La alta abstención no permite sacar conclusión alguna, pero la crisis de la izquierda parece más relevante que la crisis económica a la hora de valorar los escasos votos emitidos
Los resultados de las elecciones europeas son, a primera vista, decepcionantes para la izquierda. Las elecciones dibujan una europa dominada por la derecha, con destacada presencia de la extrema derecha. Pretender edulcorar esta realidad o celebrar tibios avances particulares es un ejercicio de autocomplacencia que sería mejor dejar a las ejecutivas de los partidos profesionales, verdaderos expertos en escudriñar la estadística en busca de victorias parciales que soslayen la evidencia de la derrota. Victorias que lo son más de la propia estadística y del arte asociado a la misma, la manipulación interpretativa; Desciende la caída, se consolida el suelo electoral, baja pero menos, pierde pero poco, etc, etc, etc.
No es la autocomplacencia el objetivo de esta reflexión, sino acotar el resultado electoral a su justa medida, contextualizarlo y no extrapolarlo a interpretaciones más amplias dónde las votaciones tienen poco que decir.
Para ello, lo primero que hay que tener en cuenta es la representatividad de los resultados sobre el pensamiento e ideas de la población europea. Con una abstención del 57,06 % simplemente podemos decir una cosa; no tenemos datos. Cualquier sociólogo sabe que sin un índice de respuesta alto cualquier resultado carece de la más mínima objetividad científica y por lo tanto no es interpretable. Por ello los encuestadores, cuando preguntan por el voto, no se conforman con el voto directo (los que afirman que votaran por alguna candidatura), sino que extrapolan la supuesta intención de los votantes de todo tipo de indicios, el llamado voto indirecto (a quien votó la pasada elección, quién prefiere que gane, dónde se sitúa ideológicamente, como valora a los líderes políticos, etc).
La abstención, por tanto, anula la racionalidad de cualquier interpretación de los resultados más allá del objetivo único de una elección; asignar escaños a representantes. La propia abstención es además interpretable, pero tampoco poseemos datos que avalen realmente cualquiera de las lecturas que se puedan hacer de la misma. Las hay para todos los gustos; desde la izquierda se interpreta a veces como una deslagitimación del sistema político mientras que desde el estatu quo se interpreta como un consentimiento implícito del orden existente. Ambas tienen algo de realidad pero mucho más de deseo de ratificar los postulados personales previos. Lo único que realmente podemos decir es que no podemos decir nada. Quizás la famosa frase socrática «sólo sé que no sé nada» no tenga el sentido filosófico que se le atribuye y sea sólo el resultado del análisis de Sócrates sobre alguna votación en el ágora con alto porcentaje de abstención.
Tener en cuenta la abstención como el dato principal, sobre todo cuando representa la opción mayoritaria, no impide tratar de escudriñar el resultado de los votos válidos. Pero para ello hay que tener en cuenta también las diferentes actitudes y motivaciones para el voto. Si todos los votantes dieran a su voto el mismo sentido sería fácil interpretar los resultados, pero resulta que algunos votan lo que prefieren, otros lo que creen que tiene posiblilidades (voto útil), otros votan contra lo que no quieren (voto de castigo), algunos votan un programa completo y otros una medida particular, muchos votan por identificación étnica, de género, profesional, etc. Para más complicación, en unas elecciones europeas el voto depende en gran medida de las circunstancias y los contextos estatales y, además, de si la intención de los votantes es realmente elegir un parlamento europeo o mandar un mensaje a sus propios parlamentos estatales. En definitiva, sabemos lo que se ha votado pero no podemos saber nunca por qué.
Por último la sensación de éxito y fracaso depende muchas veces de la asignación de escaños. En estas elecciones en el Estado Español se elegián 50, en las pasadas y en las próximas 54. Imaginemos la interpretación que muchos harían si alguno de esos 4 escaños hubieran recaido en las opciones la izquierda real. Con los mismos votos, la sensación sería otra.
