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La ambivalencia europea

Fuentes: Rebelión

Estamos en una encrucijada histórica en la que se está redefiniendo el proyecto europeo con la pugna entre corrientes políticas, tendencias sociales y países por su control institucional, su dinámica político-económica, su papel en el mundo y su perfil identificador. Europa está en crisis respecto de su estatus interno y externo y su orientación estratégica y de valores. Europa, incluidos el Reino Unido, Rusia o Turquía, no tiene una identidad homogénea, es diversa y plural. La Unión Europea tampoco ha logrado construir todavía un ‘demos’, un pueblo, base de la democracia europea y la unidad política, además de la coordinación -sobre todo económica- de las soberanías nacionales.

Europa ha tenido una doble trayectoria histórica: el humanismo y la ilustración frente al oscurantismo y la reacción aristocrática; las libertades individuales y colectivas frente a la subordinación y la opresión de las jerarquías autoritarias; la igualdad socioeconómica y la justicia social (redistribución, protección pública) frente a la desigualdad social y la explotación sociolaboral y doméstica; la solidaridad relacional (fraternidad o sororidad) y el acuerdo colaborativo, frente al sometimiento de sexo/género, clase social, étnico-nacional o de raza…; la cooperación entre los pueblos frente al colonialismo y el imperialismo; la paz, la negociación y la colaboración frente a la imposición, el nazi-fascismo, la dominación y la guerra; el apoyo mutuo, la reciprocidad y el cuidado de personas frente al individualismo extremo y consumista; la sostenibilidad ecosocial del planeta frente a la depredación de la naturaleza. En fin, la democracia, sustantiva y participativa, frente al autoritarismo político e institucional y las desventajas de poder real.

El actual proceso de convergencia de la Europa occidental tiene el origen antifascista y democrático de la posguerra mundial, con la victoria aliada, incluidos el gran papel de la URSS y las resistencias progresistas y de izquierda frente al nazi-fascismo y el colaboracionismo ultraderechista.

Como se sabe, al poco tiempo, ese panorama unitario fue trastocado por la polarización de la guerra fría, con la OTAN -y la colaboración de las democracias liberales con las dictaduras del sur de Europa- contra el bloque soviético y los partidos comunistas. Tras el hundimiento del Este, se reforzó el hegemonismo de EEUU, con subordinación europea.

Pero, al mismo tiempo, se ha producido el ascenso de China, la autonomía y el desarrollo de los BRICS y la descolonización del Sur global, que suponen un claro desafío al monopolio imperialista occidental, por otro modelo multipolar.

En resumen, la construcción europea ha tenido un carácter contradictorio, positivo y negativo, en tres planos. Primero, en su articulación institucional interna, sin suficiente unidad política ni vertebración democrática, con una estructura tecnocrática y solo de coordinación gubernamental. Segundo, con su política socioeconómica, frente a la Europa social, con componentes preponderantes de carácter neoliberal, en particular desde los acuerdos restrictivos de Maastricht, hasta la política de austeridad ante la crisis financiera y socioeconómica, para llegar a los actuales planes de competitividad, o las políticas anti inmigratorias y racistas. Tercero, con su papel internacional y de defensa, en el marco de la OTAN, bajo jerarquía estadounidense, con la estrategia militarista y de rearme de subordinación imperial y sentido neocolonial, frente a su experiencia colaboradora en su interior, desgarrado por las guerras mundiales precedentes.

Algunas tendencias actuales y sus causas

En las elecciones al parlamento europeo de hace un año, las derechas y ultraderechas sumaron dos tercios de escaños, y el centro izquierda socialdemócrata, los verdes y la izquierda un tercio. La derecha se derechiza y aplica medidas regresivas, hacia un Estado social mínimo, con recortes, privatización y segmentación de la protección social y los servicios públicos. Se rompe el anterior equilibrio demoliberal-socialdemócrata, y se reequilibra hacia la derecha la propia Comisión Europea y el Euro parlamento, con fuerte presencia ultra. Se generan dinámicas autoritarias, reaccionarias e insolidarias, con debilitamiento de los cordones sanitarios hacia la ultraderecha.

