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Diez años de guerra revolucionaria en Nepal

La guerrilla maoísta convoca una huelga general indefinida contra la monarquía para abril

Fuentes: Rebelión

El pasado 13 de febrero se cumplieron diez años desde que el Partido Comunista de Nepal (maoísta) declaró la «guerra popular» contra una monarquía feudal, anacrónica, y corrupta hasta la náusea. Formalmente en Nepal existía una democracia parlamentaria, establecida en 1990, pero los partidos, incluso de la pretendida izquierda, se mantenían alejados del pueblo y […]

El pasado 13 de febrero se cumplieron diez años desde que el Partido Comunista de Nepal (maoísta) declaró la «guerra popular» contra una monarquía feudal, anacrónica, y corrupta hasta la náusea. Formalmente en Nepal existía una democracia parlamentaria, establecida en 1990, pero los partidos, incluso de la pretendida izquierda, se mantenían alejados del pueblo y defendían el bienestar de las élites como el paradigma de la conservación de las estructuras tradicionales basadas en la corrupción, en la discriminación por casta o etnia y en el abandono de las zonas rurales, sólo tenidas en cuenta para la recaudación de impuestos. Con un 88% de la población residiendo en el campo, un porcentaje de paro establecido oficialmente en el 47% y con un 71% de sus poco más de 25 millones de habitantes viviendo por debajo del umbral de pobreza sólo a unos pocos modernos imbuidos en las teorías del fin de la historia o subyugados por la retórica zapatista pudo sorprenderles la decisión del PCN (m).

Sin armas, con una organización minúscula y un discurso («queremos romper este estado reaccionario y establecer un nuevo estado democrático de acuerdo con la ideología todopoderosa del marxismo-leninismo-maoísmo para liberar a la humanidad del yugo de la clase explotadora») y una estrategia («organizar el partido, el frente unido y el ejército popular») que parecían anticuados y poco realistas, nadie dada crédito a un partido cuya influencia se circunscribía a unas pocas zonas perdidas en las inmensas estribaciones del Himalaya. Sin embargo, en estos diez años la guerra revolucionaria ha transformado Nepal: el PCN (m) ha crecido hasta el punto de tener presencia en 73 de los 75 distritos del país, controlar el 40% del territorio y ser el referente imprescindible para entender la situación nepalí en la actualidad y de forma irrevocable.

Su violencia es selectiva, «dirigida contra objetivos precisos» (como reconoce el Comité Internacional de la Cruz Roja), y su control de la población (10 de los 25 millones de habitantes de Nepal viven en las zonas liberadas) es consecuencia de un verdadero apoyo popular puesto que su labor política se ha centrado en los sectores más frágiles: mujeres, minorías étnicas (el 35% de la población) y castas bajas. La puesta en práctica en esas zonas de su reforma social y cultural -que suponen la eliminación de castas, diferencias étnicas, género y económicas- se ha convertido en el espejo de su política a nivel nacional. Incluso en el aspecto económico se incluye un componente híbrido entre la economía planificada y la privada, dentro de un marco fuertemente nacionalista en el que la postura respecto a India tiene mucho que ver y que no disgusta a los pequeños empresarios.

La confrontación entre una monarquía que se ha quedado sin apoyo político, con unas elecciones municipales fracasadas por el boicoteo de la guerrilla y de la alianza de siete partidos y una creciente contestación social es ya un hecho que hay que apuntar en el haber del PCN (m). Desde que la guerrilla dio por terminado el alto el fuego unilateral el día 2 de enero, que había mantenido durante cuatro meses pese al constante hostigamiento del ejército real, la campaña militar ha sido intensa y eficaz. La propia Oficina de Coordinación para Asuntos Humanitarios de la ONU reconoce, en un informe fechado el 29 de enero de este año, que tras el fin de la tregua se produjeron ataques en 39 distritos -con entre una y 15 acciones armadas en cada uno- durante el primer mes del año (1) y que la nueva concentración de ataques contra ciudades importantes ha roto la espina dorsal del gobierno monárquico. En este tiempo se han producido los más violentos ataques guerrilleros desde el año 2001 alcanzando a Katmandú y Nepalguni, lo que indica que se ha pasado a otra nueva fase en la guerra estratégica y es el asalto directo a las ciudades, tal y como anunció el Comité Central del PCN (m) en su reunión de octubre de 2005 en el caso de que las acciones militares de la monarquía les obligasen a romper la tregua unilateral que habían decretado en septiembre.

