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Sobre la edición de Los ejércitos secretos de la OTAN de Daniele Ganser. Grecia y los ejércitos stay behind.

La parábola del elefante y las pulgas. Un libro imprescindible para la izquierda (IV)

Fuentes: Rebelión

En la cronología de las páginas 340-346, Grecia aparece en una sola ocasión. La siguiente: 1967. En Grecia, el ejército stay-behind Fuerzas de Asalto Helénicas toma el control del Ministerio de Defensa griego y comienza un golpe de Estado, instaurando una dictadura derechista. Sin embargo, el capítulo de Los ejércitos secretos de la OTAN dedicado […]

En la cronología de las páginas 340-346, Grecia aparece en una sola ocasión. La siguiente:

    1967. En Grecia, el ejército stay-behind Fuerzas de Asalto Helénicas toma el control del Ministerio de Defensa griego y comienza un golpe de Estado, instaurando una dictadura derechista.

Sin embargo, el capítulo de Los ejércitos secretos de la OTAN dedicado a Grecia, el décimo sexto, es uno de los más interesantes del ensayo de Daniele Ganser. Es magnífica la explicación del final de la guerra mundial en Grecia, y de la posterior intervención imperial (que refuta la que fuera usual afirmación en torno a que la primera intervención militar en Europa después de la II Guerra Mundial se produjo con la invasión de Budapest por las tropas del Pacto de Varsovia en 1956) y está igualmente a su altura lo narrado sobre el golpe fascista de 1967. Dejo ambos temas para una próxima colaboración.

Me centro en una conversación, y en una derivada posterior, entre el entonces comandante en Jefe Imperial Lyndon B. Jonson, el sucesor de Kennedy, un presidente demócrata, no republicano, y el embajador de Grecia en la Casa Blanca, Alexandr Matsas. Fue en 1964.

Jack Maury, que había reemplazado al antiguo Jefe de Estación de la CIA en Atenas, había recibido la orden de eliminar a Georges Papandreu del poder. Tiempo atrás, Papendreu había emprendido una lucha contra la CIA y el KYP, el servicio secreto militar griego, forzando la dimisión del primer ministro griego conservador, abiertamente apoyado por la CIA, Constantino Karamanlis. En la siguientes elecciones, en noviembre de 1963, la Unión de Centro, una coalición de centro izquierda, consiguió el 42% de los votos y 138 escaños en el Parlamento. Papandreu fue elegido primer ministro de 1964. Desde la invasión de Hitler, era la primera vez que la derecha griega, y los sectores sociales que tan fielmente representaba, se enfrentaba a una pérdida relativa de poder. Para muchos, es una constante político-historiográfica, sonó la alarma y hubo gritos: el país se encaminaba, dijeron, gritaron, hacia la toma del poder por el Partido Comunista. La sentencia fue dictada al poco: Papandreu debía ser eliminado.

Adoptando un perfil visiblemente arrogante, vistiendo trajes llamativos y grandes anillos y conduciendo un coche grande americano -más grande que el del embajador, como se aprestaba a apuntar-, señala Ganser (página 302), el Jefe de Estación de la CIA quiso hacer una demostración pública de poder. Con el apoyo del Rey Constantino (el pariente de la Reina Sofía de España), los realistas y oficiales derechistas del ejército y el servicio secreto, maniobraron en junio de 1965 para expulsar a Papandreu del cargo de primer ministro por prerrogativa real. Le siguieron numerosos gobiernos de corta duración. El ejército secreto, aconsejado por el oficial del KYP Konstantin Plevris, se empleaba a fondo, y clandestinamente, para manipular el clima político.

Estallaron bombas en todo el país. El puente Gorgopotamos fue volado en pedazos por una de ellas en 1965, cuando la izquierda y derecha democrática se unían para conmemorar su resistencia a la ocupación nazi «y, en particular, conmemorar la maniobra con la que dejaron empapados a los alemanes tras volar el puente en plena ocupación».

La masacre fascista dejó cinco muertos y casi 100 heridos, muchos gravemente heridos.

Tiempo después, un oficial implicado en las operaciones secretas stay-behind, declaro que ellos eran «oficialmente terroristas entrenados» subrayando que habían disfrutado siempre de un poderoso apoyo. ¿Qué apoyo? Tenía un nombre conocido: la administración de Lyndon Johnson en Washington, «quien ya en el contexto de la guerra en Chipre había dejado claro al gobierno griego quién estaba al mando».