Se ha producido un paso cualitativo en la derechización institucional. El acceso ultra a posiciones de poder en media docena de gobiernos, con pactos con la derecha tradicional, y el condicionamiento de políticas públicas: antiinmigración, contra la agenda verde, ultraliberalismo regresivo, reducción de libertades y derechos, control de aparatos de Estado, militarización, antifeminismo, neocolonialismo, complicidad con Israel en el genocidio palestino… Y, en perspectiva, el riesgo de involución en Francia que, tras el alivio provisional de Alemania, amenaza el estatus democrático del núcleo europeo.

En los resultados en España, considerada una ‘isla progresista’, las dos derechas (PP y Vox), sumaron 31 escaños, igual que las izquierdas (PSOE, Sumar, Podemos e izquierdas nacionalistas), con el desempate de los dos escaños de las derechas nacionalistas (Junts y PNV), que en el ámbito parlamentario dan cobertura al gobierno de coalición progresista e impiden un ejecutivo reaccionario, aunque frenan la reforma social y presupuestaria progresistas y una regeneración democrática sustantiva.

Las causas recientes de este proceso de derechización están enraizadas en la gestión regresiva y autoritaria de la crisis financiera y socioeconómica de 2008, por las instituciones europeas y gubernamentales. Hubo una respuesta popular progresista significativa, especialmente para desafiar su legitimidad y articular una corriente social crítica, pero insuficiente para impedir esa estrategia, revertir sus graves consecuencias y reorientarla en profundidad. El consenso institucional y mediático ha sido dirigido por las derechas, hacia una Europa elitista e insolidaria, con la colaboración parcial del socioliberalismo europeo, sin unas políticas públicas convincentes para las capas populares, la regulación del mercado y el modelo inicial protector, distributivo y democrático.

Ante esas circunstancias y las dificultades de legitimación ciudadana se produce una respuesta de grupos de poder (institucionales, mediáticos, económicos) para mantener y reforzar sus grandes ventajas, así como una reacción ultra y de poderes fácticos, con mayor segregación social (racismo/inmigración, machismo, nacionalismo). Se amplía la ofensiva mediática y cultural manipuladora y un populismo divisivo con instrumentalización de las ventajas comparativas entre sectores sociales.

Igualmente, hay un vaciamiento de la democracia liberal, el autoritarismo iliberal, con la desafección popular hacia las instituciones y la intermediación de partidos y medios de comunicación, acompañada de una polarización discursiva y cierta pasividad y desconfianza cívicas. El problema añadido es la debilidad de las izquierdas y los movimientos sociales alternativos, que disminuyen su credibilidad transformadora.

Todo ello, en el contexto del desafío del Sur Global, liderado por China, y la reacción neocolonial e imperialista de rearme europeo, junto con el estadounidense y en el marco de la OTAN.

La subordinación estratégica europea

Trump representa un imperialismo iliberal, expansivo, regresivo, nacionalista y autoritario. Sus prioridades geoestratégicas (y las de las élites estadounidenses) son recomponer su hegemonía mundial, debilitada por la multilateralidad derivada del ascenso chino y los BRICs. No obstante, está necesitado de una Europa más subordinada y colaboradora con esos planes de militarización occidental, para garantizar su primacía en su orden mundial jerarquizado, sin multilateralidad.

Su interés por el alto el fuego con Rusia en Ucrania, el apoyo a la prepotencia israelí para todo el Oriente Medio (sin descuidar a Turquía / Arabia…), la guerra comercial de los aranceles, con presión hacia la UE, tal como ha también ha expresado su actual gira por los países árabes, tiene una finalidad: garantizar su primacía político-militar y económica y contener el principal adversario, China, declarado así por la OTAN en su cumbre de Madrid (2022). La carrera armamentística, del 2% al 3,5% del PIB, a aprobar en la próxima cumbre de la OTAN en junio – con un 1,5% adicional para ‘seguridad’ que complemente el 5% exigido por Trump- se va a implementar en siete años, hasta 2032.

