Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Estoy en cuclillas sobre un trozo redondo de hormigón y junto a mí hay un hombre de 72 años sentado en la cuneta, con un bastón al lado. Me dice que después de que Estados Unidos le deportara, ha estado caminando por las calles de Ciudad de México tratando de encontrar un lugar donde guarecerse. Pero todos los refugios están cerrados debido a la pandemia, incluido el que está frente a nosotros, donde soy voluntaria. Se ha quedado sin insulina para su diabetes y dice que ya no puede caminar más.
Soy consciente de que puede que no sobreviva mucho más tiempo. Es la quinta persona a la que tengo hoy que dejar abandonada y no puedo soportarlo.
De regreso al refugio de migrantes, organizamos grupos de trabajo y diversas tareas para estructurar los días vacíos e intentar evitar que la tensión siga acumulándose. Ya es bastante terrible que muchos de los refugiados que hay aquí hayan huido de la violencia para verse obligados a esperar meses para obtener un visado y acabar atrapados en su interior debido a la cuarentena sin poder trabajar, aunque sea de manera informal.
A lo largo de un período de menos de dos semanas, unos 7.000 migrantes han sido deportados de Estados Unidos con la excusa del virus. Y también aquí México está deportando a refugiados y migrantes a la frontera con Guatemala, a pesar de que está cerrada y no hay transporte interestatal operando allí. Los hondureños y grupos de otras nacionalidades están allí atrapados, sin un lugar donde quedarse y sin posibilidad de volver a su país. Muchos pueden morir asesinados si regresan. Hasta ahora, las medidas de contingencia parecen estar haciendo más daño que bien.
Desde aquí vemos videos de personas que animan a los trabajadores de la salud en Londres y son inspiradores, pero realmente no nos llegan mucho. Sabemos que nuestro sistema sanitario apenas podrá enfrentar la situación. Sabemos también que como el 65% de la fuerza laboral es informal y no cuenta con los beneficios del desempleo, el impacto económico de la cuarentena será devastador para nosotros. En mi ciudad de Puebla, la mitad de la población no tiene ya acceso al agua, o no el suficiente. Las personas se verán pronto expulsadas de sus hogares y el hambre, que ya les ronda por la mente, se convertirá probablemente en una desgracia común.
El gobierno nacional ha declarado que solo las tiendas y servicios esenciales pueden permanecer abiertos. Los que pueden se están tomando la cuarentena en serio. Pero hay tanta gente que no puede quedarse en casa que todo es un poco inútil. La mujer con el puesto de mole afuera de la tienda Oxxo, cerca de mi casa, sigue aún sirviendo comida, los puestos callejeros que venden fundas para teléfonos y aparatos en la calle 8 están todavía allí, la mujer indígena que se sienta en el suelo vendiendo hermosas muñecas mexicanas de “trapo”, allí sigue. Pienso que alrededor del 60% de las tiendas y puestos continúan funcionando.
En Centroamérica y México solo el 20% de las personas mayores disfrutan de una pensión. Son muchos los que siguen trabajando y en condiciones prácticamente de esclavitud. Y en Sudáfrica el distanciamiento es imposible porque los asentamientos solo cuentan con 380 baños para 20.000 personas. El riesgo, el miedo y la violencia son parte de la vida de muchos seres en los países pobres. La pobreza es una guerra interminable y ser indefenso e inseguro, en términos de salud y economía, significa que la vida está en juego todo el tiempo. Es comprensible que la gente reaccione con cierta indiferencia respecto al cumplimiento de la cuarentena. Y es por eso que no es razonable coger los modelos chinos y europeos para responder a la pandemia y trasplantarlos a los países más pobres.
Cuando veo tuits sobre “estos tiempos tristes”, me siento frustrada. Sí, son tiempos difíciles, pero las cosas llevan siendo horribles desde hace mucho tiempo para la mayor parte del mundo: para las personas más pobres y para las personas de color. Pero los principales medios de comunicación, los libros de historia y las películas nos enseñan a ver el mundo a través de los ojos del primer mundo blanco. De ahí vienen los héroes, donde las noticias tienen importancia.
Nunca se ha considerado urgente poner al mundo al día sobre las muertes diarias por inanición (24.600) o sobre el número de personas que hacen trabajos forzados o matrimonios forzados (40,3 millones). La conciencia sobre el salvaje impacto de la guerra de Estados Unidos en Afganistán es escasa. Se estima que en 2018 hubo 228 millones de casos de malaria en todo el mundo y 405.000 muertes a causa de ella, en su mayoría niños. Pero las personas que mueren son las más pobres de los pobres, en los países africanos y en la India. La malaria, el hambre, la explotación, los feminicidios, los barrios marginales y otras injusticias son crisis que el mundo no va a detener.
El llamado “tercer” mundo es el mundo prescindible. El año 2008 fue el de la “crisis financiera”, pero la actual desigualdad global que deja a más de la mitad del mundo viviendo en condiciones indignas no es una crisis, resulta que es una realidad aceptable.
Mientras tanto, las consecuencias económicas y sociales de las medidas de contingencia de la pandemia serán mucho más severas en los países y en las comunidades más pobres. Alrededor de 2.500 personas son asesinadas ya cada mes en México, y el crimen violento no hará sino aumentar en la medida en que más y más personas pierdan sus ingresos. Las tasas de agresión sexual también están también aumentando.
Añadan a esto la enorme desigualdad global de recursos que significa que la mayoría de los países más pobres no puedan responder al virus de la misma manera que Europa y partes de Asia, por mucho que lo deseen. La República Centroafricana, por ejemplo, tiene solo tres respiradores para una población de cinco millones de personas. Si bien Estados Unidos tiene alrededor de 160.000 respiradores, no son suficientes, y México tiene solo unos pocos cientos.
Estados Unidos y Europa están acaparando la accesibilidad a los equipos médicos, mascarillas y materiales para hacer pruebas. The New York Times informaba que los fabricantes habían comunicado a los países africanos y latinoamericanos que los pedidos de kits para pruebas tardarían meses en poder enviarse porque casi todo lo que producen se hace llegar a Estados Unidos y a Europa. Los precios de estos bienes también se han disparado, lo que hace que sea más difícil su adquisición para las regiones más pobres. Hasta ahora, el número de casos confirmados en los países más pobres es menor, pero el análisis de esas cifras debe tener en cuenta que dichos países no tienen acceso a los reactivos utilizados para las pruebas y están atrapados sin poder hacer nada, sin poder siquiera evaluar a los trabajadores sanitarios.
Si bien el movimiento #Quedate en casa es una muestra increíble de solidaridad humana y de nuestra capacidad de trabajar juntos por el bien común, también pone la responsabilidad de la solución de la pandemia en personas individuales. Y en efecto, somos parte de la solución, pero los gobiernos y las corporaciones deben rendir cuentas por las desigualdades que han perpetuado y que deciden quién vive, quién muere y en qué cifras.
En este mundo en el que los trajes, los escaparates y los vestíbulos de los hoteles se diseñan con sumo cuidado pero no así los planes de salud y prevención de la pobreza, no tiene sentido hablar de vencer a este virus sin abordar el contexto en el que está prosperando. Junto con medidas como congelar los alquileres y garantizar los derechos de los trabajadores, abordar realmente una pandemia global implica una planificación de salud pública que cruce las fronteras y enfrente la desigualdad global y la crisis climática.
Tamara Pearson es una periodista que lleva mucho tiempo trabajando en Latinoamérica. Es autora del libroThe Butterfly Prison. Su blog es Resistance Words.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.