«Ha llegado la hora de que los líderes europeos dejen de alimentar una crisis que han contribuido a crear con sus propias políticas y proporcionen la única respuesta realista y humana: una vía segura y legal y protección y asistencia humanitaria a quienes la necesitan». (Carlos Ugarte, Responsable de Relaciones Externas de Médicos Sin Fronteras) […]
«Una vez más la respuesta frente a la tragedia de los refugiados da toda la medida de los retrocesos experimentados: 10.000 niños desaparecidos, puertas pintadas de rojo, falsas acusaciones de violación, confiscación de bienes, expulsiones masivas. Hungría y Polonia son la vanguardia del tranquilo nihilismo europeo, pero incluso países tradicionalmente más «civilizados» -Suecia o Dinamarca- se suman a esta normalización de la barbarie». (Santiago Alba Rico)
Parece ser que ya no basta con las vallas y cuchillas, con los ataques de colectivos racistas, con arrojarles la comida como si fueran animales salvajes, con que los refugiados tengan que hacer caminatas de miles de kilómetros a pie, atravesando bosques, ríos y caminos enfangados, a temperaturas bajo cero, con que muchos de ellos mueran en pateras intentando alcanzar las costas europeas, con que lleguen a una tierra extraña para ellos, con otra cultura, otro idioma, o con que tengan que renunciar a estar junto a su familia, entre otras muchas atrocidades que han de soportar. Europa nos ha defraudado desde el principio. Con su aparente «respeto» a los Derechos Humanos, se ha convertido en una tierra salvaje, inhóspita y hostil para cualquier persona que venga buscando un mundo mejor, una sociedad más humana. A nuestros dirigentes políticos europeos, a esa escoria burocrática que nos gobierna, se les olvida que estas personas llegan aquí (cuando consiguen llegar) no por turismo, no por capricho, sino por pura supervivencia, imbricados en conflictos para cuya resolución, desgraciadamente, Europa tampoco da la talla. Por otra parte, no sé de qué nos extrañamos. Qué vamos a pensar de una tierra, de un continente, de un «club» europeo que ni siquiera trata bien a sus propios nacionales, a sus propios conciudadanos, empeñándose en conducirlos por los caminos austericidas del recorte del gasto, del desmontaje de su protección social, y de la privatización de sus servicios públicos. Si a sus propios habitantes los trata de esa forma…¿qué íbamos a esperar para los refugiados?
Europa se ha convertido en un continente fallido. Los Estados miembro de esta Unión Europea sólo son hoy día un conjunto de Estados desalmados, guiados por unos fanáticos gobernantes al servicio del gran capital. Nada más les importa, nada más les interesa, nada más les conmueve. Así que, incluso cuando, como ahora para el asunto de los refugiados, se ven obligados a respetar la legalidad internacional, pergeñan toda una serie de artimañas para esconder su propia naturaleza cruel y antidemocrática. Las dantescas escenas de los campos de refugiados al aire libre han sido ya comparadas con las escenas de las anteriores guerras mundiales: tiendas de campaña inundadas, terrenos enfangados, fuertes lluvias, episodios de hipotermia, tormentas, niños descalzos, personas mayores sin sus tratamientos médicos, casos de neumonía, de gangrena, padres y madres pidiendo ayuda a gritos, bebés ante alambradas, episodios de convulsiones frenéticas ante la situación de desesperanza y crueldad a los que los someten, falta de agua potable y de comida, y bebés naciendo entre el barro. La pura imagen de la barbarie, mientras nuestros «dirigentes comunitarios» se reúnen en sus salones de lujo una y otra vez, para no aclarar nada, para no solucionar nada, y para al final, proponer un indecente tratado con Turquía con el que quieren lavarse las manos.
Pero para llegar a esta inmoral, inhumana e ilegal situación, antes han ocurrido otras muchas cosas, a cada cual más espantosa e indecente. No ya los presidentes de algunos países, sino el propio Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a primeros de marzo pasado, ya avisaba a los refugiados de que se abstuvieran de venir a Europa, porque no serían bien recibidos. Pero antes, la policía en Macedonia ya había cerrado las fronteras, y ante la lógica rebelión de los refugiados, les había lanzado chorros de agua y gases lacrimógenos. Y aún antes, Alemania se comenzó a plantear cobrar a los refugiados para contribuir a su manutención, bien fuera con dinero en metálico o con joyas, bajo una suerte de «copago en modalidad refugiado». Esta decisión ya la había implementado Suiza, que obligaba a los refugiados a entregar todo el dinero que tuvieran por encima de los 900 euros. Y antes, el Parlamento de Dinamarca había aprobado una ley que permite a la policía requisar a los refugiados en la frontera cantidades en metálico superiores a los 1.300 euros. Y es que parece que los países nórdicos ya no son lo que eran. Pocos días más tarde, Europol había publicado que en torno a unos 10.000 niños y niñas refugiados habían desaparecido en nuestro continente, a manos de las mafias dedicadas a la trata de seres humanos. Pero no acaban aquí las fechorías. La ONG Amnistía Internacional denunció en febrero pasado que la práctica totalidad de las mujeres refugiadas han sufrido algún tipo de agresión sexual en los campamentos de tránsito europeos, tanto por parte de los traficantes como del personal de seguridad.
