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Igual que a los adolescentes "amish", a los votantes europeos no se les ha ofrecido una verdadera elección libre

La constitución europea ha muerto. Larga vida a la auténtica política

Fuentes: The Guardian

Traducido para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Las comunidades Amish practican la institución del rumspringa. A los 17 años se deja en libertad a los adolescentes, que hasta entonces han sido sometidos a una estricta disciplina de familia. Se les permite salir, incluso se les pide que lo hagan, y que experimenten los modos de vida moderna -conducen coches, escuchan música pop, ven la tele y participan de la bebida, las drogas y el sexo salvaje. Después de un par de años se espera que tomen una decisión: ¿volverán a ser miembros plenos de la comunidad Amish o la dejarán para siempre y se convertirán en ciudadanos estadounidenses normales?
Pero lejos de ser permisiva y dejar a los jóvenes una opción verdaderamente libre, esta solución está sesgada de la forma más brutal. Es la más falsa de las elecciones. Cuando tras largos años de disciplina y de fantasear acerca de los placeres ilícitos del mundo exterior, los adolescentes amish son lanzado a él, por supuesto no puede evitar entregarse a comportamientos extremos.
Quieren probarlo todo -sexo, drogas y bebida. Y como no tiene experiencia en controlar este tipo de vida, rápidamente se meten en problemas. Se produce un violenta reacción que genera una insoportable ansiedad, con lo que es bastante seguro que al cabo de dos años vuelvan al aislamiento de su comunidad. No es extraño que el 90% de los amish haga exactamente eso.
Este es un ejemplo perfecto de las dificultades que acompañan siempre a la idea de una «elección libre». Mientras que a los adolescentes amish se les proporciona formalmente una elección libre, las condiciones en las que se encuentran ellos mismos mientras la están llevando a cabo hacen que la propia opción no sea libre. Para poder hacer una elección efectivamente libre deberían haber sido informados convenientemente acerca de todas las opciones. Pero la única manera de hacerlo habría sido sacarlos de su enclaustramiento en la comunidad Amish.
¿Qué tiene que ver todo esto con el No francés a la constitución europea, cuyas oleadas de réplicas se están extendiendo ahora por todos los alrededores, alentando inmediatamente a los holandeses que rechazan la constitución en un porcentaje aún mayor? Todo. Los votantes fueron tratados exactamente como los adolescentes amish: no se les ofreció una clara opción simétrica. Los propios términos de la opción privilegiaban al lobby del Sí. La elite propuso a la gente una opción que de hecho no era ninguna opción. La gente fue llamada a ratificar lo inevitable. Tanto los media como la elite política presentaron la opción como una opción entre conocimiento e ignorancia, entre pericia e ideología, entre administración post-política y las viejas pasiones políticas de la izquierda y la derecha.
El No fue desestimado como una reacción miope inconsciente de sus propias consecuencias. Se le atribuyó el ser una turbia reacción de miedo al emergente nuevo orden global, un instinto para proteger las tradiciones del confortable estado del bienestar, un gesto de rechazo desprovisto de todo programa alternativo positivo. No es de extrañar que los únicos partidos políticos cuya postura oficial fue el No fueran aquellos situados en los extremos del espectro político. Además, se nos dijo, en realidad el No era un no a otras muchas cosas: al neoliberalismo anglosajón, al gobierno actual, a la afluencia de trabajadores inmigrantes, etc, etc.

Con todo, aunque haya algo de verdad en todo esto, el hecho de que en ambos países el No no estuviera apoyado por una visión política alternativa coherente es la más firme condena posible de las elites política y mediática. Es un monumento a su incapacidad para articular los deseos e insatisfacciones populares. En vez de ello, en su reacción ante los resultados del No, han tratado al pueblo como alumnos retrasados que no hubieran comprendido la lección de los expertos.
Así, aunque la opción no lo fuera entre dos opciones políticas, tampoco lo era entre la visión ilustrada de una Europa moderna, dispuesta a abrazar el nuevo orden mundial, y viejas y confusas pasiones políticas. Cuando los comentaristas describieron el No como un mensaje de miedo ofuscado, estaba equivocados. El verdadero miedo al que nos estamos enfrentando es el miedo que ha provocado el propio No en la nueva elite política europea. Era el miedo de que la gente ya no fuera tan fácilmente convencible por su «visión» post-política.
Y así, para todos los demás el No es un mensaje y una expresión de esperanza. Es la esperanza de que la política esté todavía viva y sea posible, de que esté todavía abierto el debate acerca de lo que será y debería ser la nueva Europa. Esta es la razón por la que quienes somos de izquierda debemos rechazar las despectivas insinuaciones de los liberales de que en nuestro No nos acompañan peculiares y extraños aliados neofascistas. La nueva derecha populista y la izquierda sólo comparten una cosa: la conciencia de que la política auténtica está todavía viva.
En el No había una opción positiva: la opción de la opción misma, el rechazo del chantaje por parte de la nueva elite que sólo nos ofrecía la opción entre confirmar su conocimiento experto o mostrar una inmadurez «irracional». Nuestro No es una decisión positiva de empezar un debate político auténtico acerca de qué tipo de Europa queremos realmente.
Al final de su vida Freud planteó la famosa pregunta» Was will das Weib? » («¿qué quiere la mujer?») admitiendo su perplejidad frente al enigma de la sexualidad femenina. ¿El imbroglio con la constitución europea no es acaso testimonio de la misma perplejidad, qué Europa queremos?

Por decirlo sin rodeos, ¿queremos vivir en un mundo en el que la única opción sea entre la civilización estadounidense y el emergente capitalismo autoritario chino? Si la respuesta es No, entonces la única alternativa es Europa. El tercer mundo no puede generar una resistencia lo suficientemente fuerte a la ideología del sueño estadounidense. En actual la constelación mundial, Europa es la única que puede hacerlo. La verdadera oposición hoy no es entre el primer mundo y el tercer mundo, sino entre el primer y tercer mundo (esto es, el imperio global estadounidense y sus colonias) y el segundo mundo (esto es, Europa).
A propósito de Freud, Theodor Adorno afirmaba que lo que estamos viendo en el mundo contemporáneo con su «desublimación represiva» ya no es la vieja lógica de represión del ello y sus pulsiones sino un perverso pacto entre el superego (la autoridad social) y el ello (las pulsiones ilícitas agresivas) a expensas del ego. ¿No está ocurriendo hoy algo estructuralmente similar a nivel político: el extraño pacto entre el capitalismo global postmoderno y las sociedades premodernas a expensas de la modernidad auténtica? Al imperio global multicultural estadounidense le resulta fácil integrar las tradiciones locales premodernas. El cuerpo extraño que no pueden asimilar de forma efectiva es la modernidad europea.
El mensaje del No a todos los que nos preocupamos por Europa es: no, los expertos anónimos que nos venden sus mercancías en un envoltorio liberal-multicultural de brillantes colores no nos impedirán pensar. Es el momento de que nosotros, ciudadanos de Europa, seamos conscientes de que tenemos que tomar una decisión política auténtica acerca de lo que queremos. Ningún administrador iluminado va a hacerlo por nosotros.