En el verano de 1964 el Presidente en Jefe L. B. Johnson llamó al embajador griego Alexander Matsas a la Casa Blanca, Le señaló que el problema en Chipre debía ser resuelto dividiendo la isla en una parte turca y otra griega.

Matsas rechazó el plan. Johnson tronó como Zeus y Júpiter juntos y exaltados. Por su boca y sus ojos. Estas fueron sus palabras:

    «[…] Entonces escúcheme, Sr. Embajador, que se joda su Parlamento y su Constitución. América es un elefante. Chipre es una pulga. Grecia es una pulga. Si estas dos pulgas continúan picando al elefante, simplemente serán aplastadas por la trompa del elefante. Bien aplastadas» [la cursiva es mía]

El gobierno de Grecia debía seguir las órdenes de la Casa Blanca. La razón esgrimida por mister Jonson era clara pero no distinta: «Pagamos muchos dólares americanos a los griegos, Sr. Embajador. Si vuestro primer ministro me da una lección sobre democracia, Parlamentos y constituciones, él, su Parlamento y su constitución no durarán mucho».

Matsas, consternado, acaso con voz débil, se atrevió a afirmar: «Debo protestar por su actitud». Johnson siguió en su tono anterior: «No te olvides de contarle al viejo Papa -¿cuál es su nombre? [SLA: L.B.J. se refería a G. Papandreu]- que te lo he dicho. Recuerda decírselo te digo».

Matsas, como era su obligación institucional, cablegrafió la conversación por teléfono al primer ministro griego. El servicio secreto norteamericano interceptó el mensaje. El teléfono de Matsas sonó poco después. El comandante en Jefe estaba al otro lado del auricular:

    «¿Está intentando entrar en mi lista negra, Sr. Embajador? ¿Quieres que me enfade realmente contigo? Era una conversación privada entre tú y yo. No tenías por qué poner todas las palabras que utilicé contigo. Cuidado con lo que haces».

La línea se cortó. Hubo una situación parecida pocos años después.

Andreas [1], el hijo de George Papandreu, fue testigo de las manipulaciones y la guerra secreta en su país. Andreas había dejado Grecia en los años treinta para escapar a la represión de la dictadura de Metaxas. Se convirtió en ciudadano americano, llevó una carrera exitosa como economista y académico y encabezó el departamento de economía de la Universidad de California en Berkeley.

Durante la segunda guerra mundial sirvió en la Marina de los EEUU. Después de la guerra fue contactado por la CIA para trabajar en el grupo de políticas mediterráneas. Fue miembro de la agencia usamericana. Cuando comenzó a comprender el rol de los Estados Unidos en Grecia cortó sus lazos y a finales de los años cincuenta volvió a Grecia para convertirse en uno de los críticos más destacados de la política de los Estados Unidos.

El joven Papandreu atacó en sus discursos la interferencia estadounidense en la política griega, a la OTAN, a la corrupción del rey, a los partidos conservadores griegos y al establishment griego en general. En 1964, Andreas Papandreu asumió cargos ministeriales y descubrió que el KYP espiaba rutinariamente las conversaciones en los ministerios y enviaba los datos a la CIA. Despidió a dos oficiales de alto rango del KYP e intentó reemplazarlos por oficiales más fiables. Les ordenó interrumpir toda cooperación con la CIA. El nuevo Director del KYP «volvió a decir, disculpándose, que no podía hacerlo. Todo el equipamiento era americano, estaba controlado por la CIA o por griegos bajo supervisión de la CIA. No había ningún tipo de distinción entre los dos servicios. Duplicaría las funciones una relación de contraparte».

Cuando Papandreu desafió al KYP, Norbert Anshutz, el subdirector de la Misión Diplomática de la Embajada norteamericana, fue a visitarle. Le aconsejó revocar sus órdenes al KYP. Papandreu se negó y ordenó al funcionario norteamericano que abandonase su oficina. Anshutz replicó advirtiéndole que «habría consecuencias».

Las hubo. El golpe de Estado militar llegó la noche de abril del 20 al 21 de 1967, un mes antes de las elecciones programadas. Las encuestas, incluyendo las de la CIA, predecían una arrolladora victoria de la Unión del Centro.

El elefante aplastaba, en compañía de sus amigos de siempre, a las pulgas rebeldes.

