En otoño de 2008 Islandia tiene el honor y privilegio de ser el primer país europeo al borde de la bancarrota que necesita asistencia financiera del Fondo Monetario Internacional. En 2014 otros países se han unido a esa lista de países rescatados o «intervenidos»: Grecia, Irlanda, Portugal, y Chipre. España se presenta a la […]
En otoño de 2008 Islandia tiene el honor y privilegio de ser el primer país europeo al borde de la bancarrota que necesita asistencia financiera del Fondo Monetario Internacional.
En 2014 otros países se han unido a esa lista de países rescatados o «intervenidos»: Grecia, Irlanda, Portugal, y Chipre. España se presenta a la opinión pública internacional como una caso puntual de «rescate sectorial» con éxito, un eufemismo que olvida la puesta a disposición de una línea de 100.000 millones de euros de deuda pública para rescatar a la banca (o recapitalizar sus activos si así se prefiere).
Al igual que sucedió en su día en Sudamérica, África o Asia, y a pesar de que las Naciones Unidas llevan décadas educando a las elites de dichos países en evitar a toda costa dicha transformación… la periferia europea no se libra del destino de un país fallido. La deuda privada de los balances de los bancos se convierte (por arte de la política que no del Derecho) en deuda pública garantizada por el Estado y en última instancia por los contribuyentes.
Por imposición de los intereses de los acreedores financieros, serán los ciudadanos los que se rescaten la deuda de los bancos privados. Se socializan las pérdidas mientras que los beneficios de estos sectores estratégicos para la sociedad se privatizaron en su día. Porque nos hacen creer que son nuestros depósitos los que se rescatan. Ésta es una media verdad. Junto a nuestros ahorros que sí merecen la solidaridad de todos, el resto de la deuda de los bancos puede ser ilegítima.
¿Por qué tenemos que abonar los bonos millonarios de los banqueros que nos llevaron a la ruina, los pelotazos urbanísticos o las pérdidas de inversiones descabelladas como el aeropuerto fantasma de Ciudad Real? Se nos dice: a callar! No hay otra alternativa.
Como suele decir la diputada islandesa Birgitta Jónsdóttir (Partido Pirata): ¡Bienvenidos a la crisis!
Toda crisis es también una oportunidad. Por mucho que se quiera silenciar, el fracaso de Europa ha provocado un cuestionamiento profundo de la ortodoxia política y económica vigente entre la ciudadanía. El modelo neoliberal de la Unión Europea basado sobre la integración económica y acompañado de un sistema financiero y de libre circulación de capitales libre de toda regulación (sobre lo esencial) junto a una unión monetaria deficiente nos ha colocado al borde del abismo del que sólo nos hemos alejado unos metros.
Como en su día en el ámbito de la física, nos enfrentamos a un nuevo desafío: el caos y el desequilibrio en una época de turbulencias. Como diría Ortega y Gasset en su magnífico libro sobre el tránsito de Europa desde el Medievo al Renacimiento y sobre la naturaleza de las crisis «En torno a Galileo»: el problema es simple no así la solución.
Las crisis suceden cuando nuestra realidad no encaja con los instrumentos que tenemos para entenderla, superarla y vivirla. Así es, nos hemos quedado huérfanos de ideas e instituciones puesto que nuestros marcos e instrumentos pertenecen al siglo 20 y los problemas son ya del siglo 21.
Evidentemente, las respuestas, instituciones y marcos de referencia creados sobre la base de conceptos ya de otro siglo no nos sirven y es preciso encontrar nuevos paradigmas.
Y es por este mismo motivo que el ejemplo de Islandia surge de forma exótica e imprevista durante los últimos años. Los islandeses viven al borde del Círculo Polar Ártico en una naturaleza hostil y extrema que les ha impregnado un carácter único de supervivencia y pragmatismo ante los avatares de la vida.
Y a la obra de su gran Premio Nobel de Literatura Halldór Laxness me refiero (Gente Independiente o La campana de Islandia). En ese país en el que me instalé en 2001 han sucedido cosas que merece la pena contar porque ofrecen lecciones interesantes de un proceso que está germinando en el mundo. Islandia ejemplifica a la perfección los fracasos de nuestro modelo económico, político, jurídico vigente frente a los retos que este siglo nos presenta.
