Ya tenemos aquí los primeros ajustes estructurales que los gobiernos europeos están imponiendo a su población, con el único interés de salvar el capitalismo y sus grandes beneficiarios (las banca privada, los grupos inversores y las grandes corporaciones). Y todo hace pensar que en los próximos meses estas políticas antisociales se endurecerán y extenderán. Ya […]
Ya tenemos aquí los primeros ajustes estructurales que los gobiernos europeos están imponiendo a su población, con el único interés de salvar el capitalismo y sus grandes beneficiarios (las banca privada, los grupos inversores y las grandes corporaciones). Y todo hace pensar que en los próximos meses estas políticas antisociales se endurecerán y extenderán. Ya tenemos aquí, también, las primeras movilizaciones generales (en Grecia y España, fundamentalmente) para advertir y denunciar los sistemas económicos y de gobernanza que nos han conducido a este escenario. Y entre los diferentes espacios de resistencia y transformación, ya tenemos aqui -creativa y enérgicamente- la respuesta de los movimientos sociales europeos preocupados por un modelo de agricultura global parte responsable de la crisis.»
Con estas palabras se abre la declaración final del trabajo de más de 400 personas del mundo rural, agrario, ecologista, consumidores y consumidoras, etcétera, reunidas en la ciudad de Krems (Austria) durante el pasado mes de agosto, presentando la soberanía alimentaria como alternativa a la crisis capitalista en la que nos encontramos.
Quienes conocemos la trayectoria de los movimientos en favor de la soberanía alimentaria, liderados por La Vía Campesina, no podemos dejar de sorprendernos al valorar su rápida expansión. En unos 15 años de existencia, hemos visto contagiarse su mensaje por todo el planeta. Su compromiso con un mundo rural vivo lo encontramos presente en los más insospechados rincones campesinos. Ha sido, además, aglutinador de muchas de las preocupaciones que desde otros colectivos no agrarios existían respecto de la alimentación y el uso y cuidado de los bienes que nos ofrece la naturaleza. Nos ha demostrado, a veces contra todo pronóstico y con métodos casi sobrenaturales, una infinita capacidad de coordinación y trabajo conjunto, algo nada sencillo para un colectivo de más de 200 millones de personas, y muchas lenguas y lenguajes. Han estado presentes, y con resultados admirables, en muchos de los momentos más significativos del contrataque neoliberal de estos años poniendo, por ejemplo, contra la espada y la pared a la todopoderosa Organización Mundial del Comercio.
Y aun con esta experiencia, nos quedamos con la boca abierta al observar cómo el paradigma de la soberanía alimentaria se convierte también en uno de los elementos de combate fundamental para enfrentarse a la crisis abierta, y en particular al escenario que se está desplegando por los teatros europeos. ¿Cómo llega la soberanía alimentaria a catalizar luchas anticrisis?
La soberanía alimentaria, en primer lugar, ha tenido la virtud de identificar con claridad quién es el responsable de la situación de crisis que se vive en el medio rural desde ya hace demasiado tiempo: un sistema agroindustrial diseñado para lo opuesto a su obligación. En lugar de centrarse en la producción de alimentos sanos, justos y buenos para los pueblos, se dedica a todo aquello que pueda generar beneficios económicos, como los monocultivos de agrocombustibles, piensos para animales o plantaciones papeleras. Todo verde, pero incomestible. Así, como resultado, tenemos (y padecemos) por un lado una masiva desaparición de fincas agrarias y de las personas que con ellas tenían su medio de vida (sólo en España en los años noventa se contabilizaban de promedio el cierre de tres fincas por cada hora).
En segundo lugar, ha sabido interpretar este modelo agroindustrial como un reflejo exacto del sistema capitalista de crecimiento infinito, que, como dice la declaración, no reconoce la limitación de los recursos como el agua y la tierra y la energía; es responsable de drásticas pérdidas en la biodiversidad; contribuye al cambio climático; somete a miles de personas en trabajos sin el reconocimiento de los derechos más elementales; y se aleja de una relación armoniosa con la naturaleza. Explotar y tratar la tierra de esta forma es la causa fundamental de la pobreza rural en el planeta y del hambre en más de mil millones de seres humanos (como estamos percibiendo estos días con la crisis alimentaria en el cuerno de África), mientras que se crea un superávit de algo parecido a alimentos que en una elevada cantidad se acaban desperdiciando o bien se exportan subvencionados a mercados dentro y fuera de Europa compitiendo brutalmente con las producciones locales
.
Y en tercer lugar, todo su análisis se complementa desde siempre con un trabajo colectivo, participativo y democrático, y con un proceso de creación de verdaderas y genuinas alianzas. Lo cual es muy valorado en este momento donde crecen las reivindicaciones frente al déficit de soberanía democrática (o popular) por el que vamos transitando.
De hecho, cambiar nuestros sistemas de producción y consumo de alimentos es un primer paso hacia un cambio más amplio en nuestras sociedades. Producir y consumir soberanamente alimentos son elementos capitales para luchar contra esta crisis, pues permitiría sentar las bases de una nueva economía relocalizada y campesinizada, dando lugar a un robusto sector primario.
La soberanía alimentaria a partir del encuentro de Krems añade a sus vocaciones la de ser marco para movimientos y organizaciones de países de la Europa del este. En el encuentro hemos podido observar cómo para poblaciones que han pasado de modelos de planificación autoritaria a sistemas de la ley del más fuerte
, la exigencia por recuperar espacios de participación en políticas públicas sociales y solidarias que demanda la soberanía alimentaria se corresponde en buena medida con sus empeños. Sus poblaciones en muchos casos mantienen aún una buena proporción de campesinado, pero con la desaparición del Estado, las políticas neoliberales, el dumping interno europeo y el aterrizaje de muchas multinacionales que llevan ahí sus producciones más conflictivas, su futuro se hará cada vez más difícil, como ha pasado ya en muchos otros lugares.
Veamos pues, con la confianza renovada, cómo en los próximos meses los movimientos europeos, y todo el tejido asociativo y redes que han ido conformando en estos tiempos, serán capaces de europeizar
una lucha a favor de una alimentación anticrisis.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/08/27/opinion/026a2pol