El nacionalismo político y romántico
La sociedad panameña ha estado marcada durante parte del siglo XIX y todo el siglo XX por la presencia neocolonial de EE.UU., la presencia afroantillana, la extranjerización del espacio y la ruta de tránsito. Estos hechosgeneraron un nacionalismo político en función de alcanzar la soberanía del país y recuperar los territorios canaleros. También, un nacionalismo cultural romántico, como diría Pulido Ritter (2017), en función de construir la identidad nacional. Es decir, determinar “la manera y la forma de estar y ser de los panameños en el mundo”.
En Panamá el nacionalismo cultural romántico se contrapuso a la presencia afroantillana y a la extranjerización del espacio. Mientras que el nacionalismo político propuso una empresa de liberación nacional (1943-1977). Ambas formas de nacionalismo forjaron una narrativa de identidad nacional. Sin embargo, el nacionalismo romántico implica un proceso de exclusión y destilación de todo lo Otro que no es considerado panameño. Ese proceso se sostiene sobre un pasado romántico, que en la mayoría de las veces, es recreado por la fantasía de los literatos y por la narrativa de los historiadores.
Ambas formas de nacionalismo (el cultural y el político) pueden ser, para Pulido Ritter (2017), “una forma extrema de representarse la nacionalidad de un país”. Principalmente el cultural romántico. Lo extremo en este autor es el contenido (chauvinismo y xenofobia) propiamente de todo nacionalismo. En contraste, para otros autores, como Humberto Ricord (1991), el nacionalismo “es una adhesión militante a los elementos de la nacionalidad, en contra de otros elementos económicos, políticos y culturales, que como factores extranjeros rivalizan con lo nacional”. Lo extremo (chauvinismo y xenofobia), en Ricord, no forma parte del contenido nacionalista, sino una deformación del nacionalismo.
Sin embargo, el objetivo propuesto -en este ensayo- no es determinar qué autor tiene la razón en cuanto qué es el nacionalismo ni su lado extremo, como tampoco valorar la importancia (o no) del nacionalismo en el acontecer nacional o justificar éste, sino analizar el rol de la Universidad de Panamá en la construcción de la identidad nacional.
La identidad nacional
A mediados del siglo XIX y durante buena parte de la primera mitad del siglo XX, distintos autores del istmo construyeron la identidad nacional. Primero sobre elementos como el territorio, la naturaleza y el acta de nacimiento. Luego por la religión, la raza, las tradiciones, la lengua, la agricultura y utilizaron las ficciones literarias como medio para reproducir dicha narrativa de lo panameño. Entre éstos los más destacados fueron Mariano Arosemena y Justo Arosemena (siglo XIX) y posteriormente Juan B. Sosa, Enrique Arce, Belisario Porras, Diego Domínguez Caballero y Octavio Méndez Pereira (siglo XX). Esta narrativa o ideario romántico, a decir de Pulido Ritter, se consolidó con la fundación de la Academia Panameña de la Lengua (1926), a lo cual fue y es parte.
Dicha narrativa fue racista, xenofóbica e incluso en algunos autores era antimoderna. Esto lo vemos en las obras de los distintos autores de la época. Para señalar un ejemplo tenemos el ensayo de Olmedo Alfaro, titulado Del Gran Peligro Antillano, que decía lo siguiente: “tenemos una civilización latina seriamente amenazada a menos que nuestros dirigentes tomen las medidas necesarias para contrarrestar el establecimiento de un poderoso núcleo de una raza extraña”. Esa raza extraña eran los obreros negros afroantillanos que había recién terminado la construcción del Canal de Panamá. Tres elementos de exclusión podemos encontrar entrelazados en dicho ensayo: la raza, la etnia y la clase.
Pero esta narrativa -racista y xenofóbica- tomó un giro con la fundación de la Universidad de Panamá. Particularmente desde los departamentos de Filosofía e Historia. Desde estas trincheras los historiadores y filósofos de la década del cincuenta, estudiantes de Carlos Manuel Gasteazoro, cambian los tradicionales elementos con que se fundamentaba la identidad nacional por el archivo (la fuente histórica), la historia de las ideas y la esencia transhistórica del pueblo panameño. Esta fundamentación de la identidad nacional, a distinción de las dos anteriores, está intermediada por la metodología del análisis científico.
Su resultado fue una nueva narrativa histórica, bien construida, sustentada (por fuentes primarias) y articulada en un discurso filosófico. A partir de ella se abrió un camino para la solidificación de la identidad nacional, ahora de manera inclusiva (con sus contradicciones), pero en función del nacionalismo político desarrollado en la época (lograr la soberanía del territorio nacional). Sin embargo, esto no resolvió -ni en el pasado ni en el presente- los problemas de exclusión social. La desigualdad social, expresada en la falta de seguridad social e infraestructuras son indicadores que se acentúan en las comarcas indígenas y en los asentamientos de la etnia negra en la costa atlántica o en los barrios urbanos y periféricos de la ciudad de Panamá. Éstos en contraste con otras regiones del país donde se asientan otros grupos sociales.
Conclusión
Los historiadores y filósofos de la década del cincuenta de la Universidad de Panamá construyeron una narrativa -sobre nuevos elementos- necesaria para la liberación del territorio nacional. Parte de eso se logró en el Tratado Torrijos-Carter de 1977. Esa narrativa, inclusiva, dio lugar a la etnia negra dentro de lo considerado panameño. También es cierto que paralelo a lo planteado se llevaban las luchas propias y dirigidas por los grupos afro dentro y fuera del país. Lo concluyente es que la identidad nacional no ha dejado de ser un instrumento ideológico y es a la vez un espacio en permanente conflicto. El futuro de Panamá es incierto y está en construcción, al igual que su identidad, por ello es necesario reconocernos en el pasado para planificar de acuerdo a lo que hoy consideramos justo y lograr las reparaciones que aún falten por alcanzar. Tal vez lo que urge a esta celebración del bicentenario es un giro decolonial a nuestros visores para la tarea sobre la marcha.
Mario Enrique De león, Sociólogo, Universidad de Panamá.