«Izquierda reformista, ¿fin de la historia?» es el tema de uno de los últimos debates organizados en la página web de Mediapart. Es cierto que, ante a la última evolución de la socialdemocracia en Europa, merece la pena plantearse esa pregunta. En un contexto de ascenso de las fuerzas de derecha y de extrema derecha, […]
«Izquierda reformista, ¿fin de la historia?» es el tema de uno de los últimos debates organizados en la página web de Mediapart. Es cierto que, ante a la última evolución de la socialdemocracia en Europa, merece la pena plantearse esa pregunta. En un contexto de ascenso de las fuerzas de derecha y de extrema derecha, las debacles o derrotas electorales de los partidos socialistas en Francia, España, Bélgica, Grecia y, más recientemente, en Gran Bretaña, así como las importantes pérdidas de militantes en los sindicatos y los partidos reformistas en toda Europa constituyen el decorado de esta crisis. Esto no significa el fin de la socialdemocracia: los partidos socialistas, incluso debilitados, pueden jugar un papel importante en sus respectivos países pero, ¿lo hacen aún como partidos de la «izquierda reformista»?.
¿Una «Pasokización» de la socialdemocracia?
Cada partido tiene su historia y son notables las diferencias entre, por una parte, los lazos que unen a la socialdemocracia alemana o el Partido Laborista británico al movimiento sindical, y, de otra parte, los más distanciados del Partido Socialista francés con el movimiento sindical. Pero todos sufren un retroceso más o menos importante. Algunos han conocido una pérdida masiva en su afiliación, como en Alemania en los años 1990, aunque siguen manteniéndose como fuerza de primera línea, mientras que otros, como el Pasok griego, se han hundido. Otros, como en Francia o en España, conocen crisis que les debilitan sustancialmente. Globalmente, sus relaciones con el movimiento popular son cada vez más débiles y están socavadas por su apoyo a las políticas de austeridad; ahora bien, sería muy arriesgado prever su desaparición. Los pronósticos sobre una «Pasokización» de toda la socialdemocracia europea, a imagen del hundimiento del Pasok griego, en esta etapa no se han verificado. La historia de esos partidos, su inserción en las instituciones, su funcionalidad en los sistemas burgueses de alternancia les permiten continuar jugando un papel político importante. Al PS portugués se le da como vencedor para las próximas elecciones. El Partido Laborista ha perdido las elecciones pero ha obtenido el 30% de los votos. Los partidos francés y español retroceden sustancialmente, pero los sondeos les dan, aún, pronósticos de voto de alrededor del 20%. En definitiva, el caso «Pasok» no se ha generalizado. Su hundimiento está ligado a las características de la situación en Grecia, a una conjunción de la crisis económica y de una crisis del Estado con la dislocación de numerosas de sus instituciones.
Así pues, no hay que hacer generalizaciones apresuradas. Sigue siendo necesario seguir de cerca la situación de cada partido socialista para determinar la acción política en cada país. Son previsibles giros bruscos: ¿cómo controlará el PSOE su crisis de dirección y resistirá el ascenso de Podemos? ¿Cuál será la situación del PS en Francia si su candidato no está en la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales en las que se enfrentarán la derecha y la extrema derecha? La situación de la socialdemocracia se ha debilitado estructuralmente. En efecto, más allá de las realidades electorales y organizativas, de sus altibajos, los partidos socialistas están directamente afectados por los cambios históricos de la situación mundial. Los efectos económicos y sociales de la crisis del capitalismo globalizado, las nuevas correlaciones de fuerza entre las clases marcadas por la nueva ofensiva neoliberal y la deconstrucción de las conquistas sociales arrancadas por el movimiento obrero y, finalmente, las consecuencias del balance histórico del siglo pasado en el terreno de las ideas, los valores y los programas de transformación de la sociedad, han cambiado profundamente la naturaleza de los partidos socialistas. ¡Ya no es la «misma» socialdemocracia, no es «ni siquiera» la socialdemocracia!