Pero Islandia también representa algunas de las respuestas constructivas y revolucionarias que aportó la ciudadanía. Y es por eso que hoy me encuentro aquí hablando con vds., para tratar de resumirles por qué el paradigma islandés es relevante (y aún más cuando peligra tras un nuevo gobierno de centro-derecha que ganó las elecciones en Abril de 2013 con un margen de 51% de los votos y que mira otra vez hacia el pasado).
Retrocedamos al epicentro de Islandia hace exactamente 5 años. Las diversas crisis que se materializan al mismo tiempo provocan un despertar de la conciencia cívica y política de los ciudadanos. Junto a una crisis financiera que se lleva por delante su sistema bancario y monetario y una crisis económica ya inevitable, los ciudadanos son testigos de otras crisis paralela no menos graves: una crisis social y una crisis de identidad que obliga a la sociedad a hacer un examen de conciencia para averiguar cómo se ha llegado a este colapso.
Las voces que se alzan en Islandia tras la crisis financiera muestran un despertar de una población que, habiendo caído durante una década en situación de ensoñamiento, atraída por el espejismo del progreso económico fácil y sin esfuerzo, se despierta en la pesadilla de un Estado al borde de la quiebra, de una sociedad donde -al puro estilo Hamletiano- la corrupción y mal gobierno se escondían tras la preciosa fachada del país más feliz del mundo.
La ciudadanía se despierta y, según la clásica ley del péndulo, se produce el efecto contrario. ¿Qué hicieron los ciudadanos? Básicamente romper su silencio y ponerse a trabajar para la construcción de una sociedad mejor. Ni más ni menos.
En este período, una ola de espíritu reformista invade Islandia. Las protestas se acompañan de un despertar de la sociedad civil que intenta articular su poder inorgánico a través de micro-asociaciones, fundaciones, movimientos e iniciativas que buscan la renovación política, económica y jurídica de la sociedad mirando al futuro. Un movimiento ciudadano pacífico y reformista invade así Islandia en 2009 trayendo consigo un sinfín de proyectos interesantes.
Hay algunas propuestas de la sociedad civil que se encuentran de mayor o menor estado de gestación, evolución y éxitos/fracasos.
Hay que citar por su trascendencia la iniciativa para la reforma de la legislación sobre medios y libertad de expresión (IMMI- Icelandic Modern Media Initiative/Institute); la asociación para una democracia sostenible ALDA; la iniciativa islandesa para la reforma financiera (IFRI – Icelandic Financial Reform Initiative); la fundación de los ciudadanos para promover la democracia real y directa (Civic Foundation), la iniciativa Betri Reykjavík (del partido Besti Flokkur la alcaldía) y las asociaciones sobre y para la reforma constitucional SANS y Stjórnaskráfélagið.
Pero quizás los eventos más importantes que muestran la cara y cruz del paradigma islandés donde se ve el papel esencial que la ciudadanía puede y debe ejercer sobre la política son dos:
1) La disputa Icesave o lo que llamé en su día «la revolución de las bengalas».
En 2010 y en 2011 Islandia es portada en todos los medios internacionales. Un micro país de 325.000 habitantes presionado por el FMI y la UE rechaza el rescate público a los bancos por vía de plebiscito. Sí, los ciudadanos no sólo cambian la política y gobernanza de un país sino que se permiten, mediante un referendum constitucional y en dos ocasiones consecutivas, rechazar dos acuerdos intergubernamentales firmados por su gobierno y refrendados por su Parlamento.
A pesar de las presiones internacionales sobre Islandia, la sociedad civil se rebela. Son dos asociaciones (primero Indefence.is y luego Advice.is) las que recopilan de forma electrónica un 24% de los votos del electorado pidiendo al Presidente de Islandia que no sancione con su firma dicha ley y convoque un plebiscito. De esta forma la ciudadanía rechaza por mayoría de 93% en 2010 y de 60% en 2011 convertir la deuda privada de los bancos en deuda soberana.
Lástima que esta consulta sólo afectara a la deuda externa del banco Icesave (frente al Reino Unido y Holanda). Lo que a veces se silenció en la prensa fue que la recapitalización de los bancos (deuda interna) colocó a Islandia sólo por detrás de Irlanda en el esfuerzo público necesario por resetear el sistema financiero doméstico (22% PIB según datos de la OCDE de 2011).
