La juventud de las barriadas francesas ha formado movimientos sociales alejados de la violencia de la que se les acusa desde el Estado
El presidente francés, Nicolas Sarkozy dejó pasmado el pasado martes a un selecto público de más de 1.000 personas en Saint-Quentin, al norte de París. En medio de un discurso sobre crisis y política económica, en un tono propio de campaña electoral, denunció la existencia de lo que considera una «crisis moral» de la sociedad francesa y, retomando un discurso antijuventud, anunció su intención de elaborar una nueva ley «contra las bandas juveniles».
El intento de retomar la iniciativa protagonizado por el presidente sólo cinco días después de una huelga general que puso a tres millones de personas en la calle contra su política económica fue interpretado por la prensa francesa como una recuperación del viejo tono de la campaña de Sarkozy, que se basó en la paranoia y el temor a los jóvenes.
Sin embargo, la juventud francesa de la banlieue (las barriadas) tiene ya sus propias organizaciones, preparadas para el combate intelectual. Además, Sarkozy, pese a sus precauciones de estilo, ya no puede presentarse como un político innovador: lleva siete años en el poder, como ministro o presidente, y pese a la aprobación de decenas de leyes sobre seguridad, la violencia en las barriadas no cesa.
Más agresiones y atracos
En 2008 las estadísticas sobre delincuencia demostraban niveles superiores a los de 1997. Aunque los robos sin violencia bajaron un 5% respecto a 2007, las agresiones físicas contra las personas subieron un 2,4% y los atracos a mano armada aumentaron un 15%.
El Centro Malcolm X de la localidad de Fontenay-sous-Bois, situada en la periferia popular del este de París, debería ser visita obligada para Nicolas Sarkozy y para los medios de comunicación.
Cadenas de televisión como la estadounidense Fox juzga obligatorio llevar el chaleco antibalas cuando se desplaza hasta la banlieue. Pero este modesto local de debate y reflexión, regentado por los jóvenes intelectuales sin cátedra Abdelkader Benzerara y Fouad Imarraine, no alberga peligro alguno. Lo que hay son libros, muchos libros, en venta y para consultar.
El panteón de autores expuestos en las estanterías y leídos por los jóvenes del barrio dibujan un panorama intelectual de Francia muy alejado del de Nicolas Sarkozy y también del de la izquierda que ha pactado con él, cuyo máximo exponente es el celebérrimo Bernard-Henri Lévy.
Aquí lo que se lee es Laurent Mucchielli, el sociólogo cuya teoría muestra con cifras que la ola de paranoia sobre la seguridad que llevó a Sarkozy al poder tiene mucho que ver con la repetición de reportajes alarmistas en una televisión afín, la privada TF1.
Se lee también a Sadri Khiari, el teórico de las relaciones entre el poder francés y sus barriadas populares vistas como un problema de «colonialismo interno». Y se lee también, con fruición, la excelente recopilación de discursos de Robespierre, editada por La Fabrique bajo el título Para la felicidad y para la libertad.
«De aquí están surgiendo los nuevos talentos, la gente que tiene algo que decir. No queremos que vengan a decirnos con paternalismo que en las barriadas tenemos que ser así, o no vestirnos asá, o pensar de tal manera. La banlieue es hoy la ciudad, con su propia vida social», explica Fouad Imarraine, uno de los responsables del Centro Malcolm X.
Es fácil caer en la tentación de pensar que el Centro Malcolm X, apoyado por una red de unos 20 locales similares en otras tantas barriadas, no es más que la tapadera de un movimiento sectario de extrema izquierda o de extremistas religiosos. Foued aclara: «Aunque son gente con quien podemos hablar, porque cada cual piensa lo que le da la gana y los extremos forman parte de la realidad, siempre hemos tenido problemas con ellos: también ellos suelen venir en plan paternalista».
Hijos de emigrantes
Entre los socios del Centro Malcolm X figuran el Movimiento de la Inmigración y las Barriadas (MIB) y el Movimiento de los Indígenas de la República, una asociación política de hijos de inmigrantes que gana peso en el país.
«Francia es uno de los teatros de la guerra de civilización, de la lucha de razas sociales. Cuidado: no razas en el sentido genético, sino razas en el sentido de construcción social y de un sistema de intereses y privilegios», señala Houria Bouteldja, una de las líderes de Los Indígenas, para explicar el sentido de las acciones de la red que se está constituyendo en las barriadas. «¿Qué es el Ministerio de Identidad Nacional de Sarkozy sino un intento de restaurar la supremacía blanca?», se interroga.
Mantener la dominación
Pero… ¿y las ministras de orígenes inmigrantes que figuran en los gabinetes del presidente Sarkozy? «Siempre existieron figuras así en el sistema colonial, son enlaces del poder blanco entre los indígenas. [La secretaria de Estado de Derechos humanos] Rama Yade y [la ministra de Justicia ] Rachida Dati no son nada nuevo. Son una apariencia para mantener la dominación», responde la portavoz de Los Indígenas.
Bouteldja defiende un «anticolonialismo radical». «Los pequeños blancos se llevan muchos palos en los patios del colegio, es verdad. También ellos son víctimas del sistema de dominación. De ahí la urgencia de nuestro combate. Con nuestro anticolonialismo radical, nos liberaremos nosotros, indígenas, y también a los blancos que no colaboran con los supremacistas».
«No hay que equivocarse de violencia», advierte Bouteldja. «Mire la lista de muertos por disparos de la policía en los últimos 20 años. En esa lista, hay menos de un 10% de franceses».
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