A todas luces, se equivocaron los empeñados en expedir el certificado de defunción de la izquierda latinoamericana. Veamos si no el hecho de que más de la mitad de los votantes mexicanos renegó de los partidos «consagrados» y escogió un representante de la fracción «zurda» del espectro político: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Pero, en […]
A todas luces, se equivocaron los empeñados en expedir el certificado de defunción de la izquierda latinoamericana. Veamos si no el hecho de que más de la mitad de los votantes mexicanos renegó de los partidos «consagrados» y escogió un representante de la fracción «zurda» del espectro político: Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Pero, en «descargo» de pesimistas, errados de buena fe y derechistas confesos, apuntémoslo: verdaderamente el panorama suponía la cumbre de la restauración conservadora, proceso que, como nos recuerda el conocido sociólogo Emir Sader en La Jornada, comenzó en Honduras en 2009, con el golpe que destituyó al mandatario Manuel Zelaya, quien se aprestaba a proponer una reforma a la Carta Magna que le permitiera postularse una vez más al cargo.
(Anotemos con la fuente que en su momento «el presidente actual, Juan Orlando Hernández, se ha candidateado a la reelección sin cambiar la Constitución, la cual le impide hacerlo», porque «lo que interesa a las oligarquías dominantes es la continuidad del proyecto neoliberal, que vende parte importante del territorio hondureño como zonas de desarrollo económico para grandes corporaciones internacionales»).
En el contexto de ese «quítate tú para ponerme yo», el segundo modelo de nefasto restablecimiento se produjo en Paraguay, en 2012, con la defenestración de Fernando Lugo, bajo la imputación de una masacre campesina cuya investigación posterior lo exoneró.
Si estos dos casos revistieron un barniz institucional, aunque sin cumplir con los trámites legales, el tercero se dio por la vía electiva en Argentina. «Mauricio Macri integró un [gabinete] de ejecutivos de empresas privadas y de economistas vinculados con ellas para poner en práctica el ajuste fiscal que había negado que realizaría. Se constituye, hasta ahora, en el más exitoso proceso de recomposición neoliberal, por lo menos hasta que las crueles consecuencias de su política de ajuste ocupen el centro del escenario político, desplazando las acusaciones en contra del kirchnerismo de que se vale todavía Macri para mantener niveles de apoyo y volverse la nueva cara de la derecha argentina».
Según el leal saber y entender del estudioso, el cuarto ejemplo lo constituyó (lo constituye) Brasil, donde se ha puesto en práctica un proyecto que desmonta todos los avances del Partido de los Trabajadores (PT), y que, encuestas sólidas mediante, dispone de solamente el tres por ciento de asentimiento de la población, cuando el espaldarazo al vilipendiado y encarcelado -sin pruebas- Lula da Silva sobrepasa el 40 por ciento.
Quizás lo más triste de la situación haya sido, sea, lo que Emir Sader considera «desarticulación del frente social y político que había implementado las más extraordinarias transformaciones que Ecuador había vivido». Para el ensayista, se han introducido divisiones profundas en el movimiento Alianza País, al tiempo que las nuevas autoridades se han acercado no solamente a entidades que tenían divergencias con Rafael Correa, sino a rancios sectores tradicionales, antes derrotados por este.
Conjuntamente, se «pasó a desarrollar un diagnóstico similar al de la derecha sobre la situación económica heredada, que justificaría la puesta en práctica de un ajuste fiscal, tirando sobre el Gobierno [anterior] las responsabilidades sobre la situación que vive» la nación. Ruptura, que no continuidad. Ello, si nos adscribimos al juicio del pensador consultado, o si la vida, a la larga, no demuestra lo contrario.
Como señala el aludido colaborador de La Jornada, se trataba (se trata) de un desafío que implica la reconfiguración de las fuerzas populares y democráticas para frenar la contraofensiva y retomar el camino del desarrollo con inclusión universal.
Y donde la primera exigencia consiste en reagrupar las golpeadas huestes revolucionarias, mientras la segunda devendría levantar un programa alternativo al de la reposición neoliberal, reanudando los vínculos con amplios sectores de las masas, y finalmente la estructuración de un haz de oposición al presente estado de cosas -la divisa de Fidel y Chávez-.
Mas lo conceptuado no se deja apreciar como mero anhelo, pues al parecer, reiteremos, está ocurriendo el «milagro» de la resurrección del progresismo, que al decir del observador Manuel Cabieses D., en la digital Rebelión, encuentra su «oxígeno» precisamente en el clamoroso laurel recién alcanzado en México.