Parece que no prevén una guerra generalizada ofensiva o una tercera guerra nuclear mundial a corto o medio plazo, aunque está presente su garantía del dominio internacional -habrá que tocar madera-. Necesitarían también, aparte de desplazar esos grandes recursos presupuestarios, una fuerte socialización militarista entre la población europea, quizá con guerras parciales o periféricas, cosa que habrá que ver. En todo caso, a partir de la disuasión de la terrible y mutua destrucción asegurada, no es inevitable una guerra europea o mundial generalizada.

El plan de rearme europeo obedece a este objetivo estratégico conjunto con EEUU de participar en el dominio mundial, y no supone más autonomía estratégica, discurso utilizado como simple pretexto para intentar justificarlo ante la ciudadanía europea.

Por supuesto, la legítima defensa ante un peligro externo es razonable y necesaria. Se trata de tener una disuasión suficiente ante una agresión previsible. No obstante, no existe el llamado ‘peligro ruso’ de agresión a Europa o la OTAN, fuera de su inmediata zona de influencia y seguridad. Y, especialmente, no se percibe el riesgo inminente y generalizado de una agresión militar en el centro y sur de Europa, especialmente en España. No tiene sentido el miedo a una guerra que quieren introducir las élites europeas. Es una especulación que algunos expertos y dirigentes otanistas sitúan para dentro de una década, y tiene la función de doblegar la oposición social al rearme.

Además, los países europeos ya cuentan con un gasto militar cuatro veces el de Rusia, que tiene una economía similar a la de Italia. O sea, aun sin EEUU, que tiene múltiples intereses económicos y geoestratégicos en Europa, incluso en Ucrania, y no se va a desentender de la seguridad, los propios países europeos ofrecen suficiente capacidad disuasoria para garantizar la estabilidad del continente. Además, los grupos dominantes europeos apuestan por el reforzamiento militar de una OTAN dependiente del mando estadounidense.

El rearme europeo no está justificado, refuerza el autoritarismo y el belicismo, recorta el gasto público social y favorece la tensión internacional. Tampoco facilita la unidad política europea, con la preponderancia de los principales Estados (Alemania, Francia y Reino Unido) y mayor subordinación a EEUU y su complejo militar-industrial. Incluso limita la colaboración económica con China, o la difícil coexistencia con la Rusia de la postguerra que se vislumbra, con su complemento energético o de garantía de la seguridad europea.

El plan de rearme, versión más militarista del plan Draghi, busca el refuerzo de los grupos de poder europeos y su impacto neocolonial e imperial (África, América Latina, Oriente próximo), incluido el mayor protagonismo de Alemania (y Francia y Reino Unido) hacia los países secundarios del este y el sur europeos.

Por tanto, hay una perspectiva de evolución derechista del consenso institucional europeo, con integración de las derechas ultras (Meloni), aun con diversas tensiones nacionalistas. La tendencia dominante es la de afianzar la trayectoria reaccionaria y el acercamiento de las derechas tradicionales (incluido el laborismo del Reino Unido) con las ultraderechas en Europa, con la subordinación y dilución socialdemócrata (y verde), la marginación de las izquierdas y el debilitamiento y la reorientación moderada del sindicalismo y los movimientos sociales progresistas, particularmente el feminista y el antirracista.

Crisis y reorientación del europeísmo

En ese marco de avance derechista, con el refuerzo de una trayectoria dominante reaccionaria, regresiva y autoritaria, se pretende afianzar un proceso de credibilidad de los grupos de poder europeos, de ahí la manipulación de los medios de comunicación e instituciones culturales.