Por su parte, la OTAN, el brazo armado de la UE y del imperialismo norteamericano, decidió, en reunión de sus Ministros de Defensa, organizar una operación para contener el flujo de refugiados en el Mar Egeo. Ya se anunciaba entonces, bajo el pretexto de disuadir a las mafias, que los refugiados capturados por los buques de la OTAN serían devueltos a Turquía. Y al final, bajo los efectos de este indecente tratado bilateral UE-Turquía, las leyes de asilo, amparadas bajo innumerables convenios y normas internacionales, sucumben ante vallas con cuchillas, fronteras cerradas y expulsiones masivas. Y mientras tanto, las muertes en el mar siguen ocurriendo a miles. Por su parte, las políticas que permiten la reagrupación familiar se endurecen y limitan. Las deportaciones masivas son estupendos negocios para algunas compañías de líneas aéreas, y los países europeos (comenzando por el nuestro, España) han sido vergonzosamente incapaces de conceder el tan ansiado asilo político a la cantidad de personas a las que se comprometieron. El panorama, por tanto, es absolutamente desolador. Pero lo más curioso es que estas políticas, lejos de provocar un claro y masivo rechazo por parte de la ciudadanía europea, en los países donde se han convocado elecciones recientemente, han salido vencedores aquéllas fuerzas políticas que propugnan idearios racistas, excluyentes y xenófobos, y que proponen más «mano dura» contra los refugiados. Y es que el fantasma del fascismo, que ya creíamos superado, recorre de nuevo Europa.
Hoy día está siendo comprobado, con este asunto de los refugiados, que la universalización de los Derechos Humanos, a casi 80 años de su proclamación como Carta Universal de la ONU, es una inmensa mentira. Ya lo sospechábamos, pero estas realidades sociales que estamos viviendo en el Viejo Continente así lo atestiguan. El famoso Tratado de Schengen (1995), que supuestamente iba a permitir la libre circulación de personas a través del espacio comunitario europeo, se ha convertido en papel mojado, mientras la circulación de capitales (tanto comunitarios como extracomunitarios), sobre todo si proceden de fuentes del gran capital transnacional, están cada vez más descontrolados. Para ellos no hay vallas ni fronteras que valgan. Pero, eso sí, el discurso oficial sigue siendo que «la tendencia mundial no es a levantar muros, sino a derribarlos». Bellas palabras que sólo aplican cuando les interesa a nuestros indignos dirigentes políticos, pero que cuando van en contra de sus intereses, se convierten en palabras huecas, vacías, en puras falacias, en flagrantes contradicciones. Antes ocurría con los denominados «migrantes económicos», que perecían ahogados en el Mediterráneo, pero ahora hemos dado un paso más allá, y hemos normalizado socialmente las indecentes e ilegales operaciones de expulsión masiva de refugiados, importándonos un bledo el derecho internacional de asilo.
El discurso fascista-populista-xenófobo se ha instalado mayoritariamente en Europa, los propios Ministros europeos lo pronuncian sin ningún pudor, instalándose en el imaginario colectivo el peligroso mantra de que todo aquél que viene de fuera, si es pobre, es un peligro para nuestra sociedad. Pero hipócritamente, cuando nuestras ciudades europeas sufren atentados yihadistas, y mueren cientos de inocentes personas, nos instalamos rápidamente en el victimismo y en la reivindicación de nuestros «valores europeos»…¿cómo podemos ser tan cínicos? ¿Es que no nos da vergüenza? ¿Cuáles son hoy día los valores europeos? ¿Son quizá los de la libertad, la igualdad y la fraternidad, como en la Revolución Francesa? ¿O son los de la austeridad, la privatización, el capitalismo, el egoísmo, el individualismo y la competitividad? ¿Cuáles son esos valores que tanto defendemos cuando somos atacados, pero de los que nos olvidamos rápidamente cuando inocentes víctimas de guerras y genocidios llaman a nuestras «civilizadas» fronteras? La maldición de (intentar) ser refugiado en Europa consiste no sólo en renunciar a su país de origen, sino en pagar a las mafias, sobrevivir al mar o a los caminos, cruzar las fronteras, superar las burocracias, burlar a la muerte, para al final, encontrarte con que te devuelven miserablemente a Turquía, porque lo consideran «un país seguro», país seguro al que le ha pagado la UE 6.000 millones de euros por hacer este trabajo sucio.
