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La segunda vuelta de las presidenciales francesas en 2017 no era una repetición de las de 2002

Fuentes: Rebelión

El ciclo de elecciones francesas en 2017 se inició con la primera vuelta de las presidenciales, abriendo un escenario político nuevo en Francia. Los principales partidos de las últimas décadas en Francia, derecha gaullista y socialdemócratas, quedaron eliminados a la vez de la posibilidad de alcanzar la presidencia. Esto ha sido interpretado por algunos analistas […]

El ciclo de elecciones francesas en 2017 se inició con la primera vuelta de las presidenciales, abriendo un escenario político nuevo en Francia. Los principales partidos de las últimas décadas en Francia, derecha gaullista y socialdemócratas, quedaron eliminados a la vez de la posibilidad de alcanzar la presidencia. Esto ha sido interpretado por algunos analistas como una expresión más de la rebelión contra las élites que recorre el mundo. Pero no es cierto del todo.

En el caso francés, la eliminación en la primera vuelta de los candidatos de ambas familias políticas fue más bien debida a las propias divisiones internas en ambas y la comisión de errores graves. En el caso de la derecha, eligió en sus primarias al peor de los candidatos, Fillon, en cuanto inmediatamente salieron a la luz graves casos de corrupción a los que estaba vinculado que le invalidaron y le derrotaron por anticipado, pero dado el resultado en la primera vuelta, es fácil deducir que sin esos escándalos Fillon seguramente hubiera ocupado el lugar de Macron en la segunda vuelta. En el caso del PS, el aparato del partido, en posiciones social-liberales o abiertamente neoliberales, no aceptó que el candidato elegido en la primarias, Hamon, por estar más a la izquierda y optó públicamente por Macron, sentenciando la derrota estrepitosa de su candidato oficial en la primera vuelta.

Así, por errores y divisiones de otros, Macron, un exbanquero y exministro de Hollande, un outsider apenas sin partido, se convirtió en la tabla de salvación del stablishment francés en la primera vuelta de las elecciones francesas. El candidato que debería derrotar los desafíos de la izquierda representada por Mélenchon y del populismo de extrema derecha de Le Pen.

Ambas formaciones tuvieron buenos resultados en la primera vuelta, acorde con las expectativas que habían levantado, pero fue Le Pen, con 1,7% de votos más que Mélenchon, quién pasó a la segunda vuelta para disputar la presidencia a Macron.

No era la primera vez que el FN pasaba a la segunda vuelta. En 2002 el padre de la actual candidata, Jean Marie Le Pen, se enfrentó a Chirac y perdió por una abultada diferencia, 18% frente al 82% del conservador. La razón de esta derrota sin paliativos del FN en 2002 fue la actitud de la izquierda que entonces lanzó la consigna de «votar a un corrupto (Chirac) antes que a un fascista». La izquierda francesa en 2002 estaba sensibilizada y seriamente preocupada por el avance de la extrema derecha en su país.

Así que, aún cuando parecía plantearse una repetición de las condiciones de 2002 de elección en la segunda vuelta, sin embargo muchas cosas habían cambiado que las convertían en algo claramente diferente. En primer lugar los candidatos que se enfrentaban. Macron no es un político experimentado con un sólido partido detrás, como era el caso de Chirac, es más bien el producto accidental e inesperado de una situación que le habían preparado los errores de otros.

En segundo lugar, y más importante, el contexto internacional. En 2002 la victoria del FN en la primera vuelta presidencial no se encontraba en un contexto europeo de ascenso de la extrema derecha en Europa, ni había sido precedida por dos victorias electorales de su misma tendencia, el brexit británico y la victoria de Trump. Estas circunstancias hacían temer dos cosas, primero que pudiera materializarse la victoria de Marine Le Pen en la segunda vuelta, dado el crecimiento que había experimentado el FN, y de los «accidentes o imprevistos» que habían supuesto el brexit, Trump y el propio Macron, formando parte de un conjunto de fenómenos políticos que podríamos denominar «casos anómalos», en los que también podríamos ubicar el ascenso de Podemos o el M5E, la victoria de Syriza, la casi victoria de la extrema derecha en las presidenciales austriacas, etc. Es decir, insertos en una época de fuertes turbulencias, no era descartable a priori la victoria de Le Pen.

La segunda cosa a temer es que de haberse producido la victoria de Le Pen, las consecuencias se hubiesen dejando sentir mucho más allá de Francia, lo cual no era tan evidente en 2002. De un lado, se hubiese podido reforzar un polo peligroso a nivel mundial para la democracia asentado en tres importante dirigentes al frente de poderosos Estados que han mostrado su sintonía y simpatías mutas, nos estamos refiriendo a Trump, Putin y Le Pen. De otro lado, y a nivel europeo, posiblemente una victoria de Le Pen hubiese impulsado el crecimiento fuerte de la extrema derecha en Europa, y hubiese contribuido a agravar la crisis del proyecto europeo. En esas condiciones, una ruptura caótica de la Unión Europea en medio de un clima de ascenso de la extrema derecha, con un pilar fuerte en Francia, auguraba un panorama bastante negro.

Frenar en seco cualquier posibilidad de victoria de Le Pen era, entonces, una tarea ineludible y urgente. No cabían matices. Si en 2002, con un ambiente general menos peligroso que en 2017, la izquierda no dudo en frenar a Le Pen padre en una especie de frente republicano sin complejos, se esperaba como mínimo lo mismo esta vez. Por eso la decepción provocada por la mayoría de la izquierda francesa al adoptar una actitud tibia e irresponsable frente al FN.