Nota:

[1] En colaboración con J. R. Lasuén, Sacristán tradujo a principios de los sesenta La economía como ciencia de A. G. Papandreu para la colección Zetein de Ariel que él mismo dirigía. Escribió además una presentación, fechada en diciembre de 1961, firmada conjuntamente con Lasuén pero cuya autoría, según varios testimonios coincidentes, es obra exclusiva suya. Representa en mi opinión una apretada manifestación de las posiciones metodológicas iniciales de Sacristán en el ámbito de las ciencias socials. Algunas de las preocupaciones vertidas en este escrito se mantuvieron inalterables a lo largo del tiempo, como puede corroborarse con los apuntes de metodología de la ciencia de sus cursos de 1981-1982 y 1983-1984.

La positiva consideración del ensayo de Papandreu no implicó ausencia de matices críticos. Así, en una conferencia sobre «Formalismo y ciencias humanas» (1962), Sacristán señalaba:

«(…) Más interesante es la observación de Papandreu, la que se refiere a la polivalencia semántica o polisemantismo de las teorías económicas más elementales, esto es, las de Estática comparativa -si no más elementales, por lo menos no las más complejas (…) Pero lo primero que ya hay que observar es que polivalencia semántica se presenta ya en matemáticas, no sólo en Ciencias Sociales, sino en la más abstracta de todas las disciplinas que cultivamos, aparte de la lógica […] Con esta primera observación a uno le extraña que un lógico como Papandreu piense que la polivalencia semántica es un rasgo especialmente nefasto de las Ciencias Sociales, por ejemplo, de la teoría económica, cuando ese mismo rasgo resulta darse no ya en matemática superior sino en aritmética. Y no hay ninguna duda de que en aritmética es un mal: está claro que para la teoría del número natural resulta molesto no poder contar con un conjunto de axiomas que sean categóricamente representativos, digamos, del conjunto de los números naturales. Pero, en cambio, en mi opinión, no está nada claro que esa polivalencia semántica sea un mal para ciencias empíricas en general, para ciencias positivas, no ya para Ciencias Sociales, por lo siguiente: Vds. saben que el concepto de campo en Física nació propiamente en relación con nociones eléctricas y magnéticas, propiamente electro-magnéticas; luego el concepto de campo se ha extendido bastante a dominios muy diversos y que yo sepa -subrayo el que yo sepa y subrayo en mi opinión porque naturalmente que no soy competente en Física, como naturalmente tampoco lo soy en ciencias sociales seriamente- pero, que yo sepa, nadie ha considerado un mal el hecho de que el concepto de campo llevara en sí la posibilidad de una polivalencia semántica».

Al contrario, proseguía Sacristán, todo esto había parecido muy bien en Física y había sido considerado progreso. Progreso de la Física,el que fuera posible someter en general, no ya a propósito del concepto de campo, dominios y ramas teóricas distintas a leyes que contenían nociones en un principio pensadas para uno solo de esos campos. A lo que añadía:

«[…] Naturalmente que, con esto, en Física, donde las abstracciones están ya muy elaboradas, se produce a la larga una unificación de conceptuación que anula lo que tenga de intranquilizador la polivalencia semántica, pero no veo tampoco que esté escrito en ninguna parte que este mismo proceso no pueda ocurrir en Ciencias Sociales…»

El texto de su presentación del libro La economía como ciencia era el siguiente:

«La rapidez con que el público y los estudiosos españoles han tomado conciencia de la importancia de los temas teoréticos en economía, es sin duda, en última instancia, muy buena cosa. Pero el crecimiento rápido, en los adolescentes, igual que en la cultura, suele ir acompañado por el tonto vicio de la pedantería. El aspecto actual de la literatura y la enseñanza de las cuestiones económicas en España son buen testimonio de ello. Pero entre la pedantería del adolescente y la de una producción nominalmente científica hay una diferencia muy importante: la del joven se compensa con la obra de sus años posteriores; la del escritor impaciente, en cambio, no desaparece por el curso de un crecimiento natural; para una rama de la cultura, el crecimiento sólo puede ser fruto de examen de conciencia y propósito de enmienda.