La socialdemocracia de la contrarreforma neoliberal
La duradera contrarreforma neoliberal y su aceleración desde el comienzo de la crisis de 2008 han provocado una mutación cualitativa de la socialdemocracia. En cuanto se encuentra en el poder, se comporta como un agente directo y diligente de la Unión Europea, de la Troika y de sus políticas de austeridad. Esta transformación se ha traducido en una integración sin precedentes de los aparatos socialdemócratas en las altas esferas del Estado y de la economía globalizada. Los partidos socialistas se han convertido en «cada vez menos obreros y cada vez más burgueses». La brutalidad de las políticas neoliberales aplicadas por la socialdemocracia socava sus bases sociales y políticas. Esto ha llevado incluso a organismos de reflexión político-ideológicos del PS francés, como «Terra nova», a preconizar un cambio de las bases y de los objetivos sociales de la socialdemocracia. Había que reemplazar a los obreros y empleados por técnicos superiores, cuadros, capas medias. En definitiva, había que «cambiar de pueblo». La composición de los órganos de dirección también se ha modificado: los enseñantes, los burócratas sindicales, los abogados («los taberneros», añadía Trotsky), han dejado su lugar a los diplomados en las altas escuelas de la administración, tecnócratas y financieros. Hasta el punto de que los partidos socialistas conocen una especie de desvitalización, una ruptura con sectores enteros de su historia, una pérdida de afiliados y un reemplazo cada vez más importante de los militantes por profesionales de la política, electos, asistentes y asesores de esos mismos electos y de una clientela dependiente de esos partidos. Las políticas de la Unión europea, dirigida por los dirigentes socialistas, han agravado esta mutación cualitativa. Las políticas de «unión nacional» que dominan hoy en Europa empujan en el mismo sentido. No se trata de una enésima política de austeridad aplicada por gobiernos de izquierda: los procesos actuales cambian la naturaleza de esos partidos. Cuanto más se profundiza la crisis, más se adapta la socialdemocracia y no tiene otra opción que convertirse en una pieza clave del dispositivo neoliberal. ¿Cómo explicar esta transformación? Algunos pensaban que, bajo los efectos de la crisis, sectores de las clases dominantes, y tras ellos los partidos de la Internacional Socialista en Europa, iban a orientarse hacia políticas keynesianas o neokeynesianas, de relanzamiento de la demanda, de intervención pública más fuerte. Nada de esi, los partidos socialistas, cuando no han sido ellos los emprendedores, han dado continuidad a las políticas de austeridad, a veces con la brutalidad que se conoce en Europa del Sur. Ninguna clase dominante ni ningún Estado asume políticas keynesianas o de compromisos sociales. Al contrario, esos sectores utilizan la crisis para aumentar las tasas de explotación y de plusvalía. La competencia intercapitalista les lleva a una carrera para bajar el nivel de vida de millones de personas. Pero más allá de las grandes tendencias económicas, hay un problema político: la opción keynesiana es el producto de correlaciones de fuerzas impuestas por la lucha de clases. Fueron la Revolución rusa, el auge de las luchas de los años 1930 o las de la posguerra y los años 1960 quienes impusieron tales políticas a las burguesías y a los Estados.
Hoy, la degradación de la correlación de fuerzas en detrimento de las clases populares no obliga en nada a los de arriba a políticas de concesiones o de compromisos sociales. Al contrario, redoblan sus ataques imponiendo la austeridad y dictan esta política a sus «tenientes» socialdemócratas. Desde el Pasok griego a los demás partidos socialistas de Europa del Sur, pasando por el conjunto de la Internacional Socialista, reinan las políticas de sumisión a la deuda, de respeto de la «regla de oro» de la austeridad presupuestaria y de defensa de los intereses patronales.
La transformación burguesa de la socialdemocracia
Este proceso es desigual según los países; en concreto, depende que los partidos estén en el poder o en la oposición, pero toda la socialdemocracia conoce estos procesos de transformación. No es suficiente con poner una detrás de otra todas las traiciones de la socialdemocracia desde el 4 de agosto de 1914 o sus experiencias de gestión de los asuntos capitalistas a lo largo de todo el siglo XX, sin tener en cuenta más que las continuidades históricas y sin señalar una profunda ruptura en los últimos años. La duración de la larga contrarreforma neoliberal y su aceleración desde el comienzo de la crisis han reducido considerablemente los márgenes de maniobra del reformismo clásico. La brutalidad de los dirigentes de la Unión Europea con Grecia confirma que quieren prohibir cualquier experiencia, por limitada que sea, de gestión reformista. Así, «no queda tela que cortar» por retomar la fórmula del dirigente de Force Ouvrière, André Bergeron. Si tomamos el ejemplo de Francia, no es la primera vez que el PS defiende y aplica políticas burguesas, o que participa en gobiernos burguese. Incluso llegaron a hundirse tras la guerra de Argelia. Pero pudieron reconstruir un nuevo PS en el Congreso de Épinay, surfeando sobre el post-Mayo 1968. Hoy, tras esta larga integración en la contrarreforma liberal y el descenso a los infiernos que conoce actualmente, no vemos cómo podría reconstruirse el PS retejiendo los lazos con las clases populares. Sobre todo, porque desde hace varias décadas no sólo aplica una política burguesa, sino pone en cuestión todos los equilibrios sociopolíticos que, precisamente, permitían a la socialdemocracia la «doble función reformista» que intentaba, incluso a veces de forma imposible, obtener compromisos sociales favorables a los trabajadores a la vez que salvaguardaba el orden capitalista. La contrarreforma neoliberal prohíbe esta «doble maniobra» reformista.
