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La tragedia griega

Fuentes: Rebelión

Tragedia es un concepto creado por el pueblo griego para expresar el dilema moral y político de la elección entre dos males. Sirve para interpretar la actitud del pueblo griego y el Gobierno de Syriza en las últimas semanas de negociaciones con las instituciones europeas y explicar el significado del referéndum y el posterior acuerdo […]

Tragedia es un concepto creado por el pueblo griego para expresar el dilema moral y político de la elección entre dos males. Sirve para interpretar la actitud del pueblo griego y el Gobierno de Syriza en las últimas semanas de negociaciones con las instituciones europeas y explicar el significado del referéndum y el posterior acuerdo suscrito.

A diferencia de la comedia, en la tragedia no hay oportunidad de elegir entre el bien y el mal. Cualquier elección posible tiene consecuencias negativas, aunque unas más graves que otras. No obstante, no se trata de admitir un completo fatalismo, ni acatar el imperio absoluto del poder (o los dioses) que impone un destino fatídico o totalmente destructivo. Por el contrario, en una situación trágica existe cierta capacidad de elección: rechazo al mal mayor y asunción del mal menor.

La propia tradición popular nos dice que ante dos opciones, una mala y otra peor, lo mejor es elegir la menos mala. Es problemática porque conlleva sufrimientos y desventajas, el daño que genera es motivo legítimo de queja. Pero la elección de la opción peor conllevaría más destrucción moral, política o física. En términos comparativos, la decisión trágica es clara: admitir cierto retroceso para evitar una derrota absoluta. El sentido trágico de la vida nos enseña, frente al fatalismo y la rendición total, que ante el daño impuesto la cuestión es salvar posibilidades y mecanismos para construir un nuevo punto de partida que permita reiniciar el avance hacia el bien. Tragedia y estrategia (otra palabra griega) se convierten en conceptos explicativos fundamentales. Repasemos los hechos fundamentales.

El acuerdo impuesto (el diktat) por las instituciones europeas al pueblo griego, y asumido por el gobierno de Syriza y la mayoría parlamentaria, es regresivo e injusto. Descarga sobre la sociedad griega la prolongación y la ampliación del sufrimiento popular y refuerza la subordinación política y la dependencia económica y, lo que es peor, sin garantías de recuperación a medio plazo. Las principales medidas antisociales son: recorte del sistema de pensiones, mayoritariamente bajo -en torno al 60% de la media española- , reducción de los derechos laborales -despidos y convenios colectivos- para dejar más indefensas a las clases trabajadores frente al poder empresarial, subida del IVA de artículos de más necesidad y en zonas deprimidas (islas lejanas), privatización de los principales activos del sector público empresarial (energía, ferrocarriles, puertos y aeropuertos…) como fondo de garantía para el pago de la deuda (25%), capitalizar a los bancos (50%) y el resto (25%) para inversiones productivas, con control griego y supervisión europea.

En todos estos aspectos la representación griega ha conseguido suavizar levemente los planes más duros de los representantes alemanes. No obstante, constituyen todo un plan de austeridad que, como la experiencia anterior indica, impone fuertes retrocesos sociales y económicos pero está abocada al fracaso en cuanto a garantía de crecimiento económico e, incluso, del objetivo explícito del pago de la deuda pública. Es similar al plan rechazado en el referéndum, más duro si cabe, y con la nueva imposición del fondo de privatización. La diferencia es que antes el rechazo gubernamental de las medidas estaba justificado también porque solo eran para salvar la coyuntura inmediata de proporcionar la liquidez necesaria de 7.000 millones, sin eliminar la probabilidad de más recortes a la hora de negociar el inmediato tercer rescate. Además, había que poner a prueba la voluntad de la mayoría social y el apoyo explícito al Gobierno de Syriza (sin llegar al 40% de representatividad). Ahora, tras la victoria del NO del referéndum, el marco de la negociación ha cambiado.

Por un lado, la amenaza de expulsión de Grecia del euro (Grexit) se convierte en chantaje inmediato. Las posibilidades de mayor destrucción económica por el ahogamiento financiero son reales. Los objetivos políticos para imponer la derrota y el desplazamiento del Ejecutivo de Tsipras y el sometimiento del movimiento popular griego pasan a primer plano.

Por otro lado, al establecer un plan de ‘rescate’ a medio plazo -tres años- el gobierno garantiza una mínima estabilidad financiera y económica, bajo supervisión europea, así como consigue el compromiso de reestructurar la deuda pública -sin quita- y dar vía libre al ya anunciado Plan Juncker de inversiones (35.000 millones) para estimular la economía productiva griega. Es una pequeña oportunidad, junto con la legitimidad de Syriza y la determinación de la mayoría social.

Además, es oportuna la idea de Tsipras de que ese designio del plan es injusto y ahora le toca aportar a la oligarquía griega. Es un reequilibrio interno necesario.

¿Qué opciones existían? Syriza y la mayoría de la ciudadanía griega (70%), razonablemente, están en contra de la salida del euro. La victoria del NO en el referéndum, a pesar del amedrentamiento y tergiversación del bloque del SI al plan de recortes y la extrema dureza de la nueva propuesta europea, no avalaba ese paso sino todo lo contrario: negociar en mejores condiciones para permanecer en el euro. Los resultados del 62% de apoyo popular han constituido un éxito político y democrático y la mayor legitimación del gobierno. Su conveniencia política y justificación democrática han sido claras. Era (casi) el último cartucho. El problema es que esa victoria política relativa ha sido insuficiente para desbloquear la fuerte determinación del poder establecido europeo, con todas las armas de estrangulación económica a su disposición. Dicho de otra manera. La sensibilidad democrática de las élites poderosas está bajo mínimos, ha quedado patente su extremada crueldad y autoritarismo, pero la dependencia y la fragilidad económica de Grecia es muy grande.

