Monsieur le Président no se presentará a su propia reelección. Su renun- cia no ha sido ninguna sorpresa, a pesar de que su señora haya tratado de remover la porquería de la UMP dejando caer la posibilidad de una nueva secuela Chirac, a lo Rocky Balboa. Pero su marido no pensó en serio hacerle frente […]
Monsieur le Président no se presentará a su propia reelección. Su renun- cia no ha sido ninguna sorpresa, a pesar de que su señora haya tratado de remover la porquería de la UMP dejando caer la posibilidad de una nueva secuela Chirac, a lo Rocky Balboa. Pero su marido no pensó en serio hacerle frente a Nicolas Sarkozy. No al menos personalmente. En su partido, en realidad una coalición de intereses económicos y de formaciones políticas variopintas, Monsieur le Président es respetado, pero el ministro-candidato del Interior es además admirado.
Jacques Chirac es consciente de que no puede enfrentarse a aquel joven que iba para abogado, a aquél que se manifestaba contra los estudiantes de mayo del 68, a aquél que se convirtió en su delfín hasta que le traicionó por Balladur, a aquel hijo pródigo al que nunca ha podido perdonar. Y no puede enfrentarse a él porque Sarkozy, con un discurso en el que mezcla nacionalismo, elitismo, autoridad, sarcasmo y desprecio por las masas populares, ha conseguido seducir a un amplio sector de la derecha francesa. El discurso paternalista clásico del neogaullismo que practica Chirac, y el domingo ofreció más de lo mismo, no puede con el discurso radical y extremo con el que Sarkozy defiende su idea de Francia.
Por eso Jacques Chirac ha evitado el enfrentamiento directo. Tras cuarenta años en primera fila de la política gala, Jacques Chirac ha preferido salir por la puerta grande, eso sí, después de haber hecho lo posible y lo imposible para evitar que Nicolas Sarkozy le suceda. Primero interpuso a Dominique de Villepin. Luego a Michèle Alliot-Marie. Su último cartucho no era otro que él mismo, pero poco se puede hacer con la pólvora mojada.
Porque Monsieur le Président tiene la pólvora mojada. Demasiados años de poder en primera fila dan para algún acierto y muchos errores, pero sobre todo provocan hartazgo y no sólo en el bando ajeno. Jacques Chirac se va y, evitando la confrontación con Sarkozy, elige la puerta grande de la discreción. Sólo que el umbral que atraviesa es mucho más pequeño de lo que él quisiera. Tan pequeño como la grandeur de la France que ha intentado representar. Chirac se va con la victoria de su oposición a la guerra de Irak, pero con muchas derrotas, entre ellas el no ciudadano al tratado constitucional europeo.