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Del Egeo al Canal de la Mancha

La larga caminada de los refugiados sirios

Fuentes: Rebelión

En los primeros días de 2015, los combatientes kurdos de la ciudad de Kobane, auxiliados por una coalición liderada por los Estados Unidos, lograron retomar la nombrada ciudad que estaba en manos del Estado Islámico desde febrero de 2014. Sin embargo, la recuperación no fue tan grata, pues como lo mostró el periódico Le Monde […]

En los primeros días de 2015, los combatientes kurdos de la ciudad de Kobane, auxiliados por una coalición liderada por los Estados Unidos, lograron retomar la nombrada ciudad que estaba en manos del Estado Islámico desde febrero de 2014. Sin embargo, la recuperación no fue tan grata, pues como lo mostró el periódico Le Monde en su nota titulada «Dans les ruines de Kobané libérée» (2 de febrero de 2015), la ciudad quedó totalmente destrozada por los constantes bombardeos. Podríamos imaginar aquél espectáculo escalofriante de toneladas de dinamita estallando en la ciudad cual fuegos artificiales, derramando sangre kurda, árabe y siria en el árido suelo.

Dentro de la crueldad desatada por toda guerra, está el desplazamiento de personas que buscan un mejor lugar dónde vivir. De Kobane huyó la famosa familia Kurdi, de quienes el mundo presenció su tragedia en aquella fotografía en la que se retrataba la crueldad de la inmigración: Aylan Kurdi, el pequeño de 3 años que vestía una playera roja y un pantaloncito azul. El pequeño tenía hundido en la arena la mitad de su rostro, mientras que la otra mitad miraba al mar que le había arrebatado la vida durante la noche del 2 de septiembre de 2015.

Si nos fijamos bien en un mapa de Siria, veremos a la ciudad de Kobane situada al norte, pegada a la frontera con Turquía, y separada de ella por unos cuantos metros. Para llegar a Europa occidental, principal destino de los inmigrantes sirios, se debe llegar hasta la costa suroeste de Turquía, precisamente al puerto de Bodrum, antes Halicarnaso, lugar donde hace más de 2000 años nació Heródoto, el gran historiador de la antigüedad. Del puerto turístico de Bodrum, recorren 5 kilómetros al este hacia la isla de Kos, que desde la antigüedad ha sido punto de tránsito y conflicto entre griegos y persas, atenienses y espartanos, romanos y egipcios…

Es imposible intentar pasar por la parte turca europea, pues en su frontera con Grecia, el Estado turco ha construido un muro para evitar el flujo migratorio, uniéndose al amurallamiento de Europa, como lo denuncia Madjid Zerrouky en su artículo llamado «Migrants: quand l’Europe s’emmure» (Le Monde, 3 de septiembre de 2015). Esto muestra que les resulta más fácil a los estados que construyen esos muros, como Grecia, Turquía, Bulgaria, Hungría y Francia, dejar la vida de miles de personas en manos del Mar Egeo y del Mediterráneo.

Para llegar a Europa, el primer punto de llegada es la isla de Kos, al este del archipiélago griego. Sin embargo, este suelo europeo queda muy lejos todavía del destino principal de los inmigrantes: Alemania, Francia y, sobre todo, Inglaterra. En esta isla, como en casi toda Grecia, no existe una ayuda institucionalizada para los inmigrantes. De Kos, el siguiente destino es Atenas y de ahí siguen su camino hacia la frontera con Macedonia.

El camino de un inmigrante no es difícil solo por las extremas caminatas o la incesante búsqueda de comida y alojo. A veces, tienen que luchar contra otros inmigrantes y contra la policía que intentan detenerlos, como fue el caso de Saad y sus compañeros sirios, quienes fueron atacados mientras cruzaban la frontera macedonia; al parecer por afganos contratados por las mafias que trafican con los inmigrantes. La corresponsal en Grecia del periódico Le Monde, Adéa Guillot, («Sur la route de l’Europe») nos muestra las fotos de Saad y sus compañeros sirios, golpeados y heridos, siendo auxiliados por enfermeras del Hospital Policastro, el 11 de mayo de 2015, frente a la frontera antes mencionada.

Una vez en la tierra de Alejandro el Conquistador, se enfrentan a otros peligros: los traficantes y contrabandistas de inmigrantes, estafadores y la policía macedonia. Para cruzar este país y llegar hasta la frontera búlgara, se ven en la necesidad de pagar a estafadores por su seguridad y transporte. Si corren con suerte y tienen dinero, pueden viajar en tren; lo cual los lleva prácticamente de una frontera a otra. Cuando no, podemos imaginar las fatigantes caminatas desde la frontera macedónica-serbia, hasta llegar a Hungría, donde el Estado ha construido otro muro y ha tomado medidas violentísimas para evitar el libre tránsito de los inmigrantes. (Le Monde, «Le mur anti-migrants achevé entre la Hongrie et la Serbie», 28 de agosto de 2015).

