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Éxito de "Alternativa para Alemania"

La democracia herida

Fuentes: Rebelión

Primero leí en Rebelión el artículo de Rafael Poch, que siempre es lo primero que leo si escribe, y luego recordé lo que hace poco escribía en Der Spiegel Jakob Augstein. Y no me extrañó. Rafael Poch «Marzo podría ser crucial en Francia, país que inventó en el XIX el concepto de huelga general. Hoy, […]

Primero leí en Rebelión el artículo de Rafael Poch, que siempre es lo primero que leo si escribe, y luego recordé lo que hace poco escribía en Der Spiegel Jakob Augstein. Y no me extrañó.

Rafael Poch

«Marzo podría ser crucial en Francia, país que inventó en el XIX el concepto de huelga general. Hoy, jornada de protestas en 169 ciudades, convocadas por sindicatos y estudiantes (cuidado con el sujeto juvenil: aquí ha sido muchas veces chispa de explosiones mayores), todo ello acompañado de una huelga de ferroviarios. Y a fin de mes, huelga general, recurso inédito desde el 2010 con la presidencia de Nicolas Sarkozy, apoyada por casi todos los sindicatos.

Objeto de la protesta es la reforma laboral contenida en un proyecto de ley que «la derecha ni siquiera pudo imaginar cuando estaba en el poder», confiesa Le Figaro en su editorial. ¿Será este proyecto el desencadenante de una reacción en cadena que libere todo ese malestar largamente acumulado en Francia? El proyecto abre la puerta a trabajar más cobrando menos, con mayor facilidad de despido, menos derechos, menos poder sindical y más poder empresarial, es decir una involución social en toda regla, lo que ahora se llama una reforma.

Crucial, porque marzo debe aclarar si puede imaginarse un 15-M a la francesa. El 70% se declara en encuestas contra el proyecto de reforma. En poco más de una semana una iniciativa lanzada en las redes sociales ha reunido más de un millón de firmas en contra. Inédito. Lo que está por comprobar hoy y este mes, es precisamente si este enfado on line se transforma en una movilización política con el vector hacia la izquierda en una sociedad cuyo electorado vota en un 30% al Frente Nacional.

Lo que sí puede decirse ya es que el presidente François Hollande -algunos ponen en duda su voluntad de volverse a presentar a un nuevo mandato presidencial dentro de catorce meses- y el primer ministro, Manuel Valls, han hecho lo posible por provocar esta protesta. Los dos parecen convencidos de que la Francia de izquierdas a efectos prácticos no existe (y a lo mejor tienen razón, este marzo lo aclarará) y que hay que gobernar atendiendo solo a la derecha. Lo que han logrado es destruir su base social y su propio Partido Socialista.

Muy significativa, por su sonoridad, la dimisión del diputado socialista Pouria Amirshahi, que lo deja todo, el carnet y el escaño, denunciando a la «casta» y el «mundo sin ideas» de los partidos.

«Retirada de nacionalidad, estado de urgencia, escalada penal, derecho laboral… Francia no está gobernada por el ala derecha del Partido Socialista, sino por neocon-servadores», ha dicho. No es una ruptura con el PS, sino con el establishment. Hasta los diputados hollandistas están enfadados con el proyecto de ley de la ministra de trabajo, Myriam El Khomri, uno de cuyos secretarios también ha dado portazo.

Valls, verdadero iniciador del proyecto, se siente abandonado por Hollande, que le ha pedido que frene y dialogue más con los sindicatos. Si la ley se vacía de contenido, el propio Valls podría dar el portazo, dice un colaborador del primer ministro.

Mientras tanto, el presidente acaba de imponer la Legión de Honor al príncipe heredero saudí, Mohamed Ben Nayef (70 decapitaciones en lo que va de año). «Sólo es protocolo», dice el ministro de Exteriores. El descrédito es total.

Jakob Augstein

Hesse, uno de los 16 estados federales de Alemania, celebró elecciones municipales el 6 de marzo del 2016, y hubo sorpresa: AfD (alternativa para Alemania, partido eurocrítico, derechoso y contrario a la llegada masiva de refugiados) se alzó como tercera fuerza desbancando a los Verdes, que del 18% pasaron al 13´2% y por detrás del CDU: con el 28, 2 y del SPD 28%, perdiendo más del 5% el primero y casi el 4% los segundos.

«La derecha camina y su éxito es también una respuesta de la sociedad a una enfermedad del capitalismo, ignorada por los partidos establecidos. Y que nada tiene que ver con los refugiados. Afd arrolla en Alemania, vivimos una revolución. Y como toda revolución tiene también su justificación, su porqué: el capitalismo está enfermo y alguien tiene que curarlo. A los medios y la política les resulta difícil el reconocer. Tienen que admitir su propia culpa: llevan aplaudiendo décadas mientras el neoliberalismo sigue envenenando nuestras sociedades.

