En una década de vida política, Nayib Bukele (ahora en el gobierno) ha gozado de gran popularidad y aceptación. Sin embargo, después de un año al frente del gobierno han comenzado a aparecer indicios de fisuras importantes en la empresa Bukele que amenazan la reproducción, a mediano y largo plazo, de la hegemonía cultural de la que hasta ahora goza el proyecto político y empresarial del mandatario salvadoreño.
La serie de artículos que llevan por título las fisuras del gobierno de Nayib Bukele tienen el propósito de rastrear tales indicios. Esta es la cuarta y última entrega.
Conclusiones
En los tres procesos que hemos revisado a lo largo de este texto, en las entregas anteriores, resalta un denominador común: la pérdida paulatina de apoyo y simpatías políticas de ciertas redes y círculos de intelectuales y sectores medios urbanos del país por parte del gobierno de Nayib Bukele. Se trata de pequeños grupos de población que en modo alguno resultan determinantes desde el estrecho punto de vista meramente numérico y electoral, pero cuyo peso político puede llegar a ser significativo para la reproducción a mediano y largo plazo de la hegemonía de la que dispone el gobierno actual de El Salvador.
En efecto, la administración de Nayib Bukele (y, por consiguiente, su instrumento político Nuevas Ideas) han perdido en este último año no solo la mayor parte del apoyo que le prestaron dirigentes progresistas (incluso de centro-izquierda) en los meses previos a los comicios de febrero de 2019, sino que también se han ganado la aversión, el rechazo y/o la oposición decidida de otros tantos círculos de intelectuales, profesionales y defensores de derechos humanos, algunos de los cuales apoyaron, en diferente grado y forma, el proyecto político del ahora mandatario y otros más que, aunque no llegaron a apoyar de forma pública a Bukele, si parecieron ver en este una “situación posibilitadora” de avanzar en el proceso de construcción democrática del país.
Es probable que el resultado de esta situación aún no se exprese del todo en los estudios de opinión pública (aunque la última encuesta del IUDOP a la que nos hemos referido refleja ya una caída tendencial en la popularidad del mandatario); sin embargo, la misma apunta indefectiblemente en una doble dirección: a) la potencialidad transformadora (en un sentido progresista) del proyecto Bukele se ha agotado; y b) la capacidad hegemónica del gobierno y de su proyecto político (esto es, su capacidad de dirección cultural de la vida societal del país en general) se ha puesto ya en aprietos, por lo menos en la perspectiva del mediano y largo plazo.
En efecto, no solo el que el gobierno se haya terminado decantando hasta ahora por una agenda más cercana al autoritarismo de derecha, sino también el hecho de que, después de un año de gestión, Bukele se haya peleado y haya roto políticamente con la única base social que eventualmente pudo haberle posibilitado promover cualquier mínima reforma progresista de carácter democrático, demuestra que Bukele y su círculo cercano no están interesados en construir e impulsar un proyecto mínimo de justicia y reforma social, como en algún momento pudo pensarse.
En el mismo sentido, el hecho de que el gobierno se haya granjeado la oposición decidida de los sectores a los que nos hemos referido también es un indicador de que la alta popularidad de Bukele y su proyecto político comienza a verse amenazada en el mediano y largo plazo. Y esto es así porque, fuera de los aparatos técnico-funcionarial del partido Nuevas Ideas y técnico-burocrático del gobierno, el ejecutivo no dispone ahora de ningún dispositivo y/o red que le permita reproducir la hegemonía cultural de la que goza hasta ahora. Queda únicamente la relación directa del mandatario con la población. Esto, como resulta obvio, no es en absoluto una garantía de mediano y largo plazo y mucho menos puede servir de base, en este país, para impulsar transformaciones históricas que precisan, cuando menos, de un par de quinquenios.