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La serpiente, un asesino para Kosovo

Fuentes: Mundo obrero

A finales de junio de 2020, el Tribunal Especial para Kosovo, en La Haya, acusó oficialmente a Hashim Thaçi, presidente de Kosovo, de la comisión de crímenes de guerra, junto a otros nueve kosovares, la mayoría miembros del UÇK, el tenebroso Ejército de Liberación de Kosovo que mientras hacía “negocios” con la prostitución, la venta de órganos humanos, las drogas y los saqueos, fue apoyado por Estados Unidos y la OTAN y financiado por la mafia albanesa. Thaçi, que cambió su uniforme de camuflaje del UÇK por elegantes trajes, y se presenta ahora como un estadista, es un frío asesino que ha escapado hasta hoy a cualquier condena por sus crímenes, gracias al apoyo norteamericano.

Antes, otros asesinos quedaron impunes: en abril de 2008, Ramush Haradinaj, ex primer ministro de Kosovo, e Idriz Balaj, comandante de las Águilas Negras, fueron absueltos por falta de pruebas en la Corte Internacional de La Haya. Habían cometido múltiples asesinatos, pero nueve de los diez testigos que debían declarar contra Haradinaj fueron asesinados, algunos quemados vivos, y el aterrorizado superviviente se negó a hacerlo. Los fiscales de La Haya acusan a Thaçi y sus cómplices de cometer decenas de asesinatos, de torturar a detenidos, de forzar desapariciones, de tráfico de órganos humanos, pero para juzgarlo deben aplicar las leyes kosovares.

El presidente Bill Clinton apoyó a Thaçi, y lo mismo hicieron sus sucesores. Estados Unidos sabía que era un criminal mafioso y, aun así, lo ayudaron. Reclutaron delincuentes para el UÇK; los asesinos andaban sueltos, eran verdaderas alimañas, capaces de matar a prisioneros maniatados golpeándoles con un mazo en la cabeza, y Thaçi era el más cruel de todos. Pero Washington ya había decidido separar a Kosovo de Serbia, como antes impulsó la ruptura de Yugoslavia que causó decenas de miles de muertos y un sufrimiento insoportable. En Kosovo, Washington tenía tres objetivos: culminar la destrucción de Yugoslavia; poner de rodillas a Serbia, el último aliado de Moscú en los Balcanes, y apoderarse de territorio para crear su mayor base militar exterior en el mundo: Camp Bondsteel. Javier Solana, secretario de la OTAN, avalaba.

Sin mandato de la ONU, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN bombardearon Serbia de forma sanguinaria, incluso con uranio empobrecido, entre marzo y junio de 1999: cuarenta mil misiones, que según el general Wesley Clark, “devastó y destruyó” la pequeña Yugoslavia. Igual que hicieron los nazis, lanzaron sus bombas sobre Belgrado. Los mercenarios y asesinos del UÇK fueron las tropas terrestres mientras la OTAN bombardeaba, y Estados Unidos servía mentiras al mundo para justificar la agresión y la guerra: William Cohen, jefe del Pentágono, habló de cien mil víctimas kosovares en matanzas de Serbia, el Departamento de Estado elevó las víctimas hasta el medio millón, y la OTAN entregó a la prensa fotografías de falsas fosas comunes que, después, nunca se encontraron. Serbia tuvo que rendirse, y Kosovo pasó a ser administrado por la KFOR, bajo mando de la OTAN. Aunque la ONU siguió considerando a Kosovo parte de Serbia, Estados Unidos ya preparaba los siguientes pasos.

En junio de 1999, Hashim Thaçi se entrevistó en Pristina, donde ya mandaba y se pavoneaba con sus matones, con ministros de asuntos exteriores: el británico Robin Cook, el francés Hubert Védrine, el alemán Joschka Fischer y el italiano Lamberto Dini. Como Madeleine Albright, secretaria de Estado norteamericana, a quien gustaba sobremanera Thaçi, todos sabían por qué le llamaban “la serpiente”, que, unos días antes, hablaba con el presidente Bill Clinton. A finales de julio de 1999, el primer ministro británico Tony Blair se entrevistó también con Thaçi en Pristina. En noviembre de 2007, celebraron un simulacro de elecciones, que ganó el partido creado por Thaçi a partir de la UÇK, y en enero de 2008 Thaçi fue nombrado primer ministro. En febrero, declaró la independencia de Kosovo, rápidamente reconocida por Estados Unidos. Pocos meses después de la proclamación, George W. Bush recibía a Thaçi en la Casa Blanca: un asesino, traficante de órganos humanos, estrechaba la mano del risueño presidente de Estados Unidos. En diciembre de 2010, celebraron otras elecciones fraudulentas, que también ganó Thaçi, con la complacencia norteamericana, porque Obama, ya presidente, no cambió la política hacia Kosovo.

En diciembre de ese mismo año, Dick Marty, relator de derechos humanos del Consejo de Europa, publicó un informe donde Thaçi aparecía como el principal dirigente de la red mafiosa que organizó el comercio de drogas, la trata de personas, robos y asesinatos, y el tráfico de órganos humanos en Kosovo. Los matones del UÇK seleccionaban a los más sanos de sus prisioneros, los asesinaban con un balazo en la cabeza para no estropear las vísceras, y los llevaban a los cirujanos que les extraían sus órganos en Albania. Prisiones en Burrel, Bicaj, Cahan, Fushë-Krujë, Kukës, Durres, Rripe (donde estaba la siniestra casa amarilla) fueron el escenario de esas dantescas matanzas durante la guerra, y después, cuando Kosovo ya estaba controlado por la OTAN. El informe Marty revelaba que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN conocían ese comercio de la muerte. En 2010, The Guardian reveló la complicidad de un cirujano turco, Yusuf Ercin Sonmez, con la red del UÇK y de Thaçi para la extracción de órganos humanos y su venta y trasplante a ricos compradores en los oscuros circuitos del crimen internacional. Un riñón podía ser vendido por cien mil euros.

Kosovo es hoy uno de los territorios más pobres y corruptos del mundo, un verdadero Estado criminal. Y ahora, el Tribunal Especial de Crímenes de Guerra en Kosovo, que fundó la Unión Europea, debe basarse en las leyes kosovares, que con frecuencia Thaçi y los suyos han hecho a su antojo, para juzgarlos. Aquellos fríos asesinos capaces de destrozar con una maza la cabeza de un prisionero arrodillado y de comerciar con órganos humanos, no eran las únicas alimañas de una guerra feroz impuesta por Estados Unidos. Hubo otras, beneficiarias de un negocio siniestro, como los dirigentes del UÇK, aunque tal vez las peores fueron quienes, como Clinton, Solana y Blair, lanzaron, con un escalofriante cinismo, lo que calificaron de “guerra humanitaria”, para que Bush y Obama, después, apoyaran un Estado criminal y dieran sonrientes su mano a hombres como Thaçi, la serpiente que aún gobierna Kosovo.