Existe una profunda crisis de legitimidad de las élites dominantes, acentuada por la política de austeridad y su autoritarismo ante la crisis socioeconómica de 2008/2013, con una amplia protesta social progresista y la reactivación de las izquierdas. Tras el desgaste popular sufrido, cierta flexibilidad expansionista con la COVID y los desafíos mundiales (demográficos, geoestratégicos, ecológicos, tecnológicos…), las élites europeas vuelven a intentar una reorientación estratégica, con un nuevo supremacismo oligárquico, interno y externo.

Es también el sentido de la reacción ultra para condicionar y pactar con la derecha tradicional, con recomposición política de las élites dominantes, cambios institucionales derechistas, sin cordón sanitario, y sus prioridades políticas: segregación, antinmigración, antifeminismo, negacionismo climático, ultraliberalismo antisocial, reequilibrio político-social derechista.

Por tanto, desde una óptica democrática o de izquierdas, es coherente la oposición a ese proyecto europeo reaccionario y a los valores sobre los que se pretende legitimar: autoridad y orden postdemocráticos, dominación y división social, individualismo competitivo con regresión de la igualdad real y las libertades y derechos… Tienen el poder y la capacidad para su imposición, pero no la confianza de la mayoría de la ciudadanía, que conserva otros valores democráticos e igualitarios. La dificultad es su articulación cívica democratizadora.

En ese sentido, es insuficiente el simple llamamiento a fórmulas abstractas o retóricas de los supuestos valores tradicionales europeos, sin confrontar con las actuales dinámicas reales de derechización y, en particular, con la estrategia imperial y regresiva del rearme. La defensa de la actual estrategia de la Comisión Europea pretende la legitimación de un plan regresivo, militarista y autoritario de las derechas, clarísimo en su complicidad con el gobierno israelí de genocidio y limpieza étnica palestina. No tiene credibilidad ciudadana ni capacidad movilizadora. No consigue entusiasmo por su falsedad respecto de su (supuesta) finalidad: el bien común o los derechos humanos.

Por tanto, se generaliza la desconfianza o la desafección popular hacia las élites y las instituciones formales, incluidos partidos políticos gobernantes y grandes medios de comunicación, que amparan esta involución democrática y social. Y ese es el campo en el que la ultraderecha quiere recoger adhesiones populistas, con soluciones falsas y el agravamiento de todas las tendencias sociales perjudiciales para las mayorías ciudadanas.

Otra Europa, democrática y solidaria

Ante esa doble tradición europea, reaccionaria/autoritaria y democrática/solidaria, se trata de la readecuación de la mejor trayectoria europea, por la libertad, la igualdad y lo común. Tiene una profunda experiencia popular y un amplio arraigo cívico: antifascismo, democracia y Estado de derecho, modelo social avanzado, solidaridad europea e internacional, derechos humanos, sociales, políticos, feministas, medioambientales…

Si se consolida el proyecto reaccionario dominante, las perspectivas son problemáticas: agravamiento de la situación de las mayorías populares, además de los conflictos venideros derivados de la alianza transatlántica y la hegemonía de los bloques de poder, frente a los desafíos internos, de legitimidad cívica, y externos, del Sur Global.

Este plan de las élites dominantes -y el consenso mayoritario político y mediático-, es visto por ellas como conveniente y necesario, con una mentalidad nacionalista/imperial, la previsión de su imposición autoritaria y la prevención de la oposición social y democrática (y del Sur).

La conclusión es apostar por una Europa con trayectoria democrática, pacífica y social, con refuerzo de las izquierdas, la participación cívica, la solidaridad interna y la colaboración internacional. Hacia un ‘demos’ solidario, democrático e igualitario. Para ejecutarlo es necesaria una auténtica autonomía estratégica, respecto de EEUU, en una realidad multipolar que exige respeto y negociación, no neocolonial dentro y fuera de la UE, y con seguridad europea, sin rearme ni políticas neoliberales. O sea, otra Europa democrática, igualitaria y solidaria.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

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