2) La reforma constitucional hoy atascada y el fracaso de un mensaje SOS.
En este marco de avance y retroceso, de idas y venidas en zig-zag, de lo que los sociólogos y politólogos estudian como «revoluciones y contrarevoluciones» similar al avance del liberalismo en el s. 19. encuadra la más importante de las reformas, la redacción de una nueva constitución, una reforma hoy estancada.
Tras la crisis los ciudadanos reclaman un cambio fundamental de su marco jurídico y esta petición es oída por el nuevo Gobierno que llega al poder en Febrero de 2009 y es apoyada por el Parlamento 2009-2013. ¿Dónde estamos hoy? En un viaje a ninguna parte. ¿Por qué?
Pues precisamente porque la ciudadanía dejó de luchar por su nueva constitución y permitió que los partidos políticos secuestraran el proceso. Confió en el sistema de democracia representativa, confió en su Parlamento para una reforma constitucional sin reclamar un cambio de paradigma basado en la soberanía constituyente del pueblo.
La política constitucional se convirtió en política ordinaria mediante la traición de una parte importante de su clase política. El referéndum de hace un año (20 de octubre de 2012) en el que una mayoría de islandeses apoyaron por una mayoría de 2/3 apoyar el texto constitucional se aparcó en la cuneta del Parlamento anterior y no se sabe qué fin tendrá este proceso.
Es triste pensar el destino de la primera constitución del S. 21 redactada en tiempo real por 25 ciudadanos elegidos por sufragio universal, libre y directo en unas elecciones donde se presentaron más de 500 candidatos desvinculados de la política.
¿Qué sucedió exactamente? A pesar de que la sociedad civil demostró que existía mayoría simple para la aprobación del texto – en un experimento de internet donde los diputados tenían que anunciar su voto sí o no bajo su foto- la reforma se aparcó bajo excusas formales.
Dos de los partidos políticos se opusieron al proceso constituyente y bloquearon formalmente todo debate parlamentario. Nunca se produjo una discusión ni votación sobre la nueva constitución.
La presidenta del Comité de reforma constitucional que había luchado por esta reforma día y noche lanzó un SOS a los ciudadanos al final de la legislatura: «Salid a la calle y pedidle al Parlamento vuestra constitución. La soberanía constituyente está en vuestras manos».
Los islandeses no escucharon. Acuciados por los problemas económicos, desilusionados por la política de intereses partidistas, no entendieron la importancia de la reforma constitucional para evitar que una élite «extractiva» vuelva a articular las líneas matrices de su sociedad cerrando la ventana de oportunidad que la crisis trajo consigo.
Hoy Islandia desgraciadamente parece ser el primer país escandinavo cuyo Parlamento ignora un referéndum nacional y constitucional no vinculante.
¿Qué ha aprendido Islandia entonces en 5 años? Muchas lecciones en diversos planos. He aquí las más importantes. En primer lugar, en el plano económico. La experiencia de Islandia, aunque frágil e imperfecta por no solucionar todos los problemas de sobreendeudamiento privado, colapso y fragilidad de su moneda que aún necesita del control de capitales para mantener su valor; fue respaldada sin embargo por el Fondo Monetario Internacional.
Islandia demuestra que si se vuelve a la senda del crecimiento es porque no se realizó un rescate público indiscriminado de los bancos.
Una gran parte importante de las pérdidas de los bancos (deuda externa) fue asumida por los acreedores. Al eliminar la deuda gigantesca de la ecuación el Estado tiene un mayor margen de actuación para preservar un sistema de bienestar que proteja a la clase más desfavorecida. Junto con una devaluación de su divisa, el dinero que aporta el Estado para la recapitalización del sistema bancario se invierte en la economía real y no sale del país sino que circula sin cesar cambiando de manos.
Esta es la lección que Islandia ofreció al resto de los países europeos. La paradoja hoy en 2013 es que, habiendo reclamado judicialmente a Islandia ante el Tribunal de la EFTA (en el marco del Espacio Económico Europeo) por su ley de emergencia de 2008 y habiendo perdido dicho juicio el 28 de enero de 2013, las soluciones que por fin promete la UE para la unión bancaria (y la próxima crisis cuya amenaza todavía pende sobre nuestras cabezas) suponen seguir el modelo islandés. Se propone un modelo de «bail-in» y no de «bail-out».
