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¿Qué papel deben jugar instituciones como el Parlamento Europeo en la construcción de una Europa social?

La solución federal a la crisis europea

Fuentes: Diagonal

El ciclo de chantaje de los mercados ha abierto el debate, hasta ahora irresuelto, de cómo se lleva a cabo la construcción de la Unión Europea.

Los mercados y las instituciones financieras han encontrado en la debilidad de la construcción europea una manera estupenda de recuperarse. Ante esto Europa tiene dos vías: o bien se convierte en una unidad política solidaria, que se corresponda con el alto nivel de integración económica y financiera (la mitad de las fortunas griegas están situadas en bancos europeos fuera de Grecia) y por tanto se recaude un impuesto europeo; o bien seguirá siendo presa de los mercados financieros.

La situación actual, que sume a Europa en la depresión, el paro creciente y el desaliento global, es el resultado del fracaso de la gestión confederal de Europa por parte del Consejo Europeo. Las sucesivas ampliaciones no van acompañadas de un federalismo abierto, con un auténtico poder ejecutivo supranacional, una Comisión responsable ante el Parlamento Europeo -ya que los Estados Nación ya no son, en realidad y pese a todas sus protestas, más que grandes regiones-, sino que se han contentado, como vienen haciendo desde el principio de la construcción europea (el Tratado de Roma) con un federalismo rampante, oculto, no reconocido jamás por miedo a los soberanismos gaullistas, en el caso de Francia. La regla de unanimidad entre 27 se vuelve estúpida y suicida. Así, el último rescate de Grecia ha estado a punto de fracasar porque los partidos eslovacos tenían cuentas que saldar.

Por lo demás, la historia avanza tanto más deprisa en cuanto la crisis conduce al borde de la implosión (que nadie desea) a la Unión. Hace tres años que el Banco Central Europeo se ha convertido en el auténtico centro de poder, incluso sobre la orgullosa City británica que fue rescatada en 2008-2009 cuando Jean-Claude Trichet negoció un acuerdo de recompra de títulos ingleses tóxicos en libras esterlinas. Cuando dejó su cargo como presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet recordó que el Banco no sólo heredaba ahora la independencia respecto a cada Estado (dogma monetarista), sino también el arsenal de medidas excepcionales; en resumen, casi todos los atributos de la Reserva Federal estadounidense; en particular la recompra de bonos del Tesoro de los Estados nacionales, la política de quantitative easing, es decir, el aumento de la liquidez y la solvencia.

Meter a Keynes en Bruselas

El gran acontecimiento de las últimas etapas de la crisis no es la formación del tándem francoalemán, un clásico ambiguo que parece dar de nuevo credibilidad al Consejo Europeo como único lugar de decisión, sino la salida del equipo alemán de Axel Weber (que se postulaba para suceder a J. C. Trichet), y unos meses más tarde, de Jurgen Stark, el economista jefe del Banco. Los halcones que, en nombre de los Tratados, no querían permitir que el BCE desempeñase el papel de un banco central de tipo federal, han sido vencidos. Ya nadie duda, incluida Alemania -cuyas exportaciones dependen en un 80% del mercado interior europeo- de que Europa ha dado un salto hacia el federalismo, y que habrá que hacer una revisión de los Tratados que registre esa mutación; eso sería lo único que permitiría llevar a cabo una política de recuperación, lo que llamo meter a Keynes en Bruselas.

¿Entonces, cuál es el problema? Que esta crisis, que está haciendo pasar a la población de los países del sur de Europa una prueba tan dura como inútil, se debe enteramente al rechazo a reconocer la única soberanía democrática auténtica, la del pueblo europeo encarnado en su parlamento. Ya va siendo hora de que las elecciones al Parlamento Europeo se desarrollen el mismo día, en base a las mismas modalidades, y de que los partidos políticos se organicen sobre una base transnacional dentro de la Unión Europea. Ya es hora pueblo político europeo, al Parlamento Europeo, le han puesto bridas y amputado sus prerrogativas.

La solución no es una revisión de los tratados entre vendedores de alfombras nacionales, como en una confederación anémica en la que prevalecería el odioso principio británico plasmado en la frase I want my money back [Quiero mi dinero de vuelta] de Margaret Thatcher y de su hijo natural, el autosuficiente David Cameron, sino un doble empellón del Parlamento Europeo, erigiéndose en constituyente o llamando a unas elecciones rápidas para elegir a los encargados de redactar una auténtica Constitución Europea, y de hacer converger todos los movimientos sociales europeos alrededor de un programa contra la austeridad y la injusticia social, con la inmediata instauración de una renta básica, una tasa sobre todas las transacciones financieras que engrose los presupuestos federales, la creación de varios programas de emergencia, por ejemplo relativos a una economía social, solidaria y verde.

Otro plato no adulterado

Para evolucionar hacia un verdadero federalismo, es precisa otra democracia distinta del plato insípido y adulterado que ofrecen ahora los 27 Estados fatigados. Ya va siendo hora de abrir un nuevo capítulo de la historia de Europa. Si no queremos que una vez más sean los mercados y los más ricos quienes saquen las castañas del fuego, es preciso conjugar las nuevas luchas sociales y la inventiva de la multitud con la única sede institucional que puede ser su aliado: el Parlamento Europeo. Ni la Comisión, ni el Consejo Europeo tienen la clave para solucionar esto. Por egoísmo nacional, por estupidez neoliberal profunda, nos están desalentando. Pero ese desaliento no es el nuestro.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-solucion-federal-a-la-crisis.html