Con unas fuerzas que se estiman en un mínimo de 4.000 combatientes regulares y 20.000 milicianos y un máximo de 9.500 y 25.000, respectivamente, el Ejército Popular de Liberación está poniendo en jaque al bien armado ejército real. Ya no se atacan sólo carreteras, rutas periféricas y bases militares, sino las áreas urbanas en general y la capital, Katmandú, en particular. «El uso de explosivos y los ataques a cuarteles sorprenden por sus números; han golpeado en las ciudades aumentando el sentido general de inseguridad y subrayando la debilidad del Estado. Los ataques contra Nepalguni, Danghadi, y las jefaturas (principales ciudades) del Medio Oeste del país e incluso Katmandú, afectando al enclave estratégico de Thankot, considerado la entrada principal de la capital, llegando a las tres veces por semana durante enero de 2006 ponen de manifiesto que son parte de la campaña rebelde de una insurrección en el ámbito urbano» (2). En lo que va de febrero han sido atacadas otras dos ciudades más: Nawalparasi y Birendranagar.

Si bien estos ataques tenían como objetivo inmediato boicotear las elecciones municipales (3) la meta a medio plazo es aislar definitivamente a la monarquía y a sus aliados reforzando la alianza con los partidos políticos expresada en los 12 puntos acordados durante la tregua (suscritos el 22 de noviembre) y que se resumen en la puesta en marcha de una Asamblea Constituyente y en la formación de un nuevo ejército. De hecho, el secretario general del PCN (m), tras anunciar que el Ejército Popular de Liberación puede tomar militarmente Katmandú, apuesta por la solución política para reforzar esa alianza con los partidos y derribar definitivamente al rey, para el que augura o el exilio o el pelotón de ejecución. Al mismo tiempo, reclamó a la alianza de partidos antimonárquicos un gobierno paralelo al real puesto que «el régimen feudal autocrático no será superado sin la fusión del movimiento pacífico y de la resistencia militar» (4).

Con la finalidad de reforzar esta fusión entre el movimiento armado y al cívico, la guerrilla ha convocado una huelga general indefinida para el 3 de abril que irá precedida de una serie de acciones (bloqueos de carreteras en las principales ciudades, inasistencia a clases en universidades y colegios, interrupción del transporte, etc) que darán comienzo el 14 de marzo y con las que se planteará la batalla final contra el régimen monárquico y el fortalecimiento del programa común de 12 puntos alcanzado en el mes de noviembre con los partidos antimonárquicos.

Consciente de que la monarquía se enfrenta a sus días finales, el rey Gyanendra intenta maniobrar para evitar su derrocamiento. Tras el fracaso de las elecciones, está poniendo en libertad a gran parte de los dirigentes opositores moderados, la mayor parte contrarios al acuerdo entre los partidos antimonárquicos y los maoístas, que mantenía encarcelados o bajo arresto domiciliario. Busca así congraciarse de nuevo con las principales potencias (EE.UU., Gran Bretaña e India, principalmente) que han mantenido un embargo de armas desde el golpe de estado que dio el 1 de febrero de 2005 y «hasta que no se restauren las libertades democráticas y se ponga en libertad a las personas encarceladas» y han considerado las elecciones municipales en una parte, pequeña, de los municipios nepalíes como «fracasadas».