La próxima vez no se rescatará de forma pública a los bancos. Se permitirá la quiebra y bancarrota ordenada para bancos y entidades financieras, dejando que las pérdidas sean asumidas principalmente por los acreedores e inversores profesionales.
Se garantizan los depósitos sin quitas hasta 100.000 euros. Los ciudadanos pueden respirar tranquilos. Sí y no, porque este respiro sólo se les promete para la próxima vez, para la próxima crisis bancaria que acecha tras la esquina.
En segundo lugar, en el plano financiero. Por la gravedad de su crisis y su salida heterodoxa de la misma, Islandia demuestra que la ficción sobre la que se sustenta nuestro sistema monetario y financiero nos lleva a la autodestrucción.
Demuestra que es necesario cambiar los pilares del sistema financiero internacional y devolver a los Estados la soberanía monetaria que han perdido hace siglos (podemos retroceder a la era de los Medici cuando los banqueros otorgaban decenas o cientos de promesas de pago sobre el mismo oro que guardaban en sus palacios calculando que no todas las promesas se reclamarían al mismo tiempo y creando una ficción que todavía hoy se mantiene).
Sin embargo, los cambios que promete la unión bancaria europea son cosméticos. Silvio Gesell, un economista precursor de Keynes propuso hace ya más de cien años la instauración de un modelo de economía libre, un sistema de mercado no ligado al capitalismo donde el Estado recupera su función esencial con la creación de dinero sin interés (dinero libre y masa monetaria primaria en contraposición a la masa secundaria o dinero/deuda que ahora crean las entidades financieras).
No son utopías. En verano de 2012 dos economistas del Fondo Monetario Internacional han confirmado la validez de muchas de estas tesis como son las ventajas de la separación de las funciones monetaria y crediticia de los bancos requiriendo una reserva del 100% para los depósitos.
En USA calculan que este sistema ofrecería un mayor control sobre los ciclos económicos, eliminaría la fuga de depósitos por pánico, reduciría la deuda pública y permitiría reducir la deuda privada al no exigir la creación de dinero-deuda.
Además promovería un 10% de productividad y reduciría la inflación a cero. Otras iniciativas críticas provenientes de la ciencia económica y estadística promueven que cambiemos las lentes a través de las cuales vemos e interpretamos la realidad para dejar de concentrarnos en el Producto Interior Bruto (PIB) y nos fijemos en el desarrollo humano, progreso como personas y sociedades e incluso en la felicidad.
Esta reforma fundamental se ha aparcado curiosamente en la cuneta tras las promesas realizadas en 2008 de refundar el capitalismo. Todo menos esto. Lo que demuestra que la ficción monetaria se encuentra en el corazón de la crisis.
En tercer lugar, en el plano político. La sociedad civil muestra que es posible superar la democracia parlamentaria y su principio de representación-delegación así como la exclusividad de la acción política por medio de los partidos políticos. Aparece un nuevo paradigma de democracia deliberativa, participativa y directa impulsada desde la calle por ciudadanos que, de forma pacífica, revoluciona el concepto de democracia que hoy conocemos.
Se hace trabajo de investigación, se estudia, se debate buscando el consenso, se instaura una pedagogía social de abajo a arriba, desde los gobernados a los gobernantes. La paradoja es que hoy, ante problemas nuevos, la sociedad del conocimiento tiene el saber necesario que falta a los gobernantes.
Se hace derecho, economía, política en la calle, desde la calle y para la calle. O digamos mejor desde una perspectiva ciudadana con un nuevo enfoque: la idea del bien común sostenible y basado en la justicia intergeneracional. Ante la deuda de 12.000 euros por persona sólo por deuda externa que el Reino Unido y Holanda reclaman está en juego la viabilidad y sostenibilidad del país. (Hoy Islandia tiene una deuda interna del 100% de su PIB, similar a nuestro país donde la deuda pública ya supera 50.000€ por familia).
Todos se implican buscando el consenso y respetando todas las diferentes perspectivas. Se previene así la tiranía de la mayoría, buscando adoptar soluciones a problemas muy complejos que busquen la inclusión, no la exclusión.
Con y para los ciudadanos, no en su contra. Desde la calle se reclama de manera firme la adopción de decisiones gubernamentales que reflejen las necesidades reales de la sociedad no de las instituciones que conforman el orden económico internacional.
