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La COP 26 y América Latina: mal clima

Fuentes: Rebelión / CLAE

Con la difícil misión de lograr compromisos concretos de parte de los países para frenar el calentamiento global, comenzó en Glasgow, Escocia, la COP26, cumbre climática que se extenderá durante dos semanas en la que participarán jefes de Estado, empresarios, organizaciones e instituciones, además de activistas.

“El cambio climático es generalizado, rápido y se está intensificando”, dice el último Informe del IPCC, el grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático. Científicos y científicas están observando cambios en el clima de la Tierra en todas las regiones y en el sistema climático en su conjunto. Muchos de los cambios en el clima no tienen precedentes en cientos de miles de años, y algunos que ya se verifican, como el aumento del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios.

Las emisiones globales de dióxido de carbono han alcanzado un récord histórico con un crecimiento exponencial a partir de la década de los 70 del siglo pasado, después de la Crisis del Petróleo. Los países centrales son los responsables del 67 por ciento de las emisiones globales. 

En ese contexto conocido y repetido, comenzó formalmente en Glasgow, Escocia, la COP 26, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021, para muchos, es la conferencia definitiva, la última oportunidad para limitar el calentamiento global a no más de 1 grado y medio por encima de los niveles preindustriales. La cumbre también incluirá una primera hoja de ruta para el fin de los combustibles fósiles. 

A Glasgow se llega, en principio, con un punto claro: no alcanzan los pactos limitados en conferencias de personajes encorbatados, hay que pasar a la acción. Los acuerdos firmados hasta ahora solo contemplan un 7,5 por ciento de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si esto se mantuviera así, para el año 2100 la temperatura de la tierra habría aumentado casi 3 grados. El desastre no hay que imaginárselo, está a la vista porque ya sucede: grandes sequías, inéditas lluvias e inundaciones, aumento del nivel del mar, más calor en las grandes ciudades, y una larga lista que sigue. 

Es decir, los acuerdos actuales no sirven para evitar el desastre planetario. Lo que se necesita es un nuevo acuerdo para reducir en un 55 por ciento las emisiones de gases y esto tiene que ocurrir prácticamente ya: antes del 2030. 

¿Y cómo estamos en América Latina? Mal, particularmente mal. Las emisiones en América Latina y el Caribe son solo el 8,3 por ciento del total, pero la región es particularmente vulnerable al cambio climático. América Latina se proyecta como una de las regiones del mundo donde los efectos e impactos del cambio climático serán más intensos: las olas de calor, la disminución del rendimiento de los cultivos, los incendios forestales, el agotamiento de los arrecifes de coral y los eventos extremos del nivel del mar, entre otros desastres. 

El nuevo Reporte del Estado del Clima en América Latina y El Caribe 2020 de la Organización Meteorológica Mundial denuncia que los eventos relacionados con el clima y sus impactos cobraron más de 312 mil vidas en América Latina y el Caribe y afectaron a más de 277 millones de personas, solo en el último cuarto de siglo: entre 1998 y 2020. Todo lo que viene en el mundo con el cambio climático ya se ve América Latina: 2020 fue uno de los tres años más cálidos de América Central y el Caribe, y el segundo año más cálido de América del Sur. En América del Sur los impactos fueron extremos. La intensa sequía en el sur de la Amazonia y la región del Pantanal fue la peor de los últimos 50 años. Y la larga lista sigue. 

La solución, está claro, es global: pero el país que tiene la llave más importante para mejorar las cosas en América del Sur es Brasil, porque en su territorio está el Amazonas, una de las llaves globales para detener el desastre pero devastado por la administración Bolsonaro, que permite la desforestación para ganar terreno para el negocio de la ganadería a pasos acelerados. El vicepresidente de Brasil llegará a Glasgow golpeándose el pecho y pidiendo ayuda económica de los países centrales para detener la deforestación que ellos mismos promueven. Arrancamos mal. 

Así llegamos

El gran predecesor de este nuevo encuentro es el Acuerdo de París, firmado en el marco de la COP21, celebrada en 2015, pero que entró en vigencia en noviembre de 2016. El objetivo del ambicioso acuerdo suscrito por cerca de 200 países en la capital francesa fue limitar el calentamiento mundial por debajo de 2 ºC, preferiblemente a 1,5 ºC, en comparación con los niveles preindustriales.

Pero, seis años después, la meta no fue cumplida y las previsiones sobre lo que puede pasar con el calentamiento global en el futuro no son para nada alentadoras.

