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La ética como encrucijada de la izquierda

Fuentes: Rebelión

En los tiempos que corren, pare ce que ética más política solo puede dar corrupción. Eso es «lo que se dice en todas partes», así lo leemos en los periódicos, lo vemos en la televisión y lo vivimos en las redes sociales. La ética se ha convertido no en la medida para evaluar la política, […]

En los tiempos que corren, pare ce que ética más política solo puede dar corrupción. Eso es «lo que se dice en todas partes», así lo leemos en los periódicos, lo vemos en la televisión y lo vivimos en las redes sociales. La ética se ha convertido no en la medida para evaluar la política, sino en su antítesis. Antes de que un político pueda dar pruebas de descargo o exponer sus argumentos, el tribunal de la opinión pública ya ha declarado su inmoralidad intrínseca.

La idea de que la sola dedicación a la política implique una suspensión de toda moral fracasa en tres sentidos : promueve una visión abstracta, limitada e inútil de la ética, al reducirla al ámbito de las decisiones individuales o de la acción social «apolítica»; limita la política a lo partidario, ya que vuelve irrelevante el compromiso político que no se decanta por un partido, al mismo tiempo que invisibiliza el conflicto social entre grupos con intereses contrapuestos; y aleja nuestra atención del resto de profesiones -abogados, periodistas- e instituciones -iglesias, escuelas-, en donde las conductas inmorales son el pan de cada día. Esto no siempre fue así. ¿Cómo llegamos a esta situación?

Desde hace algunas décadas, a medida que el neoliberalismo fue expandiéndose y creando las condiciones para sus expresiones más totalitarias, también construyó su propio antidiscurso de la política. Era necesario asumir que la única política buena es la que no corre el riesgo de transformarse en una «distorsión del mercado» – como cuando se toman en serio los derechos humanos de los trabajadores o de los migrantes – y que la gestión de lo público debía pasar, de las instituciones sometidas a control democrático, a las burocracias privadas transnacionales y sus aliadas criollas 1 . En otras palabras, el único político bueno es el político muerto, pues la necesidad de la política ha desaparecido, y solo cuenta la gestión del presupuesto mínimo y las ganancias empresariales máximas.

En América Latina, una vez que las derechas perdieron el control de algunos poderes estatales , la estrategia de las élites dominantes fue lanzar toda la basura posible contra la política partidaria, como lo había hecho antes contra la política que se hacía en las calles o en las montañas. Ahora que las izquierdas accedieron al poder en elecciones, era preciso convertir lo electoral en un circo y una vil ofensa, en material de memes y «marchas de indignados» organizadas por «la sociedad civil». Toda política vino a ser, en la práctica, política partidaria. Por esa razón, no es extraño que líderes sindicales, defensores de los derechos humanos, compañeras feministas y luchadores ambientalistas «huyan de la política como de la peste», piensen que apoyar a un partido equivale a un pacto inmoral y, aun compartiendo principios izquierdistas, prefieran que no se les asigne ningún posicionamiento ideológico.

Una triste consecuencia de esto es la despolitización de la ética, en lo que a la cosa pública respecta. No me refiero a esa tontería de que la ética corresponde a las personas y la política a la sociedad, sino a la eliminación de la dimensión política cuando se abordan los problemas de corrupción, gestión pública poco profesional o la orientación que se da a las políticas públicas. «No tienen nada que ver», dicen. «No importa el color político», repiten los entusiastas de las metáforas cromáticas; «la ética es la misma para todos». Así lo sería, sin duda, si «la sociedad» también fuese lo mismo «para todos», pero sabemos que eso no es cierto, tanto como que no todos somos dueños de los bancos o que no todos estamos legalmente dispensados del pago de impuestos.

La política no es solo una manera de gestionar las instituciones, antes que eso es expresión de los conflictos dentro de las sociedades y de las formas que usan los grupos dominantes para ejercer su poder, luchando contra quienes les disputan ese derecho. Política es, también, la diversidad cultural de las sociedades que aspiran al pluralismo, ya que las figuras de la vida que persiguen los diversos grupos, eventualmente, entran en conflicto con los valores de otros grupos, y eso genera pulsos de poder y luchas por la autodeterminación de unos y otros. La política asume, de esta manera, una dimensión ética, ya que lo que preferimos para nuestras vidas y lo que debemos hacer para convivir no es siempre lo mismo para todos, sino que está condicionado por nuestros variados y conflictivos intereses.

La vida social es conflicto, lucha de clases y batallas por el reconocimiento de los grupos excluidos. No existe nada como un «proyecto de país» que incluya a todos y cada uno. Todo proyecto social es político, pues busca controlar hacia dónde debe dirigirse la gestión pública, y eso genera conflictos con quienes quieren llevar la s cosa s en otra dirección. La política también construye alianzas que ayuden a conseguir los objetivos, implica negociar con los opositores que aún conservan poder, postergar compromisos con aliados ideológicos y muchas más medidas que garanticen que las cosas salgan como se espera. Una ética abierta a la realidad social es imposible si no se entrelaza a los intereses concretos y las luchas políticas, tiene que tomar partido , no puede construirse en ningún rincón alejado de los conflictos, como cosa de iluminados, santones o modelos ejemplarizantes.