Macron es un representante del neoliberalismo y seguirá las tendencias gubernamentales ya presentes en Sarkozy u Hollande, en dos versiones diferentes, pero no representa un peligro para las libertades y los derechos políticos, no es portador de una política de odio xenófobo como si lo es Le Pen. La mayoría de la izquierda no comprendió que si en la primera vuelta intenta que gane su candidato, es decir, es una elección genuina por su alternativa, en la segunda vuelta, cuando ya no tiene candidato propio que ganar, la elección es para suprimir el peligro mayor. Podría entenderse que si se hubiesen enfrentado en la segunda vuelta dos candidatos de la derecha clásica, la izquierda hubiese llamado a la abstención, pero siendo Le Pen la candidata, y con las consideraciones que hemos hecho anteriormente, el frente republicano coyuntural, el voto a Macron era una obligación política.

En lugar de eso, Mélenchon actúo con irresponsabilidad y cálculo corto. Irresponsabilidad porque en lugar de haber adoptado la táctica del frente republicano y, con pedagogía, haber explicado a sus seguidores cual era la situación y los peligros, traspasó esa responsabilidad a estos mediante una consulta, que tampoco servía para nada. Después de que Mélenchon se pusiese de perfil señalando simplemente que el no iba a votara a Le Pen, los 240000 participantes en la consulta se dividieron en casi tres partes iguales entre los partidarios del voto en blanco o nulo, la abstención, o el voto a Macron, aun siendo algo superior la primera opción. Lo cual tampoco se tradujo en la práctica por una campaña en favor del voto en blanco o nulo.

Actuó con un cálculo corto porque de esta manera intentaba mantener a todos sus seguidores y electores para las legislativas a celebrar inmediatamente, simplemente diciéndoles que en la segunda vuelta podía hacer cada uno lo que quisiera, una forma de no contrariar a nadie. Pero también con un cálculo peligroso e irresponsable que se basaba en que la fortaleza del stablishment (todas las fracciones de la derecha y la socialdemocracia) sería lo suficientemente sólida como para no necesitar el concurso de a izquierda para que derrotasen a Le Pen. Es decir, se arriesgaba en un caso a que ganase Le Pen o, en otro caso, a hacer aparecer a la izquierda como un florero, como una opción irresponsable en momentos históricos y que, en realidad, ni es necesaria – como trasmitía la posición de Mélenchon y una parte mayoritaria de la izquierda -, ni es de fiar para gobernar, porque en ese caso, y ante situaciones difíciles, ¿se pondrían de perfil sus dirigentes dejando la palabra a los seguidores sin orientarles siquiera?

Porque si Mélenchon no pensaba que la fortaleza del stablishment era suficiente para derrotar a Le Pen, entonces, se situaba ante un escenario que nunca mencionó y al que, por tanto, tampoco ofreció alternativas. ¿Qué actitud adoptaría la izquierda ante un escenario de victoria de Le Pen? ¿Hubiese llamado a la movilización?, después de la victoria de Trump hubo algunas manifestaciones que pronto desaparecieron, acaso la izquierda no sabe después de tantas experiencias que obtenida una victoria electoral ésta es irreversible a corto plazo, y que es extremadamente peligroso, cuando los resultados son adversos, intentar contrarrestarlos en la calle porque trasmite la idea de que tiene un concepto instrumental de la democracia.

¿Hubiese dejado que se desgastase el FN en el poder? Acaso no sabe Mélenchon que este tipo de experimentos puede que no se desgasten y, por el contario, generen una dinámica que profundice su fuerza. Pero aunque se hubiese desgastado en medio de un caos, los réditos los cobraría la derecha clásica, pues la izquierda de Mélenchon se había abstenido o votado blanco, permitiendo así su victoria.

Afortunadamente, a pesar de los errores de Mélenchon y sus seguidores, Le Pen fue derrotada porque el cálculo de corto plazo del primero se mostró cierto y el stablishment fue lo suficientemente fuerte para conjurar la amenaza de un gobierno ultraderechista en el corazón de Europa.

Pero como decíamos al inicio, el ciclo electoral en Francia tiene que completarse aún con las próximas elecciones legislativas. Y tienen que confirmarse o desmentirse ciertas tendencias aún en juego. La primera es que el tirón de Macron sirva tanto para construir un partido de derechas sólido en torno a él, como para ganar las elecciones legislativas. Siempre queda la posibilidad de que la derecha clásica francesa intente pervivir y obligue a Macron a un pacto con ella, políticamente está situación puede tener algún interés, socialmente ninguno porque representan los intereses de los mismos sectores sociales. La segunda, si se confirma la debacle electoral del PS en las elecciones presidenciales o si es capaz de recuperar parte de los votos perdidos. La tercera, si Mélenchon es capaz de retener los 7 millones de votos obtenidos en la primera vuelta presidencial y se convierte en el principal referente de la izquierda, desplazando al PS. En cuarto lugar, si el FN – o el partido en que anuncian se va a reconvertir – retiene sino los 10,6 millones de votos de la segunda vuelta, si los 7,6 de la primera convirtiéndose en el principal partido de la oposición.

El juego principal queda en torno a la posición de estos tres últimos actores, cuyo escenario puede variar desde un FN consolidado fuerte y principal partido de la oposición, con una izquierda dividida en dos partes que no se entienden, a la conquista por Mélenchon de ese puesto de principal partido de la oposición desplazando al PS y superando al FN.

El primer asalto ha acabado descartando del poder al actor más peligroso, pero el escenario político no se ha terminado de reconfigurar. Veremos si el cálculo corto de Mélenchon se traduce en su esperanza de retener en las legislativas los 7 millones de votos que cosechó en la primera vuelta.

[i] Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.