La monarquía se está dirigiendo claramente hacia la confrontación directa y para ello ya cuenta con el apoyo de China y de Pakistán. Con China ha alcanzado un acuerdo para recibir munición y vehículos militares, con Pakistán el de entrenar a las fuerzas de élite del Ejército Real. En estos momentos, se intenta alcanzar acuerdos similares con Rusia y Bangladesh.

El papel de India y el caso de Bután

Estos movimientos con China y Rusia, principalmente, han alarmado a otros países, tradicionalmente aliados de la monarquía nepalí y que han manifestado reiteradas veces, como es el caso del embajador de EE.UU. en Nepal, James Francis Moriarty, que no van a permitir el triunfo de los maoístas y acaba de anunciar la visita del jefe del Comando Asia-Pacífico a Nepal. Pero la decisión final la tendrá India, que en estos momentos está jugando a dos bandas: apoya a la monarquía por el miedo que tiene a que el movimiento maoísta se extienda por su territorio (y ya es fuerte en cinco estados: Andhra Pradesh, Madhya Pradesh, Orissa, Maharashtra y Bihar) y mantiene conversaciones con los dirigentes maoístas nepalíes para lograr un acuerdo de paz antes de que se incendie definitivamente la cordillera del Himalaya. No sería la primera vez que India hace algo parecido, puesto que así actuó en Bangladesh y en Sri Lanka.

Aunque no pueden disimular su nerviosismo y las conversaciones con el gobierno indio son constantes (5), EE.UU. y Gran Bretaña no harán nada hasta que India decida qué hacer. E India siente que un hipotético triunfo militar maoísta se convertiría en un problema propio, por lo que con cada vez mayor fuerza se discute si lo que hay que hacer con Nepal es lo que se hizo con Bután: control de las relaciones exteriores, defensa y recursos naturales a cambio de mantener su independencia como nación. Esa es la carta que ahora se está poniendo encima de la mesa y de la que es muy consciente el PCN (m), de ahí que priorice la solución política sobre la militar con el fin de evitar una intervención de India a favor de la monarquía.

El PCN (m) es un defensor a ultranza de la soberanía de Nepal y el principal detractor del Tratado de Mahakali, firmado con en 1996 y mediante el cual India pasa a beneficiarse casi en exclusiva de las aguas de este río nepalí. Su posición es clara, y así está reflejado en el punto 10 el acuerdo alcanzado con los partidos políticos antimonárquicos: «Proteger nuestra independencia, unidad y soberanía nacional, así como salvaguardar nuestra integridad geográfica. Es nuestra responsabilidad mantener una relación cordial con todas las naciones del mundo, en especial con nuestros vecinos India y China, basada en el principio de coexistencia pacífica».

No se puede olvidar que el PCN (m) ejerce una real influencia en las organizaciones hermanas de la zona, de forma especial en los estados hindúes de Bihar y Andhra Pradesh, donde actúan los maoístas -conocidos como naxalitas, denominación que surge del poblado de Naxalbari, perteneciente a Bangladesh, donde tuvieron lugar las primeras acciones armadas de una organización denominada Grupo Guerrero del Pueblo, brazo armado del Partido Comunista de India (marxista-leninista)-, que con la consigna de una reforma radical de la propiedad de la tierra mantiene en jaque al estado indio con sus constantes ataques contra autoridades, policías, políticos y objetivos estratégicos económicos e industriales. El pasado 1 de septiembre, el PCN (m) y el Partido Comunista de India (maoísta) firmaron una declaración conjunta en la que se denunciaba «el expansionismo indio» y «la campaña de represión brutal» llevada a cabo por las fuerzas gubernamentales hindúes en Andhra Pradesh.


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(1) OCHA, 29 de enero de 2006.

(2) International Crisis Group, febrero 2006.

(3) «Monarca en vilo por falta de votos», IPS, 9 de febrero de 2006.

(4) «Rebeldes nepaleses prefieren solución política al conflicto», Prensa Latina, 13 de febrero de 2006 y AFP, 14 de febrero de 2006.

(5) Observer Research Foundation, diciembre 2006.