Echando un vistazo a la idea de «bien común» podemos ver más claro esta parcialidad de la ética. Desde el bien común de la teología medieval -con su noción de una sociedad orgánica, en la que cada uno cumple con la función encomendada por Dios-, hasta el interés general del capitalismo -la búsqueda del beneficio individual es reconducida por las leyes del mercado hacia una «sociedad mejor»-, pasando por quienes insisten en que la Constitución «garantiza el bien común» -otra cosa es que lo que dice la Constitución se pueda interpretar de mil maneras distintas y casi siempre según el capricho de sus «intérpretes autorizados»-, es evidente que sus sentidos son diversos. Pero lo fundamental no es eso, sino que, en cada contexto, el concepto se interpreta para favorecer los intereses de un determinado grupo de poder, sea este la jerarquía eclesiástica, los capitalistas o las élites que pagaron para que les hicieran «su propia Constitución».

Quien sostiene que el criterio del bien común es lo que contribuye a la humanización de las mayorías populares hace una opción política , y se coloca del lado de los pobres y los excluidos. No hay que ser ingenuos esperando que todo el mundo esté contento, ni hay que poner cara de sorpresa si no se suman a nuestras iniciativas: lo que beneficia a las mayorías seguramente perjudicará a quienes las explotan y marginan. Tampoco nuestra posición está más allá de la política ni es neutral ni nada parecido. Los que piensan que la ética puede ser «objetiva» o que existe una «verdad de las víctimas» que no implica una previa opción por ellas, solo enrarecen más la discusión y equivocan el tiro. Quienes insisten en que la opción por las mayorías es lo único que puede garantizar la vida de todos han hecho una apuesta por la humanización y se arriesgan al hacerlo 2.

Un a lamentable muestra de la despolitización que padecen muchos camaradas con quienes, supuestamente, compartimos ideales sociales y políticos es el de algunas feministas que no ven ninguna diferencia entre Angela Davis y Angela Merkel, o que pensaban que era una buena idea votar por Hillary Clinton o por la derechista salvadoreña Ana Vilma de Escobar. Una vez anulada la diferencia ideológica -procedimiento ineludible de la despolitización contemporánea-, la lucha por los derechos de las mujeres obtiene una dudosa legitimidad de esa construcción llamada «sociedad civil», en donde todas las gatas son pardas y la dominación patriarcal es concebida «fuera de la historia». En estos registros, la lucha contra el capitalismo es desplazada o anulada por completo, y se rehuye hablar del carácter izquierdista del feminismo, al mismo tiempo que se destruye la posibilidad de superar las concepciones esencialistas de lo humano, que deberían preocuparnos a todos.

En El Salvador, vimos d os ejemplos de e sto hace algunos años, en una campaña política y en las declaraciones de algunas líderes feministas . En las elecciones de diputados y alcaldes de 2015, el anuncio de una organización feminista invitaba a votar por mujeres, porque daban por sentado que estas ejercerían mejor su función política, precisamente por ser mujeres. En una inversión del discurso machista que asigna poderes, capacidades y roles sociales según el sexo, las compañeras intentaron defender lo indefendible: no solo es falso que ser mujer u hombre es la razón por la que uno puede ser un mejor o peor político, sino que semejante idea impide al elector detenerse a pensar en las razones que de verdad importan a la hora de votar.

El otro ejemplo es el mil veces repetido «machistas de derecha y machistas de izquierda», un lema apropiado para poner en una pancarta y llevarla a la Asamblea Legislativa , para presionar a los diputados que no apoyan los cambios que las mujeres necesitan -como el derecho a que se les practique un aborto-, pero que es también una frase que no podemos tomar totalmente en serio. Esta forma de «argumentar» oscurece el significado ético de la izquierda, pues, ¿ cómo se puede ser izquierdista sin estar en contra del machismo, sin luchar contra toda forma de dominación, incluido el patriarcado? El problema es que, también, podría sugerir que hay feminismos de derecha y eso es, sencillamente, un disparate. Una cosa es que haya machistas -hombres y mujeres- en «partidos políticos de izquierda» -y en ese caso no son auténticos izquierdistas-, y algo muy distinto que el feminismo sea una opción política e ideológicamente indiferente. Tampoco hay que confundir las alianzas estratégicas con diputadas de derecha con la idea de que se navega en el mismo barco. En realidad, no hay machistas de izquierda, sino farsantes de izquierda que se delatan gracias a su machismo.

