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Más trucos y palabrería del otro lado del Atlántico dejan a Europa en el frío

La guerra del gas entre Rusia y Ucrania

Fuentes: Global Research/ Al-Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Una apresurada solución de la guerra del gas entre Ucrania y Rusia se logró esta semana durante una visita a Moscú de la primera ministra de Ucrania Yulia Timoshenko para encontrar a su homólogo ruso, Vladimir Putin. Ucrania finalmente aceptó el pago de precios europeos más elevados por el gas ruso a partir de 2010, después de un descuento de un 20% en 2009.

Este acuerdo tuvo lugar después de fuertes críticas a Ucrania de dirigentes europeos y la primera visita oficial de Putin a Alemania como primer ministro, donde presentó una solución más ambiciosa a largo plazo para los interminables problemas con Ucrania que han dejado más de una vez a países europeos sin combustible para el invierno. Su propuesta involucra que las principales compañías energéticas europeas formen un consorcio con Gazprom de Rusia para asegurar que los suministros rusos lleguen a destino. «La confianza ha sido dañada,» dijo la canciller alemana Angela Merkel después de las conversaciones, sin especificar quién era el culpable. «Esperamos que esta idea de un consorcio tenga una posibilidad de tener éxito.»

En tiempos soviéticos, nunca hubo un problema de fiabilidad en los tratos con Moscú de modo que ¿cuál es el problema ahora cuando todos formamos parte de una gran y feliz familia capitalista? Es muy simple: Ucrania se niega a pagar precios de mercado por sus propias importaciones de gas de Rusia, e incluso dejó de pagar su deuda por gas, prefiriendo robar el gas de Europa cuando pasa por territorio ucraniano creando así una reserva para su propio uso, una política extraña y miope para decir lo menos. Mientras en el pasado las fluctuaciones mundiales de precios entre las «naciones libres» preocupaban poco a los planificadores soviéticos, los políticos rusos de la actualidad quieren sensatamente extraer hasta el último centavo de sus socios comerciales. Ciertamente no aceptarán un robo flagrante y el no pago de deudas.

Pero Ucrania es «amiga» de Occidente y presunto miembro de la OTAN, mientras que Rusia es ahora «enemiga» de Occidente. A pesar de ello, robo es robo, y la UE comienza a avinagrarse respecto a su amiga oriental. Las conversaciones sobre un nuevo acuerdo de asociación con Ucrania y sobre la cooperación energética han sido postergadas. «Esto tiene que ver con su credibilidad en cuanto a toda su relación,» dijo un funcionario de la UE. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, advirtió con franqueza poco característica: «Si Ucrania quiere aproximarse a la UE, no debiera crear problemas para que el gas llegue a la UE.»

La mina de oro para Ucrania de los aranceles por el tránsito de gas también podría desaparecer. Putin planteó a Merkel el tema del gasoducto NordStream de Gazprom, que está siendo construido con las compañías de energía alemanas Wintershall y Ruhrgas, que permitiría que Rusia enviara gas directamente a Europa por debajo del Mar Báltico como parte de su política de diversificación de sus rutas de exportación. Actualmente un 80% de las exportaciones de Gazprom – que suministra un cuarto del gas de Europa – deben pasar por Ucrania. El mejor remedio contra el robo es evitar al ladrón.

Pero mientras tanto, funcionarios de la UE y de Rusia siguen presionando a Ucrania para encontrar una manera aceptable de controlar los suministros de gas. Rusia quiere una participación de un 50% en la porción ucraniana del gasoducto, como lo tiene con una red similar a través de Belarús, lo que terminaría con los robos, pero Ucrania se niega. De ahí la idea de Putin de un consorcio internacional de compromiso, con la participación de Rusia, para administrar el gasoducto, una propuesta rápidamente aprobada por Merkel. Se aproxima una elección en Alemania y la desafiante posición anti-rusa de Ucrania – y sus travesuras – no hacen mella en los potenciales votantes, por mucho que puedan ser del agrado de Washington.

Los más afectados a principios de enero fueron Bulgaria, Eslovaquia, la República Checa, Hungría, Bosnia, Serbia, Eslovenia, Croacia y Macedonia durante una temporada particularmente fría de invierno. Pero la díscola UE de 27 miembros, con sus últimas adiciones – los polacos y croatas – no tiende a grandes acuerdos con Rusia en función del interés común. La retórica anti-rusa es una gran cosechadora de votos para los recién llegados, y por ello no sorprende que Putin prefiera dejar de lado a la estéril UE y que hable directamente con Alemania.

Los factores que condujeron a la guerra del gas son bien conocidos. El 2 de octubre, los primeros ministros ruso y ucraniano acordaron pasar a precios de mercado en el negocio entre sus compañías de gas – Gazprom y Naftogaz – y se permitió que el lado ruso vendiera directamente a usuarios finales en Ucrania. A fines de noviembre, Kiev dejó de pagar sus deudas pendientes, imposibilitando un nuevo acuerdo de gas para 2009. Rusia ha estado subvencionando fuertemente a Ucrania, al comprar de productos de Asia Central a 375 dólares por 1.000 metros cúbicos y vender a Ucrania a 179,50 dólares. Ha sido más que generosa al facilitar la transición de Ucrania a precios de mercado, aceptando un aumento gradual de 250 dólares para el contrato de 2009. Sobre la base de las ventas de 2008, Gazprom perdió 12.000 millones de dólares al vender gas a un precio subvencionado a Urania y tuvo que pedir un rescate al gobierno ruso.