Cuarto lugar, en el plano histórico. La historia pública no se explica sin la historia privada. El gran problema ignorado, silenciado y no resuelto durante el gobierno socialdemócrata y de izquierda 2009-2013 – estalla por fin a nivel político. Se trata del sobre-endeudamiento de las familias y empresas por los créditos indexados a la inflación.
En realidad el sector financiero de Islandia se ha reconstruido por el Gobierno con un plan tutelado por el FMI con fondos públicos. Pero se ha traspasado la factura de la crisis financiera a los ciudadanos de una forma más sutil (no sólo vía impuestos sino a través de una compleja estructuración del crédito en los contratos tanto públicos como privados). Este es el tema estrella de las elecciones de 2013.
Prometiendo una quita inmediata de la deuda privada el partido progresista alcanza una victoria que le permite una coalición con el partido independentista. Vuelven los partidos que históricamente gobernaron Islandia. ¿Cómo es posible? Gracias a un sistema electoral criticado por la OSCE en su informe tras la misión de observación de las elecciones de 2009, con un 51% de votos obtienen la mayoría parlamentaria y forman gobierno.
El gobierno anterior, la socialdemocracia de izquierda, sólo alcanza el 24% de votos. Es un fracaso. ¿Qué ha pasado? Varias cosas. Lo primero, no se ha escuchado a los ciudadanos y a sus reivindicaciones durante cuatro años. Lo segundo, los votos de los distritos rurales valen el doble que los votos urbanos de Reykjavík, lo que favorece a los partidos que tradicionalmente gobernaron el país.
Lo tercero, se da una efervescencia política centrípeta. Un 25% de los islandeses han votado por nuevas formaciones políticas. Algunos nuevos partidos llegan al Parlamento (Partido Pirata) pero un 12% de los votos se pierden por no alcanzar el umbral del 5% necesario. Es la derrota más triste, la de una democracia parlamentaria que no les representa.
En quinto lugar, que ante el positivismo jurídico que defiende la legalidad como único test posible para la validad de la norma (léase tratado Icesave), es posible adoptar una concepción tridimensional del Derecho (legalidad, justicia y legitimidad).
Si la ley no respeta derechos fundamentales (como acceso a la justicia y a un tribunal independiente) y no representa la voluntad del pueblo ni busca el bien común del pueblo… no se puede ni debe hablar de ley. Europa aprendió de forma amarga durante los juicios de Nüremberg donde puede llegar el abuso de un Derecho que sólo reconoce la legalidad como límite y fundamento a su imperio.
La filosofía jurídica es más que necesaria en estos momentos. Legalidad sí, pero junto a justicia y legitimidad. La legalidad por sí sola no basta. Los tres pilares del derecho son necesarios. Y ninguno ha de reinar sobre los otros.
En sexto lugar, en el plano de la ética y de los valores. Los foros nacionales de 2009 y 2010 son experimentos de democracia deliberativa (inspirados por la Universidad de Stanford) donde mil ciudadanos islandeses de 17-80 años debaten, eligen y aprueban por consenso los principios fundamentales éticos que han de guiar al país en su futuro como valores fundamentales y pilares de su nueva constitución. La carta de principios éticos se entrega al Parlamento de Islandia en 2010 confiando en que este viaje llegue a buen puerto. Ya vimos como no fue así.
En último lugar, podría hablar también de una sociedad igualitaria donde los hombres y las mujeres disfrutan de derechos que se sitúan a dos generaciones por delante de la nuestra tras la huelga general de mujeres que rompió el techo de cristal en 1975…. pero debo ir terminando ya mi resumen por lo que carezco de tiempo para extenderme sobre ésta y otras cuestiones.
Todas estas lecciones son importantes pero no llegan a este país por lo difícil que es construir en tiempo real un puente de comunicación Islandia-Europa. Al aislamiento geográfico se le une el reto del idioma y la escasez de personas que puedan construir y transitar el puente en ambos sentidos. La información internacional sobre Islandia no refleja nunca la riqueza de debates internos entre mayoría y minoría, voces concordantes y disonantes.
Los periodistas intentan solventar este problema buscando simplificar lo complejo, contando con fuentes de información opuestas pero contribuyen así a la polarización del debate. Falta periodismo de investigación y análisis crítico.
