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Las elecciones ilegales en Honduras y la hipocresía de Washington

Fuentes: Rebelión

«¿Qué vamos a hacer?, ¿quedarnos sentados durante cuatro años y simplemente condenar el golpe?» -declaraciones de un alto oficial del Departamento de Estado en Washington ayer. Las verdaderas divisiones en América Latina -entre la justicia y la injusticia, democracia y dictadura, derechos humanos y derechos de corporaciones, poder popular y dominación imperial- nunca han sido […]

«¿Qué vamos a hacer?, ¿quedarnos sentados durante cuatro años y simplemente condenar el golpe?» -declaraciones de un alto oficial del Departamento de Estado en Washington ayer.

Las verdaderas divisiones en América Latina -entre la justicia y la injusticia, democracia y dictadura, derechos humanos y derechos de corporaciones, poder popular y dominación imperial- nunca han sido tan visibles como hoy. Los movimientos de los pueblos por toda la región para transformar sistemas corruptos y desiguales que han aislado y excluido a la mayoría de las naciones latinoamericanas, hoy están tomando con éxito el poder de forma democrática y construyendo nuevos modelos basados en la justicia económica y la justicia social. Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador están en la vanguardia de estos movimientos, mientras que otras naciones, como Uruguay y Argentina, se están moviendo a paso un poco más lento hacia el cambio.

Históricamente, la región ha estado plagada de una injerencia brutal de Estados Unidos, la cual ha buscado a toda costa dominar y controlar los recursos estratégicos y naturales de este territorio abundante. Con la excepción de la desafiante revolución cubana, Washington logró instalar regímenes títeres por toda América Latina a finales del siglo XX. Cuando Hugo Chávez ganó la presidencia en 1998 y la revolución bolivariana comenzó a florecer, el balance del poder y el control imperial sobre la región se debilitaban. Ocho años del gobierno de George W. Bush trajeron de nuevo los golpes de Estado a la región, en Venezuela en 2002 contra el Presidente Chávez y en Haití en 2004 contra el Presidente Aristide. El primero fue derrotado por una insurrección popular masiva del pueblo, y el segundo logró secuestrar y derrocar a un presidente que ya no convenía a los intereses de Washington.

A pesar de los esfuerzos de la administración de Bush para neutralizar la expansión de revolución en América Latina por medio de golpes, sabotajes económicos, guerra mediática, operaciones psicológicas, intervención electoral y un incremento en la presencia militar, naciones justo a la frontera estadounidense, como Honduras, El Salvador y Guatemala eligieron presidentes con tendencias izquierdistas. La integración latinoamericana se consolidó con UNASUR y ALBA, y las garras del poder de Washington comenzaron a desaparecer.

Henry Kissinger dijo en los años setenta: «si no podemos controlar a América Latina, ¿cómo vamos a dominar al mundo?». Esta visión imperialista está muy vigente hoy. La presencia de Obama en la Casa Blanca fue vista de forma errónea por muchos en la región como un señal de un final a la agresión estadounidense en el mundo, y especialmente aquí, en América Latina. Por lo menos, muchos pensaban que Obama disminuiría las crecientes tensiones con sus vecinos en el sur. Por cierto, el mismo, el nuevo presidente de Estados Unidos, hizo alusiones a tales cambios.

Pero ahora, la estrategia del «Smart Power» (poder inteligente) de la administración de Obama ha sido desenmascarada. Los abrazos, intercambios de manos, sonrisas, regalos y promesas de «no más intervención» y «una nueva era» realizadas por el Presidente Obama mismo ante los líderes de las naciones latinoamericanas durante la Cumbre de las Américas en Trinidad en abril pasado, se han convertido en cínicos gestos de hipocresía. Cuando Obama llegó al poder, la reputación de Washington estaba decayendo. Los intentos débiles de «cambiar» la relación Norte-Sur en las Américas han resultado en una situación peor, reafirmando que la visión de Kissinger sobre la importancia de controlar ésta región es una política de estado de Washington que no depende de ningún partido o jefe de estado.

El papel de Washington en el golpe en Honduras contra el Presidente Zelaya ha sido evidente desde el primer día. El financiamiento continua a los golpistas, la presencia militar del Pentágono en Soto Cano, las constantes reuniones entre funcionarios del Departamento de Estado y el embajador de EEUU en Honduras, Hugo Llorens, con los golpistas, y los intentos cínicos de forzar una «mediación» y «negociación» entre los golpistas y el gobierno legítimo de Honduras, son evidencias contundentes sobre las intenciones de Washington de consolidar esta nueva forma de «golpe inteligente». La insistencia pública inicial del gobierno de Obama sobre la legitimidad de Zelaya como presidente de Honduras rápidamente desapareció luego de las primeras semanas del golpe. Los llamados para la «restitución del órden democrático y constitucional» en Honduras fueron cambiadas por cuchicheos débiles repetidos por las voces monótonas de los voceros del Departamento de Estado.