De nosotros depende que la ética sea una huida de compromisos «incómodos» o la oportunidad para asumir su rostro humano. En realidad, y contra lo que muchos piensan, la observancia estricta de principios éticos y leyes morales (o la Constitución o los mandamientos bíblicos) no es garantía de una sociedad más humana. Las formas más graves que puede adoptar la deshumanización tienden a ocultarse bajo el manto de la justicia y el cumplimiento de las leyes. Por el contrario, solo asumiendo la perspectiva subjetiva del compromiso con las mayorías desposeídas y encajando «sus inconveniencias» es posible atisbar el rostro humano de la ética 3.

Hace algunos años, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador dio un claro ejemplo de esta ley que se cubre del manto de la imparcialidad, pero realmente golpea a los pobres y se burla de todos. Ante la urgencia de que le practicaran un aborto a «Beatriz», una mujer pobre que padecía lupus, los magistrados fallaron que «los derechos de la madre no pueden privilegiarse sobre los del nasciturus ni viceversa», una afirmación que no solo era una tontería de proporciones colosales -el feto en el vientre de Beatriz era anencefálico, es decir, hablando en plata, no tenía cerebro- o un cómodo desentenderse del problema -los magistrados, ni lerdos ni perezosos, «le pasaron la pelota» a la Asamblea Legislativa, para que «resolviera» las discrepancias jurídicas constitucionales-, sino también una nueva muestra de que para aplastar a una mujer pobre no hace falta infringir la ley, basta con cumplirla al pie de la letra (o interpretarla maliciosamente) 4.

No tenemos que elegir entre ética y política, esa es una falsa disyuntiva. La elección debemos hacerla entre una política y ética que favorezcan a las mayorías, y las que no. Esto debemos tenerlo claro al abordar los ataques que se hacen a los proyectos políticos progresistas en América Latina. La crítica y denuncia de la corrupción o de las acciones poco profesionales de los políticos debemos hacerla también desde la izquierda, desde nuestra propia opción ética y política, y no desde cualquier posición.

El enfoque de derecha sobre la corrupción, por ejemplo, tenderá a presentarla como un vicio individual, que tiene su raíz en la «natural ambición humana». Esto le resulta muy conveniente, ya que lo acompaña de un énfasis explícito en los funcionarios públicos y minimiza la participación de agentes privados. Los primeros son corruptos, porque disponen mal de los recursos públicos, «animados por su ambición». Los segundos son «emprendedores», porque utilizan la ambición como incentivo para generar riqueza. Los vicios de estos son virtudes públicas, mientras que los trapicheos de los primeros son solo eso, trapicheos.

Es evidente que la derecha utiliza la ética para debilitar a los gobiernos de izquierda que no puede vencer limpiamente en las urnas. Frente a esto, no basta con adoptar una postura reactiva que denuncie la conspiración y se limite a llamar a una «política de manos limpias» dentro de las propias filas. La izquierda deberá tomar la iniciativa y considerar el problema de la corrupción como una razón más para acabar con la raíz del mal: el capitalismo. Un izquierdista no puede conformarse con no robar o con exigir castigos para quienes lo hacen -incluidos los corruptos de partidos y organizaciones sociales de izquierda- , también debe luchar para acabar con un sistema dominado por bandas de ladrones. Y eso no será nada sencillo, sin duda, pero es lo que una ética y una política de izquierda deben hacer.

Notas:

1. Cfr. Hinkelammert, Franz; «Derechos humanos: distorsiones del mercado», en Solidaridad o suicidio colectivo , Ambientico Ediciones, Heredia, 2003, pp. 13-16; Hinkelammert, Franz; «El socavamiento de los derechos humanos en la globalización actual: la crisis de poder de las burocracias privadas», en El asalto al poder mundial y la violencia sagrada del imperio , Editorial DEI, San José, 2003, pp. 17-31.

2. Cfr. Molina Velásquez, Carlos; «Ética del bien común y de la responsabilidad solidaria», Devenires, Revista de Filosofía y Filosofía de la Cultura, Año IX, N° 17 (2008) pp. 156-186; Ellacuría, Ignacio; «Historización de los derechos humanos desde los pueblos oprimidos y las mayorías populares», en Escritos filosóficos III, UCA Editores, San Salvador, 2001, pp. 433-445.

3. Cfr. Hinkelammert, Franz; «Pablo: la maldición que pesa sobre la ley. Un ensayo sobre la Carta a los Romanos», en La maldición que pesa sobre la ley. Las raíces del pensamiento crítico en Pablo de Tarso , Editorial Arlekín, San José, 2010, pp. 71-115.

4. Cfr. Molina Velásquez, Carlos; «FONAT o por qué los Cuatro realmente son Fantásticos», ContraPunto, 22 de julio de 2013. http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/fonat-o-por-que-los-cuatro-realmente-son-fantasticos; Feussier, Oswaldo Ernesto; «Desde el dogmatismo hacia la exclusión: Apuntes sobre el delito del aborto en El Salvador», Revista Redbioética / UNESCO, Año 6, Vol. 2, N° 12 (2015) 46-69.

Carlos Molina Velásquez, salvadoreño, profesor de filosofía en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, y colaborador eventual de Rebelión.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.