Además del mar, los campos de cultivo, las carreteras, las vías férreas, los puentes, y los muros, deben superar también a las personas que quieren evitar que lleguen al resto de Europa. Podemos recordar el caso de la periodista húngara que le puso el pie a un padre que cargaba a su hijo mientras huían de la policía. Parece poco un pie; pero el rostro de furia y desesperación del padre tirado en el suelo protegiendo a su hijo da cuenta de lo doloroso del transitar de los inmigrantes por Europa.

Pero el recorrido para llegar a Inglaterra es aún largo. Deben pasar por Viena; ciudad que deslumbra por su belleza y por haber sido el auditorio de músicos como Mozart y Beethoven. Pero, los inmigrantes no se detienen a apreciar la belleza de esta antigua ciudad celta, romana, germana y húngara; tampoco se detienen a pasear por las ruinas de Atenas u otras polis griegas; menos aún viven el sentimiento provocado por la 5ta de Beethoven o el Himno de la Alegría. Al contrario, la más probable experiencia que están viviendo en su andar errante por Europa sea la de su propio Réquiem.

En Francia su situación no mejora. El puente para llegar a Inglaterra por medio del euro túnel es Calais. Este distrito, por su cercanía con el polo norte, es naturalmente frío; y ahora se vuelve más con el invierno. Aglomerados entre casas de madera y plástico, convivían miles de inmigrantes de distintas nacionalidades; en su mayoría sirios, etíopes, afganos, sudaneses y de otras partes de África; como lo relata Gabriela Cañas para El País el 24 de octubre de 2016 («Francia se moviliza para borrar el bochorno de la Jungla de Calais»).

Sin embargo, el hecho de estar tan cerca del Reino Unido no significa estar próximo a tener éxito. El Canal de la Mancha es igualmente frío como para intentar nadar sus 30 kilómetros de ancho. Los estafadores que prometen cruzar a los inmigrantes no escasean. Los intentos por entrar a la isla, aferrados a la parte baja de los camiones de carga ha demostrado ser un intento muy letal, pues ha cobrado más de una treintena de vidas desde 2015, de acuerdo con Liberation («Calais: un migrant pakistanais meurt percuté par une voiture»; 9 de mayo de 2016). Es imposible llegar a Inglaterra. Si logran pasar a la vigilancia francesa, aún están los casi 30 kilómetros del euro-túnel, para llegar a otra barda fronteriza custodiada por la policía inglesa. 

El 24 de octubre de 2016 fue desmantelado el campamento de Calais, y con él las esperanzas de miles de inmigrantes de llegar a Inglaterra. Muchos refugiados decidieron ir entonces a París, para buscar un refugio temporal mientras encuentran la manera de volver a intentar cruzar a la Gran Bretaña (Enric González, «Volveremos a Calais», El Mundo, 25 de octubre de 2016). Sin embargo, París es tan fría como Calais. Afortunadamente, para los desplazados de Calais, había un campamento ya establecido desde unos días antes del desalojo afuera de la estación de Stalingrad, al norte de París. Sin suerte, el gusto de estar refugiados en las vías del metro duró poco. Para el 5 de noviembre ya habían sido desplazados nuevamente, como lo narra Enric González para el periódico El Mundo («La policía desaloja en París un campamento de inmigrantes» 04 de noviembre de 2016).

Algunos refugiados lograron llegar al 70 del bulevar Ney donde se encuentra un campo para refugiados que abrió apenas el 10 de noviembre. A pesar de que allí hay agua caliente, comida, servicio médico y buenas camas, no es un lugar permanente, pues después de 10 días tienen que abandonar el lugar para que puedan llegar nuevos refugiados, según escribió Luise Couvelaire el mismo día de la inauguración, para Le Monde («Le centre pour migrants ouvre ses portes à Paris»). Es un hecho que no podrían esperar toda la vida en ese lugar. A pesar de que han vivido ya en las calles de París, el invierno se vuelve cada vez más frío. Muchos quieren volver a Calais para seguir intentando llegar a Inglaterra. ¿Para qué lo intentan? ¿Por qué quieren llegar más lejos?

Lo que es cierto, es que este invierno será muy duro. Muchos inmigrantes esperarán juntarse con grupos más grandes con los cuales refugiarse en alguna otra estación del metro, en alguna calle, o en cualquier centro de refugiados. A pesar de que algunos llevan más de un año en Francia, siguen sin papeles. Para el Estado no son nadie; o bien, solo son alguien que está de paso, de un lado a otro. Quizá se encuentren a sí mismos en la nieve; tal vez sus nombres queden grabados en las dunas de Calais o en las dunas de nieve de las calles de París.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.