Qué fácil es limitarse a poner parches en las heridas que se vayan abriendo, sin detenerse a reflexionar sobre las verdaderas causas que provocan los diferentes problemas que nos aquejan. Y en el caso de los refugiados, está claro que estamos recogiendo lo que durante décadas hemos ido sembrando en los países de Oriente Medio, en respuesta a nuestra complicidad con las políticas colonialistas e imperialistas europeas, y fundamentalmente norteamericanas. Ahora el problema nos ha estallado en las narices, y en su solución, estamos siendo todavía más crueles e inhumanos que en la generación de sus causas. Y ahora, tras la entrada en vigor (inusualmente rápida) del Acuerdo UE-Turquía, la situación se ha vuelto totalmente caótica. Según esta magnífica crónica de Elena Herreros, periodista freelance para diversos medios españoles, CEAR denuncia en este Infome que las personas que llegan a Grecia son acogidas en un «centro de detención» bajo control militar, donde no tienen ninguna libertad de movimiento. Y para solicitar asilo, han de esperar a poder pedir cita mediante un servicio que funciona a través de Skype, pero que sólo está activo durante una hora al día. Pero no acaba aquí el caos. CEAR señala además que el desconocimiento del mecanismo de reubicación es total por parte de los refugiados, los voluntarios y la mayoría de las ONG’s que trabajan sobre el terreno. Tampoco se ofrece asistencia legal a estas personas, por lo cual la situación de indefensión y desamparo es absoluta. Por si todo ello fuera poco, y después de su devolución a Turquía, Amnistía Internacional asegura que apenas un 10% de los cerca de 3 millones de refugiados que están actualmente en dicho país, viven en alguno de los 22 campos de refugiados existentes. El resto, asegura la ONG, se encuentran en entornos urbanos en situación de total desamparo y desprotección.
Además de todo ello, como ya hemos anunciado, el miserable Acuerdo con Turquía también sesga por nacionalidades, de tal manera que el intercambio se refiere sólo a los sirios, pero entonces…¿qué piensan hacer con los afganos, con los iraquíes, con los yemeníes, con los sudaneses, con los eritreos o con los palestinos, que también huyen de las guerras y de las hambrunas, y que dicho sea de paso, también (al igual que los sirios) han sido generadas bajo la inestimable colaboración de esta denigrante Unión Europea? El Gobierno turco se ha prestado, a cambio de recibir unos 6.000 millones de euros, a hacer el papel de «poli malo» de esta macabra película, esto es, a ayudar a blindar las fronteras exteriores europeas, y a hacer del Viejo Continente un lugar inexpugnable para los más desfavorecidos. Y ello sin hablar (lo cual nos daría para otro artículo) de la delicada situación interna turca, que es harina de otro costal, y que viaja hacia una clara deriva autoritaria y represiva. Pero los Gobiernos europeos no se quedan atrás, y sus provocativas declaraciones xenófobas sólo sirven para echar más gasolina al fuego. Y en fin, así estamos, y está claro que estas políticas se mantendrán mientras en Europa sigan mandando los poderes financieros y económicos, los últimos responsables de conducirnos por esta senda de horror y barbarie. Ellos son los que en definitiva manejan y controlan a todos los que se reúnen en Bruselas para hacer el paripé de intentar conseguir acuerdos para solucionar los problemas, cuando en realidad lo que consiguen es caminar hacia un mundo cada vez más inhóspito.
Pero se engañan si piensan que van a solucionar el problema mediante acuerdos tiránicos como el de la UE-Turquía. Jamás se ha podido impedir que los seres humanos busquen su lugar en el mundo, así que por muchas vallas que levanten, siempre buscarán y encontrarán nuevos sitios donde construir su vida. Así que estamos atrapados en nuestro problema y en nuestra solución. No es posible escapar de ella. Tarde o temprano tendremos que hacer frente a la realidad que nosotros mismos hemos ayudado a crear. Es algo inexorable: siempre se recoge lo que se siembra. Las instituciones europeas y sus dirigentes han llegado a tal grado de perversión, que si volviéramos la vista atrás, hubiera sido algo impensable hace algunas décadas. La degradación moral y perversión democrática de esta Europa del gran capital no tiene límites, y lo demuestran día tras día. Nuestros dirigentes han perdido la decencia, la responsabilidad, el honor, la humanidad y la vergüenza. Jamás todo un continente estuvo gobernado por desalmados de tan repelente calaña. Todos ellos deberían ser conducidos ante los tribunales internacionales de justicia, juzgados y condenados por graves crímenes contra la Humanidad. Por todo ello, desde la izquierda transformadora, exigimos la inmediata salida de nuestro país de este engendro comercial, neofascista y decadente que se llama «Unión Europea», porque nos da auténtico asco y vergüenza no ya ser europeos, sino participar de esta indecente farsa, y de este cruel genocidio. ¡No en nuestro nombre!
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