Pero hay otro hecho que creo destacable en la relidad del voto. Votar no es opinar sobre un programa, unas ideas, o unas propuestas. Es traducir esas ideas generales en el apoyo a una candidatura, y para ello hace falta en primer lugar tener más o menos claras esas ideas y por último elegir una candidatura que las represente, si es que la hay. De esta interpretación, tan subjetiva como la que más, extraigo una reflexión que puede ayudar a explicar la contradicción de la victoria de los gestores del sistema en un momento de crisis profunda del sistema que estos promueven.
La crisis económica no es el contexto fundamental para interpretar los resultados, sino la crisis de la la izquierda. Una crisis que no debe ser entendida como debacle de un modelo sino como la reorganización, reinterpretación o reconfiguración de la izquierda europea. Veamos un ejemplo.
En Francia ha habido dos huelgas generales contra la crisis económica y las medidas del gobierno de Nicolas Sarkozy. Ambas huelgas generales han tenido el apoyo mayoritario de la población. En tiempos recientes Francia a sido el obstáculo de medidas neoliberales como el Contrato de Primer Empleo (CPE) o la Constitución europea, que han encontrado en este país un rechazo sin precedentes, saliendo victoriosa la oposición a estas medidas. Sin ánimo de euforia, me atrevo a decir que en Francia tenemos a la izquierda más fuerte de Europa. Pero, ¿no ha ganado abrumadoramente la derecha?. Pues claro que sí, no podía ser de otra forma. La fuerza de la izquierda francesa tiene su lado positivo en la capacidad de movilización social. Pero el profundo debate y la reconfiguración de la izquierda real en Francia tiene un efecto negativo en su capacidad de representación electoral que explica la aplastante victoria de la derecha.
El propio Partido Socialista se haya dividido entre los centristas o socioliberales de Royal y la socialdemocracia tradicional de Aubry llamada también miss 35 horas. La división viene de lejos y tuvo su último episodio en el referendum de la Constitución europea que produjo fisuras en el buró socialista y entre este y su electorado que mayoritariamente votó en contra de la Constitución y en contra de los dictados de la cúpula del partido.
A su vez surgen nuevos referentes como Europa Ecológica -con Dani «el rojo» o José Bové-, se reconstituye la Liga Comunista Revolucionaria en el Nuevo Partido Anticapitalista de Olivier Besancenot y el histórico Partido Comunista Francés se alía con otros grupos en el Frente de Izquierdas.
La conclusión de estos movimientos no es la simplista «división de la izquierda», es algo mucho más profundo, es el debate y la reconstitución de la izquierda francesa. Si sólo fuera la división, los partidos de izquierda sumarían el 45,3% de los votos mientras la derecha tendría el 47,3%. La derrota sería ajustada, pero este consuelo nunca justificaría mi impresión anterior de que en Francia existe hoy día la izquierda más potente del continente. Es más, si así fuera, el panorama sería aún más pesimista ya que el aladid de la izquierda no llegaría siquiera a ganar por la mínima a la derecha. Podemos retocar esta interpretación de la división de la izquierda como factor explicativo basándonos en que el conjunto es más que la suma de las partes. Según esta idea, una izquierda francesa que se presentara unida conseguiría mucho más que el 45% de votos obtenidos por separado por las candidaturas que compondrían esta supuesta unidad. Pero además de ser ridícula la unión en un mismo partido de Royal y Besancenot, la división interna podría ser aún más perjudicial que la división externa de las candidaturas.
En Francia, como ejemplo ilustrativo, lo que existe no es ni un dominio de la derecha ni una división de la izquierda. Exite una reflexión profunda en el seno de la izquierda que se manifiesta ante todo en un cuestionamiento de la socialdemocracia imperante en europa desde la caída del bloque soviético. Es el modelo de la supuesta izquierda lo que está en decandencia. Ello explica la crisis general de la izquierda, pero entendiendo el término crisis como punto de inflexión. Un momento en el que lo viejo no acaba de desaparecer mientras lo nuevo no termina de presentarse. Y este punto crítico es la mejor plataforma para la arrolladora victoria de la derecha. Una victoria que debe alegrar a los neoliberales y conservadores pero que debería preocuparles si son capaces de ver más allá. Si atisban el resurgimiento de una izquierda combativa que ya ha demostrado su capacidad de movilización social pero que aún no ha encontrado un referente electoral.
