«¿Qué pasó con el imperialismo?» Fue esta la interrogante que en el año 1990 se planteara el destacado economista hindú Prabhat Patnaik en un artículo homónimo. Así, el autor, de filiación marxista, cuestionaba, ¿es que no existe más?, ¿es que se trata ya de un «evidente anacronismo»? Ciertamente el contexto no podía ser […]
«¿Qué pasó con el imperialismo?»
Fue esta la interrogante que en el año 1990 se planteara el destacado economista hindú Prabhat Patnaik en un artículo homónimo. Así, el autor, de filiación marxista, cuestionaba, ¿es que no existe más?, ¿es que se trata ya de un «evidente anacronismo»? Ciertamente el contexto no podía ser más propicio para el intento de defender esta tesis que negaba, o en el mejor de los casos soslayaba la teoría marxista leninista al respecto: el sistema socialista se encontraba en la recta final de su (auto)destrucción, en consecuencia la Guerra Fría llegaba a su final, y con ello, el supuesto «fin de la historia» de las ideologías, porque solo quedaba, triunfante, la democracia liberal, tal y como afirmara pomposamente desde un marcado «imperialismocentrismo» el entonces funcionario del Departamento de Estado de EEUU, Francis Fukuyama.
Y es que, apuntaba el propio Patnaik, no aparecía en aquel momento «ninguna reflexión seria y convincente» alrededor del concepto de imperialismo, ni desde la derecha ni desde la izquierda, esta última mayoritariamente sumida en la gran confusión teórica e ideológica que legara el derrumbe del socialismo europeo. Sin embargo, agregaba el autor, contrario a lo que podía parecer a simple vista, el imperialismo gozaba de buena salud. Contexto en el que, de acuerdo con el politólogo A. Borón, «Lo mismo ocurrió con la palabra «dependencia», (…) en la época en que en nuestros países la dependencia externa llegaba a extremos humillantes. Quien pronunciaba estas palabras -entiéndase imperialismo y dependencia- era rápidamente sindicado como un nostálgico incurable o como un fanático empecinado en cerrar los ojos ante las evidentes transformaciones que habían ocurrido en los últimos años. Ningún intelectual, político o dirigente «bienpensante» podía incurrir en tamaña aberración en el capitalismo neoliberal sin convertirse en el hazmerreír de la aldea global»i.
Incongruencia de envergadura que de acuerdo al propio Borón, «…Era un síntoma de dos cosas, (…) del irresistible ascenso del neoliberalismo como ideología de la globalización capitalista en las últimas dos décadas del siglo pasado y (…) de las notables transformaciones acaecidas a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, que ponían en cuestión algunas de las premisas mismas de las teorías clásicas del imperialismo formuladas en las dos primeras décadas del siglo por Hobson, Hilferding, Lenin, Bujarin y Rosa Luxemburgo». (Ibid)
Transformaciones sustanciales que han tenido una amplia y contradictoria repercusión en el debate del pensamiento y la praxis política, pero que, en esencia a pesar de su innegable impacto no condujeron ni lo harán nunca a la desaparición de éste. Y es que, como afirma Borón, «Así como los años no convierten al joven Adam Smith en el viejo Karl Marx, ni la identidad de un sujeto se esfuma por el solo paso del tiempo, las mutaciones experimentadas por el imperialismo ni remotamente dieron lugar a la construcción de una economía internacional no-imperialista (…), existe una continuidad fundamental entre la supuestamente «nueva» lógica global del imperio -sus actores fundamentales, sus instituciones, normas, reglas y procedimientos- y la que existía en la fase presuntamente difunta del imperialismo». (Ibid)
Más allá de ciertas modificaciones en su morfología, los actores estratégicos de ambos períodos son países metropolitanos; las instituciones que ordenan los flujos económicos y políticos internacionales siguen siendo las que signaron ominosamente la fase imperialista que algunos ya dan por terminada, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y otras por el estilo; y las reglas del juego del sistema internacional son las que dictan principalmente EEUU y el neoliberalismo global. (…) Por su diseño, propósito y funciones estas reglas del juego no hacen otra cosa que reproducir y perpetuar la vieja estructura» (Ibid). Solo que obviamente, su constante readecuación lleva a una relectura y aplicación creadora de los principales postulados de la teoría marxista leninista al respecto, que no significa su negación, pues, si «…el imperialismo ha cambiado, y en algunos aspectos el cambio ha sido muy importante, (…), no se ha transformado en su contrario, como nos propone la mistificación neoliberal (…). Sigue existiendo y oprimiendo a pueblos y naciones, y sembrando a su paso dolor, destrucción y muerte». (Ibid)
¿Imperialista la UE?