Si bien en la declaración final de la cumbre del G20 que se realizó en Roma el fin de semana los países que integran este grupo –19 países industrializados y emergentes más la Unión Europea– confirmaron el pacto para mantener el aumento de la temperatura del planeta a un máximo de 1,5 grados y pidieron acciones “significativas y efectivas” para lograrlo, son estos mismos países los causantes de 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

De acuerdo al informe dado a conocer a mediados de octubre por la organización Transparencia Climática, luego de un pequeño descenso en 2020 causado básicamente por la detención de las actividades que aparejó la pandemia de coronavirus, las emisiones comenzaron a incrementarse nuevamente. Otros estudios publicados en la previa de la COP26 señalan que no sólo están aumentando las emisiones liberadas a la atmósfera, sino que la concentración de partículas de CO2 es cada vez mayor.

En la semana previa al cónclave de Glasgow desde la Organización de las Naciones Unidas se alertó en un informe acerca de las “tendencias preocupantes” y de la inacción de la mayoría de las 196 naciones que firmaron en 2016 el compromiso de descarbonizar sus economías. Con los planes para reducir los gases de efecto invernadero declarados por los gobiernos actualmente, la temperatura del planeta subirá 2,7 ºC, un dato por demás grave si se tiene en cuenta que el objetivo ya mencionado del Acuerdo de París era de un grado y medio.

Si bien se celebró que con la llegada de Joe Biden al gobierno Estados Unidos, a diferencia de lo que sucedió durante la administración de Donald Trump, cuando tuvo una salida prácticamente simbólica del Acuerdo de París, volvió a imponer, al menos en lo teórico, una agenda verde, ese país sigue siendo el que más contamina el mundo.

Si bien en la actualidad las emisiones de China duplican las de Estados Unidos, Estados Unidos a lo largo de la historia contaminó la atmósfera más que cualquier otro país del mundo.

Las metas planteadas difícilmente sean cumplidas, lo que casi con seguridad llevará a nuevas frustraciones, como la meta de mantener vigente el objetivo de que las emisiones no aumenten más allá de 1,5 ºC la temperatura del planeta, poner una fecha final al uso de energías basadas en carbón y otorgar 100.000 millones de dólares para el financiamiento anual de políticas sobre el clima, algo que acordaron las naciones ricas.

Otras iniciativas, aún más ambiciosas y, por lo tanto, mucho más complejas de lograr, son que todos los autos que se vendan en los próximos 20 años sean eléctricos, terminar con la deforestación para el final de la década, debido a que los bosques juegan un papel crucial en la eliminación de carbono a la atmósfera, y también figura en la agenda la meta de reducir las emisiones de metano hacia la atmósfera.

Marcos Salgado. Periodista argentino del equipo fundacional de Telesur. Corresponsal de HispanTv en Venezuela, editor de Questiondigital.com. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

Mucho título, pocos frutos

Juan Guahán

Comenzó  en Glasgow, Escocia, la vigesimosexta Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26)”. Es posible que sea demasiado título para los escasos frutos que estas reuniones producen, mientras la humanidad padece los efectos de esos cambios.

Son muestras de cómo afectan al futuro del planeta los incendios y fenómenos naturales (inundaciones, sequias, huracanes, terremotos, deshielos), cada vez más frecuentes e intensos.

Estudios realizados determinaron que tales riesgos están vinculados al cambio climático que se manifiesta en incrementos de la temperatura, producto de emisiones de gases relacionados con la actividad humana y el modelo económico vigente.

Ciertos aspectos del mundo industrial y el objetivo de desmesuradas ganancias tienen que ver con ese fenómeno. Se verificó mediante la medición de las temperaturas existentes, en tiempos preindustriales, desde fines del siglo XIX y su evolución posterior.

Antecedentes

Diversas reuniones y debates internacionales se ocuparon del tema. En el año 2015 se reunió la “COP21”. Bajo el nombre de “Acuerdos de París” se plantearon objetivos destinados a frenar tales incrementos de temperatura. Se estableció que para fines de este siglo XXI la temperatura no debía crecer por encima de los 2° grados respecto a la existente a fines del siglo XIX. Más de 190 países adhirieron a ese acuerdo, que se encuentra vigente.

