«Policías alemanes protegen a los fascistas». Este es el lema que casi nunca falta en cualquier manifestación antifascista en Alemania. Escrita en alemán, la frase rima. Y sobre todo, expresa una realidad. Pero desde que la llamada Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) ha hecho acto de presencia se queda corto, porque todos los servicios secretos han estado cerca de los nazis.
El martes, la Policía Federal detuvo a otro supuesto integrante de la NSU. Con ello, ya son cuatro los arrestados por pertenecer supuestamente a este grupo. Se le acusa de «formar parte de la estructura de apoyo» que, según la versión oficial, hizo posible que, a lo largo de trece años, tres miembros de la NSU pudieran matar a diez personas, además de cometer varios robos a bancos y atentados con explosivos. Y quizás seguirían sembrando la muerte entre turcos y griegos residentes en Alemania si dos de ellos no hubieran aparecido muertos en una autocaravana.
La versión oficial ya no habla de un doble suicidio, sino de que un nazi mató al otro antes de quitarse la vida. Sin embargo, varios testigos han declarado que hubo otra persona más que les esperaba en el vehículo cuando los dos venían pedaleando en sendas bicicletas después de haber asaltado una entidad bancaria. Por si eso no fuera suficiente para despertar sospechas, el automóvil, de grandes dimensiones y nuevo, estaba estacionado en un zona residencial donde debía llamar la atención.
Ahora, incluso la prensa tradicional se pregunta cómo ha sido posible que en la casa que supuestamente hizo explotar la tercera integrante de aquella «célula» se pudiesen encontrar varios DVD y memorias portátiles en los que se admitían los atentados, a pesar de que el incendio destruyó una serie de armas de fuego en el mismo lugar. ¿Es posible que la mujer se llevara el material para negociar con la Policía y ser reconocida como testiga de cargo?
Quizás alguna vez habrá respuestas a éstas y otras preguntas, pero queda por ver sobre todo otra cuestión: por qué no hay cuerpo policial ni servicio secreto que no haya estado cerca de los tres.
El servicio secreto interior contaba con varios infiltrados y confidentes cerca del trío, e incluso espiaba a la organización paramilitar que denomina Protección Territorial de Turingia. Cuando en 1998 un grupo de intervención de la Policía de Sajonia salía para detener a los tres nazis, sospechosos de haber colocado artefactos, los agentes especiales recibían la orden de regresar a su base. El servicio de contraespionaje militar (MAD) también estaba detrás de los dos varones porque los artefactos contenían un explosivo utilizado por las Fuerzas Armadas. Y por último, se ha revelado que también el servicio secreto exterior (BND) intervino buscando a los fugitivos en Hungría y Sudáfrica.
Ante este panorama, surge el interrogante de si las Fuerzas de Seguridad alemanas han sido absolutamente ineptas a la hora de detener a los criminales nazis. Dado que casi todos los partidos políticos están implicados, de alguna forma, en la acción de sus servicios de seguridad y de la Policía, no es de esperar que ayuden a esclarecer los hechos. Es más, dado que el neonazismo alemán está relacionado con organizaciones afines en el ámbito internacional entran en el juego también otras agencias de inteligencia. Con ello se abre un tanto más el abanico de las especulaciones sobre quién podría estar detrás de la NSU.
Los servicios secretos, a debate
Por ahora, la clase política alemana ha aumentado la importancia de esta formación cambiando el apelativo inicial de «célula» por el de «organización». Sólo el grupo paramilitar de Turingia cuenta con 180 miembros, de los que 20 podrían haber formado una red de apoyo. Otra cortina de humo paralela es el debate abierto en torno a la ilegalización del partido neofascista NPD.
Ante el presunto fracaso de los servicios secretos, la ministra de Justicia, la liberal Sabine Leutheuser-Schnarrenberger, ha propuesto la reforma de la «arquitectura de seguridad». Tras este eufemismo se esconde la reorganización de la denominada «Comunidad de Inteligencia», que en gran parte no corresponde a las necesidades del siglo XXI porque es producto de la Guerra Fría y del nazismo.
En estos tiempos se ha puesto de moda que los servicios secretos y las policías contraten a historiadores con pedigrí académico para que aclare la influencia que oficiales de las SS, de la Gestapo y de la Wehrmacht han podido tener en los organismos creados a partir de 1949. El trabajo en sí no va a traer sorpresas por dos razones. Primero, porque la socialista República Democrática Alemana (RDA) ya publicó en su día todo un «quién es quien» de los nazis que volvían a «cazar» comunistas y otros izquierdistas en nombre de la República Federal de Alemania y bajo el tutelaje de la CIA y de los «servicios amigos» franceses y británicos. Y segundo, porque el BND, por ejemplo, ha reconocido que ha destruido los documentos sobre su colaboración con el inventor de las cámaras de gas móviles, Walther Rauff.
Igual de respetuoso con la protección de datos personales se ha mostrado el servicio secreto interior. Recientemente, su presidente, Heinz Fromm, ha aclarado que su institución ha eliminado las actas sobre los tres integrantes de la NSU porque por ley «al cabo de cinco o diez años ha de destruir los expedientes personales».