Añadamos a esto que las tendencias autoritarias actuales de los regímenes burgueses y la pérdida de sustancia «democrática, incluso democrática burguesa» de las instituciones parlamentarias conducen a una retracción de la base política de los PS. Bajo formas diferentes, los partidos socialistas pueden transformarse en partidos burgueses. ¿Pero se convierten en partidos burgueses como los demás? No completamente, el funcionamiento de la alternancia exige de los PS que marquen su diferencia con los demás partidos burgueses. Algunos de ellos siguen ligados, por su origen histórico, al movimiento obrero, aunque los lazos con su base social y política estén cada vez más distendidos. Sin embargo, quedan aún hoy las huellas de esta historia crean otras tantas contradicciones y oposiciones en el seno de esos partidos. Pueden conservar una cierta relación con el pueblo de izquierdas, aunque sea cada vez más distendida. Esta mutación cualitativa, si fuera hasta el final, transformaría a esos partidos en «partidos demócratas a la americana». Una transformación parecida a la que ha conocido, no un partido socialdemócrata sino el Partido Comunista Italiano, que se ha convertido en un partido burgués de centro izquierda. En función de la historia de la izquierda en cada país, las necesidades de la alternancia política pueden incitar a que estos partidos no sean partidos burgueses como los demás. En los países en que la historia del movimiento obrero permanece viva y en los que la socialdemocracia es aún fuerte, esta última no puede jugar un papel clave en el juego y en las instituciones políticas, porque se reclama aún de una historia «socialdemócrata» y de una cierta relación con sectores de las clases populares. Pero los partidos socialistas de este comienzo del siglo XXI no tienen ya gran cosa que ver con los de los siglos XIX y XX. Estos partidos, que organizaban y representaban a sectores del movimiento obrero, dan la espalda a esa historia y se echan, sin remilgos, a la conversión neoliberal, más «neoliberal» que «social-liberal» por otra parte.
Esta transformación neoliberal de la socialdemocracia está bien entablecida, pero no es suficiente para las corrientes más a la derecha de los Partidos Socialistas. En Francia por ejemplo Valls ha declarado en varias ocasiones que «había que liquidar todas las referencias socialdemócratas». Macron, banquero y Ministro de Finanzas de Hollande, ha ido más allá llamando, él también, al abandono de «todas las antiguallas de la izquierda». Lo que quieren es transformar el proceso en curso -bien entablecido, repetimos- en tendencia acabada, aunque sea a costa de romper el partido socialista. Esta confrontación puede estallar, en caso de una derrota del Partido Socialista en las próximas presidenciales de 2017.
Actualmente, las alas derechas socialistas están a la ofensiva, pero hay que constatar que frente a los defensores del viraje hacia una transformación neoliberal, las distintas oposiciones que se manifiestan en su interior, no vuelven a un reformismo clásico y aún menos a las ideas de las corrientes de izquierda históricas de la socialdemocracia. Las políticas neoliberales no son corregidas más que marginalmente. Christian Paul, primer firmante de la moción de los «frondeurs» (diputados socialistas «rebeldes», que se opusieron a las medidas propuestas por el gobierno Valls en abril de 2014 ndt), para el próximo congreso del PS, ha votado a favor del tratado presupuestario. Ha votado también por el ANI y el retraso de la edad de jubilación. Dicho de otra forma no ha defendido ninguno de los marcadores tradicionales de una eventual izquierda socialista. Igualmente, Martine Aubry, «crítica» del gobierno, se ha alineado, al final, con la moción apoyada por Hollande y Valls. Los años de contrarreformas neoliberales y los retrocesos que ha conocido el movimiento obrero en Europa tienen mucho que ver con todo esto. El horizonte de quienes, en el seno de los partidos socialistas se oponen a las traiciones más visibles, queda limitado por los fundamentos de las políticas neoliberales.
Estos cambios de la socialdemocracia tienen consecuencias en el plano de la orientación política de los anticapitalistas. La perspectiva de una política y de un gobierno de ruptura con las políticas de austeridad no puede acompañarse de alianzas con los partidos socialistas. En fin, a la manera de las experiencias de Syriza y Podemos, y más allá de los problemas políticos discutidos en estas formaciones, estos ejemplos muestran que para avanzar en la construcción de una alternativa política, ésta debe formarse al margen de la izquierda tradicional, de una «izquierda que no es ya ni siquiera reformista».
Fuente original: http://www.vientosur.info/
Traducción de Faustino Eguberri.