La salida voluntaria del euro no era la mejor opción, ni la menos mala. Sin una base industrial propia y con la necesidad de importar todo tipo de productos, incluido alimenticios o farmacéuticos, y con una gran deuda acumulada (en euros) y la debilidad fiscal y bancaria, la salida del euro podía provocar no solo un gran empeoramiento inmediato de las condiciones socioeconómicas de la población, sino imposibilitar su desarrollo, al menos, para toda una generación. Todo ello es responsabilidad de la incapacidad modernizadora de las élites económicas y políticas griegas, durante las décadas pasadas, pero es una realidad incuestionable. Además, una salida no pactada de euro, con impago de la deuda pública, acrecentaba el aislamiento internacional y la legitimidad del poder financiero e institucional para arrinconar al pueblo griego. No son asimilables otras experiencias históricas de otros países y épocas. Por tanto, no había condiciones políticas y económicas para hacer viable la salida del euro y la capacidad de amenaza por las consecuencias negativas para la eurozona (que ya había construido cortafuegos) tenían poca credibilidad. Ese sacrificio cierto no era razonable adoptarlo.

La determinación de la mayoría de un pueblo expresada en las urnas ha asestado un duro golpe a la credibilidad social del Consejo Europeo pero, de forma inmediata, esa expresión democrática ha sido incapaz de impedir las medidas de austeridad. Es más, la deslegitimación social y política de su propuesta regresiva y el desafío cívico y democrático que ha supuesto al poder liberal-conservador y sus colaboradores socialdemócratas, han acrecentado la determinación del bloque de poder representado por Merkel de taponar ese agujero de disidencia y resistencia. Ha tratado de neutralizar el instrumento institucional de la mayoría social griega e infringirle un castigo, suficientemente duro y claro, para frenar el descontento popular con la austeridad y la prepotencia de la nueva troika. Su objetivo también ha sido disciplinar a los socios algo remisos como Francia e Italia, asimilar a la socialdemocracia -evidente en el caso del SPD como alumno aventajado- y, sobre todo, impedir el desarrollo de las posibilidades de cambio político en España, como siguiente eslabón importante.

La mayoría del pueblo griego rechazó las duras condiciones exigidas por el Eurogrupo, a pesar de su campaña insidiosa y prepotente, la imposición del ‘corralito’ y la amenaza de colapso financiero. El referéndum ha sido un ejercicio democrático que ha soliviantado a las élites europeas, poco acostumbradas a tener en cuenta la voluntad popular frente a la austeridad. Ha permitido una mayor legitimidad del gobierno de Syriza y una mayor cohesión de la mayoría de la sociedad griega. Y ha hecho más difícil el cumplimiento del programa máximo del poder establecido comandado Merkel. Les ha irritado el no poder deslegitimar socialmente a Syriza y forzar su recambio en el poder institucional. Pero vuelven a intentarlo, y en condiciones de repliegue son fundamentales la lucidez y la cohesión social y política.

La peor opción para el pueblo griego era rendirse y dejarse arrastrar fuera del euro, sometiéndose a una reestructuración económica implacable y un aislamiento político total. Para la mayoría social queda un futuro duro e injusto. Frente a los voceros del establishment ni siquiera está garantizada la superación a medio plazo de la subordinación y la dependencia económica. El bloque de poder liberal conservador está imponiendo un diseño de gestión de la crisis autoritario y antisocial. La Europa alemana esconde la prepotencia y la voracidad de los poderosos respecto de las capas populares.

La alternativa emancipadora es la derrota de la austeridad, el desplazamiento de las derechas, la defensa de los derechos sociales y laborales y el reequilibrio institucional hacia las fuerzas alternativas y de izquierda. El horizonte es una Europa más social, democrática, solidaria e integrada. Las fuerzas progresistas europeas, particularmente del sur, tenemos una deuda con el pueblo griego y su gobierno. Las élites poderosas han escarmentado en su cabeza la venganza por la indignación y la resistencia que en distintos países se ha generado contra la austeridad y por la democracia. Particularmente, tratan de atemorizar al pueblo español sobre las expectativas de un gobierno de progreso donde Podemos y la dinámica de unidad popular tenga un peso o influencia significativo. España, sin tanta fragilidad económica y con un mayor peso social y político, supone un problema mucho más grave que Grecia para el bloque encabezado por Merkel. Junto con Rajoy, uno de los más duros contra Syriza y el pueblo griego, han demostrado su crueldad antipopular y su determinación en bloquear las expectativas de cambio político.

La pugna por los derechos sociales y la democracia va en serio. Es imprescindible la activación democrática de las capas populares del sur de Europa. Dentro de lo malo es mejor el acompañamiento y la solidaridad de los pueblos, también del griego, con un futuro incierto pero con una voluntad unitaria. No se podrán evitar situaciones trágicas y complejas, es necesario el realismo y la estrategia. Pero la opción transformadora también está definida por la cultura clásica griega: ética (igualdad, libertad, justicia), democracia (frente al autoritarismo de las oligarquías), razón (argumentos y convicciones) y épica (resistencia de los débiles frente a los poderosos). Todo ello construyendo un demos europeo solidario.

Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

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