puestos clave. Hasta 2005, el karateka usó su cargo de secretario general del Ministerio de Interior para ayudar a sus socios gángsters a deshacerse de rivales en el submundo criminal de Bulgaria.
Esta y otras acusaciones figuran en un dossier elaborado por un grupo de juristas por encargo de un banco suizo, según Congressional Quarterly, una editora de publicaciones independientes destinadas a los congresistas de EEUU. El informe se redactó bajo condición del anonimato.
Los vínculos de Borísov con la mafia pueden ser demostrables o no, pero la biografía de este personaje encaja como un guante en la historia del crimen organizado de un país que, a diferencia de Rusia o Ucrania, no conocía tal fenómeno antes del fin del bloque del Este.
La mafia búlgara surgió tras el descalabro económico a partir de 1990. Esta república balcánica, con 7,8 millones de habitantes, perdió su primer mercado con la desintegración de la URSS, y después el segundo, Oriente Próximo, con la guerra del Golfo. Los criminales se financiaron con la exportación ilegal de armas y petróleo a la antigua Yugoslavia durante las guerras de los noventa.
«El embargo contra Yugoslavia tuvo aquí el mismo efecto que la prohibición del alcohol en EEUU en los años veinte: sirvió para la acumulación de capital de las mafias», explica Tichomir Beslow, investigador del Centro para el Estudio de la Democracia en Sofía.
Beslow explica que hacia 1992, la seguridad estatal dejó de existir en Bulgaria: «Se desarrolló la economía privada y aumentó la criminalidad. En ese momento, comenzaron mecanismos alternativos de defensa, y surgieron empresas de seguridad». Estas se nutrieron de tres grupos: los 19.000 funcionarios de seguridad del régimen comunista que se quedaron sin trabajo, antiguos criminales de poca monta y deportistas. El deporte tenía una gran consideración en la URSS, y Beslow se refiere aquí al boxeo y las artes marciales. «Hubo una simbiosis entre empresas que ofrecían violencia y estructuras empresariales occidentales», resume.
Lucha anticorrupción
Meglena Plugtschieva cita a Kennedy cuando le preguntan dónde está el futuro de su país: «No pienses qué puede hacer tu país por ti, sino lo que tú puedes hacer por él». Esta experta forestal de 52 años es la vicepresidenta del Gobierno búlgaro. Fue embajadora en Alemania durante tres años y medio y regresó a Sofía en 2008 para tomar las riendas de la lucha anticorrupción. Plugtschieva cree que uno de los peores males de Bulgaria es la manía de verlo todo negro, un defecto que atribuye tanto a los propios búlgaros como a los extranjeros.
Por primera vez en su historia, la Comisión Europea cerró el grifo de las subvenciones en 2008 a un país comunitario porque el dinero desaparecía en canales oscuros. No quedó ni rastro de 400 millones de euros de tres programas europeos.
La vicepresidenta logró una prórroga hasta fin de año para uno de los programas congelados por corrupción. «Son 200 millones de euros para 750 proyectos agrícolas», dice Plugtschieva, quien espera que Bruselas «continúe su vigilancia, pero también envíe a más expertos».
«El problema de Plugtschieva es que está sola», dice un analista búlgaro que prefiere permanecer en el anonimato. En eso coincide Zoya Dimitrova, portavoz de la Agencia Estatal de Seguridad Nacional: «Tenemos una lista de 7.000 personas de relevancia pública en Bulgaria a quienes hemos declarado la guerra, incluido el aparato del Estado». Con un humilde presupuesto anual de 68 millones de euros, este FBI búlgaro ha abierto 101 investigaciones en menos de un año. Pero pocas llegan a los tribunales.
¿Qué pasa si Borísov gana las próximas elecciones?
Plugtschieva quiere impedir que los partidos instrumentalicen la lucha contra la corrupción: «No permitiré que este tema se lastre políticamente o se manipule».
Borísov desprecia abiertamente a Plugtschieva: «Habla muy bien alemán, pero no quiere decir que todo lo demás lo haga bien». La vicepresidenta no lleva guardaespaldas.