La imposición del presidente de Costa Rica, Oscar Árias – una ficha de Washington – para «mediar» la «negociación» ordenada por Washington entre los golpistas y el Presidente Zelaya fue un circo. Del primer momento, era obvio que el Departamento de Estado estaba promoviendo una estrategia de «ganar tiempo» para consolidar el golpe en Honduras. La falta de sinceridad de Árias y su complicidad en el golpe fue evidente desde la misma mañana del violento secuestro y el exilio forzado de Zelaya. Altos funcionarios del Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA presentes en la base de Soto Cano, controlada por Washington, arreglaron el transporte de Zelaya a Costa Rica. Árias había ya expresado su disposición, de forma servil, para refugiar al presidente ilegamente exiliado y de no detener a los secuestradores que pilotearon el avión que -en violación del derecho internacional- llegó al territorio costarricense.

Hoy, Óscar Arias ha hecho un llamado a todas las naciones del mundo para «reconocer» a las elecciones ilegales e ilegítimas que están tomando lugar en Honduras. ¿Por qué no?, ha dicho Árias, si no hay fraude o irregularidades, ¿por qué no reconocer a un nuevo presidente? El Departamento de Estado y hasta el propio presidente Obama han dicho lo mismo y están llamando -presionando – a sus aliados de reconocer a un nuevo régimen en Honduras, elegido bajo una dictadura. El fraude y las irregularidades ya están presentes, considerando que hoy, ninguna democracia existe en Honduras que permitiría las condiciones adecuadas para un proceso electoral. Y el Departamento de Estado admitió hace dos semanas que están financiando activamente el proceso electoral y las campañas electorales en Honduras desde hace tiempo. Y los «observadores internacionales» enviados para dar credibilidad al proceso ilegal en Honduras son todas agencias y agentes del imperio. El Instituto Republicano Internacional (IRI), y el Instituto Demócrata Nacional (NDI), dos agencias creadas para filtrar el financiamiento de la USAID y la NED a partidos políticos en el exterior para promover la agenda estadounidense, no solamente financiaron a los grupos involucrados en el golpe de estado en Honduras sino ahora están «observando» las elecciones. Grupos terroristas como UnoAmerica, dirigido por el golpista venezolano Alejando Peña Esclusa, también han enviado «observadores» a Honduras. Y el terrorista criminal miamero-cubano Adolfo Franco, antiguo director de la USAID, es otro «pesado» en la lista de los observadores electorales hoy en Honduras.

Pero la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Centro Carter, que no son entidades «izquierdistas», han condenado al proceso electoral en Honduras como ilegítimo y rechazaron enviar observadores. Lo mismo lo han hecho las Naciones Unidas y la Unión Europea, tanto como la UNASUR y el ALBA.

Washington está sólo, junto a sus regímenes títeres en Colombia, Panamá, Perú, Costa Rica e Israel, como las únicas naciones que públicamente han indicado su reconocimiento del proceso electoral en Honduras. Un alto funcionario del Departamento de Estado declaró ayer al Washington Post: «¿Qué vamos a hacer, quedarnos sentados durante cuatro años y simplemente condenar al golpe?». Bueno, Washington se ha quedado sentado durante 50 años rechazando reconocer al gobierno cubano. Pero eso es porque el gobierno de Cuba no le conviene a Washington. Y el régimen dictatorial en Honduras sí le conviene.

El movimiento de resistencia en Honduras está boicoteando las elecciones, llamando para la abstención masiva del proceso ilegal. Las calles de Honduras han sido tomadas por miles de militares, bajo el control del Pentágono. Con armas avanzadas de Israel, el régimen golpista está preparado para reprimir y brutalizar de forma masiva a los que resisten el proceso electoral. Debemos mantener nuestra vigilancia y solidaridad con el pueblo de Honduras frente al peligro inmenso que lo rodea. Las elecciones de hoy en Honduras constituyen un segundo golpe de estado contra el pueblo hondureño, esta vez abiertamente diseñado, promovido, financiado y apoyado por Washington. Sin importar el resultado de las elecciones, no habrá justicia para Honduras hasta que cese la injerencia imperial.