En su momento Donald Trump retiró a EEUU de dicho acuerdo, ahora Joe Biden volvió a ratificar su firma. Datos e investigaciones posteriores determinaron que esa suba no debía superar 1,5° grados. Por encima de esa temperatura el proceso sería irreversible y la destrucción del planeta podría ser indetenible.

Hoy estaríamos rondando un aumento de 1° grado y las estimaciones, de la propia ONU, indican que siguiendo las políticas actuales la temperatura, para fines de siglo, se incrementaría en 3,5° grados y si se basara en los compromisos asumidos por los países andaríamos entre los 2,7° y 2,9° grados de incremento.

Estas previsiones pueden parecer catastróficas, pero las evidencias científicas lo avalan, el reconocido físico inglés Stphen Hawking lo planteó en más de una oportunidad convocando a la búsqueda de otro planeta para continuar la vida. Los más ricos del planeta (Jeff Bezos, Elon Musk, Richard Branson) están preparando ese futuro e invirtiendo en esa dirección, al mismo tiempo que piden un lugar en las propias Naciones Unidas. 

Para los miles de millones de humanos de a pie el problema es cómo salvar la tierra, que esos mismos poderosos (personas y países) están destruyendo. En este sentido, las emisiones de gases de invernadero (fundamentalmente dióxido de carbono y metano) son sus mayores causantes. Los principales países responsables de tales emisiones son: China, aporta el 27%; EEUU, el 13%; India, el 7%; Rusia, el 4,6%. Los países del G 20, que hoy terminan su reunión en Roma, suman el 78% de tales emisiones.

Muchos científicos confiaban que la desgracia de la pandemia de la covid-19, con su consecuente parate económico, produciría una fuerte retracción en la emisión de gases. Tal reducción fue corta y leve, con rápida recuperación. La producción de combustibles fósiles, una de las principales fuentes de energía, está entre las primeras causantes de estos incrementos.

Para revertir ese proceso sería necesaria una disminución de las emisiones de entre 10 y 12% anuales y por 10 años, para aproximarse a un tercio de lo que hoy se produce y contribuir al objetivo de contenerla en menos del 1,5° de incremento. Según esas mismas perspectivas, la posibilidad de llegar a ese objetivo no alcanza al 5%.

António Guterres, Secretario General de la ONU, dijo que “estamos encaminados hacia la catástrofe climática” agregando “la calefacción está encendida”. El funcionario más importante del mayor organismo mundial se refería a los efectos de cómo se llevó adelante –en este último siglo y medio- la industrialización, el escaso uso de energías renovables, las nefastas consecuencias de los masivos desmontes.

Todo ello, mal que le pese a algunos liberales, es producto de la actividad humana y sus efectos se pueden observar en la creciente disminución de los hielos que se van fundiendo haciendo crecer el nivel del mar. Éste se elevó -desde inicios del siglo pasado- 19 centímetros.

Ese nivel se elevaría, hacia fines del siglo actual, otros 65 cm. La respuesta de la dirigencia del mundo actual, que no quiere perder el “tren de la historia”, es construir defensas costeras para contener esa suba de los mares.

El mismo Guterres demanda el fin de los subsidios a los combustibles fósiles, cuya cifra actual es de 423 mil millones de dólares por año. Por eso la ONU hizo un video donde un dinosaurio les dice a los actuales dirigentes mundiales: “Es como si nosotros hubiéramos subsidiado a los meteoritos para que nos destruyan” y concluyó diciendo: ¡Estamos pagando para acabar con la especie (…) las prioridades deben cambiar si queremos que la humanidad y la tierra sobrevivan!”

En los últimos años China, Rusia e India, reclaman el derecho a profundizar su actual desarrollo, dado que llegaron tarde al que tuvo por protagonistas a Europa, EEUU y Japón. Otros países, por diferentes razones se suman a estas peticiones de no producir cambios verdaderos.

En estos días la BBC de Londres hizo pública una filtración de documentos originados en las cancillerías de Arabia Saudita, Argentina, Australia y Brasil, solicitando a la ONU que minimice la necesidad de dejar de usar rápidamente de los combustibles fósiles.

¡Así estamos!!!

Pero no a todos los países –o regiones-  están en las mismas condiciones ante este fenómeno. Por ejemplo, Canadá, Rusia y en cierto modo la vacía Patagonia, por su condición de ser espacios cercanos a los fríos polares y escasa población, son territorios con mejores condiciones de sobrevivencia y serán receptáculos de poblaciones migrantes que buscarán aprovechar el retardo del deterioro ambiental.

Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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