Sería desde luego injusto afirmar que la pedantería entre los economistas sea fenómeno exclusivo de culturas nacionales como la nuestra; lo reciente y rápido del acceso público español a la temática teórico-económica puede, sin duda, haber dado a aquella pedantería más alas -y más lucro al pedante- que en otros países. Pero las causas del fenómeno son universales: movidos por el plausible deseo de llevar sus estudios a edad adulta, los economistas han incorporado masivamente de la filosofía, la lógica formal y la teoría de la ciencia toda una terminología, principalmente analítica, que no se desprendió de las ciencias naturales y, sobre todo, de las formales (lógica formal y matemática) sino cuando éstas ofrecían a la especulación y al análisis filosófico-científico teorías muy redondas y completas. Conceptos e ideales como el de teoría axiomática o, en general, el de construcción algorítmica de un cuerpo de conocimientos no se han aplicado concretamente en lógica o en matemática sino doscientos años largos después de su primera formulación moderna (la de Leibniz) o hasta más de dos mil años después de los primeros y parciales logros de esos ideales (con Aristóteles y Euclides). En los estudios económicos, por el contrario, ha bastado con ver unas cuantas cosas, más o menos claramente, para que los especialistas se lanzaran a intentar articularlas según los ideales de conocimiento que tan larga gestación tuvieron en las ciencias formales y de la naturaleza.

Y si eso puede decirse de los grandes de la teoría económica, no hará falta mucha fantasía para imaginar lo que ocurre entre individuos de menor estatura. En frenética lucha por el prestigio, hay quien ya ha decidido no sumar nunca más, sino ‘integrar’ siempre; no formular hipótesis, sino llamar ‘teoría’ al primer par de ideas que se le ocurren, y no carecemos de personas empeñadas en ‘axiomatizar’ a toda costa las cuentas de la vieja.

Pero como fondo de esas extremas y grotescas manifestaciones de la pedantería de los economistas hay oscuridades conceptuales bastante más graves, y bastante menos imputables a pecaminosas intenciones publicitarias. El presente ensayo de A. G. Papandreu puede contribuir apreciablemente a disipar entre nosotros dos sobre todo de esas oscuridades. La una se refiere al concepto de teoría; la otra, al carácter empírico de las proposiciones económicas. Por lo que hace al primer problema, la terminología adoptada por el autor -y respetada en la traducción- es un tanto insólita, pero se encamina precisamente a combatir con eficacia el mal uso de la palabra «teoría»: no todo conjunto de enunciados es una teoría, enseña en sustancia el autor, sino sólo aquel cuyo campo de relevancia está unívocamente determinado; y éste no es el caso frecuente en economía. (Papandreu da el nombre de ‘modelo’ al conjunto de enunciados cuyo campo de relevancia no está unívocamente determinado). Consiguientemente, hay que admitir que los enunciados económicos componen raras veces teorías en el sentido fuerte de esta palabra, tomado de la ciencia de la naturaleza. De aquí, por lo que hace al segundo problema, la importancia decisiva de la verificación empírica. Es precisa no ya por prurito positivista, sino para dar sentido a los modelos económicos. Estos, como todo conjunto de enunciados cuyo campo de relevancia no es unívocamente determinado, no tiene en rigor sentido pleno mientras no se le ponga en relación con algún campo empírico mediante operaciones de verificación. Así pues, por grande que sea la utilidad de la construcción formal de las ‘teorías’ (modelos), de la formalización lógico-matemática, en economía, habrá que tener presente siempre que el modelo formalizado no es por sí  mismo más que aquel ‘juego de las cuentas de vidrio’ que inspiró a Hermann Hesse una voluminosa y conocida narración.

Seguramente lo más característico del ensayo de Papandreu es que su llamamiento a la sensatez empírica se arguye y construye con un instrumental lógico de primera calidad, del todo suficiente a pesar de la natural compresión de la materia en un volumen tan breve. El concepto (formal) de estructura, tan oscilante y vago en la literatura económica1, se beneficia especialmente de la aplicación de ese instrumental lógico, con una definición que acaso tenga como único inconveniente el de no ser fácilmente intuible para relaciones (funciones) no numéricas. Pero no es cosa de entrar aquí en detalles que el propio autor resume con extraordinario talento didáctico en su excelente capítulo introductorio».

Sacristán finalizaba señalando que tanto por la difusión relativamente escasa de los estudios modernos de lógica en España -su manual se editaría tres años después- cuanto por las peculiaridades de la terminología del autor del ensayo, había tenido que poner algunas notas a pie de pagína. Fue una constante, una magnífica constante en su labor socrático-traductora.

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