Sin tener un contrato para 2009, Moscú se vio obligado a cortar los suministros de gas a Ucrania el 1 de enero. Ucrania se desquitó negándose a permitir el tránsito de gas ruso a Europa y utilizando gas destinado al mercado europeo para crear sin coste una reserva propia de gas, suficiente para durar seis meses incluso si Rusia cortara todos los suministros.

Ucrania alega que sus cofres están vacíos, lo que sin duda es verdad. Su producción industrial disminuyó fuertemente en noviembre y se pronostica que su PIB se contraerá en un 10% en 2009. Acaba de aceptar un préstamo de 16.400 millones de dólares del FMI. El economista jefe del Banco Europeo para Reconstrucción y Desarrollo, Erik Berglof, advirtió recientemente que el paquete del FMI podría no ser suficiente: «Ucrania se orienta hacia una doble moneda y una crisis del sector bancario que podría derribar la mayoría de las economías de Europa Oriental.» Sin embargo, el FMI, ningún amigo de Rusia, también arguye que Ucrania podría fácilmente resolver su deuda transfiriendo una propiedad parcial del gasoducto a Gazprom, la solución obvia, que seguramente también es aprobada por Merkel. Rusia es un socio fiable como lo saben perfectamente Merkel y el FMI, pero con razón rechaza que le robe un vecino mal agradecido.

El eslabón ausente en esta «crisis» tediosa e innecesaria es la reunión que el presidente ucraniano Viktor Yushchenko tuvo con responsables estadounidenses a mediados de diciembre, en la que firmó un acuerdo de cooperación estratégica que incluye una cláusula sobre cooperación energética. La negativa de Ucrania de pagar sus deudas o de negociar un control conjunto del gasoducto con Rusia formó sin duda parte de ese acuerdo. Esa cadena de eventos no pasó desapercibida a los rusos. Medvedev culpó abiertamente a EE.UU. por el corte del gas, diciendo que las acciones de Ucrania fueron dirigidas desde Washington. El jefe de redacción de Russia in Global Politics, Fedor Lukyanov, dijo: «Ucrania eligió una táctica de crear deliberadamente una crisis mediante su rechazo de conversaciones y acuerdo, en la esperanza de que en última instancia cualquiera interrupción importante de los suministros de gas a Europa dañaría la reputación de Gazprom como socio fiable en la energía. Todo lo que ha sucedido después del 31 de diciembre me parece una táctica dilatoria. No estamos perdiendo una simple guerra propagandística sino una verdadera guerra del gas. No es por accidente que países con excelentes relaciones con Rusia como Grecia, Hungría y Bulgaria, que están entre nuestros principales socios europeos, experimenten las peores dificultades.»

Yushchenko ha jugado la carta anti-rusa a fondo desde su sospechosa «Revolución Naranja», financiada por organizaciones «no gubernamentales» financiadas por el gobierno de EE.UU., en medio de acusaciones de que fue envenenado por agentes del KGB (perdón, FSB). Desde entonces ha dirigido una «democracia» del Far West, que tiene poco que mostrar fuera de su fracasado intento de imponer una Ucrania dividida dentro de la OTAN y su desastroso apoyo para la mini-guerra de Georgia del verano pasado, para la cual suministró algunos tanques oxidados, un escándalo que sigue al rojo vivo. Según un reciente sondeo realizado por la Agencia Sueca de Cooperación del Desarrollo Internacional, un 84% de los ucranianos opinan que las cosas van seriamente mal en su país, y un 49% dicen que son «críticas y explosivas.». Los analistas no excluyen que Ucrania vaya hacia un régimen autoritario.

Esta última «crisis» lleva por todas partes la marca «Hecha en EE.UU.», como la invasión de Osetia del Sur por Georgia aprobada por EE.UU., una trampa tendida por los cheneyitas para embrollar a los rusos y al nuevo gobierno en Washington. Incluso concluyeron un pacto de seguridad de último minuto con Georgia el 9 de enero que probablemente llevará a una presencia militar permanente de EE.UU. en el Cáucaso. El Kremlin se ha mostrado hasta ahora cautelosamente optimista respecto a un nuevo comienzo de las relaciones entre EE.UU. y Rusia bajo Obama, pero éste tiene a sus propios asesores rusófobos, Robert Gates y Zbigniew Brzezinski, de modo que los augurios para un cambio son malos.

Tal como EE.UU. utilizó la guerra georgiana para presentar a Rusia como expansionista, y para impulsar su impopular proyecto de defensa contra misiles en Europa parece haber tenido que ver con esta crisis energética hecha a medida, un eslabón más en la última Guerra Fría, que es casi seguro que continuará a pesar del cambio en la presidencia en Washington de esta semana. Los medios de EE.UU. contribuyeron su parte, y el Washington Post llamó a los europeos a «comprender el verdadero mensaje de esta semana gélida,» ya que «el régimen del señor Putin evidentemente quiere utilizar la dependencia de Europa de la energía rusa para hacer progresar una agenda geopolítica imperialista y antioccidental.»

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Eric Walberg escribe para Al-Ahram Weekly. Para contactos: www.geocities.com/walberg2002/

Eric Walberg es colaborador frecuente de Global Research.

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=11911