En la noche del pasado 9 de enero, en Alemania, fueron quemados automóviles usados por el Estado para la deportación de personas migrantes en la ciudad de Braunschweig, al norte del país. Esta era ya la segunda quema del año, luego que el 1 de enero fueran incinerados diez vehículos del ejército en la ciudad de Leipzieg; estas acciones, que hasta el momento han pasado desapercibidas por el público internacional, se suman a una larga tradición de quema de coches oficiales en ese país.
En la última década han sido diversos los actos similares: seis carros policiales quemados en Hamburgo en el 2017, en lo que algunos investigadores policiales asociaban con las protestas que se llevaron a cabo ese año contra el G20; ocho vehículos del ejército quemados en marzo de 2016 en Leipzig, luego que el 1 de enero del mismo año también se quemaran la misma cantidad de transportes oficiales en esa ciudad. En septiembre del 2015 fue incendiado un carro de la policía en Frankfurt en medio de una protesta contra el Banco Central Europeo… y así se podrían seguir describiendo distintos ataques contra vehículos oficiales que de tanto en tanto terminaron volviéndose cotidianos en los medios de comunicación.
Sin embargo, quizás el ataque más recordado se hizo en abril del 2009 dentro de una escuela de oficiales en Dresde; allí fueron destruidos 30 automóviles, autobuses y camiones, en daños calculados por encima de los tres millones de euros, en lo que fue reivindicado como una acción contra la presencia del ejército alemán en el territorio afgano. Aunque la participación de ese país no es tan conocida como la estadounidense, para ese año mantenía más de cuatro mil soldados en terreno; de hecho, algunos de sus mandos fueron responsables en septiembre del 2009 de ordenar un bombardeo militar en Kabul que le costó la vida a 90 personas sin distinguir entre combatientes y civiles.
En una carta reivindicando la autoría, de la quema de esos vehículos en Dresde, se lee la lógica tras la cual se hizo el ataque: “Tenemos que privar a las guerras de su base material. Por tanto, las medidas de desarme responsable están a la orden del día. Para inutilizar el equipo militar inhumano, simplemente le prendimos fuego… ¡Si no te desarmas, lo haremos! Nunca más la guerra, nunca más el fascismo ”.
Por esta ocupación militar no solo fueron dirigidos ataques a vehículos militares: decenas de vehículos de la empresa de logística y mensajería DHL fueron incinerados con la argumentación que esta empresa se encarga del transporte de equipos militares hacia Afganistán. Hechos ocurridos en Drensteinfurt, Berlín, Luneburgo y Hamburgo habrían causado a esa empresa pérdidas alrededor del millón de euros, que en algunos casos fueron reivindicadas en cartas firmadas por el grupo “Filatelistas pacíficos y activistas antimilitaristas”.
De los ataques que se habían dado también años atrás, fueron durante ese 2009 condenados tres activistas antimilitaristas, quienes al momento de saber su condena preguntaban públicamente: “Cuántas mortajas con soldados, hombres y mujeres, deben ser devueltas a Alemania para que tod@s lo entendamos: ¡Las tropas alemanas deben salir de Afganistán! ¿Porqué no son suficientes las ya numerosas muertes afganas?”. Seguido a esto se preguntan ¿Qué resistencia es posible contra la guerra?, respondiendo seguidamente así:
Es legítima toda resistencia cuyo objetivo es acometer contra el aparato militar, contra la violencia de la guerra y su rentabilización, para impedir la ocupación de un país, el asesinato de civiles y la destrucción de los fundamentos de la vida de un pueblo. El sabotaje es parte de ese derecho a la resistencia y debe, en el mejor de los casos, consolidar la prevención de males mayores como son las guerras.
Actualmente se mantienen en Afganistán cerca de 1.100 soldados alemanes, de los 16.000 soldados de 38 países, en el plan de la OTAN, apoyando y asesorando al gobierno afgano en su conflicto frente a los talibanes. El gobierno alemán había anunciado el retiro de sus tropas para el mes de marzo, pero justo esta semana el Ministro de Relaciones Exteriores afirmó que “el proceso de paz no estará completo para el final de marzo”, lo que se sobreentiende como una extensión adicional de la permanencia de ese ejército en el territorio asiático.
Aunque podría mantenerse la idea del sabotaje como protesta ante la guerra, este también ha sido reivindicado frente a las políticas en contra de la migración que mantiene el gobierno alemán y en general los países europeos. Tras el ataque a los autos usados para deportación de migrantes, y con el cual abrimos la nota, el grupo que reivindicó la acción en una publicación explicó que: “Nuestras acciones militantes son un aporte práctico para obstaculizar efectivamente los procesos en el inhumano sistema de deportación (de migrantes)”.
Sea la justificación que fuera, ya es una realidad que por más de una década se ha construido la quema de vehículos como una tradición de protesta, la cual es varias veces reclamada como una lucha antimilitarista y de solidaridad con las víctimas de las políticas del Estado Alemán, dentro y fuera de su territorio.