Para los lectores de Rebelión no es nuevo lo que aquí se va a relatar. Desde que Constantino El Grande fundó la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en el siglo segundo de nuestra era, la misma se ha convertido en un Estado propio y ha sido una institución que ha colaborado con el Poder dominante. […]
Para los lectores de Rebelión no es nuevo lo que aquí se va a relatar. Desde que Constantino El Grande fundó la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en el siglo segundo de nuestra era, la misma se ha convertido en un Estado propio y ha sido una institución que ha colaborado con el Poder dominante. Panamá es un ejemplo clásico de esa confabulación.
Jesús fue un hombre controversial. Para algunos no existió. Para otros no fue ningún mesías. Para otros no vino a redimir los pecados de nadie. Como la historia está llena de actos controversiales, no es mi interés provocar ninguna polémica en torno al vínculo divino de Jesús. Quien crea que es el hijo de Dios, que lo siga haciendo. Lo que sí es que hay que ser muy respetuoso con las creencias. Por mi parte, he tenido la oportunidad de revisar la historia de este extraordinario personaje y he llegado a la conclusión que se trata de un político olvidado. Lo digo porque si algo lo caracterizó fue su entrega al prójimo. Por él vivió y por él murió. Enfrentó al represivo imperio romano. Le enseñó a pescar a los pobres, pero con frecuencia se quitaba el alimento de su boca para entregárselos. Sacó a los inescrupulosos mercaderes del templo. Fundó una casa de sanación en los alrededores se Roma para ayudar a los desamparados. Nunca asistió a los opíparos banquetes de palacio, ni medió entre los reyes y los pobres. Su lugar fue siempre al lado de los segundos.
Pero este hombre ha sido olvidado. Para muchos que se dicen llamar cristianos, su función es ir a las iglesias, romperse los pechos rezando, alzar las manos al orar el Padre Nuestro y dejar una limosna a los curas. Allí empieza y termina su función cristiana. Si usted se le acerca a algunos de ellos y los invita a solidarse con el calvario de los pobres o a protestar contra la inmensa corrupción reinante, le contesta: «Yo no soy político», o sea, «Soy un oportunista que no me conviene inmiscuirme en los problemas ajenos». «Me limito a rezar en la iglesia o en mi casa». «Que la gente resuelva sus propios problemas. Yo vengo a pedirle a Dios que resuelva los míos».
Esta conducta es promovida por la jerarquía eclesiástica, la que, al menos en nuestro país, no sale de palacio, se jacta de ser mediador entre el poder y la población; se les olvidó los votos de pobreza; la denuncia de la corrupción e impunidad gubernamental es un tema que esconden en los libros sagrados; enfrentar la injusticia la borraron de sus agenda; en fin, son sordos y mudos ante los escándalos que tienen a la población, no sólo en un estado de angustia y zozobra permanente, sino viviendo en condiciones cada vez más precarias. Para todos estos «cristianos», desde la jerarquía para abajo, Jesús no existió. En sus homilías nos piden que nos olvidemos de él. Que borremos la segunda parte del primer mandamiento y nos entreguemos a la vida fácil. Es muy cómodo pensar que con ir a la iglesia y rezar, ya cumplimos con Jesús. Algunos de estos «cristianos» protestarán por este escrito, ya que se ha marcado en sus profundidades que quien cuestiona la posición de la jerarquía, atenta contra Jesús.
Se trata de algo íntimo; algo que es competencia de nuestras propias conciencias. Sin duda, que tratar de imitar a ese hombre extraordinario es muy difícil. Lo que hizo la jerarquía eclesiástica panameña, comandada por José Domingo Ulloa de recibir 1,5 millones de dólares del PAN, una entidad hoy sometida a la justicia por utilizar dineros del pueblo para actos de corrupción y de no devolverlos al conocer que procedían de fuentes ilegitimas, es un ejemplo que un verdadero cristiano no puede imitar. Por su parte, lo primero que hizo el nuevo Cardenal Lacunza al pisar tierra istmeña fue exigir que a Martinelli Berrocal se le respete su presunción de inocencia, cuando jamás convocó a los católicos a orar para que ese delincuente no siguiera devastando el dinero de los panameños. «Poderoso caballero es don dinero». La jerarquía apoyó en todo a Martinelli Berrocal, hoy prófugo de la justicia por haber robado más de 4 mil millones de dólares de las cocinas de los panameños, a razón de un millón por persona, lo ha provocado en deterioro considerable en el nivel de vida de la población.
El silencio cómplice de la jerarquía eclesiástica ante los abusos de poder se desnuda mejor en los países pequeños como el nuestro en donde todos conocemos a todos. Pueda ser que esta denuncia le llegue al Papa, quien está haciendo un esfuerzo por encaminar a la Iglesia por los ejemplos que no legó Jesús.
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