No duda el comentarista cuando escribe que «el primer triunfo de un candidato de izquierda en la historia de ese país constituye el inicio de un nuevo ciclo en la lucha social y política de América Latina. Los más de 20 millones de López Obrador el 1 de julio estuvieron precedidos por los ocho millones de votos de Gustavo Petro en las elecciones del 17 de junio en Colombia. Un segundo lugar también histórico que entrega a la izquierda colombiana la responsabilidad de impedir las intenciones belicistas contra Venezuela del Gobierno oligárquico Duque-Uribe y de preparar la definitiva victoria popular en cuatro años más».
Por cierto, resulta simbólico que el triunfo ocurriera a pocas horas de la gira de Mike Pence, vicepresidente de EE.UU., por Brasil, Ecuador y Guatemala, en la cual trató de comprar voluntades para un «cuadrillazo» específicamente sobre la tierra bolivariana, considera Cabieses.
Este subraya que, en ese ámbito, López Obrador ha sido claro en señalar que retornará a la tradicional y respetada actitud de no intervención en los asuntos internos de otros y de respeto a la soberanía de los Estados. Definición que se erige en una valiosa defensa de naciones que se ven acosadas por el imperialismo -ayer y hoy-, como Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua.
Empero, ¿qué representaría la estrategia del emergente estadista en la palestra latinoamericana?
Amén de otras aristas, y en sintonía con el planteamiento de estos renglones, la flamante ejecutoria debilitaría de modo irremediable -coincidamos con el especialista- al Grupo de Lima, «pastoreado» por EE.UU. Los comicios en Colombia y México, el insignificante «arrastre» de Temer en Brasil y el deterioro de Macri en Argentina podrían obligar a los miembros de la retrógrada asociación a repensar su obediente beligerancia contra Caracas.
Lógico, esto hace del actual período, hasta la toma del poder por AMLO, el 1ro de diciembre, y el sufragio de octubre en Brasil, el tramo más peligroso para el chavismo. «Es ahora cuando se debe incrementar la solidaridad con la patria de Bolívar para mantener a raya la agresividad imperial».
Habremos de comulgar también con aseveraciones del colaborador de Rebelión tales como que tanto López Obrador, admirador de Salvador Allende, como el exguerrillero Gustavo Petro, devoto de Hugo Chávez, son líderes de una línea moderada y prudente.
«No podría ser de otra manera, dada la experiencia histórica contemporánea. Sin embargo, eso no quita un adarme a la impresionante acumulación de fuerzas sociales y políticas alcanzada en Colombia y México. Millones de voluntades respaldan ambos proyectos. Su eje rector es la lucha contra la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado que se han adueñado de ambos países. Se trata de derribar barreras oligárquicas y mafiosas para asegurar el paso a conquistas de justicia social permanentes».
Algo que, no faltaba más, insuflará aire a todo aquel que se inserte en una verdadera transformación al enfrentar las provocaciones del César Trump, y tras él del Imperio. De manera que cobrará mayor sentido de responsabilidad histórica la hasta el momento proclamada alicaída, impotente, en fin diezmada, izquierda continental.
Que se sobrepone a las etiquetas. Porque, aparte México, incluso en aquellos lugares donde enseñoreó la derecha este año, los partidos de vanguardia se granjearon notables peldaños, que llevan a pensar en un escenario más reñido de cara al próximo ciclo.
¿Ejemplos? En Chile, la noticia en la primera vuelta fue el 20 por ciento de papeletas con el Sí logrado por el Frente Amplio, de Beatriz Sánchez, ubicada en tercer lugar y a las puertas de una segunda ronda… Reiteremos que, aunque en el gigante sudamericano Lula da Silva, líder del PT, resultó enrejado, se mantiene como favorito en las encuestas, determinando que, aun si la derecha se anotara otro «tanto» sin la participación del «execrado», la estabilidad y la legitimidad del Gobierno quedarían en entredicho… En Argentina, los meses que restan hasta las elecciones de octubre de 2019 pueden «jugar» a contrapelo de Macri, en la medida en que la economía no acaba de mostrar los resultados esperados, pues ni el acuerdo con el FMI, ni los pagos a los fondos buitres, ni los recortes y las concesiones al capital privado convencieron a los inversores foráneos de aportar dinero, lo que parece una sentencia de muerte para la moneda propia.
Todo lo cual, y más -aquí constaría el 24to Encuentro del Foro de Sao Paulo, celebrado en La Habana-, que no cabría en el espacio editorial, nos hace sentenciar que, literalmente, en vez de certificado de defunción, como ansiaron ciertas aves agoreras, la izquierda en América Latina se ha agenciado una fe de vida.
Es el renacimiento de un fenómeno que durante más de una cercana década -no lo olvidemos- marcó el destino de un hemisferio.
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