Falta diálogo y comunicación. En estos momentos parece como si los medios -tanto islandeses como internacionales- hubieran decidido romper con el mito del papel constructivo de la sociedad civil que Islandia representa en la gobernanza ecónomica mundial, regional y local. Se acabó el recreo, por decirlo de forma familiar. Los silencios informativos se suceden.
Sin embargo, la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad es la más importante de las lecciones aprendidas en Islandia. El denominado laboratorio islandés. No basta con acudir a votar cada cuatro años para arreglar una democracia obsoleta y en algunos casos corrupta directa o indirectamente por intereses partidistas, grupos de interés a escala mundial e instituciones internacionales no democráticas que han adquirido de hecho la soberanía gracias a un sistema financiero basado en el imperio del dinero-deuda.
El corazón de la crisis es financiero y por ahí hemos de tirar. Nuestros representantes políticos son tan prisioneros de ese sistema como son los ciudadanos. Debemos crear un nuevo sistema monetario, un nuevo orden jurídico- económico ético, sostenible y humano, así como reformar nuestra democracia buscando nuevas vías de debate, toma de decisiones e interacciones.
Nuevos conceptos para reemplazar a los viejos. Una nueva política a nivel local, regional, nacional, europeo e internacional. Y, sobre todo, un nuevo canal de comunicación que permita a los ciudadanos ejercer un papel constructivo en la política y gobernanza para la creación de una sociedad mejor.
¿Qué camino falta por recorrer? Mucho, el paradigma islandés existe pero necesita del apoyo continuo de la sociedad civil. Y he aquí la dificultad de esta revolución que pide lo (im)posible. La participación activa y cívica de los ciudadanos es difícil. Necesita más educación, más información y libertad de prensa.
La acción pacífica y auto-organizada de la sociedad civil -incluyendo activamente a toda la ciudadanía – representa un anarquismo suave del s. 21 para el que hay que educar a la población y desarrollar instrumentos nuevos. Las nuevas tecnologías son esenciales pero el cambio empieza en nosotros y en el día a día. Ello tiene los límites que toda actividad humana conlleva: falta de recursos materiales, espacio, tiempo, etc.
He de concluir ya con estas reflexiones finales. Ante la pregunta ¿qué se puede hacer? Yo diría: educarse. Como dice Mayor Zaragoza: no sólo con matemáticas, inglés o derecho sino aprendiendo a ser libres y responsables. Necesitamos en primer lugar entender el mundo en que vivimos para retomar el timón de nuestras vidas y de nuestras sociedades en esta fase de turbulencias y de crisis.
Aprender a operar en la complejidad renunciando quizás, de momento, a grandes marcos y teorías que todavía no tenemos. Hoy nos falta teoría pero no por ello la necesidad desaparece. Más que nunca nos hace falta una nueva forma de pensar y actuar para enfrentarnos al caos, al desorden por el que ahora nos toca transitar sin perder el rumbo. Toda reforma constitucional ha de enmarcarse en un nuevo contexto y una nueva forma de entender la soberanía popular.
Islandia es relevante por sus éxitos y también por sus fracasos. No hemos de confundirnos por los silencios informativos y los altibajos de este proceso. Estamos ante un cambio de siglo en un giro de gran alcance con avances y retrocesos.
Hay una Islandia nueva que lucha por surgir y una vieja Islandia que todavía no ha muerto. A la de-construcción del viejo mundo y la construcción de una sociedad mejor no se llega en un viaje de una legislatura. Se llega por medio de los valores y de conceptos estudiados por la filosofía política clásica: la justicia, la ética, la transparencia, la igualdad, la distribución de la riqueza, la cultura cívica y el respeto.
La inclusión en lugar de exclusión. Conectando a la gente, buscando el interés común, la sostenibilidad ambiental y el progreso humano.
En definitiva, tenemos que preguntarnos: ¿qué sociedad queremos y qué reglas estamos dispuestos a crear y a tolerar para instaurarla? Ésta es una tarea que nos va a ocupar durante unos cuantos años, las que llevan formar a una nueva generación que tome el relevo y aporte una nueva mirada crítica a nuestro mundo.
Yo soy optimista y creo que estas personas están aquí hoy con todos nosotros. En ellos, en todos Vds. confío para construir este sueño de un futuro mejor anclado en los mejores logros que Europa ha aportado al mundo en el pasado.
Muchas gracias.