Hasta el momento, la definición clásica más completa acerca del imperialismo con la que cuenta el pensamiento y la praxis política marxista es la ofrecida por V. I. Lenin en su célebre ensayo, «El imperialismo, fase superior del capitalismo»ii. Perspectiva según la cual, éste constituye un determinado estado de desarrollo del sistema caracterizado por varios rasgos cardinales: la dominación creciente de los monopolios, imbricados con un capital financiero que se fortalece a igual ritmo, creando con ello una potente oligarquía que exige, con una «importancia de primer orden» que llega a ser vital, la posibilidad de perpetuar la exportación del capital; imposible a su vez sin un reparto geoestratégico del mundo en «esferas de influencia» por parte de las principales potencias, lo que en su versión mas actualizada demanda, también de forma consustancial, el reposicionamiento constante en éstas. Procesos que, de acuerdo con el propio Lenin, «…En el aspecto político representa en general, una «tendencia a la violencia y a la reacción», y que convierten al capitalismo «…en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países «avanzados»». (Ibid)
Una fase de desarrollo si bien ha adquirido nuevos rasgos, dada las condiciones histórico-concretas en las que hoy se desarrolla, lejos de mermar en su dinámica no ha hecho sino fortalecerse aceleradamente en el contexto del conocido proceso de globalización, el que en su versión neoliberal, tal y como explica Atilio Borón, potenció la capacidad de un «…puñado de naciones del capitalismo desarrollado para controlar, al menos parcialmente, los procesos productivos a escala mundial, el financiamiento de la economía internacional y la creciente circulación de mercancías y servicios», mientras que una parte mayoritaria de países «vio profundizar su dependencia externa y ensanchar hasta niveles escandalosos el hiato que los separaba de las metrópolis»; todo lo cual, «…consolidó la dominación imperialista y profundizó la sumisión de los capitalismos periféricos, cada vez más incapaces de ejercer un mínimo de control sobre sus procesos económicos domésticos». (Borón A.:Opus Cit.)
¿Son atribuibles a los Estados miembros de la Unión Europea (UE) estos rasgos de esencia que cualifican al imperialismo? Si se toma en consideración que a decir de su autor, en la «definición lo más breve posible», éste no es otra cosa que «la fase monopólica del capitalismo», la respuesta es sí, solo que matizada. Dada su condición de bloque que aglutina a 27 países capitalistas desarrollados, la UE parece cumplir rigurosamente con la tesis leninista, solo que con diferencias en cuanto al peso geopolítico de los monopolios en cada uno de los Estados miembros, tomando en consideración los desniveles de desarrollo presentes entre ellos. Un peso que además tiende a deslindarse de las economías nacionales -sobre todo de las más débiles y dependientes- como resultado de los procesos de trasnacionalización que como rasgo distintivo acompañan hoy a la globalización financiera, comercial y económica en general.
Así, a pesar de las mencionadas diferencias -en algunos casos notables-, los 27 Estados que conforman la Unión Europea son reconocidos como de «Desarrollo Humano Alto», según la clasificación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) al respecto, y componen a su vez una de las agrupaciones de mayor poder económico del mundo, la de «Países de ingresos altos miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo» (OCDE). Mientras, cuatro de estos Estados son partes de otra alineación de ese tipo, el «Club de los ricos entre los ricos», el «Grupo de los 8», así como del controvertido «Grupo de los 20» (G20), en consecuencia despliegan un poder relevante en la toma de decisiones del bloque.
El propio bloque constituye precisamente el integrante número 20 del G20 -representado por el Presidente en ejercicio del Consejo y por el Banco Central Europeo-, a la vez que España y Países Bajos asisten como invitadas. Francia y el Reino Unido repiten además su membresía en el selecto círculo que conforma el obsoleto y profundamente antidemocrático Consejo de Seguridad permanente de las Naciones Unidas.
Pero, más allá de que los Estados miembros de la Unión Europea se encuentren en la fase imperialista de desarrollo del capitalismo, cualificando al bloque, éste constituye sujeto y actor reconocido en el escenario internacional cuya proyección, lejos de abandonar las pretensiones imperiales que durante siglos guiaron sus relaciones con un mundo al que concibieron solo como reservorio, no han hecho sino fortalecerlas, solo que encubiertas bajo falsos, edulcorantes y demagógicos ropajes que mucho recuerdan a los nefastos cantos de sirena de la mítica Odisea.
¿Una estrategia imperialista?… más allá del análisis, hechos constatados
Así, el liderazgo comunitario europeo mira hacia el «Sur geopolítico» con una mirada estratégica que solo busca su consolidación y/o reposicionamiento como bloque de poder imperialista. Una realidad rigurosamente demostrada desde la perspectiva teórica del marxismo leninismo, y verificada en la praxis, dígase la fuente del saber, el estímulo fundamental y el objetivo final del conocimiento, el lugar donde éste confirma su validez y se despliega; en consecuencia, su criterio de veracidad.
Entre las tendencias que constatan esta afirmación, pudiera mencionarse el carácter profundamente reactivo de la estrategia de acercamiento del bloque europeo hacia el «Sur», como repuesta tanto a factores internos relacionados con la propia lógica de desarrollo de los actores interventores, en especial, la parte europea que siempre «sirve la mesa»; como a factores exógenos, externos a éstos, pero también de mucho peso, entiéndase la dinámica de relaciones económicas -y sobre todo comerciales, financieras-, políticas, etc. en que ella se desarrolla. Dentro de estos últimos son destacables en la actualidad: las pretensiones de poder hegemónico mundial mantenidas hasta el momento por EEUU; el creciente activismo de otros actores en regiones de interés estratégico para el bloque, en especial el de China, pero también el de Rusia; el eventual fracaso de las negociaciones promovidas por la Organización Mundial de Comercio, la «Ronda de Doha»; el impacto de la crisis económica global y la preocupante situación que presentan los recursos energéticos a nivel internacional.
