La Cumbre europea desarrollada durante los dos últimos días en Bruselas ha evidenciado, una vez más, que la Unión Europea no está dispuesta a asumir ni en público ni en privado las verdaderas causas de su crisis, y que prefiere continuar con una huida hacia adelante que a medio plazo sólo puede traer un bloqueo […]
La Cumbre europea desarrollada durante los dos últimos días en Bruselas ha evidenciado, una vez más, que la Unión Europea no está dispuesta a asumir ni en público ni en privado las verdaderas causas de su crisis, y que prefiere continuar con una huida hacia adelante que a medio plazo sólo puede traer un bloqueo político aún mayor del continente. Mientras Sarkozy calificaba el «no» del referéndum irlandés como un «incidente», los mandatarios de los 27 estados de la UE celebraban al unísono la ratificación del Tratado de Lisboa por parte de los lores británicos, a pesar de que la ratificación en Gran Bretaña sigue pendiente de una resolución judicial, al igual que en el caso de la República Checa. Es decir, la UE hace oídos sordos a la única parte de su ciudadanía que ha podido expresar su opinión libremente mientras celebra el derecho a veto ejercido por una de sus decrépitas élites políticas.
De ese modo, la reunión de Bruselas sólo ha servido para retrasar las decisiones hasta una nueva reunión a la vuelta del verano. Signo evidente de que, a falta de una agenda clara, la Cumbre ha sido un doloroso pero vulgar trámite es que dentro de las resoluciones adoptadas destacan el levantamiento condicionado de las sanciones a Cuba y la amenaza de nuevas sanciones contra Zimbabwue. Cuestiones evidentemente menores cuando la propia estructuración europea está en situación crítica. En el caso de Cuba el paternalismo y la hipocresía de los políticos europeos alcanza cuotas inaceptables, al subrayar que «la UE reitera el derecho de los ciudadanos cubanos a decidir con total independencia acerca de su futuro». Toda una declaración de intenciones, precisamente cuando la UE ha demostrado su incapacidad para hacer lo propio.
En definitiva, la Unión Europea hace trampas al solitario cuando niega a sus ciudadanos la voz, el voto e incluso el valor de sus votos. No se puede construir una entidad política contra la voluntad de sus habitantes. Pero, además, también hace trampas respecto a su papel como garante a nivel internacional de los valores de la democracia y el respeto a los derechos humanos.