Gente como Donald Trump y Frauke Petry (copresidenta de AfD) es nauseabunda. ¿Pero acaso en medio de todo no debemos estarles agradecidos por demostrarnos la grave enfermedad que padece nuestro sistema?

Bad Karlshafen no es por lo demás algo especial, lugar que se ha hecho famoso porque el domingo, 6 de marzo, un 22,3% votó AfD en las municipales, más que al SPD o al CDU. Una muestra de lo herida que está nuestra sociedad.

En USA los 400 más ricos poseen más que el 61% de los americanos con menos ingresos. Los ingresos de una familia media bajaron en los últimos 20 años unos 5000 dólares. El último informe sobre la pobreza en Alemania de la Confederación paritaria benéfica alemana manifiesta que el 15, 4% de los alemanes viven por debajo del umbral de la pobreza, lo que significa más de 12 millones de alemanes.

«La justicia distributiva, el principio supremo de cualquier política sería impositiva, se desoye y desprecia gravemente en la distribución del producto social obtenido», escribía el historiador Hans-Tlrich Wehler hace ya dos años, y preguntaba: «¿Hasta dónde debe agravarse la crisis para que este país sea capaz de introducir reformas?»

Lo que las izquierdas no han logrado solucionar quizá ahora lo consiga la derecha. El odio a los extranjeros da alas al movimiento, pero al resentimiento se junta la crítica al sistema. Björn Höcke, un hombre de AfD, es un demagogo popular, pero tiene razón cuando dice que es «una vergüenza» que más de dos millones de niños en Alemania estén amenazados por la pobreza. También se queja el SPD, ¿pero quién puede creer a un partido que desde 1998 detentó durante 13 años el gobierno y vio crecer la desigualdad sin pestañear?

La derecha hace la revolución que no hizo la izquierda. Matteo Salvini de la derecha radical ENF (Europe of Nations and Freedom Group, è un gruppo politico del Parlamento europeo di estrema destra) ha arrojado a la izquierda a la papelera de la historia. Clama que no la izquierda sino la derecha es hoy la «campeona de la clase trabajadora». Y la derecha muestra a la izquierda cómo funciona con éxito un movimiento político. La gente, que prende fuego a las casas de los que claman asilo, es criminal. Pero no nos engañemos: son criminales exitosos. La gente, que escupe a los refugiados, que camino de sus acantonamientos pasa por delante, son unos indeseados. Pero no nos engañemos: se impone su inhumanidad. La derecha aprovecha desde la violencia en la calle hasta los artículos de opinión en el FAZ (periódico) para conseguir la hegemonía cultural. Lo que no ha logrado la izquierda con la crisis financiera logra la derecha con la crisis de los refugiados: protestas clamorosas en las calles, una protesta política que va conquistando los parlamentos. Y existe la protesta publicitaria, a la que en los medios se le presta ayuda. Sólo, aislado, nadie puede influir ni modificar nuestro sistema político. La derecha impulsa la política hacia adelante. Para amainar, aminorar el resentimiento contra el extranjero se endurecerán las leyes sobre asilo. Y para aflojar la presión revolucionaria social el SPD recuerda sus raíces políticosociales.

De pronto Sigmar Gabriel exige un «proyecto de solidaridad» junto con la introducción de una renta mínima. Y también de pronto ya nadie habla de «adelgazamiento del estado». Al contrario, la gente piensa que el desmantelamiento del estado es un mal que hay que corregir. Fueron políticos y medios del denominado «centro», quienes han venido aplaudiendo al neoliberalismo mientras éste iba disgregando y envenenando las sociedades occidentales, y ahora les resulta difícil reconocer el error. En lugar de eso buscan su salvación apelando a la razón: «podemos ahorrarnos el redoble de tambor medialmente intensificado», escribió Nils Minkmar: «Hay que airear, enfriar la temperatura y lanzar una mirada al mundo con las ventanas abiertas».

Pero los nuevos movimientos políticos no surgen por una escasez de concentración. Y no se los combate tampoco con sentido común. Las necesidades políticas reales exigen medidas políticas reales. La revolución de la derecha censura y ataca el mal que nos ha deparado el capitalismo salvaje. Hubiera sido más bonito si los denominados partidos establecidos por fin hubieran tomado en serio la advertencia de los votantes y hubieran solventado el verdadero problema de Alemania: la falta de equidad, que nada tiene que ver con los refugiados».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.