Mientras, los hechos resultan concluyentes, basten algunos ejemplos.
¿Cómo interpretar sino, que fuese precisamente en la década del 70 cuando la Unión Europea haya decidido institucionalizar a gran escala sus relaciones con sus ex colonias en todo el mundo, creando para ello el Grupo África, Caribe, Pacífico? Recuérdese que entonces el planeta se enfrentaba a una aguda crisis, con significativos impactos a escala global y en consecuencia en los propios Estados del bloque, ¿no fue esta acción una maniobra estratégica para asegurar posiciones?
¿Cómo comprender cabalmente que fuese justamente en la década de los 90 que la Unión Europea haya iniciado mayor acercamiento hacia América Latina, si no se toman en consideración las extraordinarias transformaciones que desde fines de los 80 venían produciéndose en la geopolítica mundial, y la necesidad de un reposicionamiento estratégico de los grandes poderes imperiales?
¿Cómo explicar que en el 2006 la UE haya lanzado una muy agresiva «Estrategia de Competitividad» basada en una muy discutible y verdaderamente falaz libertad comercial con todos sus «socios», sino se analiza la situación interna del bloque y la urgente necesidad de elevar los niveles de crecimiento y empleo para evitar el ahora muy evidente descontento social de sus pobladores? De hacerlo desde esta perspectiva, resulta evidente que se trata no más que de una estrategia imperialista de reposicionamiento.
¿Cómo entender con toda claridad la urgencia de la UE en impulsar los «Acuerdos de Asociación Económica» dígase Tratados de Libre Comercio con todas las regiones, subregiones y naciones específicas del «Sur geopolítico» sino se conoce la amenaza que supone para sus intereses imperiales el hasta ahora descalabro de la Ronda de negociaciones multilaterales de Doha?
¿Cómo explicar el «Plan de Actuación de la Unión Europea en pro de la seguridad y la solidaridad en el sector de la energía», aprobado en noviembre del 2008 en el contexto de la «Segunda Revisión Estratégica» de dicho sector, que proyecta el establecimiento de fuertes vínculos con las principales Estados y regiones productores o con las mayores reservas energéticas de todo el mundo, sino se parte de la vulnerabilidad que en esta esfera presenta el bloque?
¿Cómo interpretar el papel de acompañamiento de la Unión Europea a EEUU en sus escalada de agresiones en el norte de África y en el Medio Oriente?, ¿su incentivo a la desestabilización en las eufemísticamente llamadas «primaveras árabes?, ¿su papel en la horrenda e injustificada agresión a Libia?, ¿sus sanciones a Irán?, ¿su nefasta actuación contra Siria?, ¿son causales estos actos o responden a los intentos de recolonizar y mantener la dominación sobre los valiosos y casi incalculables recursos naturales estratégicos de estas regiones?
¿Cómo justificar el silencio del liderazgo del bloque, dígase Consejo, Comisión y Parlamento Europeo, así como de la Alta representante para la Política Exterior, Catherine Ashton, ante la ofensiva agresión de varios Estados miembros al Presidente Evo Morales?, ¿habría sucedido lo mismo de tratarse de Barack Obama?, ¿no son acaso acciones propias de una vocación imperial de dichos Estados contra uno de los países más saqueados en la época colonial, y el primer presidente indígena de una América Latina que hoy se resiste cada vez más a ser tratado como patio trasero de ningún Imperio trasnochado?
¿Imperialista la UE? Seguramente ni su propio liderazgo se atreve a dudarlo, aunque mucho se empeñe en hacerlo, solo que son muy pocos a los que todavía pueden confundir…
Finalmente…
¿Por qué este análisis?, ¿por qué resulta de importancia estratégica para el pensamiento y la praxis revolucionaria de todo el mundo demostrar el carácter imperialista del bloque europeo y de su interesada mirada hacia el «Sur»?
La respuesta pudiera sintetizarse en esta idea de Martí, «El Norte ha sido injusto y codicioso…En el Norte no hay amparo ni raíz. En el Norte se agravan los problemas y no existen la caridad y el patriotismo que los pueda resolver. El Norte se cierra y está lleno de odios. Del Norte hay que ir saliendo…Esa es nuestra prisa. En política hay que prever. El genio está en prever»».
La Habana, octubre de 2013
«Año 55 de la Revolución»
i Borón A. «Hegemonía e imperialismo en el sistema internacional». En Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales – CCC, 2004. Sitio WEB: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar
ii Lenin, V. I. «El imperialismo, fase superior del capitalismo». Véase versión digital. Sitio WEB: www.laeditorialvirtual.com.ar