Más allá de Francia, la crisis del modelo socioliberal se retratata en la cuna de la socialdemocracia mundial y en el referente histórico de la misma. EL SPD alemán ha obtenido los peores resultados de su historia. Si estamos de acuerdo en que la socialdemocracia ha dominado europa desde los años de la posguerra fría hasta los noventa, el hundimiento de su buque insignia debe llevar a una reflexión profunda sobre la situación de la izquierda socioliberal o socialdemócrata, que no es toda la izquierda y que mejor podría decirse que ni siquiera es izquierda.
Esta reconfiguración de la izquierda no se limita al continente europeo. Las movilizaciones contra la globalización neoliberal son otro síntoma. Masivas protestas pero aún pocas propuestas. La izquierda global se ha presentado en público y luego se ha retirado porque cuando ya tenía la palabra, aún no sabía que decir. En América Latina ya se atreve a decir algo. Como no sabe exactamente el qué, se limita a decir lo que siempre ha dicho pero modernizándolo, como refleja el término «socialismo del siglo XX», que igual podría llamarse «socialismo 2.0». Nada nuevo diría, salvo que es nuevo.
En resumen los resultados electorales no pueden interpretarse más allá del objetivo de unas elecciones; la asignación de cargos públicos. La mayoritaria abstención no permite siquiera intuir una opinión general de los votantes. Y el dominio aplastante de la derecha electoral tampoco puede extenderse a un dominio absoluto de la derecha social.
Desde la caída del bloque soviético la izquierda entró en una profunda crisis. Aún la socialdemocracia tradicional, aquella que nacionalizaba empresas y que construyó el Estado de Bienestar, pudo paliar el declive de la izquierda edulcorando su recesión con medidas parciales y discursos falsificados. Pero el modelo socioliberal, el apuntalamiento del sistema capitalista sin cuestionar para nada sus cimientos, no podía durar mucho tiempo. Era un modelo víctima de su enorme contradicción y acabó supeditado de manera absoluta a la lógica csapitalista. La crisis socialdemócrata, la globalización neoliberal y la crisis del Estado del Bienestar dieron alas al absoluto dominio neoliberal de 90. Hoy, el dominio neoliberal se muestra más fuerte que nunca en el terreno electoral, pero esto no es más que un espejismo.
La izquierda real se ha retirado del combate y en la retaguardia debate la próxima estrategia de ataque. Mientras, deja terreno a la derecha para ocupar posiciones en el campo de batalla. De esa nueva estrategia y de su éxito o fracaso depende que el mapa actual de Europa sea el de una guerra de trincheras -dominando la derecha gran parte del campo de batalla- o que esta situación sea sólo la instantánea de una guerra relámpago y por tanto poco pueda decirnos de la situación real de las fuerzas combatientes.
Pero ojo, ni hay motivos para el pesimismo absoluto, ni hay por supuesto motivo alguno de alegría. Lo que si hay es un motivo de preocupacíon y este no es tanto el dominio de la derecha europea como la irrupción de la extrema derecha. Ni el neoliberalismo ni la socialdemocracia están en condiciones de afrontar la actual situación, independientemente de sus contrapuestos resultados electorales. Pero en esta época de crisis, si la izquierda real tarda demasiado en pasar del debate a la propuesta, el espacio está minado para las respuestas fáciles y simplistas del fascismo. No olvidemos que la crisis del 29 precedió a la instaruración del nacismo, el fascismo y en nacionalcatolicismo.
La izquierda está en fase de reconstitución. Una fase de debate en la que es aparentemente débil pero que si se resuelve de forma favorable puede resultar en la recuperación de las energías y fuerzas de una izquierda realmente combativa. Eso sí, la historia es muy lenta, a veces tanto que desespera, y si el debate no se aborda con paciencia pero con agilidad, esta desesperación puede dar via libre a propuestas desesperadas como el fascismo.
La izquierda no se ha hundido en estas elecciones porque está retirada de la arena electoral. Está reflexionando, debatiendo y preparando su próxima estrategia. El primer paso es recuperar la calle pero algún día el debate debe terminar en conclusiones que avalen una propuesta electoral solvente. Entonces podremos medir la situación de fuerzas en Europa. Mientras tanto, ojo al fascismo.