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Portugal

La memoria de la resistencia al salazarismo

Fuentes: El País

Dos jóvenes nacidos tras el Veinticinco de Abril rescatan testimonios sobre los años de plomo de la dictadura. Ayer hizo 33 años que la Revolución de los Claveles terminó con la dictadura en Portugal.

El pasado 25 de marzo, en un concurso televisivo, los espectadores eligieron al tirano António Oliveira de Salazar como el portugés de la historia. Un hecho que, según han subrayado algunos historiadores, refleja una preocupante amnesia. Contra ella luchan jóvenes como el fotógrafo João Pina y el reportero Rui Galiza, ambos menores de 30 años, que recorrieron el país en busca de testimonios y retratos de presos políticos del salazarismo. Un trabajo que ahora recogen en un libro y una exposición. El dramaturgo extremeño Manuel Martínez Mediero, que estrenó ayer en Lisboa Férias grandes con Salazar, contribuye también a alimentar el debate.

  

Todas las historias son parecidas: lucha clandestina, detención a manos de la Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE); ingreso en las cárceles de Caxias, Peniche o Aljube. Torturas. Los más rebeldes eran enviados al campo de concentración de Tarrafal, en Cabo Verde, un buen lugar para preferir la muerte. Durante los últimos seis años, el fotógrafo João Pina ha recorrido Portugal desde el Algarve al Miño en busca de testimonios y retratos. En 2003 el reportero Rui Galiza se unió al trabajo. Y ahora esa aventura se recoge en una exposición y un libro, Por teu livre pensamento, que reúne las fotos y los relatos de 25 presos políticos del Estado Novo. Hay comunistas, cristianos de base, socialistas. En la exposición, en el Centro de Fotografía Portugués de Oporto -edificio que fue sede de la PIDE-, se ven en tamaño grande las imágenes del libro. Por un lado, las fichas policiales originales; junto a ellas, las víctimas y las cárceles en la actualidad. También se expone una proyección con música del fadista Diogo Clemente, nacido, igual que los autores, tras el Veinticinco de Abril. Por teu livre pensamento es el primer verso de un fado que cantaba Amália Rodrigues y que escribió David Mourão-Ferreira. Se titulaba Abandono, pero siempre fue conocido como Fado Peniche, en referencia a aquella cárcel terrible que hoy visitan los turistas.

 

De allí se escapó el abuelo materno de Pina, Guilherme da Costa Carvalho. Era hijo de un hombre rico, pero se hizo comunista y acabó en Tarrafal tras visitar tres cárceles. Estuvo preso cerca de 20 años. Su muerte, cuenta su mujer, Albertina Diogo, llegó «un año, un mes y un día antes de ver cumplido su sueño, la revolución del Veinticinco de Abril». La historia de Albertina corrió siempre en paralelo a la de Carvalho. Albertina tiene hoy 75 años, y unos ojos vivaces que delatan coraje y ganas de vivir. Dos horas después de que fuera detenido su marido, la PIDE la detuvo también a ella. Dura como un obrero metalúrgico, soportó sin cantar una una tortura que duró seis días. Sus carceleros no la dejaron dormir de lunes a sábado. El método se llamaba la estatua, y aunque era la primera vez que la PIDE lo ejercía con una mujer, Albertina no habló: «Les dije que no tenían dignidad para oír una sola palabra de mi boca».

 

Albertina tenía una larga experiencia de resistente. «Nací y me crié en Santiago de Cacém, un pueblo del Alentejo cercano a Grân-dola donde todos vivíamos del corcho. Con 15 años dejé el colegio y me puse a trabajar en la fábrica con mi padre y mis hermanas». Con 22 años, ya estaba en Lisboa trabajando para el Partido Comunista Portugués como clandestina. «Me llamaba Ana o Helena. Se trabajaba en parejas, las células eran un hombre y una mujer. Me pusieron con Guilherme, y enseguida me enamoré de él. Empezamos a vivir juntos, nos instalamos en una casa en Benfica. Las mujeres fuimos importantes para que la vida en la clandestinidad se pareciera a la normalidad».

 

Además de trabajar en casa, Albertina escribía pasquines y documentos. «Tenía una máquina de escribir metida en una caja de madera con un cristal. Así escribía sin hacer ruido y podía ver las letras». Un día, su marido salió a una reunión y no volvió a la hora prevista. «A las dos de la mañana, hice un paquete con los papeles y las cosas peligrosas y lo tiré todo. Enseguida vinieron». Eso era en 1960, y para entonces ya tenían dos hijos, pero no los veían. «Mi suegro se los llevó enseguida y se ocupó de cuidarlos». Albertina entró en la cárcel de mujeres de Caxias, y en una de sus visitas a la sede de la PIDE los policías le enseñaron a sus hijos para tratar de ablandarla. «Me pegaron, me dejaron una secuela en un oído, me trataron peor que a un animal. Pero tampoco así consiguieron nada».

 

La señora sigue siendo comunista. «Tengo mi carné y no me pierdo una fiesta de Avante». Ahora está «furiosa» porque cree que la democracia portuguesa «no cumple». «¿Sabe que Salazar ganó el concurso de la RTP? ¡Es una vergüenza!». El pasado 25 de marzo, António Oliveira de Salazar (Santa Comba Dão, 1889-Lisboa, 1970), el profesor universitario que dirigió el país con cínico guante de hierro desde 1932 hasta 1968 (año en que le sustituyó Marcelo Caetano), fue elegido como el portugués de la historia en un concurso de la televisión pública.

 

Historiadores y comentaristas han subrayado que el concurso refleja una preocupante amnesia. Según Galiza y Pina, «el lamento más común entre los entrevistados del libro es que Portugal es un país sin memoria». Gracias al coraje de Albertina Diogo y otros como ella, gracias a la curiosidad rebelde de sus nietos, tal vez el próximo concurso, si lo hay, no lo gane Salazar.